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La nueva normalidad del FdT

Tregua precaria: el segundo semestre de Alberto y el costo del silencio de Cristina

Alberto Fernández y Axel Kicillof

Pablo Ibáñez

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- Viste que yo no estoy hablando, ¿no?

Cristina Kirchner suelta, como al pasar, el comentario. En el último tiempo, la escucharon hacer esa referencia varias personas que pasaron por su despacho del Senado, una atmósfera con reglas propias donde quedan tecnológicamente desnudas. Al área Cristina se ingresa sin celular, un toc que se explica algo por cierta paranoia a las escuchas, un poco para que sus interlocutores no se distraigan y mucho para evitar la fuga de información.

Fan del hermetismo, que garantiza la sorpresa, la vice suelta la frase como una killer que recuerda su puntería y su poder de fuego. En lo que va del año, salvo el bache de su discurso en el CCK, donde tiró un misil que luego mandó a decir que no era para Alberto, Cristina no habló ni escribió cartas y puso, además, en mute a buena parte de su dispositivo de voceros. Máximo Kirchner, luego de un raid de marchas y actos con libreto picante, se replegó: estuvo unos días en el Sur y a su regreso mantuvo el perfil bajo, refugiado en el PJ bonaerense, mucho mano a mano y agenda territorial.

Nada sugiere que esa mansedumbre dure mucho. Máximo se siente cómodo como opositor interno mientras se encarga de construir una herramienta política para la competencia y/o la resistencia. El diputado no tiene agenda inmediata pero tendrá. “Te cobran hasta el silencio”, se queja un peronista con territorio y poder en el Gobierno.

Fernández milita la expectativa de continuidad en 2023, a recuperar la "autoestima", mientras Cristina y Máximo son usinas del diagnóstico, que multiplican las voces K, de que el escenario tiene un destino prefijado: la derrota electoral el año próximo

Así y todo, el silencio fue un insumo necesario en la precaria tregua que disfruta el Frente de Todos. No es poco luego de frases incendiarias, pero tampoco es suficiente. Sigue inactivo el teléfono rojo entre los Fernández aunque, por la voluntad de delegados de los búnkeres cristinista y albertista, y la admisión de la obviedad de que la furia interna es la mejor campaña para el regreso de JxC, existe cierto intento de una dinámica de funcionamiento.

Los anuncios económicos, el lunes pasado, en el salón blanco de Fernández y Martín Guzmán aportaron la postal de esa tregua: se lanzaron medidas que maridan con las demandas del kirchnerismo frente a un elenco que juntó a todas las tribus del FdT: de Wado De Pedro y Fernanda Raverta, a Axel Kicillof, Sergio Massa con Juan Manzur y Juan Zabaleta.

“División de tareas: cada no hace lo que tiene que hacer: Aunque haya algunos, de este lado y del otro, que operan porque están aburridos y mejor deberían ponerse a laburar”, dicen en Casa Rosada. “Alberto está enfocado en la gestión, enfocado sobre la economía y la inflación, darle ritmo a la gestión y recuperar la autoestima”. Esta palabra dice mucho: el miércoles, el presidente se apareció en José C. Paz, dio una clase en la UNPaz y compartió un acto con Mario Ishii. Allí dejó una frase que, leída en clave interna, tiene un solo destinatario: la vicepresidenta. “El que quiera hacerme creer que el 2023 está perdido, un carajo. Un carajo estamos perdidos”, dijo.

En esa línea está sintetizada la fragilidad de la calma oficial. Fernández sale a vender la expectativa de la continuidad política y electoral post 2023, reponer la idea de que eso es posible -es interesante el uso de la palabra “autoestima” en boca de una fuente cercanísima al presidente-, mientras Cristina y Máximo son las usinas del diagnóstico, que luego multiplican otras voces K, de que el escenario actual tiene un destino prefijado: la derrota electoral el año próximo.

La renuncia de Máximo Kirchner a la jefatura del bloque, con sus críticas al FMI, tuvo esa matriz: el despegue del gobierno, con un poema dramático en cada ronda privada o semi pública -por caso con consejeros del PJ bonaerenses- sobre el pronóstico de un mal final social y económico, antesala de una derrota electoral. Incluso con lecturas sobre una crisis anticipada, tal como contó el periodista Horacio Verbitsky en El Cohete a la Luna, donde un colaborador K pronosticó que “todo saltaría por el aire en un mes”. Esa figura, atribuida a la vice, de que el acuerdo con el FMI es un “pacto suicida”.

Hay una extrañeza en eso de pronosticar, un año y medio antes de la elección, que todo está perdido. Parece antinatural a la esencia misma del peronismo

La parrafada de Fernández en José C. Paz es, también, una respuesta a ese diagnóstico. Detrás de la incomunicación entre el presidente y la vice, y a pesar de los ensayos de nueva normalidad para funcionar, los diagnósticos de Alberto y Cristina son antagónicos.

La vice cree que está en marcha un ajuste, que la crisis es inevitable y, sobre eso, se montará la inevitable derrota electoral en 2023. El silencio de este último tiempo, sin corregir esa tesis, aporta otra cosa: la vice ordenó un repliegue porque entendió, según la cuentan en el Senado, que agregar tirria política en medio de un profundo malestar económico es un pésimo mensaje “para los que la están pasando mal”.

Hay una extrañeza en eso de pronosticar, un año y medio antes de la elección, que todo está perdido. Parece ir contra la esencia misma del peronismo. Cristina no es, ni mucho menos, una derrotista: su historia anuda fracasos previsibles, que no la inhibieron. Su propia candidatura del 2017 parecía condenada la misma noche que se inscribió. En el cristinismo se vindica aquello de dar batallas aunque, de antemano, luzcan condenadas a perderse. Es un reproche habitual sobre los modos de Alberto.

Hay, en el corto plazo dos expedientes que se someterán a eso: la ley para crear un fondo con dinero sacado ilegalmente al exterior para pagarle al FMI y, si es que llega a presentarse, el proyecto de “renta inesperada” que armó Martín Guzmán, en su nueva versión de ministro completo de Economía, como ironiza un filo K.

Las dos iniciativas son rechazadas por JxC y casi toda la oposición. La numerología que hacen cerca de Sergio Massa anticipa la dificultad -o imposibilidad- de que estén los números para su aprobación. Ante eso, se verá si el FdT avanza con los proyectos aunque pierda en el recinto.

Eso no pasó con el proyecto que reformó el Ministerio Público -promovido por Cristina- o con la reforma Judicial -enviado por el PEN- que fueron aprobados en el Senado pero durmieron, sin destino, en Diputados. Es un reproche que cae sobre el presidente, aunque eso ocurrió cuando Máximo era jefe de la bancada del FdT.

Segundo semestre

Obligado a creer, Fernández cree. Le acercan datos positivos de la economía, el crecimiento, la generación de empleos, inversiones y hasta metas sobrecumplicadas con el FMI, números que se rompen ante una inflación explosiva que, sobre todo, tarde o temprano romperá todo sino -de mínima- se ameseta. El presidente cree, como pronosticó Guzmán, que en abril la inflación estará más abajo que la de marzo y que un puñado de medidas, como el bono a jubilados, a trabajadores informales y a amas de casa, ayudará un poco a amortiguar el impacto de la suba de precios.

“La economía vuela, hay obra pública en todos lados, hay más laburo, pero el clima social de muy malo por la inflación”, explica un funcionario. En Olivos apuestan a que en la segunda mitad del año los principales indicadores se estabilicen para, sobre ese clima, arrancar el 2023 con una expectativa mejor en términos políticos y electorales. Optimistas, en el gobierno esperan el “segundo semestre” que nunca le llegó a Mauricio Macri. “No hay política de mejora de ingreso, si no se recupera la economía”, apuntan desde el gabinete. “Si la economía sigue hacia arriba será la Gran Guzmán”, dicen, queriendo creer, en el primer anillo de Fernández. No solo se muestra más expectantes con la recuperación que Cristina sino que, además, enumeran datos que -afirman- reflejan que no se aplica la receta clásica del FMI en cuando a ajuste.

Fernández lo repite ante gobernadores e intendentes. La semana pasada volvió a poner el foco en el conurbano y seguirá con esa brújula. Estuvo en José C. Paz y al día siguiente fue a Moreno donde se reunió con Mariel Fernández, intendenta local, Federico de Achaval de Pilar -que reporta a Martín Insaurralde-, Lucas Ghi de Morón, Fernando Moreira de San Martín y Alberto Descalzo de Ituzaingó quien había estado, quince días atrás, en un encuentro con el presidente junto a Juan José Mussi de Berazategui y Julio Pereyra, diputado nacional y jefe político de Florencio Varela. El que pasa cada 30 días por Olivos es Fernando Espinoza, intendente de La Matanza. Palabra más, palabra menos, Fernández a todos les dice lo mismo: que no les faltarán obras y fondos a los municipios, y que se esfuerce por mantener la unidad en sus territorios. Es un salvoconducto: sin ruptura abajo, es más difícil romper arriba. Esta semana el Presidente tendrá agenda en el conurbano sur.

La marca que vuelve

La jugada en el Senado para dividir los bloques, y de esa manera quedarse con la tercera minoría y un delegado en el Consejo de la Magistratura, sembró una especulación que se alimenta de movimientos que empiezan a tomar fuerza y se vinculan con la idea de instalar la posibilidad de Cristina como candidata a presidencia. Acá ya se contó y tiene que ver, sobre todo, con el malestar de la vice sobre lo que considera un movimiento prematuro de Alberto por autopostularse para reelegir el año próximo.

La Cámpora es Máximo, Unidad Ciudadana es Cristina. Aplica aquello de que todo lo que es Máximo es Cristina pero no todo lo que es Cristina es Máximo. La construcción de un clamor Cristina candidata usará el sello Unidad Ciudadana

La tarea silenciosa de Máximo, de juntar y ensayar vínculos y alianzas en la provincia, se mueven en ese sentido y hay una cuestión de nombres que no es menor. La Cámpora, como marca política, está demonizada. La elección de Unidad Ciudadana como nombre para el bloque, que integra una mayoría de senadores cristinistas, tiene como objetivo recuperar ese sello como identidad política.

Ninguna denominación es más Cristina pura que Unidad Ciudadana. La armó la vice desde el despoder, por fuera del peronismo institucional -que le quedó a Florencio Randazzo-, y con su sesgo de identidad, además de la territorialidad del conurbano. Se anuda con otro concepto: La Cámpora es Máximo, Unidad Ciudadana es Cristina. Aplica, entonces, aquello de que todo lo que es Máximo es Cristina pero no todo lo que es Cristina es Máximo. La construcción de un clamor Cristina 2023 usará la bandera Unidad Ciudadana. Aparecen, en algunos paredones, stencils de PK, “Peronismo Kirchnersta”, un sello que hace años anotó José Ottavis.

Así como esas pintadas, otras irrupciones parecen inorgánicas. Carlos Bianco, jefe de asesores de Axel Kicillof, habló en una nota con el portal Letra P de la posibilidad de que Cristina sea candidata a presidente. ¿Ofició de portavoz de Kicillof? En La Plata dicen que no, que fue a título personal El gobernador, luego de un ruido blanco con Cristina, recuperó vitalidad y trata de surfear la tempestad entre los Fernández: se mostró sonriente con el presidente y dejó de hablar de “ajuste”.

Kicillof reporta, sin dobleces a Crisitina, pero en los dichos de BIanco parece haber más una autodefensa que un ataque: el gobernador quiere dejar en claro que no se subió, ni se quiere subir, a la carrera por la presidencia en el 2023. Es, también, un contrafuego ante la avanzada de Insaurralde, que mantiene su alianza con Máximo Kirchner, para convertirse en candidato a gobernador en el 2023. O, de mínima, en uno de los candidatos a la gobernación del FdT o como se llame la alianza panperonista el año próximo.

Casi con el mismo método con que Kicillof reaccionó en medio de la tempestad, Martín Guzmán fue ratificado y ganó tiempo. En el gobierno interpretan que Alberto le otorgó una vida extra con la condición de que se se convierta en ministro total y que luego del acuerdo del FMI se enfoque en la cuestión doméstica.

A Guzmán, críptico y reservado, al que interpretarlo según el evangelio de Sergio Chodos, que lo conoce hace más de una década y emprendió la tarea de contar una protohistoria en la que Guzmán estaba, allá por el 2015, decidido a venir a trabajar en Argentina y explicar que, aunque él mismo no lo tenía asumido, el ahora ministro es “super peronista”. Chodos, invitado en el Método Rebord, enumera varias cláusulas sobre qué es ser peronista. Las menciona para explicar a Guzmán pero valen como regla general. Dos son particularmente actuales: una es que un peronista “no debe creer en la narrativa liberal”; la otra es que le “tiene que molestar perder”. Dos asuntos sobre los que el FDT hace rato trata de morderse la cola.

PI

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