Sturzenegger al poder: el intento definitivo de un cruzado del libre mercado

“¿Qué es Sturzenegger? ¿Otro fantasma, como Conan?”. Justo cuando arrancaba el tratamiento del proyecto de ley ómnibus en la Cámara de Diputados y, como hizo Myriam Bregman, opositores reclamaban a los gritos la presencia de Federico Sturzenegger en el Congreso, él ingresaba en la Casa Rosada para reunirse a solas con Javier Milei. Volvió a Buenos Aires el fin de semana pasado, después de unos días de vacaciones. “Hablamos de que muchas veces se dice que no se puede abrir una puerta hasta que un día la abrís”, contó el Presidente, divertido, sobre esa conversación. 

Lo más probable es que el próximo encuentro que tengan sea en la Quinta de Olivos. Después de más de un mes en el que ejerció como ministro sin cartera, el ideólogo del mega DNU de desregulación y de buena parte del proyecto de ley ómnibus asumirá en los próximos días una “unidad transitoria de desregulación de la economía” y tendrá oficina en la residencia, a metros del Presidente. 

No es la primera vez que el consejero estrella busca abrir la puerta de la que hablaron con Milei. Es el tercer intento, el definitivo, de una batalla que libra desde hace más de veinte años. Secretario de Política Económica en la presidencia de Fernando de la Rúa y presidente del Banco Central en la de Mauricio Macri, Sturzenegger, 57 años, es uno de los protagonistas de la historia económica de la Argentina, un recurso repetitivo de los gobiernos antiperonistas de este siglo. Es el hilo conductor entre la gestión naciente de Milei y dos fracasos liberales, que terminaron con un salto en el endeudamiento público y en la pobreza. Es un economista que combina como pocos reputación académica y vocación de poder. Es también un obsesivo que trabaja, sin jefe político estable, con la determinación de un cruzado para imponer sus ideas como receta para el desarrollo.     

3 de junio de 2001. Domingo. Sturzenegger, 35 años, virtual viceministro, trabaja desde muy temprano en el Ministerio de Economía. Ese día, en ese lugar, se hace una reunión con el consorcio de bancos encabezado por el Credit Suisse, del ex subsecretario del Tesoro de los Estados Unidos David Mulford, que acababa de adjudicarse la colocación de títulos de deuda argentina, el Megacanje, a cambio de comisiones por US$160 millones. La operación, un último intento de Domingo Cavallo por evitar el default, implica una postergación de pagos hasta 2005 por US$12.840 millones y un incremento de la deuda pública de US$55.000 millones. Seis meses después, De la Rúa abandona la Casa Rosada en helicóptero, en medio de la peor crisis de la democracia moderna, y el país cae en cesación de pagos. Sturzenegger se había anticipado: renunció el 20 de noviembre, por “motivos personales”. Un colaborador de aquellos años cuenta que atravesaba un divorcio complicado después de un matrimonio muy breve. Quizás ahí viene la idea, que expuso en entrevistas que dio en las últimas semanas, de que “el contrato más riesgoso es el matrimonio”. 

Sturzenegger es un recurso repetitivo de los gobiernos antiperonistas de este siglo. Es el hilo conductor entre la gestión naciente de Milei y dos fracasos liberales, que terminaron con un salto en el endeudamiento público y en la pobreza.

El Presidente y Sturzenegger hablan a diario, sin intermediarios. Se conocen desde 2016, cuando Miei, entonces economista mediático, rescataba en sus apariciones televisivas la tarea del presidente del Banco Central, como una excepción en un gobierno al que criticaba sin miramientos. Cruzaron mensajes por Whatsapp, se vieron cara a cara. Aunque hoy trabaja a tiempo completo para el Presidente, no lo trata como a un jefe político, cuentan en la Casa Rosada. Sturzenegger ve en Milei, como veía en Patricia Bullrich, una oportunidad para ejecutar su propio plan. 

Sturzenegger armó el proyecto bajo un esquema radial, en el que fue convocando a especialistas de cada área, incluidos algunos abogados de los estudios corporativos más grandes de la Argentina, como contó Alejandro Rebossio aquí. La existencia del plan, al que en sus orígenes el economista había bautizado “Manifiesto anti establishment”, llegó a los oídos de Milei durante la campaña. Los guiños entre dos se hicieron cada vez más frecuentes, a tal punto que después del triunfo de La Libertad Avanza (LLA) en las PASO Sturzenegger tuvo que salir a aclarar, vía Twitter, que el trabajo de desregulación de la economía en el que había trabajado desde 2022 no era parte del programa de gobierno de Milei sino del de Bullrich. “Nosotros recibiremos dicho trabajo con brazos abiertos”, metió presión Milei en sus redes sociales. El cambio de camiseta se produjo después de las elecciones generales, para sorpresa de los equipos técnicos de LLA, que coordinaba Eduardo Rodríguez Chirillo, actual secretario de Energía.

Una colección de muñecos de Star Wars

Junio de 2018. Quinta de Olivos. Con Macri como testigo, Sturzenegger y Caputo discuten acaloradamente sobre los efectos que tendría en el precio del dólar los US$50.000 millones que el FMI le había prestado a la Argentina. El presidente del Banco Central, defensor del tipo de cambio flotante, sostiene que ese desembolso es suficiente para restablecer la confianza perdida. Caputo insiste en que las reglas de no intervención acordadas con el organismo impedían sostener la estabilidad. “En dos o tres días te van a ir a buscar otra vez, Fede, saben que no tenés armas para contrarrestarlo”. La escena la cuenta Macri, en su libro Primer Tiempo, de marzo de 2021, y la cierra con un remate demoledor. “Fue lo que pasó. Dos días después el dólar saltó de 26 a 28 pesos y Federico, abollado y sin credibilidad, tuvo que renunciar. Le pedí a Caputo que asumiera en el BCRA.” Sturzenegger debió llevarse consigo las colección de muñecos de Star Wars que había desplegado detrás de su escritorio, como contó su amigo Jorge Fontevecchia, director del diario Perfil. 

Las tensiones entre Sturzenegger y Caputo permanecen hasta la actualidad. Al incorporarse al Gobierno, el autor de la reforma de desregulación se encargó de demarcar el territorio. “Fede se quedó con todo el plan estructural. El día a día de la política económica es responsabilidad de Toto”, cuenta un diputado de Pro.   

La relación entre Sturzenegger y Macri tampoco se recompuso. La guerra pública entre ellos empezó antes de la publicación de Primer Tiempo. El 5 de septiembre de 2019, justo después de que Alberto Fernández ganó las PASO, Sturzenegger publicó un paper en Brookings, un think tank con sede en Washington, en el que atribuyó la mayor parte del fracaso del programa económico del gobierno de Cambiemos al cambio de metas de inflación, anunciado el 28 de diciembre de 2017, la conferencia conocida como el 28D, de la que participó junto con el jefe de Gabinete, Marcos Peña; el ministro de Economía, Nicolás Dujovne, y Caputo, entonces ministro de Finanzas. 

 En ese paper, Sturzenegger responsabilizó de manera directa a Macri. “Para comunicar el cambio el Gobierno organizó una conferencia de prensa donde anunció que quería más inflación. El Presidente había decidido echar al titular del Banco Central si era necesario para seguir adelante”. Sturzenegger no solo participó de la conferencia, sino que aceptó, en contra de su propia receta, bajar las tasas de interés a inicios de 2018, por indicación del jefe de Gabinete, Maros Peña. “Con el diario del lunes él asume que debería haber renunciado antes”, cuenta uno de sus colaboradores de aquel momento.

La presencia de Sturzenegger en el Ministerio de Economía el domingo 3 de junio de 2001 fue clave para el procesamiento que le dictó el juez Sebastián Ramos, en 2013, por el delito de negociaciones incompatibles con la función pública. Sostuvo que el Megacanje se había armado como un traje a medida para beneficiar al consorcio de Mulford, un viejo conocido de Cavallo. La Cámara Federal lo sobreseyó definitivamente en 2016. Cavallo había quedado absuelto dos años antes, en un juicio oral en el que, sin valorar la conveniencia ni los efectos del Megacanje, se desestimó la existencia de irregularidades. Para la absolución de Sturzenegger fue clave la declaración de Daniel Marx, secretario de Finanzas durante 2001. Se atribuyó toda la responsabilidad de la operación y despegó al resto de los funcionarios de Cavallo. En su último intento por mantener viva la causa, el fiscal Federico Delgado denunció que había una trampa: Marx había sido absuelto años atrás por “cosa juzgada”, porque se había detectado que había sido juzgado en un expediente paralelo, cerrado en 2005. Eso le permitía declarar como testigo, sin temer por las consecuencias.     

Los colaboradores y dirigentes con los que compartió tareas en estos veinte años hablan de Sturzenegger con admiración. “Es ciento por ciento honesto. Tiene un diagnóstico de la Argentina muy Mancur Olson: cree que las sociedades a veces quedan capturadas por lobbies y trabadas ahí, y que hay circunstancias especiales que las pueden sacar”. “Es una máquina de trabajar, con una creatividad única”. “Es un talibán anticurro y antikiosco”. “Es un verdadero liberal progresista. Es un Harvard boy, no un Chicago boy. Es verde, pro aborto, de una centro izquierda nórdica moderna, aunque acá sea visto como de ultraderecha”. Algunos le señalan defectos. “Le falta inteligencia emocional, no es un gran lector de lo social”. “Tiene un perfil parecido al de Cavallo, pero con menos cintura política”. “Tiene una gran capacidad para autoengañarse y seguir adelante, aun en el error.” “Es un tipo empeñado en empujar un elefante dentro de una caja. Logra meterlo o el elefante se nos cae encima a todos”.

Dirigentes que lo conocen bien pero que siempre lo vieron desde una vereda opuesta también le reconocen méritos. “Es coherente en que no debe haber monopolios y que debe haber libre competencia”. “Es un cruzado, tiene un proyecto de país, con una gran determinación para hacer las cosas”. “Es muy inteligente”. Pero lo tildan de dogmático y soberbio. “No se da cuenta que en la Argentina no funciona la desregulación total, porque no hay instituciones de defensa de la competencia como las de Estados Unidos.” “El puente entre la realidad y el modelo que él imagina es una sangría bestial de los sectores medios y bajos”. 

La mano de Rodríguez Larreta

Llegó al gobierno de De la Rúa en marzo de 2001, con la asunción de Ricardo López Murphy como ministro de Economía. Dos semanas después, en medio de una crisis política por los anuncios de recortes de gastos, el ministro salió eyectado del cargo y Sturzenegger siguió trabajando con su reemplazante, Cavallo, que ya lo conocía. Entre 1995 y 1998, había sido economista jefe de la YPF privatizada, a cargo de José Estenssoro. Él lo convenció de volver al país, después de unos años de residencia de Estados Unidos. Recibido en la Universidad Nacional de La Plata, hincha de Gimnasia, se doctoró en el Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT). Desde hace años es el segundo economista argentino más citado en papers académicos, después de Eduardo Levy Yeyati, con quien escribió varios artículos en coautoría. En la actualidad da cursos en la Universidad de Harvard y en la Universidad de San Andrés, donde tiene oficina. Ahí grabó en septiembre el video en el que se lo ve imprimiendo el proyecto de reforma del Estado. Su llegada al macrismo, primero como presidente del Banco Ciudad y después como diputado nacional, se concretó por recomendación de alguien a quien Milei desprecia, Horacio Rodríguez Larreta.   

Las alarmas sobre el posible colapso del plan económico de Macri sonaban desde principios de 2017. En mayo de ese año, Pedro Biscay, integrante del directorio del Central en representación del kirchnerismo, publicó un artículo que después resultaría premonitorio. “Las sucesivas desregulaciones en materia de cambios, han eliminado instrumentos de política para contrarrestar los efectos severos que un shock externo podría generar en la economía”, dijo,  y agregó: “Si el azar dolarizador elimina la seducción que se intenta generar con las altas tasas de interés que pagan las Lebac, la sustitución por dólares podría ser inmediata y las consecuencias para la economía del país muy graves, tal como le manifesté al presidente del Banco en diversos informes presentados durante el año pasado y lo que va del corriente”. Menos de un año después, la estabilidad cambiaria voló por los aires, la economía entró en una crisis severa y el gobierno, con la intervención de Sturzenegger, recurrió al auxilio del FMI. 

Las tensiones entre Sturzenegger y Biscay fueron permanentes desde la hora cero. “¿Por qué no renunciás y listo?”, le dijo más de una vez el presidente del Central ante las objeciones constantes del director peronista a las propuestas que se trataban en las reuniones de directorio, recuerda un exfuncionario del banco. La relación no había sido siempre mala, pese a que el Gobierno expulsó al director rebelde en julio de 2017. Apenas asumió, en diciembre de 2015, Sturzenegger le dio a Biscay el manejo de la Comisión de Compras, una dependencia que controlaba todas las adquisiciones y contrataciones que hacía el banco. Biscay también acompañó las medidas de Sturzenegger que terminaron con el monopolio de Prisma, la empresa propiedad de 14 bancos que manejaba el 60% del negocio de las tarjetas de crédito.     

Sturzenegger esbozó la tesis que guía sus pasos por estos días en un artículo de noviembre de 2019, en el diario Perfil. Volvió a cuestionar a Macri por no haber hecho una reducción de gastos en los primeros dos años de gobierno, pero admitió que el ajuste agresivo de De la Rúa en el inicio de su mandato tampoco había terminado nada bien. “El problema parece ser estructural, algo relacionado con cómo se distribuye el poder en el sistema político –teorizó–. Una hipótesis, por ejemplo, afirma que desde que a principios de los años 70 se dieron a los sindicatos los recursos para administrar el sistema de salud, se convirtieron en un actor de poder fuerte, debilitando a los gobiernos y a las empresas por igual.” La culpa la tienen los sindicatos, una teoría exculpatoria de los funcionarios responsables de la política económica, él incluido. 

GS/MG