Dos años de Fernández

Lula, la bendición para Alberto sobre el FMI y un espejo de Cristina para el 2023

El martes por la tarde, vía funcionarios técnicos de Itamaraty, el gobierno de Alberto Fernández se anotició que la cumbre del Mercosur, pautada en Brasilia para el 16 y 17 de diciembre, cambiaba de modalidad: con excusa del rebrote de COVID-19 por la aparición de la variante ómicron, la que se preparaba como la primera cumbre presencial post pandemia, migró al formato virtual.

En Casa Rosada y Cancillería el dato cayó mal, generó inquietud y se leyó como una represalia diplomática, “un vuelto” en la jerga política, de Jair Bolsonaro por el mega despliegue de Lula Da Silva en Buenos Aires, intensa gira express que arrancó este jueves: cenó con Alberto Fernández, este viernes se verá con el presidente y Cristina Fernández, será condecorado, hablará en Plaza de Mayo y el sábado se reunirá con la CGT y la CTA.

Lula, que encabeza la encuestas para las presidenciales del 2022, se mueve como el candidato que todavía no es: anduvo por Europa, estuvo con Emmanuel Macron y Pedro Sánchez, en una especie de reválida sobre su talla de líder premium. Ahora aportará a la postal de familia que los Fernández, en el momento más extraño e impreciso del vínculo del duo frentodista, montarán frente a Casa Rosada.

El tratamiento que el Gobierno armó para Lula, su presencia estelar en Buenos Aires a una semana de la cumbre del Mercosur, aportó un insumo a la decisión de Bolsonaro de “enfriar” el encuentro en Brasilia que, coincidían las fuentes, se produciría en el mejor momento de la relación política entre ambos países. Fernández calibró, el tiempo dirá si con criterio o no, que Lula en Plaza de Mayo paga más y mejor que Bolsonaro en Brasilia. En su ajedrez dual, Alberto arriesga una pieza externa para tratar de sacarle un beneficio en el mercado interno.

Daños

En el Gobierno minimizan el daño simbólico del paso de presencial a virtual de la cumbre del Mercosur, afirman que la relación bilateral está aceitada, que se superaron entreveros como el del arancel externo, y advierten que Bolsonaro no está, aquí y ahora, en condiciones de escalar su malestar más allá de ese gesto. Así y todo, ese temor no se evaporó y todos los actores que, antes y ahora, estuvieron en la trinchera orientada a reconstruir el vínculo con Brasil se lamentaron por la decisión de Brasil y, retroactivamente, por la centralidad que se preparó para Lula.

Hubo, de modo adicional, un movimiento para sacarle dramatismo y consistió en incorporar a la fiesta de la plaza a José “Pepe” Mujica, el expresidente uruguayo que entró al ritual criollo sobre la hora y a propuesta de Fernández. La foto regional, el eje Brasil-Uruguay-Argentina, es un recurso que podría invocarse para minimizar la ofensa a Bolsonaro. O, visto de otro lado, que no se vea sola para Bolsonaro: también alcance a Luis Lacalle Pou, blanco móvil de los comentarios mordaces del Gobierno.

Pero es un efecto colateral. La inclusión de Mujica, figura de mejor vínculo con Alberto que con Cristina, adorna la fiesta de la democracia y diversifica la oferta simbólica. Juntos, en una instantánea que remite a los tiempos de Néstor Kirchner, Mujica y Lula le otorgan a Fernández una especie de Normas ISO de la progresía regional a la negociación, antesala de un acuerdo, con el FMI que objetan sectores, periféricos pero ruidosos, del kirchnerismo.

El subtexto de Lula y Mujica remite, de modo inevitable, a Kirchner, a otro tiempo de la era K, ese que como reflejó elDiarioAR en el micromundo albertista llaman la “meseta de Kirchner”, esa temporada virtuosa de crecimiento económico que fue del 2003 al 2007. Lula, como Mujica, operan como salvaguardas de la pureza política del entendimiento que Fernández busca con el Fondo Monetario. ¿Por qué lo hace Lula? Hay una primera respuesta que califica en la dimensión humana de la política: es una devolución de gentileza porque Fernández, recién electo, lo fue a ver a la cárcel, en un gesto político impagable.

Como Alberto, Da Silva también juega en el tablero externo fichas del mercado interno: una buena sintonía con Fernández es una señal de sostenimiento del Mercosur, un guiño para el sistema de poder brasilero que resistió el aperturismo brutal y acelerado que propició el ministro de Economía Paulo Guedes. Daniel Scioli, relatan en el Gobierno, tuvo una persistente tarea de visitar empresarios y cámaras para contarles un speech de los perjuicios que les traería el plan Guedes.

Pero Lula es, a la vez, un espejo para Cristina. Hay una tendencia a procesar a la vice según los movimientos de Da Silva. Los antecedentes no siempre lo demuestran. Solía decirse, por caso, que Cristina no elegiría a un candidato que no fuera ella porque había aprendido la lección de Lula: primero con Dilma Rousseff, que ganó pero no pudo gobernar, y luego con Fernando Haddad, que no ganó. El argumento era parecido: el poder político no se delega -respecto a Dilma-, los votos no se transmiten -sobre Haddad-. Con Alberto, Cristina intentó ambas cosas aunque sea difícil determinar en qué proporciones.

Ahora, la tentación es proyectar que si Lula logra volver a ser presidente, luego de la cárcel, de la crisis de su partido el PT, de los fallidos ensayos de sucesión y de un tiempo en que electoralmente parecía perdidoso, que si Lula puede, si Lula vuelve, ¿por qué Cristina no?

PI