Un dato clave y desconocido sobre la protección de las vacunas contra el coronavirus
Las vacunas contra la COVID-19 en las fases más avanzadas de investigación se acercan a su recta final antes de la comercialización. Entre las diferentes empresas farmacéuticas con las que la Unión Europea (UE) ha formalizado contratos de compra de estos productos destacan Moderna, Astrazeneca/Universidad de Oxford y Pfizer/BioNTech. Todas ellas han anunciado resultados preliminares de sus ensayos en fase III sobre la eficacia de sus vacunas en notas de prensa con escasos detalles, sin que se haya producido todavía su publicación en revistas científicas.
La UE había anunciado que, si todo va bien, autorizaría la vacuna de Pfizer el 29 de diciembre y la de Moderna el 12 de enero. Tras la aprobación en Reino Unido se han acelerado los tiempos, y podría ocurrir en la segunda mitad de diciembre, según indicó la presidenta de la Comisión Europea (CE), Ursula von der Leyen. Aún se desconoce qué ocurrirá con la de AstraZeneca en Europa, pues múltiples dudas en torno a su eficacia han llevado a la farmacéutica a realizar un ensayo adicional para aclarar el efecto de media dosis inicial (una dosificación que surgió a partir de un error). En Reino Unido, las autoridades sanitarias ya han autorizado la vacuna de Pfizer para su uso.
Todos los comunicados de las farmacéuticas sobre sus vacunas resaltaban un dato sobre los demás: la eficacia. Moderna declara una eficacia del 94,1 %, Pfizer del 95 % y Astrazeneca del 70 % (90 % en un subgrupo con media dosis inicial). Pero ¿a qué se refieren exactamente con eficacia? Estas cifras se obtienen al comparar los participantes con síntomas de COVID-19 del grupo placebo con respecto a aquellos en el grupo que recibió la vacuna contra dicha enfermedad. Es decir, la eficacia resultante se refiere a la protección, con respecto al placebo, frente a síntomas de la COVID-19 (la enfermedad), no frente a la infección.
En los ensayos en fase III de Pfizer y Moderna no se han realizado pruebas PCRs periódicas a los voluntarios, por lo que no existe detección activa de casos asintomáticos. Tres son las razones principales que llevaron a esta decisión: agilizar y simplificar la marcha de los ensayos clínicos (realizados sobre miles de participantes), centrarse en los resultados más importantes (seguridad de las vacunas y prevención de enfermedades graves) y sortear la escasez de pruebas diagnósticas de COVID-19 presente en muchos países.
Astrazeneca, en cambio, sí ha tomado muestras semanales para detectar a personas infectadas, sin síntomas por la COVID-19, en sus ensayos en Inglaterra y Brasil. Sin embargo, dicha farmacéutica aún no ha difundido datos concretos sobre esta faceta de la vacuna, solo ha declarado que hay indicios de un menor número de personas asintomáticas en el grupo vacunado. Así que, por el momento, solo sabemos la eficacia a corto plazo de las vacunas para proteger frente a la COVID-19 con síntomas (y muertes en algunos ensayos), pero no cuál es su eficacia a la hora de evitar infecciones por el nuevo coronavirus.
La transmisión
¿Por qué desconocer la eficacia de las vacunas para proteger frente a la infección por el virus SARS-CoV-2 supone incertidumbre? Porque algunas personas vacunadas podrían convertirse en transmisoras asintomáticas del coronavirus, al estar lo suficientemente inmunizadas para evitar la enfermedad, pero no lo bastante como para impedir la infección y el contagio a otros individuos. En cualquier caso, sí es de esperar que las diferentes vacunas ofrezcan cierta protección frente al contagio si son capaces de proteger frente a la enfermedad. No obstante, no sabemos hasta qué punto, y esto implica incertidumbre en un futuro próximo.
Un factor fundamental para que la COVID-19 haya llegado a casi todos los rincones del planeta es la transmisión del coronavirus a partir de personas sin síntomas. ¿Qué porcentaje de las personas que reciban la vacuna podrían, pese a estar vacunadas, convertirse en transmisoras asintomáticas del virus sin saberlo? Hoy por hoy, no lo sabemos y, por tanto, tampoco podemos anticipar de qué manera la administración de las vacunas podría frenar la transmisión del coronavirus a lo largo del mundo.
Si se sigue un lógico principio de precaución, las personas vacunadas de COVID-19 tendrían que seguir cumpliendo las diferentes medidas para evitar contagios: barbijos, distancia de seguridad, higiene de manos, ventilación y evitar locales cerrados y abarrotados. Sin datos sobre la protección de las vacunas frente a las infecciones, o su eficacia en general a largo plazo, es complicado conocer por cuánto tiempo se tendrán que seguir implantando restricciones y medidas o cuándo las sociedades podrán volver a la ansiada normalidad. La inmunidad de rebaño, conseguida a través de las vacunas, llegará más temprano o más tarde según su eficacia protectora frente a la infección.
La eficacia de las vacunas frente a las infecciones
Dada la importancia de este asunto, ya se están planteando próximos ensayos clínicos con las vacunas de Pfizer y de Moderna que arrojen luz sobre su eficacia para evitar contagios. También es de esperar que en los próximos meses Astrazeneca difunda información sobre este asunto, ya que diseñaron sus ensayos para detectar a asintomáticos y es cuestión de tiempo que reúnan bastantes resultados como para establecer su eficacia en este aspecto.
En definitiva, el final de esta pandemia no solo dependerá de cuándo puedan administrarse los millones de vacunas contra la COVID-19, sino de cuáles son sus eficacias para cortar los contagios y cuánto dura la inmunidad que ofrecen. Parece que se ve una luz al final del túnel, pero aún es pronto para saber a qué distancia está.
ES
0