“Si no lo hacemos nosotros, ¿quién lo hará?”: un año en la primera línea de la lucha contra el COVID-19
Rio de Janeiro, Brasil
Marcio Maranhão, 50 años
Cirujano, hospital de campaña Parque dos Atletas
No había tenido una experiencia como esta en los 26 años que he sido médico. Comencé a trabajar en la pandemia en el mes de marzo y al principio nos invadió la perplejidad. Tuvimos 45 días de aviso desde una Europa que veía como colapsaban sus sistemas sanitarios. Aún así, la velocidad y gravedad de todo lo que sucedió fue impactante. Veías a un paciente un día, lo enviabas de vuelta a casa y al día siguiente regresaba muy grave y moría. No entendíamos qué era lo que producía una evolución tan catastrófica de la enfermedad.
Sentías el peso sobre tus hombros. ¿Cómo puedes asumir la responsabilidad de tratar a un paciente cuando no sabes cómo hacerlo? No tratábamos solo a gente mayor, también perdimos pacientes jóvenes. Veinteañeros con hijos, con toda la vida por delante, pacientes sin otras patologías para cuya gravedad no encontrábamos una explicación. Ese miedo inicial a lo desconocido terminó convirtiéndose en parte de la vida diaria. El riesgo de pasarle la enfermedad a mis padres o a mi familia es lo que más me ha preocupado.
En julio, murió mi suegra, de 79 años. Tenía miedo de morir sola así que improvisamos una unidad de cuidados intensivos en su casa, con el oxígeno y todo lo necesario. Murió rodeada de sus mascotas, con su gato y su perro en la cama junto a ella.
Poco después yo mismo enfermé. Al final acabas descuidando algo tu propia seguridad porque ponerse constantemente el equipo de protección es agotador. Me pasé 10 días aislado en un hotel para proteger a mi familia. Estuve grave. Tuve mucha fiebre, perdí seis kilos. Fui dos veces a urgencias y cuando me hicieron una tomografía vimos que tenía dañado el 25% de los pulmones. Me costó 45 días recuperarme. Es una enfermedad que te deja tumbado… hemos perdido a demasiados colegas.
Elivanda Canuto, 41 años
Trabajadora comunitaria de la sanidad
Vivo con mi marido y mis dos hijos en el Complexo da Maré, una de las mayores favelas de Río, con unos 140.000 habitantes. Es mayor que la mayoría de las ciudades del país. Es un lugar pobre y abandonado donde solo la unidad podía protegernos del COVID-19.
La ONG en la que trabajo, Redes da Maré, lanzó una campaña llamada “Maré dice no al coronavirus”, que advertía a la favela sobre los peligros. Hablamos con todo el mundo, repartimos comida, mascarillas y desinfectante de manos. Incluso quienes habían perdido familiares no se protegían correctamente. Por culpa de las dificultades económicas que atraviesan las familias, hemos visto a gente pasar hambre y con problemas de salud mental.
He visto demasiada pobreza en estos últimos nueve meses de pandemia. En una casa me encontré con seis niños con ambos padres sin trabajo. En mi calle la gente intercambia comida. Eso pasaba más a menudo cuando era una niña. Es una realidad que el gobierno parece no ver.
Perdí a un primo muy cercano y a un tío al que quería mucho. Tuve que participar en la batalla contra el coronavirus y me comprometí aún más después de sus muertes. La pandemia me ha hecho una persona diferente.
Tarcísio Motta, 45 años
Concejal
Río ha tenido tasas de mortalidad muy altas. Han muerto más de 12.000 personas. Pero nunca hemos tenido una cuarentena adecuada - y la respuesta del Ayuntamiento ha sido un caos. Las autoridades no han desarrollado ninguna política que proporcionara ingresos de apoyo para ayudar a los ciudadanos a mantener el aislamiento. Nunca se han hecho pruebas que nos ayudaran a entender por dónde circulaba el virus ni se aprobaron medidas que estimularan la creación de puestos de trabajo. Tenemos un alcalde que no se comunica de manera adecuada con la población. Nuestro servicio de salud pública fue lo que permitió reducir el número de muertes.
Hicimos algo que debería haber hecho el Ayuntamiento. Durante la primera fase de la pandemia publicamos boletines diarios sobre el COVID-19 para guiar y alertar a la gente sobre lo que sucedía. Utilizamos datos públicos para rastrear el número de casos activos y muertes vinculadas a las escuelas, para que los barrios pudieran entender lo que estaba pasando. Utilizamos las redes sociales para que la gente comprendiera la pandemia mejor pandemia. Ofrecer a la gente conocimientos e información fue crucial a la hora de que se cumplieran las medidas de aislamiento social.
Santo Vanzillotta, 64 años
Kiosquero y superviviente de la COVID-19
Tengo un kiosco de prensa en Copacabana y no dejé de trabajar cuando llegó la pandemia. Si hubiera parado, habría tenido que arriesgarse alguna de mis hermanas. Pensé que era mejor que lo hiciera yo, pero entonces me pilló la COVID-19.
Fue muy desagradable. Pensé que no sobreviviría. Ni siquiera me gusta pensar en la cantidad de gente que vi morir antes que yo. Fui el primer paciente que entró en el hospital de campaña de Leblon [en el sur de Río]... Gracias a Dios, después de 18 días entubado me dieron el alta y me recuperé, pero varios amigos del barrio no tuvieron tanta suerte.
Cuando me dieron de alta, en una silla de ruedas, el equipo médico se puso en fila y me aplaudió. Mis hermanas me estaban esperando en la puerta del hospital. Les pregunté cuánto tiempo había estado dentro. Habían pasado 50 días. No tenía ni idea.
Milán, Italia
Giuseppe Sala, 62 años
Alcalde de Milán
Cometí errores. Al principio de la pandemia, y un poco todavía ahora, la comunidad científica estaba muy dividida. En Milán, había dos expertos que en febrero dieron opiniones diferentes –uno dijo que el coronavirus era solo un poco peor que la gripe y el otro dijo que era realmente grave–. Una cosa que he aprendido es que, ante lo inesperado, lo inusual, está bien tratar de interpretar las cosas desde el sentido común, pero también hay que recurrir al gobierno para recibir instrucciones formales. Al mismo tiempo, la pandemia también me ha recordado los valores y la generosidad de mi ciudad: muchos jóvenes se ofrecieron como voluntarios para ayudar a los ancianos en sus casas. También establecimos un fondo de emergencia y en tres semanas recaudamos 14 millones de euros.
Morena Colombi, 59 años
Superviviente del COVID-19
Aprendí que la vida es algo muy importante y que hay que intentar vivirla mejor sin necesidad de las cosas superficiales, que al final no importan. Por ejemplo, incluso tener una pequeña ventana desde la que se puede mirar al exterior ya es mucho. Pase por una infección leve de COVID-19. Los problemas empezaron después: durante meses he tenido cansancio y dolores. Algunos días parece que me siento mejor, solo para volver a sentir que el reloj ha retrocedido dos meses. Pero sigo sintiéndome afortunada: aunque no viva la vida que vivía antes, hay algunas personas cuya convalecencia por la COVID-19 es más larga y tienen problemas mucho más serios.
Pietro Orlando, 31 años
Empleado de una residencia
La pandemia me ha hecho pensar en la importancia de la vida. Este virus está matando más que una guerra. Se ha llevado las pequeñas cosas, como estar juntos y ser cariñosos. Eso es muy importante para las personas mayores, pero ahora mismo no pueden ver a sus familias. Por eso se vuelven hacia nosotros para que les demos consuelo, pero ni siquiera podemos cogerles la mano. También me ha reafirmado en lo mucho que quiero seguir con este trabajo. Trabajar con personas mayores me hace sentir alegre: los veo a todos como abuelos. También es muy satisfactorio cuando alguien se recupera de la COVID-19, o las pruebas dan negativo, y te das cuenta de que tomaste todas las precauciones necesarias. Ha confirmado de nuevo mi amor por este trabajo.
Mietta Venzi, 62 años
Médica de cabecera con especialidad en enfermedades respiratorias
En este trabajo siempre afrontá sufrimiento, enfermedad y muerte, pero la gran diferencia cuando llegó la pandemia fue que, después de 30 años de experiencia, por primera vez tuve miedo. Tenía miedo infectarme haciendo mi trabajo y tenía miedo de morir. Teníamos todo el equipo de protección necesario, pero hubo colegas que se contagiaron y yo perdí algunos seres queridos. Milán se ha visto muy afectada por la segunda ola. Ahora tengo menos miedo por lo que me pueda pasar a mí, pero al mismo tiempo he perdido más pacientes. Apenas hay tiempo para absorberlo ya que el deterioro y la agresividad de esta enfermedad llegan a toda velocidad. Ahora sé que no hay certezas. La experiencia me ha hecho pensar más en mi propia mortalidad.
Kobe, Japón
Hisato Kosai, 33 años
Médico del Hospital de la Cruz Roja japonesa en Kobe
En Japón ya estamos en plena tercera ola y el futuro es incierto. En este momento es difícil ser optimista y decir que pronto el virus estará bajo control. También es cierto que ya hay vacuna y que sabemos mucho más sobre los tratamientos para los enfermos.
Llevo desde abril trabajando directamente con los pacientes de la sala COVID-19. Es difícil saber si tenemos apoyo público o no. Aprecio el dinero extra que recibimos del gobierno, pero al mismo tiempo a veces nos dicen que no acudamos a ciertas actividades porque somos personal sanitario. Cuando cerró la escuela que hay enfrente del hospital por la pandemia, los alumnos colgaron una pancarta en la ventana dándonos las gracias por el trabajo y pidiéndonos que siguiéramos adelante. Es reconfortante saber que hay gente que nos apoya.
Es difícil predecir qué va a pasar, pero me preocupa la brecha entre los profesionales de la salud y las personas que no saben nada del virus, incluyendo los jóvenes que creen que es mejor que todos nos contagiemos de COVID-19 para buscar inmunidad de grupo. Lo que hacen es extender el virus. Si no cerramos esa brecha, la situación podría llegar a ser mucho peor.
Fusaho Izumi, 56 años
Alcalde de Akashi
Mi deber como alcalde es proteger la vida y subsistencia de los habitantes de Akashi. Dimos apoyo económico de emergencia a los negocios y no tuvieron que pagar el alquiler durante dos meses. También hemos dado ayudas a los estudiantes para que no tengan que abandonar la universidad. Hay una lista larga de gente que tuvo que depender del gobierno municipal de Akashi para recibir apoyo durante la pandemia. Al principio, se hablaba de cómo vencer a la COVID-19 y de la vida después de la pandemia, pero es mejor que aceptemos que por ahora tendremos que seguir viviendo con el virus. Es importante que creemos un ambiente de tolerancia e inclusivo. Que si te infectas sepas que no pasa nada, que tendrás el apoyo que necesitas. Lo mismo ocurre con las empresas en las que ha habido brotes. Incluso si se toman todas las medidas necesarias para prevenir la COVID-19, puede contagiarte. No hay que culpar sino apoyar.
Setsuko Onishi, 43 años
Jefa de enfermería, Hospital de la Cruz Roja japonesa en Kobe
Lo más difícil de mi trabajo es lidiar con la disrupción que ha perturbado la vida de los pacientes. He estado angustiada desde el principio, preguntándome constantemente si lo estaba haciendo bien para prevenir y evitar contagios. Algunos pacientes internos antes del brote de la COVID-19 vieron cómo se limitaban sus visitas y no pudieron salir al exterior durante meses. Sus vidas cambiaron drásticamente. Es muy difícil ejercer la enfermería en esas circunstancias. Como en otros hospitales, en los primeros días, los pacientes de COVID-19 estaban en el mismo edificio que el resto, y no teníamos equipo de protección personal. Con apoyo pudimos superarlo. Un paciente que se recuperó de COVID-19 nos envió una carta. Nos preocupaba que tuvieran recuerdos sobre lo asustados que estuvieron, de nuestra imagen embutidos en equipos de protección que sólo permitían que se nos vieran los ojos. Pero, en vez de eso, nos dio las gracias por pelear junto a ellos. Fue muy poderoso. Cuando leímos la carta, todos lloramos.
Ryota Fujiwara, 33 años
Jefa de cuidados, Akashi
Hemos tenido mucho cuidado en mantener la residencia libre de COVID-19 porque nuestros residentes son personas mayores y vulnerables. En el trabajo hacemos lo obvio: lavarnos las manos y desinfectar las instalaciones todos los días. Cuando no estamos trabajando, tratamos de salir lo menos posible. La idea de viajar gracias a las ayudas que ofrece el gobierno debido a la pandemia suena bien pero no es el momento de hacer turismo. Creo que la gente tiene la impresión de que nuestro trabajo no es muy alegre, pero también hay momentos divertidos, de risa. Lo peor ha sido la limitación de las visitas familiares, pero hacemos todo lo posible para ayudar a los residentes a mantener una rutina y una calidad de vida adecuadas, aunque sea muy difícil. En algunos casos, sus familias quieren cuidarlos en casa, pero no pueden así que tratamos de convertirnos en una familia de sustitución para quienes viven aquí. Tal vez “familia” es una palabra demasiado cargada... solo esperamos que recuerden haber tenido momentos felices con nosotros en los últimos años de sus vidas.
Lagos, Nigeria
Maryjane Anyanwu, 23 años
Enfermera, Hospital Universitario de Lagos
Me contagié de COVID-19 trabajando en el hospital. Estaba trabajando cuando empezó todo. Al principio pensé que era una gripe normal y que pasaría, luego un colega dijo que había tenido contacto con una persona contagiada y tuve que hacerme la prueba. Di positivo y me quedé en un centro de aislamiento del hospital. Me ingresaron a principios de mayo. Allí me encontré con caras conocidas: médicos, enfermeras, colegas. Pensé que no podía ser tan malo porque no estaba rodeada de extraños, pero me destrozó emocionalmente.
Fue horrible. No podías salir ni ver a nadie. Fue una experiencia extraña, traumática, que nunca había tenido antes. Me sentí muy aislada.
Lo que pudo conmigo era que perdíamos pacientes. Una mujer murió frente a mí después de que me ingresaran. Tenía unos 30 años. No llegué a saber mucho sobre ella. Cuando la ingresaron no estaba consciente. Cuando recuperó la conciencia hablaba sin sentido y decía: “Me voy a morir, llama a mi marido. Me voy a morir”. La tranquilizamos: “Señora, se va a poner bien”, pero murió. Eso me asustó mucho.
Estuve 11 días allí. Me recuperé bastante rápido, más rápido que algunas de las personas ingresadas y ahora me siento igual que antes. Creo que me he recuperado completamente. Cuando estoy con gente que duda de la existencia del virus, tengo que decirles que yo soy una de los supervivientes, que el virus es real. Me hizo fuerte, he tenido que ser fuerte para decirles que sobreviví.
Juliet Anyanwu, 32 años
Enfermera que ha tratado pacientes con COVID-19
Estuvimos unos seis meses alojadas en un hotel. Fue muy duro. No podíamos ver a nuestros familiares ni amigos. Fue bastante aburrido pero el trabajo era tan intenso y estresante que no teníamos tiempo ni para pensar en divertirnos o en hacer otras cosas. Los días eran muy complicados. A veces empezaba a trabajar a las ocho de la mañana y terminaba alrededor de medianoche. Luego dormía unas horas, me aseaba y volvía a trabajar.
Mi familia no quería que trabajara en esto porque tenía miedo de que me contagie, pero cuando los casos aumentaron en Europa y América, tuve claro que cuando llegara el turno de Nigeria quería ser parte de quienes se enfrentaran al virus. Tuve mucho miedo, pero también valor. Pensé, si yo no lo hago, si no lo hacemos nosotros, ¿quién lo hará?
Hubo varios momentos difíciles durante el tiempo que nos dedicamos al virus. El más difícil fue cuando atendimos a un hombre con los síntomas típicos de la COVID-19. Lo tratamos con oxígeno. Llegó tarde, sus pulmones ya estaban muy afectados. Un día empecé mi turno y noté que no hacía ningún esfuerzo respiratorio. Se había ido. Fue muy duro para mí porque no lo vi venir, pensé que lo lograría.
Antes de ponernos a trabajar, se suponía que debíamos ponernos los equipos de protección. Si hace calor, te empapas de sudor. El traje dificulta la conexión con el paciente, un elemento clave de la enfermería. No puede ver nuestra cara. Ni siquiera se entiende con claridad lo que decimos. Así que incluso cuando le dices tu nombre al paciente, no pueden reconocerte. No pueden ver tu piel. Puedes ser clara, oscura, delgada, grande. En realidad, es cuando se recuperan y te ven fuera de la sala de aislamiento cuando pueden verte y entonces conectan: “Así que eres tú, enfermera Anyanwu, ¡muchas gracias!”.
Adewale Ogundare, 36 años
Jefe de sección enfermedades respiratorias, Hospital Universitario de Lagos
Cuando la Organización Mundial de la Salud declaró que nos encontrábamos ante una pandemia, comenzamos a prepararnos. No sabíamos lo que iba a suceder, sobre todo porque veíamos las imágenes que llegaban de Europa, de Italia, de países más desarrollados que nosotros. Ya que es habitual que tengamos pocas plazas en cuidados intensivos, nos preocupaba mucho lo que pudiera pasar aquí.
Temí lo peor para Nigeria. Pero por una serie de motivos, algunos que aún no alcanzamos a comprender del todo, aquí no tuvo el mismo impacto. Leí hace poco en un artículo que algunos africanos tienen “anticuerpos de reacción cruzada” al Sars-CoV-2. Decía que es probable que estemos expuestos a los coronavirus, que nuestros cuerpos podrían haber producido anticuerpos en el pasado que nos han protegido ante este virus.
Recuerdo un caso mucho más que el resto. Un hombre de unos 40 años sin problemas médicos previos. Llegó con tos y fiebre. Estaba sin aliento, pero no pudimos encontrar ningún motivo que explicara un riesgo tan alto, aunque trabajaba en un puerto por donde la gente entra y sale del país. Es una de esas personas que parecen jóvenes y saludables y que en cambio enferma gravemente. No sobrevivió. También vimos a muchos jóvenes que se contagiaron, pero la mayoría no tenían síntomas.
Debido a que el brote aquí no puede compararse con otros lugares como Europa o América, la gente empieza a bajar la guardia. Hace unos meses, la gente no salía sin mascarilla y desinfectante, y eso ya no se ve tanto ahora. Pero sabemos que todavía hay casos. El riesgo sigue existiendo, los contagios continúan y la gente sigue muriendo.
Traducido por Alberto Arce
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