Una elección que cambia el mapa
Hacer análisis político con resultados ya anunciados no es difícil. Difícil hubiese sido anticipar esta debacle electoral dramática para el oficialismo. Lo del domingo, aunque fue solamente una primaria, debe estar entre las derrotas más estrepitosas del justicialismo (que se presentaba unido) en su historia.
Algunos indicios, sin embargo, estaban presentes. Se presentía una cierta distancia ciudadana con la campaña y con la clase política en general, que no estuvo a la altura. Si había intriga acerca de cómo se ubicaría la sociedad frente a uno de los años más complicados que se tenga memoria, el mensaje quedó claro. Hubo un fuerte voto castigo hacia el oficialismo, al que no se le perdonó la difícil situación económica. Los ya célebres errores no forzados del Presidente terminaron de empujar al gobierno.
Las elecciones del domingo confirman también la lenta muerte del Albertismo. El Presidente queda deslucido, y sus funcionarios de confianza quedan en la mira. Se respira un aire a recambio profundo de gabinete, y la idea de que hay “funcionarios que no funcionan” sobrevuela más que nunca.
Sin embargo, esta situación expone al gobierno a una encrucijada que no tiene solución. La derrota del domingo confirma la marginación de Alberto Fernández y posiblemente fortalezca a los “halcones” en la coalición. El Instituto Patria sale robustecido. Esto es sorprendente, si consideramos que Alberto es en realidad una creación de Cristina. Pero es una lectura basada en el resultado electoral: los únicos votos que quedan son los que aporta la vicepresidenta. Así, la mirada que parece predominar en el búnker del Frente de Todos es que “faltó más Cristina”, y que parte del problema fue ese mismo liderazgo albertista. Aunque lo segundo es cierto, lo primero no lo es.
Parte de la caída en la popularidad del Presidente tuvo mucho que ver con alguna de las medidas más polémicas de su gobierno, como la estatización de Vicentín o el coqueteo con la reforma judicial. Los candidatos “puros” del kirchnerismo tienen peores niveles de popularidad que los más moderados. En este sentido, el fortalecimiento del ala kirchnerista al interior del gobierno es una pésima noticia para el futuro del mismo. El desdibujamiento relativo de Martín Guzmán y un eventual populismo económico para intentar dar vuelta la elección en la provincia de Buenos Aires ayudarían a hacer más tormentosos los dos años que restan hasta 2023. De este modo, el gobierno queda parado en un laberinto complicado, donde la moderación albertista ya no parece ser un camino y la opción kirchnerista traerá complicaciones pero pocos votos adicionales.
¿Qué le queda al gobierno en los años que le restan? Económicamente, sin dudas, el escenario es complicado. El 2021 terminará siendo el mejor año económico de Fernández. Los actores económicos y sociales no parecen tener ninguna expectativa de que algo mejore y nadie parece esperar nada de un gobierno que carece de los recursos materiales y simbólicos para revertir la situación. Todo parece encaminarse hacia un lento deterioro hacia 2023.
Políticamente, el gobierno se enfrenta a un cruce furioso de facturas internas. Así, cobra importancia una alternativa de difícil implementación pero que, según trascendidos periodísticos, se discute por lo bajo en el Patria: la posibilidad de reemplazar a Alberto de la fórmula. Se habló del Plan Vidal en 2019 al interior de Cambiemos. ¿Es viable una alternativa así en el Frente de Todos? Una fórmula encabezada por Alberto hoy parece un lastre. Una fórmula alineada con las preferencias de la vicepresidenta no es una carta ganadora pensando en 2023. Otra fórmula que prometa moderación pero sin Alberto (¿Sergio Massa?) es difícil que tenga credibilidad. Los ingenieros electorales del Frente de Todos se la verán en figurillas.
La principal coalición opositora, por su parte, se encuentra con una vitalidad inesperada luego de su salida del gobierno en 2019. Los análisis previos señalaban que el Frente de Todos perdería buena parte de los “votantes blandos” que lo habían apoyado en 2019. Los resultados, si se confirman en noviembre, sugieren que esos votos volvieron a Cambiemos a pesar del recuerdo fresco de la gestión de Mauricio Macri. En este sentido, la elección de candidatos fue sagaz, poniendo como cabezas de lista en la ciudad y la provincia a dirigentes que no arrastraban el peso de haber pasado por el gobierno de Macri (la mayoría de los candidatos del Frente de Todos, por su parte, fueron bastante poco taquilleros). Así, logró “lavar su cara” y confirma a Horacio Rodríguez Larreta como un gran estratega que queda bien posicionado hacia 2023. Su enroque (Vidal a la ciudad y Santilli a la provincia) terminó saliendo redondo. Así, se desprende cada vez más del estigma de haber sido ladero de Macri y su nombre propio adquiere cada vez más centralidad.
¿Sorprende que Cambiemos haya ganado otra vez luego de 2019? En parte no: la oferta electoral no es infinita. Los desencantados del oficialismo pueden abstenerse o votar en blanco, y de hecho algo de eso hubo. Pero no tiene opciones competitivas para elegir en un contexto de bipartidismo tan pronunciado como el que impera en Argentina al menos desde 2013. En este sentido, es importante apuntar entonces que si bien la mayoría de la ciudadanía votó, un poco por descarte, a algún espacio consolidado, el voto antisistema y los que se abstuvieron son un número significativo. Tal vez sea hora de dejar de menospreciar al voto de derecha y empezar a lidiar con eso.
JN/MGF
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