El viaje presidencial

Fernández en la cumbre de Santo Domingo, con un frente regional abierto y la mirada hacia el Norte

Vigésimo octava Cumbre Iberoamericana, que no sobresaldrá por ningún brillo. Recién llegado a Santo Domingo, el presidente Alberto Fernández tiene por delante estos dos días dos tareas improbables: arreglar los estropicios con países vecinos como Chile y Ecuador y caminar en alguna dirección posible en la negociación eterna por el acuerdo Mecosur-Unión Europea. 

Lo segundo será tema de los encuentros que tendrá Fernández con el presidente del Gobierno de España, el socialista Pedro Sánchez, y el Alto Representante de la Unión Europea para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad, el español catalán Josep Borrell (de nacionalidad también argentina). La Argentina ocupa la presidencia del bloque regional y España presidirá el bloque de los 27 en el segundo semestre del año; ambos países podrán imprimir algunos de sus deseos a esas gestiones. 

No estará en la capital centroamericana el presidente Luis Inacio Lula da Silva, quien sufre una bronconeumonia bacteriana por influenza A, según anunció Brasilia. Lula tenía previsto hacer visita en China con un ejército de empresarios brasileños. Lula buscaba llevar al Imperio del Centro su iniciativa de paz para Ucrania, que acaso intente articular con la que Xi Jinping promovió en Moscú con escaso énfasis y frente a la desconfianza de Occidente. El presidente brasileño ha decidido a que el acuerdo con la UE se concrete de una vez, como dijo recientemente en Montevideo, de regreso a Brasilia tras la cumbre del Celac en Buenos Aires. “Vamos a intensificar las discusiones y vamos a firmar ese tratado”, aseguró.

La Celac, la comunidad de naciones latinoamericanas, compartirá precisamente una cumbre con la UE a mediados de año en Bruselas, otro de los compromisos internacionales de relevancia para Fernández junto con una visita oficial a Brasilia y la cumbre de G20 en Nueva Delhi, hacia el final de su mandato.

Además de Lula, otro que faltará a Santa Domingo es el presidente Andrés Manuel López Obrador. Se sabe que AMLO sólo sale de México para ir a Washington, ese es todo su universo. México y AMLO fueron una apuesta temprana de Alberto Fernández para la construcción de un eje regional en los años en que Brasil era gobernado por Jair Bolsonaro. Ese vínculo se enfrió y hasta cultivó algunas diferencias, pero Fernández parece haber aprendido de López Obrador una lección fundamental: “No te metas con los gringos”, como le dijo en la visita que el argentino hizo a México, recién electo.

El otro frente del Presidente es más complejo. Sólo él sabe cómo lo tramitará.

Fernández se cruzará en Santo Domingo con los presidentes de Ecuador Guillermo Lasso y de Chile, Gabriel Boric, a quienes ha dedicado pensamientos difíciles de olvidar en Quito y Santiago.

Ecuador y la Argentina retiraron días atrás a sus embajadores a raíz del confuso episodio que rodeó la salida del país de María de los Ángeles Duarte Pesantes, ex ministra del Transporte del gobierno de Rafael Correa, que tiene, igual que el expresidente, una condena por corrupción.

La mujer estaba asilada en la embajada argentina en Quito y Ecuador acusa al embajador Gabriel Fuks de haber facilitado su fuga a Caracas, donde un día apareció en… la embajada argentina. Fuks rechazó con vehemencia esa acusación y Fernández consideró oportuno fijar la posición argentina sobre el conflicto en una áspera carta enviada al presidente Lasso. En el texto el Presidente acusó a la justicia de Ecuador, de “perseguir opositores”, por la situación de Duarte Pesantes, y extendió ese mismo cargo a Chile. La mención a Chile en la carta de Fernández pasó desapercibida en la Argentina, pero no en Santiago: el ministro de justicia calificó de “impertinente e impropio” el comentario del presidente argentino.

Aunque los une el amor a Spinetta, las diferencias con Gabriel Boric se remontan a una causa judicial por corrupción en trámite en Santiago contra un buen amigo de Fernández, el dirigente de la oposición Marco Enríquez-Ominami. El Presidente ya había alzado la voz por la situación de MEO, como se lo conoce a Ominami en Chile: firmó una declaración del Grupo de Puebla que reclamaba que se pusiera fin al proceso contra el dirigente, en un caso que ese colectivo asoció a la teoría del lawfare, eje argumental de la defensa de la vicepresidenta Cristina Fernández de Kirchner ante la justicia local. Fernández fue el único presidente de la región en sumar su firma a ese reclamo.

La participación en la cumbre iberoamericana es una escala secundaria del viaje del Presidente. Fernández aguarda que Joe Biden haga pública su invitación a la Casa Blanca, pautada para el miércoles próximo en el mediodía en Washington. Aunque con agenda abierta, el temario girará en torno al impacto global de la guerra en Ucrania. Dos veces postergado desde julio pasado, rescatado del olvido por el embajador Jorge Argüello y el canciller Cafiero, todo indica que el encuentro en el Salón Oval será el pistoletazo de largada de la carrera de Fernández por la reelección.

El Presidente dejó Buenos Aires a media mañana del feriado por el 24 de marzo, una fecha ominosa que en ocasiones la Argentina convierte en celebración. Fernández se aleja así de la crisis financiera que Sergio Massa procura aplacar. 

El Ministro de Economía se sumará a la escala en Washington pocas horas después de que el Fondo Monetario Internacional advirtió que analiza el canje de títulos en dólares en poder de organismos públicos, una movida con la que busca controlar la escalada de los dólares financieros de las últimas semanas. Massa está dispuesto ahora a vender títulos a 0,25 centavos de su valor por cada dólar, cuando semanas atrás se envalentonó con una compra por US1.000 millones. Más sorpresas, como la de la moratoria provisional, para los tecnócratas del organismo.

Con declaraciones veladas en off the record a la prensa, el presidente y su ministro de Economía acaban de desatar una pequeña tempestad en el Gobierno, en cuyo origen está la inflación sin remedio y la acelerada destrucción del salario, pero también la incertidumbre y los recelos que intercambian sobre su futuro. ¿Pueden Fernández y Massa, como parecen creer, desatar a esta altura sus destinos?

WC