Una pregunta que podríamos hacernos en conjunto es cómo el humor social cambió de forma tan desfavorable para el gobierno a pesar de los recientes indicadores sociales que publicó el INDEC. El 31.6% de pobreza y el 6.9% de indigencia constituyen los mejores valores del índice desde el año 2018, que podríamos identificar como el punto de inicio de la crisis macroeconómica que la Argentina sigue sin poder resolver. Para responder al interrogante de cómo una mejora en el indicador que (al final del día) marca la suerte de las administraciones, necesitamos meternos de lleno en la discusión de fondo: el modelo económico. Vayamos hacia ahí.
Desde que comenzó su gobierno, Javier Milei ha tenido una sola obsesión manifiesta: la baja de la inflación. Independientemente de los debates sobre si la canasta actual del IPC es la correcta, es indiscutible que la carrera de los precios disminuyó su velocidad. Aquel casi 12% mensual con el que se despidió el Frente de Todos fue reemplazado por un índice mensual que, desde abril de este año, oscila entre el 1.5% y el 2%. Ese cambio es la clave para comprender la buena imagen de la cual gozó el Presidente hasta hace pocos meses. La razón que llevó a que esto se revierta, si bien los actuales escándalos de corrupción y otros factores jugaron su rol, está probablemente en la receta que el gobierno decidió implementar para detener la espiral inflacionaria que aquejaba a los bolsillos de los argentinos.
¿Productividad? ¿Para qué?
Si tuviéramos que sintetizar en una oración el “plan” económico, podríamos decir que es un encarecimiento del país sin aumentar su productividad. Esto se debe a que, independientemente de la prédica oficialista sobre el superávit fiscal como corazón del programa, la realidad pone en evidencia que la piedra basal del esquema fue y es el uso del tipo de cambio como ancla. ¿Qué significa? En criollo, que el valor en pesos del dólar se incremente más lento que los demás precios, para así lograr ralentizar el ritmo de la inflación. No se trata de algo que ningún país no haya hecho para estabilizar su macroeconomía, pero el asunto fundamental es el riesgo que eso implica si pasado un tiempo considerable sigue habiendo alta inflación.
Para los estándares que manejamos en los últimos 15 años, un valor de entre 1.5% y 2% mensual es algo tolerable, pero que a nivel internacional sigue siendo un número escalofriante. Un ejemplo para contrastar es España, que tiene un 2.7% de inflación acumulada en los últimos 12 meses. La Argentina, para ponerlo en cifras duras, ha registrado desde que La Libertad Avanza conduce políticamente el país una inflación acumulada de 558,6%, mientras que el tipo de cambio oficial varió nominalmente un 63%. Es decir, hoy tenemos precios más altos en dólares. Eso vale también para los salarios y las jubilaciones, cuyo monto nominal observaremos más alto si las dividimos por el valor del tipo de cambio de ambas puntas temporales (diciembre 2023 y septiembre 2025). El asunto de fondo es que las canastas de bienes y servicios han aumentado su valor en dólares más aún que los ingresos, lo cual arroja como resultado una merma del poder adquisitivo en moneda dura. Un síntoma de este fenómeno es el éxodo masivo de los argentinos mejor posicionados en la pirámide social hacia Brasil, que tiene como contracara la caída de turistas recibidos por el país, dado que otros destinos se ven más económicos.
Para poder perpetuar este esquema, el actual plan encontró una limitación fundamental: la cantidad de divisas que produce el país. Sostener un proceso de apreciación cambiaria, como se le puede llamar técnicamente al fenómeno que engendra el encarecimiento en dólares, requiere de un flujo constante de dólares. Solo así puede evitarse que la demanda de moneda extranjera termine incubando una devaluación que corrija el proceso y desate un rebrote inflacionario. La realidad marca que hasta acá el gobierno se consumió 3 stocks de dólares sin generar un flujo genuino que vuelva sustentable su plan económico. Dichos stocks fueron:
- La devaluación inicial
- El blanqueo de capitales
- El préstamo con el FMI.
Si afinamos la lupa, veremos que los momentos de tensión en el mercado de cambios que atravesaron Javier Milei y Luis Caputo siempre se correlacionaron con la transición entre el final de uno de los stocks y el comienzo del siguiente. Así fue en:
- Julio de 2024, cuando el ministro salió a aclarar que iba a cortar la última manguera de la emisión monetaria (la compra de dólares que ahora reconoce necesaria del BCRA, según sus palabras de antes y de ahora)
- Marzo de 2025, cuando el anuncio del acuerdo con el FMI y el paso del régimen de apreciación acelerada fueron reemplazados por el esquema actual de bandas
- Septiembre de 2025, cuando el secretario del Tesoro de los EEUU Scott Bessent anunció un plan de ayuda desde las arcas norteamericanas para calmar las expectativas
Lo que podemos esgrimir como conclusión del actual proceso es que el plan solo funciona si cada un período de entre 6 y 9 meses el BCRA encuentra un conjunto de divisas que le permita saciar demanda de importaciones, ahorro en moneda extranjera y vencimientos de deuda. Esa dinámica, a la vez, es la que permite financiar el consumo de los hogares con una inflación más moderada, lo cual explicó hasta aquí la recuperación de la actividad económica. Fue esa sucesión de hechos lo que trajo las mejoras coyunturales en materia de pobreza, indigencia y desigualdad.
Sale mal o muy mal
La descripción que hemos realizado habla lo suficiente de los problemas que tiene el actual plan económico para funcionar de manera sostenible. Sin embargo, nos deja para esta parte final del artículo la siguiente reflexión: ¿qué sería “que salga bien”?. Metámonos un poco en ese terreno hipotético.
Supongamos que el Gobierno logra conseguir, a través de más puentes financieros y apoyo geopolítico, sostener la apreciación cambiaria y va disminuyendo progresivamente la inflación hasta un índice mensual acorde a los estándares internacionales (digamos un 0.5%, que anualizado es un 6%). La combinación entre dólar barato y apertura comercial irrestricta obligaría a los diferentes sectores del tejido productivo a una adaptación imposible de productividad que compense nuestra falta de competitividad. Por ende, la alternativa a un descalce por falta de divisas sería un quiebre masivo del entramado industrial de las grandes urbes (AMBA, Gran Rosario, Gran Cordoba y Gran Mendoza) y una gran destrucción de puestos de trabajo registrados.
¿Volvemos entonces a la clásica alternancia pendular entre un esquema industrialista y otro favorable al campo? La respuesta es que no. El actual modelo de acumulación viene perjudicando también al universo de los productores de la pampa húmeda con una dura combinación entre atraso cambiario, retenciones, elevado precio del gasoil y falta de mantenimiento de la infraestructura pública. No hace falta ser un especialista para conectar las victorias del peronismo en Pergamino, Junín y Tandil, que apalancan su actividad en el impacto inicial de su ecosistema agroindustrial, con los efectos del plan económico. El reciente manoseo del tema retenciones deja en claro que si algún sector del agro recibirá beneficios serán solo los grandes exportadores a cambio de capturar rápidamente divisas. De los que trabajan la tierra, ni hablar.
Recapitulando, estamos frente a un modelo que deja heridos tanto en el sector primario (productores rurales), el secundario (las industrias orientadas al mercado doméstico) como incluso en el rubro de los servicios, a priori el más afín ideológicamente al universo oficialista. Con el fuerte aumento del costo en dólares, las empresas de la economía del conocimiento están viendo progresivamente disminuida su rentabilidad. Congelamientos salariales, despidos y cierres son hoy la norma para el sector, incluso para gigantes como Globant.
¿A qué apuesta entonces el gobierno? Evidentemente la sostenibilidad de mediano plazo del esquema pasaría por un retorno al mercado financiero internacional y un ingreso masivo de inversiones en el (hasta ahora desierto) RIGI, apuntando a dinamizar la economía a partir de la explotación intensiva de recursos naturales en el sector minero, petrolero y energético. Un novedoso modelo extractivo-financiero que busca aprovechar de forma intensiva el ingreso de divisas para la supervivencia de un esquema macroeconómico y que producirá, casi como efecto no calculado, una profunda reforma demográfica, social y productiva. No hay en Milei un horizonte productivo, de agregado de valor o creación de empleo registrado. Una apuesta de supervivencia y resignación a pensar la grandeza de Argentina.
El correlato social de la propuesta productivo-financiera libertaria es un país que transforme en fracturas y dislocaciones eternas sus desigualdades, punta de lanza de lo que nos gusta llamar aquí un congelamiento de la estructura social. Así, el que nazca en determinadas condiciones, allí permanecerá. Se trata de un proyecto de país que, con la revolución libertaria, terminaría de consolidar con el abandono de funciones estratégicas del sector público tales como la salud de calidad para nuestros compatriotas; la educación pública como vía de integración social; la inversión en ciencia y tecnología que nos permita innovar nuestras capacidades instaladas; y la infraestructura que mejore tanto nuestra capacidad productiva como nuestra calidad de vida.
El avance de la libertad vendrá acompañado por lo tanto de menos impuestos y mochila para los de arriba, que podrán financiar en el mercado servicios de calidad, dispondrán del ingreso irrestricto de bienes importados similares a los consumidos en países desarrollados y podrán recorrer sin traba alguna el mundo con una moneda empoderada afuera. Para los de abajo, quedará el total abandono de la comunidad, la falta de empleo y la mera supervivencia. En el capitalismo libertario, florecerán mil ubers, only fans, crypto-bros y, lamentablemente, nuevos narcos.
Los desafíos que tenemos por delante quienes creemos en la reconstrucción de una alternativa son mayúsculos. Repensar el federalismo, la inserción internacional, la composición de nuestro gasto público, la recuperación de una moneda propia en la cual ahorrar y una convivencia pacífica dentro de la disidencia nacional, entre otras cosas. Pero el punto de partida es más claro que la síntesis programática a construir: debe ser la absoluta oposición a un modelo que, aunque saldrá mal, sería muy nocivo en caso de estabilizarse.
*Delgado es Lic. en Sociología (UBA). Espec. en Finanzas (UNQUI). Maestrando en Pol. Púb. (CIAS). Peña es Lic. en Ciencia Política (UNLAM). Maestrando en Políticas Públicas para el Desarrollo con Inclusión Social (FLACSO). Becario Doctoral CONICET. Ambos autores forman parte de Generación para el Desarrollo.