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ENTREVISTA

Esteban Rodríguez Alzueta: “El delito ya no se vive como una estrategia de sobrevivencia, sino como una estrategia identitaria”

Esteban Rodríguez Alzueta

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-Estamos en una campaña electoral. Suelen aparecer temas ligados a la agenda de la seguridad, a la violencia urbana. Te pregunto por qué hay temas que aparecen divorciados en la discusión política general y en las campañas en particular. El delito, los bajos salarios, la desigualdad y el voto a Milei. Te pongo yo esos temas de manera antojadiza. Pueden faltar otros. ¿En qué medida dirías que están vinculados entre sí? ¿En qué medida faltan otros |para pensar la situación social? 

-La seguridad es un tema que aparece y desaparece todo el tiempo. De hecho, lo único que le ha ganado a la inseguridad en la última década fue la inflación y el temor a la desocupación. La inseguridad reaparece de la mano de la oposición, cuando no se les cae una idea. No pueden hacer política a través del trabajo, porque es llevar malas noticias a la gente. No pueden hacer política a través de la vivienda, porque implica llevar malas noticias, entonces tienen muy pocos lugares para presentarse como merecedores de votos. Tenemos a una oposición que hace política con la desgracia ajena, aferrándose al dolor del otro.

Tenemos a estos candidatos prometiendo más policías, más penas, más cárceles a cambio de votos. Ha sido una constante en las últimas décadas. En estas elecciones, la inseguridad reaparece muy fuerte al lado de la desocupación, pero porque es cierto que la gente se siente vulnerable y referencia a la inseguridad como problema. No se siente cuidada por las policías y tampoco siente que su problema esté siendo tomado por la justicia. Si uno revisa rápidamente la pantalla de Crónica TV, ahí todas las noches puede presenciar una protesta social disruptiva, más o menos violenta, protagonizada por vecinos que intentan tramitar su problema en una alianza con el periodismo, que consiste en ir transformando al periodismo en una caja de resonancia porque se encuentra cada vez más sola frente a estos problemas.

Ahí es cuando aparecen las derechas sabiendo interpretar ese sentimiento que, aunque sea un sentimiento -no estoy hablando de una mera ficción- tiene efectos de realidad muy concretos. Modifica los horarios, la manera de estar en el barrio, de circular por la ciudad, porque nos enclaustra, porque constriñe nuestro universo de relaciones. Entonces cuando hablamos de sentimiento de seguridad no debería subestimarse, porque produce efectos. Ahí es donde me parece que, muchas veces, las derechas saben captar ese sentimiento de indignación. Estamos en una época de declive de la razón, donde la indignación es la manera de estar en el espacio público y el odio es la manera de estar en las redes sociales, ambos son la expresión de que se han roto algunos contratos.

-En tu última nota en El cohete a la Luna, que titulaste “Delito y felicidad: El trabajo como fuente de angustias y frustraciones para los jóvenes”, hay una serie de ideas muy interesantes. Decís que el mercado reemplazó el lugar que tuvo el Estado alguna vez; que la vida se mercantilizó y el mercado es la gran institución que genera sentido, gobierna los lazos sociales y aporta identidad, pertenencia social. ¿Cómo impacta esa realidad de un mercado desplazando a otras instituciones en la subjetividad de las nuevas generaciones? 

-El lugar que tuvieron alguna vez la escuela y el trabajo lo ocupa hoy en día el mercado. Una periodista me preguntaba si la escuela estaba en crisis. Yo le decía que la escuela estaba en crisis en el 2000, y que hoy esa institución implosionó. No es una institución forjadora de sentido que componga lazo social, sino que se caracteriza por su impotencia, por la incapacidad para estar cerca y acompañar el mundo de los jóvenes. Es decir, para los jóvenes hoy en día el trabajo ya no dignifica, lo que no significa que no busquen trabajo y lo que no significa que no tengan trabajo. Pero no cargan a la cuenta del trabajo una identidad.

El trabajo no es el acceso a la felicidad, para ellos el trabajo es un empleo chatarra porque está hecho con mucha precariedad. No solamente no agrega capital económico, tampoco te agrega capital social. No te agrega capital simbólico: no es que vos vas a estar en mejores condiciones el día de mañana, después de haber trabajado de barrendero o después de haber limpiado baños en una terminal. No va a facilitarte conseguir un empleo de mejores condiciones. Hay jóvenes que crecieron viendo a sus viejos durante 20 años, que no paraban de laburar ocho o diez horas -porque desempleo no significa que no tengan trabajo, sino que están sobre-empleados-. Veían, entonces, cómo los padres, en vez de ir para adelante, iban para atrás.

Lo primero que hay que tener en cuenta es que la experiencia del trabajo que ellos vivieron a través de sus padres es desde un lugar de quilombos, de violencia familiar y violencia doméstica, de peleas constantes, interminables. Que aparezcan funcionarios, que aparezcamos nosotros -los adultos- o los partidos tradicionales, diciendo “Vamos a convertir tu plan social en un trabajo” es, de mínima, una broma pesada, porque el trabajo ya no los identifica. En esa nota que vos mencionabas, cito una canción de Los Redondos, de fines de los 80, que decía: “Están llamando a un gato con silbidos”, es decir, están queriendo interpelar a los jóvenes con las palabras equivocadas, cuando el trabajo no los dignifica, cuando hay un fuerte rechazo al trabajo. Proponerles a los jóvenes el trabajo me parece, de mínimo, una broma pesada.

En cambio, el mercado, a diferencia del trabajo -porque el trabajo era la puerta a la felicidad, pero la felicidad se desplazaba para tiempos mejores, porque el presente estaba hecho de esfuerzo, de sacrificio- aparece como la oportunidad de acceso a la felicidad hoy. Para decirlo con otra canción del Indio Solari: “Nike es la cultura”. Hoy, no mañana, pasado mañana. Hoy yo quiero las zapatillas, los pibes quieren las zapatillas hoy. Desde el momento en que se ha expandido el consumo de los sectores populares y la bancarización los ha endeudado a todos ellos, podemos comprar las zapatillas en cómodas cuotas o incómodas cuotas. El acceso a determinados bienes es la oportunidad de acceder a la felicidad. Entendamos esto: un par de zapatillas no es solamente un par de zapatillas, es mucho más. Tener las Nike es ser canchero, ser exitoso, jovial. Es la garantía de que los pibes y las pibas te van a dar pelota. Más en la vida de un joven de 15, 16, 20 años.

Esas mercancías están encantadas y, a través de sus consumos fetichizados, los jóvenes pueden imprimirle un look a esa existencia llena de aburrimiento, de ansiedad y de angustia que implica una vida cada vez más compartimentada en los barrios, donde los pibes se tienen que medir con esa claustrofobia territorial y no pueden salir porque tienen a la yuta pidiéndoles documentos y cacheando. En esa zapatilla, entonces, se juega también la identidad.

-¿Por qué no se vincula justamente la idea de las pautas que impone el mercado, las demandas que imprime el consumo sobre la sociedad, con el delito? Parecen caminos separados.  

-Yo cito siempre el nombre del artículo de un amigo que se llama Sergio Toconoff, que es maravilloso. El artículo se llama: “Tres movimientos para explicar por qué los pibes chorros usan ropa deportiva cara”. Él dice: “Si los mal llamados pibes chorros cambian el botín por plata y con la plata se compran ropa deportiva, se compran las Nike, eso quiere decir que los pibes chorros son más pibes que chorros”. Estos jóvenes, a través del delito, intentan adecuarse a esos estilos de vida que el mercado les está reclamando. Es decir, no hay contracultura en esos delitos, no hay resistencia política. No romanticemos a estos pibes. En realidad hay una sobre-identificación con los valores del merc ado.  

-Sí, es súper interesante. La misma pregunta que vos te hacés en el artículo es: ¿cómo competir con el consumo? ¿Cómo evitar que los jóvenes deriven hacia el delito para alcanzar una felicidad que no se las va a dar el trabajo? ¿Cómo hacés para evitar que muchos pibes vayan hacia el delito como un atajo hacia el consumo?

-En el 2000-2001, cuando estudiamos estos temas, uno veía que muchas veces los jóvenes pendulaban, como decía Gabriel Kessler, entre el trabajo precario y el delito. Participaban, al mismo tiempo, de dos lógicas de prohibición. Todavía esos jóvenes -que choreaban de vez en cuando al voleo de manera desplanificada, que se movían todavía como cazadores furtivos por la por la ciudad, aprovechando las oportunidades que se le presentaban- eran jóvenes que sabían que el trabajo era lo que les daba reputación en el barrio y honorabilidad de cara a las generaciones mayores. Pero hoy en día el trabajo es justamente lo que ha implosionado.

El delito ya no se vive como una estrategia de sobrevivencia para resolver determinados problemas materiales, sino sobre todo como una estrategia identitaria. Es decir, el delito y las violencias que rodean muchas veces al delito se viven sobre todo de manera expresiva y emotiva. No es solamente el delito, hay que pensarlo al lado de la violencia, al lado de las motitos tuneadas, al lado de otras prácticas juveniles a través de las cuales los jóvenes van respondiendo a la pregunta con la que se mide cualquier joven, que es justamente: “¿Cuál es mi lugar en el mundo?”, o “¿Quién soy yo?”. Eso ya no está a la escuela. Para responder esa pregunta ya no está el trabajo como proyecto vital biográfico a través del cual uno puede proyectarse y organizar su vida.

La cultura de la dureza no es algo que se aprende mirando un tutorial en YouTube o descargando una aplicación en tu celular, ni se compra en el quiosco de la esquina, sino que la cultura de la dureza se aprende estando en la calle, pateando la calle, haciendo frente a la policía, haciendo frente a otro grupo de pares y a través de distintas prácticas que son las que les permiten ir tallando a ese tipo duro que es el que necesitan después para estar en ese espacio público y no ser tajeados, verdugueados ni humillados por el resto de los vecinos. 

-¿Y qué pasa en este contexto cuando aparece la política en campaña electoral? Pero si no es en campaña electoral es cuando hay un hecho traumático, cuando hay un hecho que conmociona. Lo decías o citabas a algún autor: cuando las clases dirigentes no pueden dirigir ni ganarse la adhesión de los sectores subalternos, se busca un chivo expiatorio para generar un consenso alrededor del castigo. ¿Por qué sigue eso rindiendo en la política? ¿Por qué no hay escapatoria de eso? 

-En primer lugar, no es casual la derechización de los jóvenes. Lo digo de una manera general, y esto merecería muchos matices y leer la letra chica. Me parece que la derechización de estos jóvenes hay que leerla al lado de la deriva emotiva o expresiva con la que es vivido el delito, porque son jóvenes que están rabiosos.

Hannah Arendt decía una cosa muy interesante. Ella decía: “La rabia es algo que uno tiene cuando las cosas podrían ser de otra manera y sin embargo no lo son”. Muchas veces los jóvenes pueden transformar al delito en esa caja de resonancia de la que hablábamos. Es la oportunidad de decir “Yo existo, tengo este problema”. Cuando un periodista o un encuestólogo te pone la pregunta: “¿A quién vas a votar?”, decir “Voy a votar a Milei” es la oportunidad de ponerle otro revólver en la cabeza. Es una manera de seguir asustando, de expresar ese odio. El odio en sí mismo no es ningún problema, yo me la paso odiando, pero lo que pasa es que uno desactiva el odio, no lo guarda ni le da de comer. El problema es cuando hay una decisión de guardar el odio, y no lo desactivamos, porque después esos bancos de odio que se van construyendo en las sociedades, basta que sean gatillados ideológicamente por cualquier expresión y se transformen en cualquier cosa: en escrache, en linchamiento, en justicia por mano propia, en una quema intencionada de una vivienda con la posterior deportación del grupo familiar del barrio; en un intento de magnicidio. Se pueden transformar en cualquier cosa.

Cuando a principio de año, dieron las perpetuas a los a los pibes que habían matado a Fernández Báez Sosa, algunos colegas progresistas pusieron el grito en el cielo indignándose por los pedidos de perpetua de la sociedad en general, pero en realidad hay que desentrañar ese pedido de perpetua, porque cuando la gente pedía perpetua no estaba a lo mejor diciendo que se muera en la cárcel, lo que estaba diciendo era “la justicia no está tomando mi problema”, “la policía mira para otro lado”. Perón decía: “La política aborrece el vacío”; los espacios que no se ocupan oportunamente, después a llorar a la Iglesia. Uno puede decir lo mismo: la política aborrece el vacío. Si vos no interpretás, no desentrañas ese relato, ese sentido común, después aparece Clarín, o viene TN o La Nación y te dice “la gente está harta”, “hay hartazgo social”. No le podés regalar la narrativa a estos otros actores que después le ponen megáfono a ese odio, haciéndole decir lo que ellos quieren escuchar.  

-Vos también hablaste de la paliza que se comió Berni, como un síntoma de cierta clase política que no termina de leer lo que pasa a nivel social. 

-El peronismo en general y el progresismo en particular estaban mirando otro canal, creo que el peronismo se mueve como pez en el agua con todos los temas del siglo XX, pero lo sacás de ahí y deja de respirar, no se le caen muchas ideas, se queda sin oxígeno para todos los temas del Siglo XXI.

La problemática de la vida en la gran ciudad, con todo lo que eso implica, la contaminación ambiental, el problema de la inseguridad, el problema de las nuevas conflictividades sociales en los barrios, las violencias interpersonales e encabalgadas arriba de las violencias por el control del territorio son temas para los cuales el peronismo no tiene respuesta tampoco. Entonces esa piña que dejó grogui a Berni fue una manera de despabilar. Es una piña que no fue dirigida a Berni, sino a todo el progresismo. De hecho, Kicillof aceptó el golpe y salió a bancarlo con información equivocada y le costó repuntar de vuelta en la tapa de los diarios.  

-Vos decías que el que viaja en tren se da cuenta de que hay un caldo social complicado, y a veces parece que la política está muy lejos de eso.

-Para no transformarlo en un problema que tiene nombre y apellido, cabe decir que es un problema del Estado que tenemos hoy día. El Estado que tenemos todavía es el Estado pensado por las generaciones pasadas para problemas que no son los nuestros, es decir, es un Estado que no está a la altura de los problemas que tenemos. La división de tareas que tiene el Estado hoy en día no colabora para abordar la complejidad que tiene la conflictividad social en los barrios.

En el siglo XX, en 1970, tenías un problema y de alguna manera podías identificar su raíz, tirar del piolín, y determinar si era un problema de educación, de vivienda, de infraestructura o equipamiento urbano. Hoy en día, vos vas a cualquier barrio del conurbano bonaerense y no sabés de qué naturaleza es el problema que hay ahí. ¿Por dónde tenés que entrarle? Esto lo trabajé en un texto que se llama “El Ministerialismo”: la fragmentación institucional con la que trabaja el Estado no colabora para abordar estos conflictos. Hay una incapacidad para articular no sólo entre los distintos poderes, sino entre los distintos ministerios del mismo gobierno; incluso las distintas secretarías de un mismo ministerio tienen dificultades para articularse entre sí.

La multiagencialidad es generar mesas de trabajo donde estén los distintos operadores para actuar en conjunto, pero tenemos un estado donde las jurisdicciones de los distintos ministerios no son las mismas. Vos querés sentar a gente de seguridad y de justicia y las jurisdicciones no se corresponden. Tenemos un Estado que no está preparado para articular. Si a eso le sumás el internismo, tenés razones para decir que las cosas van a seguir así, porque la realidad no se puede setear, no se puede parcializar en fetas. 

Entrevista realizada por Diego Genoud para su programa Fuera de Tiempo (Radio Con Vos)

DG

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