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CRÓNICA

Buscan verduras en la basura del Mercado Central para llenar la olla en un comedor: “La gente se pelea por un tomate podrido”

Eduardo Leguizamón. Los volquetes del Mercado Central son una fuente de comida para muchas personas en medio del ajuste económico.

Facundo Lo Duca

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Le sucede todos los lunes. Alejandra Ramos, referente del comedor “Color Esperanza” de Villa Caraza, en Lanús, revive un recuerdo puntual de hace más de 20 años cada vez que entra al Mercado Central. La imagen es así: ella en 2003, una desempleada de 29 años con dos bolsas en la mano, hunde sus manos entre los volquetes con desechos del centro de abastecimiento de frutas y hortalizas más grandes del país para buscar, en medio de la madrugada, zapallos, tomates, cualquier verdura en buen estado que sirva para cocinarles a sus ocho hijos, que la esperan en casa. Veinte años después, la escena solo cambió un poco. Alejandra tiene 49 y ya no busca verduras para cocinarle a sus hijos, sino para los de otros. 

En enero el comedor que coordina en Villa Caraza dejó de recibir alimentos por parte del Ministerio de Capital Humano. Desde entonces, ella y otros compañeros del Movimiento de Trabajadores Excluidos (MTE) y la Unión de Trabajadores de la Economía Popular (UTEP) que integran el espacio comunitario, recorren todos los lunes a primera hora los diferentes contenedores del predio en busca de las verduras más potables. Tomates con manchas de hongos, a medio pudrirse, pero que sirven para una salsa. Lechugas rugosas, amarronadas, que podrían reutilizarse en un salpicón de ave. Pedazos de morrón o zapallo. Los troncos de una acelga. Naranjas, mandarinas, bananas. Todo sirve a la hora de llenar la olla. Pero a veces, contarán ellos mismos, ni siquiera eso les alcanza. 

“La mejor olla popular que hicimos fue para el 1° de Mayo. Zapallo, choclo, puré de tomate para la salsa, todo en buen estado”, dice ahora, un viernes de julio a las 5.45 de la madrugada, Alejandra Ramos. Lleva puestos unos guantes grises muy gruesos con una campera del mismo espesor. El frío es cortante: menos un grado. El lunes pasado Alejandra se enfermó y no pudo acercarse hasta el Central. Pero hoy, viernes, preparan viandas nocturnas para repartir a las familias que se acerquen a su comedor. Dos compañeros la acompañan en su recorrida por los volquetes. Los tres llevan dos bolsas, pero apenas llenarán una cada uno. “Cada vez tiran menos comida. No quieren desperdiciar ni una papa en este contexto”, cuenta Alejandra.

El Mercado Central ─un barrio entero en la localidad bonaerense de Tapiales con calles internas, estaciones de servicio y locales propios por donde circulan 700 camiones de transporte al día, que cargan y trasladan a través del Conurbano y Capital Federal un total de 106 mil toneladas de frutas y verduras al mes─ empieza a moverse a esta hora. Los más de 900 puestos que hay en todo el predio recién subieron sus persianas y preparan los cajones de mercadería para despachar. Un trabajador del puesto 28, administrado por la empresa Agrohortalizas S.R.L, una de las 100 compañías que operan directamente en el Central, cuenta que desde hace unos meses empezaron a verse más robos en los puestos. “Te manotean el cajón de verdura entero”, explica el trabajador, quien prefiere no dar su nombre. “Uno entiende que lacosa está mal, pero que entren para robarnos es una falta de respeto. No se debería permitir el ingreso a nadie que no trabajé para una empresa del Mercado”, asegura el trabajador. 

El contraste es visible. De un lado, las principales empresas productoras y  distribuidoras de alimentos del país. Del otro, agazapados dentro de los volquetes, revolviendo entre la basura de las compañías, los recicladores de lo desperdiciado. Ningún trabajador que no sea del Mercado, pide el trabajador: una muralla a la ciudad del alimento en medio de la emergencia del hambre.

Damián Díaz, de 35 años, estudia bien el contenedor antes de saltar. Hace unos meses, una madera con clavos escondida entre un colchón de hojas de acelga le lastimó toda la planta del pie. Usa unas zapatillas de lona que lucen húmedas por el frío y viste una campera azul de la UTEP con el nombre del comedor, “Color Esperanza”, estampado en la espalda. Con un palo mide la profundidad del volquete. “Lo de abajo siempre se conserva mejor que lo de arriba”, dice, ya dentro. 

Las sandías. Damián no puede olvidar las sandías que se tiraban antes. Las juntaba de chico cuando venía con su papá. “Una cosa así de grande”, dice y hace el gesto como si sostuviera una garrafa en el aire. Es reciclador urbano y eso, cuenta, le “entrenó la vista” para saber qué está bueno o no. “A veces la gente se pelea por un tomate que está podrido, pero no lo saben”, dice. “Es feo pelarse por comida, pero la cosa anda mal”, agrega el reciclador urbano. Cuando sale, su bolsa apenas tiene unos tomatitos cherrys y algunas manzanas. “Está flojo este”, dice.

Hace seis años que Eduardo Leguizamón, de 41 años, viene a buscar comida al Mercado. En ese entonces, cuenta, no venían tantas personas como hoy. “Uno llenaba más la bolsa porque estaban rebalsados los volquetes”, dice. Vive en Villa Fiorito y también colabora en el comedor de Alejandra. “De chico yo también iba a un comedor. Sé lo que es pasarla mal. Me gusta poder ayudar a otros ahora”, dice Eduardo, también reciclador urbano. La ventaja del frío, señala, es que la verdura se conserva mejor. “En verano el olor te tumba”, dice. En apenas diez minutos, Eduardo encuentra una mandioca, “una joya” para los contenedores de hoy. “Se limpia, se corta y a la olla”, dice. 

En 2021 la entonces gestión del Mercado Central impulsó el Programa de Reducción de Pérdidas y Valorización de Residuos, que consistía en la recolección de los alimentos desperdiciados por parte del mismo organismo para luego donarlas a entidades sociales, como comedores populares. Desde el inicio del programa hasta diciembre de 2023, apuntan desde el Mercado, se recuperaron más de 3.857 toneladas de alimentos, lo que equivale a unos 5.405 kilos de comida por día. 

Alejandra asegura que nunca se enteró de ese programa, ni tampoco sabe si sigue vigente. “Nosotros tenemos que llenar una olla que fue vaciada por el Gobierno”, dice. Ella ya no salta a los volquetes como en otros años. Se apoya en el borde y señala a sus compañeros cuando encuentra algo. Pero hay una escena que antes no veía y hoy le preocupa: la llegada de “ancianos” buscando entre los volquetes, como ellos. “Me parte al medio eso. Hay una parejita que viene siempre”, relata Alejandra. 

Mariano Serrano, 40 años y panadero de profesión, vive en la localidad de Transradio, a unos 60 kilómetros. Llegó en auto para buscar morrón en los contenedores, verdura que usa para preparar distintas comidas que vende en la panadería. “No tengo necesidad, pero estoy harto de que me roben con los precios. Así que me vengo acá y algo siempre pesco”, cuenta Mariano, que ahora tiene una calabaza en la mano. La olfatea y la manosea un poco. Después la tira. “Hoy está floja la cosa”, dice. 

Son las siete de la mañana, el cielo abierto del predio empieza a clarear. Los camiones salen y entran uno atrás del otro. Tras revisar cuatro contenedores, los recicladores comparan sus bolsas: no fue una buena jornada. Las frutas y verduras apenas llegan hasta la mitad. “Se están cuidando mucho los comercios a la hora de tirar”, comenta Eduardo. Alejandra, en cambio, piensa otra cosa. “Los están vendiendo por otro lado, quizás”. De cualquier manera, esta noche, en el comedor de Villa Caraza la olla ayudará a las familias que lo necesitan. Hasta que el lunes vuelvan a saltar entre los colchones de desperdicios.

FLD/DTC

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