Piedad de nosotros
Nada mejor para Martín Guzmán que haber sido bendecido, una vez más, por el Papa Francisco en la gira por Europa. Igual que un año atrás, cuando el gobierno del Frente de Todos amanecía y las esperanzas estaban intactas, el ministro de Economía volvió a encontrar en el Vaticano consuelo para sus infortunios y plafón para sus objetivos. Guzmán tiene en la directora gerente del Fondo Monetario a su más fiel interlocutora y encuentra en Jorge Bergoglio a un aliado celestial que le dedica sus mejores oraciones. Su Santidad no sólo le ofreció en abril al profesor de Columbia el doble de tiempo que le dio ahora al Presidente -además de ponerle mejor cara- sino que lo rescató ahora del fuego amigo que lo estaba consumiendo en Buenos Aires. Más todavía, recibió a Kristalina Georgieva a las 19 horas del viernes para hacerle oir otra vez su plegaria por Argentina.
Por suerte o porque algún asesor se lo advirtió, Alberto Fernández decidió extender el minitour que había diseñado y quedarse un día más en el viejo continente para ser protagonista de los encuentros con Georgieva y el estadounidense John Kerry. También para ser testigo de las jornadas en que Guzmán se reencontró con Joseph Stiglitz, Jeffrey Sachs y, bastante más importante, con la secretaria del Tesoro de Joe Biden, Janet Yellen. La esposa del Premio Nobel George Akerlof, que había ignorado al ministro argentino a fines de marzo pasado, decidió acudir vía Zoom a la convocatoria del obispo Marcelo Sánchez Sorondo a pedido de Francisco. Tocada con agua bendita, la comitiva albertista volvió más que conforme de la gira y el Presidente recuperó oxígeno de cara a un año en el que la guillotina de los vencimientos de deuda condiciona al máximo los movimientos del FDT.
Según anuncian los diplomáticos de la deuda, la ronda de audiencias que mantuvo Fernández con los líderes europeos en busca de clemencia terminará bien porque el Club de París aceptará postergar los plazos y evitará que la Argentina quede aplastada una vez más por la fuerza de la palabra default. Casi como si fuera un milagro, se reconciliaron en las últimas horas el optimismo albertista con la fiesta en los mercados: después de un velorio prolongado, las acciones rebotaron y el riesgo país tocó su nivel más bajo de los últimos ocho meses. La celebración se debe a que, según se dice, el Club de París aceptará la postergación del cobro de 2400 millones de dólares que vencen a fin de mes.
Rara paradoja, la coalición pancristinista no puede culpar en ese caso a la administración Macri por el endeudamiento demencial que contrajo en tiempo récord. Fernández, Guzmán y los creyentes del peronismo viajaron de apuro para evitar la cesación de pagos por el mal acuerdo que firmó en 2014 el ministro de Economía Axel Kicillof, por estas horas uno de los detractores más incisivos del discípulo de Stiglitz. Hace 7 años, las palabras más duras sobre aquel compromiso que asumió el actual gobernador bonaerense no sólo partieron del más tarde fallido ministro de Macri Alfonso Prat Gay sino también de dirigentes que hoy son funcionarios de la alianza todista. “No sólo hemos pagado una deuda ilegal sino que hemos reconocido que no nos hacen ningún tipo de quita de capital y la tasa de interés que terminamos acordando es el doble de la que pagan otros con el mismo Club de París. El acuerdo es prácticamente impresentable. El cúmulo de errores cometidos lleva al gobierno a desempeñar el papel de pavo, pagando como estúpido lo que -si se investigara- no debería pagar”. La frase que Claudio Lozano, el hoy director del Banco Nación, aportó en aquel 2014 apuntaba a que, urgido en su intento de volver a los mercados, el ministro Kicillof había incrementado la deuda de 6.089 millones de dólares a U$S 9690 millones sin autorización del Congreso. Las condiciones no eran las mejores: el país se comprometía a pagar en un plazo de cinco años con una tasa de interés inicial del 3%, que podía escalar hasta el leonino 9% actual si el Estado argentino no cumplía con sus obligaciones en forma acelerada. De su origen pocos se acuerdan: la mitad del endeudamiento había sido contraída durante la última dictadura militar y otra parte por la efímera alianza UCR-Frepaso. Si algo iguala a los fogoneros de la polarización es el beneficio que los exime de cualquier autocrítica por los fracasos elocuentes de la gestión.
La euforia en el gobierno se debe al gesto de piedad que, se supone, se obtuvo por parte del Club de París, aunque el entendimiento viene atado al acuerdo con el Fondo que se espera para el corto plazo, en plena campaña electoral y con la inflación desbocada. Guzmán se enfrenta ahora no solo a la deuda que incrementó Kicillof sino a los resultados de sus propias decisiones. En 2020, el ministro decidió dejar al Fondo al margen de la negociación inicial con los bonistas y postergar el acuerdo con los soldados de Georgieva para este año, cuando entran a correr los vencimientos de la deuda de Macri. Pero esa decisión, que Guzmán pensaba como un gesto de autonomía con el FMI, redundó en una alianza con los burócratas de Washington, que hasta se convirtieron en autoridad técnico-moral para demarcar dónde estaba la línea de sostenibilidad de lo que Argentina podía o no pagarle a Wall Street.
Ese peligroso uso de un Fondo que se lavó la cara en apenas unos meses ahora pesa, aunque la economista búlgara que habla por momentos el lenguaje de Francisco se muestre emocionada cuando alude a los que menos tienen. Para el varias veces director argentino por el Cono Sur ante el Fondo, Héctor Torres, Guzmán está haciendo bien su trabajo pero se equivocó cuando empezó a discutir la reestructuración con los acreedores privados. “Se perdió tiempo y se perdieron reservas”, dice y acota que los bonos no pudieran salir del subsuelo de su cotización. Del board del organismo depende que se reduzcan las sobretasas que se le cobran a los países que exceden la cuota de préstamo que tienen permitido. Según Torres, se trata de una regla injusta por partida doble que el FMI mantiene debido a que Estados Unidos, Japón y sobre todo los países europeos -los mismos del Club- no quieren perder poder relativo: no autorizan a aumentar la cuota en línea con el aumento del PBI y después penalizan porque un país pide más de lo que corresponde.
Es probable que el tan promocionado diálogo constructivo -sumado a la peor pandemia de los últimos cien años- le conceda esa licencia al gobierno en el marco de una puja donde se discuten las comas. Bastante más difícil resulta que Argentina consiga que el Fondo haga efectivo un verdadero mea culpa por haberle prestado a Macri la cifra impagable de 44.000 millones de dólares y violado su propio reglamento. Sea como fuere, Guzmán parece tener más apoyo afuera que adentro. Recién aterrizado, el ministro deberá decidir cómo enfrentar los múltiples desafíos que tiene por delante. Primero, el de los socios de la coalición oficialista que lo esperan con los dientes afilados para profundizar la batalla interna. El pedido de los senadores de Cristina para que los Derechos Especiales de Giro se destinen a financiar la emergencia y no a pagarle al mismo Fondo que los emite. Segundo, el proyecto que Máximo Kirchner, Sergio Massa y el lavagnismo impulsan en Diputados para que 40 municipios paguen por el gas una boleta hasta 50% más baja y la tarifa social que hoy contempla a 800 mil personas abarque a 3 millones. Finalmente, el fuego de “los Fedes”, que reavivó el viernes último Federico Bernal en varias radios. Por último y más importante como eje ordenador de todo lo anterior: la voluntad de la vicepresidenta de avanzar a contramano del esquema que tiene Guzmán en la cabeza. Habrá que ver si, como dicen hoy muy cerca de CFK, el ministro tiene el boleto picado y en todo caso quién y cuándo surge como candidato para expresar el nuevo rumbo que se insinúa sin precisiones. También hasta dónde resiste Guzmán esa ofensiva múltiple de sus aparentes aliados.
Las elecciones se vienen encima y el regalo del cielo de la soja en niveles estratosféricos no alcanza para despejar la incertidumbre del segundo semestre. Con los subsidios pro-ricos vigentes y el dólar controlado, la inflación de abril (4,1%) cerró el cuatrimestre (17,6%) en un nivel incompatible con la meta hiperoptimista de Guzmán (29%) y acumula 46,3% en los últimos 12 meses. Vuela el rubro de los alimentos. 4,3% en abril y 20% en cuatro meses: de acuerdo a los datos del INDEC que publicó Ismael Bermúdez en Clarín, en el último año, las frutas subieron un 69,3, las carnes un 64,9% y el asado un 95,8%, pese a los acuerdos de precios. Además, en abril las prendas de vestir y el calzado marcaron el aumento más alto (6%) y acumularon 79,1% en los últimos 12 meses, lo cual lleva a los ministros de Fernández a culpar a empresarios amigos del gobierno que se imponen en el rubro.
Nada más distante que lo que sucede en el plano de los ingresos, donde voces del mercado insospechadas de populismo alertan sobre la pulverización del poder adquisitivo. Según la consultora de Orlando Ferreres, el salario real descendió como nunca en los últimos años, tocó fondo y ya está en los niveles de 2004. De acuerdo al informe del director del Centro de Estudios Económicos de Ferreres, Fausto Spotorno, en base a datos del INDEC y estimaciones propias, el salario real cayó en promedio 19,4% en los últimos tres años (6,3% en 2018 , 9,5% en 2019 y 3,6% en 2020) y volverá a perder en torno 1,5% en el año electoral. Así, la promesa de que los salarios le van a ganar la inflación se torna inalcanzable y no aflige en lo más mínimo al sector empresario, que sabe que el proceso de deterioro acelerado no tiene vuelta atrás en el corto plazo. “En nuestro escenario base, no anticipamos una recuperación del salario de los trabajadores ni en este año ni en 2022”, dice la consultora de Ferreres.
El cuadro conspira contra el crecimiento y explica en parte la última cifra de pobreza (45,3%) que surge de la Encuesta Permanente de Hogares del cuarto trimestre 2020. Proyectado a todo el país, a fines del año pasado había 20,5 millones de pobres, un millón y medio más que lo que indicaba la estimación previa del 42%. En ese contexto se da la ampliación de la Tarjeta Alimentar y el debate a cielo abierto que los movimientos sociales alineados con el gobierno inician sobre los hechos consumados. Con dificultad, el ministro Daniel Arroyo logra imponer su propio plástico pero recibe críticas de todos lados por una política que transfiere ingresos en busca de reducir la pobreza sin apostar a la creación de empleo: desde Juan Grabois, aliado de La Cámpora en la pelea para que se fortalezca la AUH y vuelva el IFE que administra la Anses, hasta el Movimiento Evita alineado con Fernández que habla de pan para hoy y hambre para mañana. Válida y necesaria, la discusión impugna el anuncio del gobierno del que forman parte y deja expuesto a un peronismo que no logra salir de la emergencia permanente. Se mezcla el debate por el rumbo económico con los posicionamientos internos camino a las elecciones. De fondo, late el temor de los viejos cristinistas que advierten sobre un gobierno que avanza con la licuación de ingresos vía inflación y dicen: hay algo peor que perder los comicios; perder la marca del kirchnerismo, tal y como se lo conoció.
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