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Opinión

Tevez y la voluntad de vivir

Juan José Becerra Pura espuma rojo

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La retirada de Tevez de la Bombonera abrazado a Riquelme fue una escena de ensoñación. La más adecuada para representar el imposible de una luna de miel al final de un matrimonio. Hermosa parábola la de terminar por el principio. Aunque quizás no haya nada de extraño en asociar los finales del amor a los principios del amor. Se los veía amables, sin tensiones, hermanados, restaurando el mundo común del que vienen, ese “abajo” de sufrimiento y barro donde florecen los yacimientos de los futbolistas fuera de serie.

Al llanto de despedida de Tevez, que trató de controlar para que no se desbordara en quebranto, lo acompañó un texto que alguien redactó bajo su supervisión y su anuencia. Allí se filtró la causa principal de su renuncia: un anhelo de vida. Como el de ese personaje de César Aira que en El llanto se divorcia de su esposo con un argumento implacable, el único que debería justificar todos los actos: querer vivir. 

Tevez regresa a los campos todavía vírgenes en los que todavía no vivió como padre, hijo, esposo y hermano. No dio detalles sobre lo que imagina que perdió en veinte años de esplendores incesantes, pero aludió varias veces a la muerte. Se comprende su spleen, el mismo que lo sacó de la Juventus en el mejor momento de su carrera para volver a Boca en 2015.

La vida triunfal de Tevez se apoya en un nido biográfico de espinas. Su padre biológico, Juan Carlos Cabral, murió a tiros en el barrio Ejército de Los Andes de Ciudadela, rebautizado por el periodista de Canal 9 José De Zer con el nombre de “Fuerte Apache”, en memoria de los bellísimos tiroteos montañeses de John Ford. Por lo que Tevez nace de una madre viuda, Fabiana Martínez. Allí podría haberse detenido el tren de la desgracia, pero la pobreza es desgracia continua, y a los seis meses cae sobre Carlitos en pañales una cascada de agua hirviendo que le arruga el cuello y deriva en un largo proceso de injertos, y en el apodo “El manchado”.

Huérfano prenatal de padre, Tevez lleva el apellido de la madre, quien lo cuida y no lo cuida (puede y no pude cuidarlo), y en esos altibajos de maternidad lo entrega a los dos años al cuidado de su hermana, Adriana Martínez, y de su pareja, el albañil Segundo Tevez, muerto por coronavirus  en febrero pasado. Es un mapa familiar desconcertante, que evoluciona hacia figuras parentales complejas, de las que Tevez prefiere la que irradia más afecto. Sus tíos pasan a ser sus padres, mientras que a su madre (que se une en pareja con un hermano de Segundo Tevez, extraño cuadrado en espejo que tiene antecedentes en el matrimonio de Sigmund Freud), la llama “tía”.

Hubo un hecho crítico causado por esta ensalada de nombres y enroques filiales. Fue cuando Tevez debutó en la primera de Boca en 2001, en un partido contra Talleres de Córdoba. Carlos Bianchi, su mecenas, lo describió como un jugador de cara o ceca. Era el Día de la Madre, y alguna de las gerencias del club con apego a la cultura circense de la NFL había extraído de las partidas de nacimiento de los jugadores el nombre de sus madres para imprimirlos en unas remeras de algodón que vamos a llamar melifluas para no llamarlas edípicas. 

La de Tevez tenía un error: figuraba el nombre de su madre biológica (entonces tía lejana en el afecto) y no el de su tía-madre. No era tan fácil acertar la función correcta en el mapa emotivo de Carlitos, privado antes de nacer del patronímico Cabral y gestor él mismo del reemplazo de Martínez por Tevez. ¿Quién sabe todo lo que se oculta adentro de un nombre?        

Más fácil de entender es la eyección de Fuerte Apache a la velocidad del crecimiento de Tevez como futbolista único. A los 5 años juega con los de 14. Eso dicen. Pasa a All Boys, y a los 13 años llega a Boca. Comienza la construcción de su pedestal. Los pormenores de la transacción tienen un mundo de vibraciones especulativas. El presidente de Boca era Macri, no sé si lo conocen de algún lado. Según la versión de su amigo y entonces ex vicepresidente de Boca, Gregorio Zidar, Macri se negó a poner un solo peso por Tevez. Y yo acá, para seguir, retomaría la frase: “No pongo un peso”, y le agregaría con letras gigantes de neón led como las de las fachadas de Las Vegas: “pero…”. 

Para que los padres de los juveniles que traían a sus hijos desesperados por el dinero, Zidar inventó un esquema por el que se les cedía a los padres la chance de comprar un porcentaje de hasta el 20% de la ficha de sus hijos. Ponían el pibe y, además, ponían la plata. Era la Cláusula Cartonero Báez. Para que flameara la abandera de la “transparencia”, los dirigentes de Boca tenían prohibido comprar ese fragmento de jugador. ¿Saben quién compró la parte de Tevez? Un primo de la mujer de Zidar. Puso los 10 mil dólares que exigía All Boys para dejar a Tevez en libertad en 1997, y recibió 3,6 millones cuando Boca lo vendió al Corinthians en 2004. Con transparencias así, no hacen falta opacidades.          

En medio de ese proceso, aparece como una estaca el corazón la desgracia nacional conocida como 2001. Todo lo que Tevez puede llevar a su casa de Boca son 200 dólares. Un día de hambre, llamó desde un teléfono público para contarle la urgencia sus empleadores, y Boca, a través de Zidar, el esposo del primo que se quedó con la parte, le ofrece “desinteresadamente” mudarse a una casa con un Scenic en la puerta, hecho que se instala en la memoria agradecida de Tevez. 

Los últimos seis o siete párrafos que han leído hasta ahora, con algunos balanceos lógicos que surgen del uso romántico del glosado, vienen de Tevez – La verdadera historia, de Diego Fucks (Ediciones B, 2016), cuya lectura recomiendo. Pero queda pendiente en esta nota una lectura digamos civil de Tevez, que intentaré hacer con mucho cuidado, para no cometer injusticias.

El origen de fragilidad de Tevez ya fue contado y debe ser tenido en cuenta aun cuando se someta su figura a un proceso de contrastes que inauguro con esta pregunta, a la que habría que quitarle sus hilachas capciosas (que no las tiene, pero es una música que puede sonar) porque les juro que solamente está motivada por la curiosidad: ¿por qué viniendo de tan abajo, le ha costado tanto a Tevez orientar su popularidad contra el poder?

Reconozco que es una pregunta estúpida, a la que se le podría responder con eficacia; ¿por qué no, si hace veinte años que es millonario, admira el orden inglés y la ropa italiana y los autos alemanes y la moneda norteamericana que nadie le regaló? Pero es que esa secuencia tiene el sentido que ella misma acumula; y le falta su prehistoria, evidentemente olvidada. No se trata de que un millonario no lo sea por autoproscripción moral o ideológica. Un millonario es millonario por lo que tiene; como un indigente lo es por lo que le falta. Es solo que me desconcierta que en la percepción de sus mundos (y Tevez los conoce a fondo a todos), haya uno solo, el del origen, que ya no le diga nada. 

Y acá entro a ese pantano que se abre como un océano cuando uno habla de alguien. Imagino que Tevez es una persona con una sensibilidad intensa pero restringida. Familia, sí. Amigos, sí. Retribuciones y agradecimientos a quienes lo ayudaron cuando estaba en la pobreza, sí. Defensa de clase, no. Ni de casualidad.  

Esa indiferencia, para decirlo con una palabra gramsciana, la indiferencia del amnésico, de aquel que vio la sordidez de la miseria y la violencia y no la recuerda excepto para defensa de los suyos cercanos (ese recorte bobo del concepto “los míos”), es la que nos hace ver a Tevez y a la clase de la que viene aislados por una distancia de mares helados. No hay en la poética pública de Tevez algo que aluda a la protección del niño débil que fue. Nada contra los que desprecian a ese niño. No hay en él una defensa chillona (a lo Maradona) de su arquetipo. Es un paisaje triste y misterioso, pero no se le puede pedir a alguien lo que no puede dar. 

JJB

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