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Pablo Ibáñez

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Cuando Máximo Kirchner planteó escalar a la jefatura del PJ bonaerense, unos dicen que influido por Martín Insaurralde, otros por Fernando Espinoza, se topó con una rebeldía que todavía navega, en forma de expediente, en la Justicia y marcha a tener una intervención de la Corte Suprema. Así y todo, el sábado a las 11 de la mañana, en la histórica quinta de San Vicente donde vivieron Juan y Eva Perón, donde está el mausoleo del tres veces presidentes, jurará como jefe del partido.

Entre diciembre del 2020, oportunidad en que intentó un fallido desembarco express y este diciembre, la dimensión política del traje que se pondrá mutó notablemente. Pero una de las razones capitales de aquella aventura permanece intacta: Máximo, fundador de La Cámpora, aspirante a una butaca permanente en la mesa chica del Frente de Todos (FdT), busca en el peronismo un cambio de piel, su propia descamporización.

No es el primer ni el último dirigente que encuentra en su principal poder, su debilidad. La Cámpora, una de las únicas agrupaciones de despliegue nacional, con alto poder de fuego de gestión y de recursos -ANSeS, PAMI, YPF; Aerolíneas- y político -Interior, la jefatura del bloque, el madrinazgo de Cristina- es un corset para las pretensiones futuristas de quien ostenta un dato inusual: ser el hijo de dos presidentes de la Nación.

Fernando Gray, el intendente de Echeverría que desafió la coronación de Máximo y cuestionó el procedimiento que aceleró la convocatoria a elecciones 8 meses antes de que terminen los mandatos, cuestionó que La Cámpora se apropiaba del PJ. Parece ser al revés: el peronismo le sirve a Máximo para romper las fronteras de su agrupación.

Colonización

El otro elemento se alteró y mucho. El plan de colonización del PJ bonaerense, que Máximo encaró a fines del 2020 por un salvoconducto inicialmente trunco que le ofreció Insaurralde, requirió una intervención personal de Alberto Fernández que llamó a los dirigentes levantiscos para pedirle que desactiven la disidencia. A uno de ellos, Gustavo Menéndez, jefe del PJ hasta el sábado, le advirtió: “Yo voy al PJ nacional si Máximo va al PJ bonaerense”. Aquel planteo, con sobreactuado tono de ultimátum del presidente, hoy quizá no sería tal.

El PJ que Máximo craneó como la herramienta para administrar la continuidad en el poder, puede convertirse en la trinchera desde donde resistir un eventual despoder a partir del 2023

Esa duda surge de un proceso de las últimas semanas, cruzado por tensiones entre el presidente y el jefe de los Diputados, usina de chispazos que no se desactivó. El sueño húmedo del peronismo que rodea a Alberto es disociar a Máximo de Cristina. “Máximo no es Cristina. Cristina está allá arriba, puede haber diferencias pero es intocable. Máximo no”, balconea un dirigente. Los ruidos con Fernández surgen, casi todos, de la desconfianza mutua: el presidente no suele considerar las sugerencias del diputado que se queja de que su voz no es consideraba como cree que debería en la mesa chica del FdT.

Aquel win-win partidario con Alberto arriba y Máximo abajo partía de una lógica específica: el FdT era, entonces, un instrumento de teórica invulnerabilidad electoral, el mito del peronismo unido como garantía de victoria y toda esa biblioteca del deseo que se incendió el 12 de septiembre, la noche de la derrota en las PASO.

Con un FdT ganador y un PJ como pieza clave del dispositivo electoral en el territorio clave, la provincia, Máximo se apropiaba de un volante esencial. Pero el FdT perdió en septiembre, volvió a perder -aunque mejoró- en noviembre y registra un dato dramático para sus proyecciones: los cinco principales dirigentes del frente, entre ellos Máximo, rondan los 70 puntos de imagen negativa, dato que se admite en el corazón del oficialismo.

Teoría del derrame

Por eso, aquel PJ que Máximo craneó como la herramienta para administrar la continuidad en el poder, puede convertirse en la trinchera desde donde resistir un eventual despoder a partir del 2023. En algún punto, este peronismo es más útil que aquel para la supervivencia. Antes del sábado, Kirchner asistirá a un congreso virtual del partido, que fijará un calendario determinante para su proyección: en marzo pasado, por ser lista única, Máximo quedó proclamado como jefe del PJ al igual que 48 consejeros partidarios pero el 27 de marzo -según ratificará el Congreso por Zoom, del miércoles- se elegirán congresales y autoridades para los PJ locales de los 135 municipios bonaerenses. La teoría del derrame político: Máximo apostará a que dirigentes suyos, o aliados, ocupen el mayor número de jefaturas peronistas distritales. Ahí, a diferencia de lo que ocurrió con su boleta, se anticipan elecciones internas.

Entre tanto, Máximo aumentó su influencia en el gobierno de Axel Kicillof y la relación entre ambos es hierática. “Que me lo pida Cristina”, es el latiguillo que le han escuchado al gobernador cuando desde La Cámpora le elevaron algún planteo. A veces, la vice lo hace. Kicillof tiene a Insaurralde, socio de Máximo, como gobernador paralelo, una bomba de tiempo que insume buena parte de la energía del perdidoso FdT bonaerense. “Que nadie se crea que ganamos. Si esta elección es en el 2023, estamos fuera”, le pone realismo un funcionario.

PI

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