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Opinión

FMI, la vida que debemos

Martín Guzmán durante el debate sobre deuda externa que se hizo el domingo  pasado en el Centro Cultural Kirchner.

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En los últimos días asistimos a un sensible desplazamiento en el discurso de la coalición del Frente de Todos en relación a las negociaciones con el Fondo Monetario Internacional (FMI). El primer cambio significativo fue protagonizado por el ministro de Economía, Martín Guzmán, que inauguró un tono más confrontativo en una conferencia organizada por la revista Crisis en el Centro Cultural Kirchner en la que compartió panel con el economista griego Yanis Varoufakis y el excandidato presidencial de Ecuador, Andrés Arauz. En el contexto de las exposiciones hipercríticas de sus compañeros de panel hacia los organismos de crédito, el ministro deslizó la posibilidad de decirle “No” a un acuerdo que considere demasiado desfavorable para la Argentina. En el acto de homenaje de ayer a Néstor Kirchner en Morón, fue el presidente Alberto Fernández el que adoptó ese tono cuando sentenció: “Si todavía no cerramos un acuerdo con el FMI es porque no nos vamos a arrodillar” y advirtió que no habrá acuerdo que “postergue más a los argentinos que hoy han quedado postergados”.

En la conferencia, Guzmán explicó con solvencia y precisión el funcionamiento del sistema financiero internacional; sus mil mecanismos de operación; la capacidad de lobby mediático; su alianza con sectores políticos internos de los distintos países y la comunidad de intereses que comparte con el establishment local. 

Las declaraciones del ministro —que luego repitió en otras entrevistas y que Alberto Fernández hizo propias— tuvieron lugar casi en simultáneo con las declaraciones despectivas del futuro embajador de Estados Unidos en Argentina, Marc Stanley. El funcionario que ocupará el palacio de la Avenida Colombia en Buenos Aires, criticó la falta de un plan del Gobierno para resolver el problema de la deuda con el FMI. En una comparación que pretendió ser irónica, pero traspasó la frontera del cinismo y la soberbia dijo que la economía argentina “es un hermoso micro turístico al que las ruedas no le funcionan correctamente”. Además, Stanley criticó la postura de la gestión de Alberto Fernández en relación a algunos países de la región y aseguró: “La deuda del FMI, 45 mil millones de dólares, es enorme. El problema, sin embargo, es que es responsabilidad de los líderes argentinos elaborar un ‘plan macro’ para devolverla, y aún no lo han hecho. Dicen que ya pronto viene uno”. 

Tanto las declaraciones del embajador, como las manifestaciones de Guzmán hablarían de una complicación en las negociaciones con el FMI para reestructurar una deuda odiosa que tiene vencimientos asesinos programados para 2022 con obligaciones imposibles de cumplir. Parece que para el Fondo Monetario la “buena letra” del ahorrativo Guzmán —que viene aplicando un ajuste no sólo en los grandes números de las cuentas públicas, sino en el conjunto de la economía con el retroceso del salario como principal indicador— fue una condición necesaria, pero no suficiente. 

El interrogante que se impone cuando se escucha la contundente descripción de Guzmán sobre el poderío descomunal del sistema financiero internacional es —tomando por válidas las intenciones del ministro y del Gobierno— qué fuerzas se utilizarán para contrapesar u oponer resistencia a un poder tan desmesurado. La incongruencia del discurso queda demostrada en la política práctica: si el poder del aparato financiero internacional respaldado por potencias que defienden sus intereses imperiales es de tal magnitud, ¿cómo cree que se puede oponer resistencia o arrancar concesiones en el escenario reducido de la mesa de negociaciones? Una de dos: o se tiene una autopercepción exagerada sobre las propias capacidades de negociación o simplemente se está arrojando pirotecnia electoral, como se dice, “para la tribuna”.

Guzmán expresó la necesidad de tener claridad sobre el lugar que cada uno debe ocupar en esta pulseada, pero luego habló de la convocatoria al necesario apoyo de “los factores de poder” y algunas otras abstracciones. Siguiendo la lógica de la nueva narrativa del ministro (luego adoptada por el Presidente) a un poder tan gigantesco debería corresponderle una fuerza de resistencia vigorosa, si es que se tiene la convicción de enfrentarlo. Una movilización (o un proceso de movilización) de las fuerzas nacionales y de las organizaciones más interesadas en sacarse de encima el garrote de la deuda que no generaron y sobre las que recaen las principales consecuencias (los sindicatos, los “movimientos sociales”) porque son los ajustados de siempre cuando el Fondo reclama “ordenar la macro”. Poner en juego los intereses que las potencias extorsionadoras tienen en el país y preparase seriamente para un enfrentamiento a la altura de las circunstancias. Todo discurso más confrontativo que no contenga esta perspectiva puede tener todas las desventajas de un relato “combativo” y ninguno de los beneficios del combate mismo. Claro, es un ejercicio retórico para debatir con la estructura argumentativa del ministro Guzmán y el nuevo relato del Gobierno porque no está en la naturaleza de la coalición oficial un enfrentamiento que vaya más allá del discurso. Deja en evidencia la distancia que existe entre las palabras y las cosas. 

Alguien que entendió esta dinámica esencial de todo conflicto desde el extremo opuesto fue Margaret Thatcher. A propósito del inicio de las operaciones bélicas en Malvinas y para terminar de convencer a sus ministros de la necesidad de la guerra, Thatcher citó a Federico el Grande: “La diplomacia sin armas es como la música sin instrumento”, aseveró el prusiano. La “Dama de Hierro” era consciente de que no se le podía exigir a la diplomacia más de lo que la diplomacia podía dar y que quien no se preparaba seriamente para la lucha corría el riesgo de terminar tocando la música del otro. 

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