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Análisis

Fernández, entre la absolución de la historia y la amenaza de una catástrofe electoral

Alberto Fernández, en su despacho de la Quinta de Olivos. La foto fue difundida por la agencia oficial tras el anuncio de que el Presidente renunciaba a la reelección.

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“La lapicera para la militancia. Se terminó el tiempo del dedo”. El Presidente no pudo ocultar cierto alivio tras su anuncio, esta mañana, de que renunciará a competir por la reelección. La frase deslizada minutos después de su mensaje tampoco esconde su resquemor con el destinatario, la expresidenta Cristina Kirchner.

Hace semanas que el Presidente viene haciendo su balance personal sobre su gestión. Se lo escuchó por varios canales. Es indulgente, no podía esperarse otra cosa. Pandemia, guerra, sequía, son para Fernández los grandes atenuantes. También la abierta oposición que le plantearon la vicepresidenta y la agrupación La Cámpora desde el comienzo del mandato. Fernández osciló entre satisfacer a Cristina Kirchner e ignorarla y evitó la confrontación, incluso cuando la gestión política de la pandemia, de corte consensualista, disparó sus registros de imagen positiva. Su estrategia, si la hubo, fue entendida como vacilación. 

Fernández tiene poco para ofrecerle a la historia. Llegó al gobierno por delegación, como él mismo dice, por el dedo de Cristina Kirchner. Como alguna vez dijo Arturo Frondizi sobre sí mismo, todas las contradicciones que mostró la gestión de Fernández se entienden bajo la pregunta de por qué aceptó ser presidente de la República en las condiciones en que aceptó serlo.

En las últimas semanas el Presidente reconoció ante oídos seguros que no estaba en condiciones de asumir el desafío de la reelección. En la decisión pesa la magnitud de la crisis que deja y lo aparta de cualquier sueño de continuidad. Pero también reflexiones personales. “Yo tengo que mantener mi proyecto de reelección hasta el final por una cuestión de gobernabilidad. Pero otros cuatro años en este lugar… Es un desafío muy duro”, dijo Fernández en la intimidad de su viaje a los Estados Unidos, como reflejó entonces elDiarioAR. Si la decisión ya estaba tomada, lo que cambió fueron los tiempos. La espiralización de la crisis ha empezado a proyectar sobre Fernández y sobre todo el peronismo el fantasma de la entrega anticipada del poder, un anatema para el partido del poder en la Argentina El renunciamiento, a ocho meses del traspaso del mando, con el proceso electoral mediante, acaso represente para él una última tabla de donde aferrarse.

El Presidente se impuso una última tarea. Fernández habló en las últimas semanas de un fin de ciclo y de la apertura de un proceso de “tercera renovación del peronismo” para el que se ha ofrecido como impulsor y garante. 

El Presidente ubica la primera renovación del peronismo en las postrimerías de los ´80, cuando el movimiento definió en una interna la candidatura presidencial que llevó al gobierno a Carlos Menem. A la conocida como “Renovación”, encarnada además del Menem por Antonio Cafiero, abuelo del actual canciller, Fernández suma la aparrición de Néstor Kirchner en el comienzo de siglo, después de la gran crisis que siguió al fin de la Alianza y la convertibilidad de Domingo Cavallo. 

Como uno de sus fundadores, Fernández considera ahora que el tiempo del kirchnerismo está agotado. Para el Presidente, su renunciamiento a la reelección es la última expresión de aquello que se va. 

Fernández es consciente de que él mismo pertenece a ese pasado que ha perdido su brillo, como describió en un diálogo en privado. “Tuvimos la guerra con el campo. La crisis del 2009 de Lehman Brothers. Después se nos murió Néstor. A Cristina se le fugaron 30.000 millones de dólares. Nos ganó Macri. La gente asocia al kirchnerismo con todo eso”.

Fernández entiende que la democratización del peronismo vendrá por la vía de la “moderación”, una posición con la que reivindica para él mismo el espacio de centro frente alternativas extremas como las que aparecen por derecha del espectro ideológico. Pero, fundamentalmente, la apuesta a la moderación apunta al interior del peronismo. Al final de Cristina Kirchner.

Es la ficha tirada al paño con la que Fernández intentará que la historia lo absuelva. Lo acecha sin embargo la responsabilidad ante una eventual catástrofe electoral .

WC

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