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El cuidado comunitario, una labor de las organizaciones sociales que se visibilizó durante la pandemia

Organizaciones sociales piden más ayuda para comedores de CABA

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Julio 2020. Son alrededor de las 12 y el sol invernal irradia calor a las personas que con recipientes de plástico y pequeñas ollas en mano hacen fila a los costados del Centro Cultural y Deportivo “Los Amigos”, más conocido como “El mere” en alusión a sus orígenes como “copa de leche”. Algunas dejan sus bolsas para “guardar” un lugar y aprovechan para conversar con otras. Son tiempos en que las salidas son esporádicas y se atesoran, el temor al contagio pesa sobre los encuentros y se hace presente en las conversaciones.

Adentro, un equipo de cinco personas termina de acomodar los últimos preparativos para servir las raciones de comida. Este año, el “Jardín de La montaña” no tuvo tiempo de abrir sus puertas. Mientras gran parte del centro comunitario que lo alberga está en refacciones, la “salita naranja” se convirtió en cocina provisoria para dar de comer diariamente a más de 300 personas. En ella coexiste el mobiliario en su versión mini, juegos y juguetes coloridos que contrastan con el gris metálico del horno industrial y de las gigantescas ollas de 100 litros -entregadas por un área de asistencia crítica del Ministerio de Desarrollo Social de Nación (MDSN)-. Allí se cuece el guiso del día. Hoy lleva chorizo, resalta el referente del centro “Los Amigos”, en el Partido General San Martín. En otra parte de la salita se encuentran cajas y bolsas de alimentos no perecederos, producto de donaciones provenientes de otras ONG y de “lo que baja el Estado”. Almacenadas en distintos canastos, son rociadas reiteradas veces con alcohol, para espantar ese virus que, en ese entonces, todavía parecía que se aferraba a las superficies. Destinadas a la olla, también serán repartidas a otras organizaciones de la zona que, por economía burocrática, centralizan los pedidos allí. Comparten escenario los folletos apilados del programa del Ministerio de Educación de la Nación “Seguir Educando” rescatados de otro centro comunitario y que se entregan periódicamente a las familias.

Taty, una de las “seños” con su distintivo guardapolvo cuadrillé, ordena y selecciona ropa de donaciones que será puesta a disposición en un canasto para que la gente la retire según su conveniencia en el mismo horario de la fila. Ella no cocina, pero cuando no está elaborando kits recreativos y pedagógicos destinadxs a lxs niñxs del jardín y sus hermanxs, hacerle seguimiento, y estar constantemente conectada con las madres y padres a través del grupo de WhatsApp, es la encargada de tomar los pedidos en la fila de la olla. 

Ya casi arranca el “rush” de las entregas. En una mesa alta se termina de embolsar el pan que acompañará el estofado de poroto blanco con chorizo. Mientras, Taty sale a verificar que todxs lleven barbijos, que mantengan distancia entre sí y a rociarles las manos con alcohol.

A los costados del portón de entrada, un cartel indica los horarios en los que la organización provee asistencia para la inscripción al IFE, en otro de los muros adyacentes, una exposición de materiales producidos en talleres artísticos del centro entretiene las miradas de quienes aguardan. Dividida en dos, “el sector VIP” de la fila cuenta con sillas para que las personas mayores -prioritarias en la entrega de comida- puedan sentarse. La otra parte de la fila está compuesta de hombres y mujeres que esperan las viandas. Si bien la organización pide que no se venga con niños/as para evitar contactos innecesarios, se los/as ve jugando en esa misma calle. Posiblemente para ellos/as, como para sus familiares, también es importante poder salir de casa.

Taty apunta minuciosamente nombre, apellido y cantidad de raciones solicitadas en el cuaderno en el que se contabiliza diariamente quiénes concurrieron a la olla, para así anticipar la variación de personas para las semanas a venir, evitar desperdicios y a su vez poder asistir a todos/as aquellos/as que lo necesiten. Mientras toma nota, saca del bolsillo de su delantal caramelos y los reparte, como para endulzar la espera, fundiendo así gestualidad ordenadora con la del afecto hospitalario. 

Entre las 12 y las 13 se entrega la comida. Allí también, el trabajo está minuciosamente organizado. En un banco se dispone de un balde con agua clorada en el que se desinfectan los recipientes traídos por los/as vecinos/as. Según explica uno de los organizadores, además de tener una función higienizante, tiene una función demostrativa: por un lado, permite mostrarles a los/as vecinos/as que la olla está tomando los recaudos necesarios para minimizar riesgos de contagio, por el otro, llama la atención sobre ciertos hábitos nuevos a adquirir. Luego de higienizar y secar los recipientes, otra persona los lleva adentro para servir las porciones correspondientes. El grupo encargado de cocinar hoy recibe órdenes de cuántas porciones servir para un mismo envase. La destreza de quien sostiene el cucharón residirá en ser equitativo con el bien más escaso de las ollas: la carne. 

En contexto de emergencia crítica, las organizaciones sociales territoriales dedicaron buena parte de sus actividades, particularmente en los momentos más restrictivos de la cuarentena, a proveer asistencia alimentaria a las familias de sus barrios, incluso para aquellas que no se dedicarán específicamente a ello. El “Quédate en tu barrio” como modalidad comunitaria de aislamiento dispuesta por el gobierno nacional para los barrios populares del Área Metropolitana de Buenos Aires develó la extensión de un entramado organizacional complejo que, con el especial protagonismo de mujeres, asumió un rol crucial en la asistencia y la provisión de cuidados a familias en los barrios populares. 

Pensar cómo y qué se da de comer, aprender a cocinar para “muchos más”, obtener recursos para ello, ingeniar un nuevo ordenamiento y división del trabajo, adaptar protocolos sanitarios, supuso para esta y otras organizaciones comunitarias movilizar redes y capitales sociales de diverso tipo, algunos de largo plazo, otros inéditos y ceñidos a la pandemia. Redes entre organizaciones que se potenciaron y entreayudaron mediante sinergias operativas para la adecuación de los espacios y la obtención de alimentos, a veces complementados con el apoyo de alguna ONG. Articulaciones político-institucionales, con la universidad pública y áreas diversas de los Estados (provincial, nacional y municipal). Mediaciones en las cuales el Estado encontró cierto grado de penetración capilar en los barrios populares, mientras que las organizaciones sociales hallaron soporte en las políticas públicas, de un modo más o menos intensivo según los espacios y territorios. Armar redes para la resolución de problemas contingentes, garantizar el acceso a ciertos derechos supone un trabajo arduo de construcción político-organizante desde abajo; conjunto de saberes y experiencias, cuyo valor muchas veces no es reconocido.

Para varias organizaciones, el desconcierto generado por un panorama inestable, los déficits de infraestructura pública y la virtualización de la mayoría de las actividades sociales y comunitarias se tradujo en una persistente inquietud acerca de cómo mantener los vínculos a pesar del aislamiento. En función de lo que ya se sabe de las familias y de su pasar, algunas organizaciones también armaron encuestas para complementar e incorporar “lo nuevo”, y así adecuar tácticamente su accionar. No sin temores propios a lo inédito de la situación y a los posibles contagios, las organizaciones también contuvieron y escucharon a la gente que acompañaban. Una dimensión afectiva e intangible del cuidado que estuvo presente a la hora de tomar decisiones, pero también y simplemente -aunque no sea poco-, como disposición hacia el o la otra. En esta mirada y escucha, aparecen algunas problemáticas y sujetos que antes pasaban desapercibidos. Por ejemplo, las personas mayores, quienes a menudo carecen de espacios comunitarios específicos y que durante el ASPO fueron mira de cuidados particulares. Como relata Ana, directora del Jardín: “Teníamos cero vínculo. No los veíamos, nos preguntábamos dónde estaban los ancianes del barrio, no teníamos vínculo; y ahora aparecieron […] se entabló enseguida el diálogo porque les pedimos que no vengan, que manden a alguien. Y son viejitos solos los que vienen, viejitos que no tienen a alguien que pueda venir por ellos a llevarles comida, les propusimos que dejen de venir para no exponerse al contagio y que se los pueda alcanzar alguna vecina o nosotras y no quisieron. […] Es una forma de salir y vincularse con nosotros y entre ellos. […] ellos lo encuentran más como un lugar de pertenencia que les da compañía y alegría.”

Como sabemos, las personas mayores fueron un foco privilegiado de la política de prevención por parte del Estado durante la pandemia, consideradas como una de las poblaciones más vulnerables al virus. En los barrios populares, en algunos casos por iniciativa propia de las organizaciones, en otros mediante una articulación con programas como el Detectar (Ministerio de Salud de la Nación), El Barrio Cuida al Barrio (MDSN), u otros programas municipales, se llevaron adelante relevamientos de personas mayores. Ese fue el caso de una cooperativa de trabajadoras de cuidado no terapéutico a personas mayores perteneciente a la Unión de Trabajadores y Trabajadoras de la Economía Popular (UTEP) que, mediante un convenio con el área de la Secretaría Nacional de Niñez, Adolescencia y Familia responsable de políticas públicas hacia la vejez, asistió a dicha población. En ese marco y durante tres meses, cerca de veinte mujeres de la Cooperativa Cuidar registraron y sistematizaron manzana por manzana a las personas mayores de 60 años y más, en dos barrios populares de la Ciudad de Buenos Aires. Identificaron sus posibles afecciones de salud, sus eventuales coberturas médicas y pensiones, problemas de acceso a la salud pública y/o a ciertos derechos. Junto a un equipo técnico se elaboraron colectivamente criterios de priorización, protocolos y procedimientos para la atención y asistencia de estas personas. 

Las trabajadoras tejieron redes comunitarias e institucionales de cuidado, a los fines de obtener medicamentos y turnos médicos en centros de salud del barrio, así como en hospitales. Madrugar en las filas de los CESAC o del hospital de proximidad; hablar con los profesionales de salud sobre la situación de tal adulto/a; conseguir insumos médicos específicos (por ejemplo, una silla de ruedas o pañales); aprovisionar con bolsones de comida de alguno de los comedores de la zona en caso de ser necesario; transmitir pautas sobre prácticas de autocuidado y asesorar sobre la inscripción al plan de vacunación nacional por Covid, fueron algunas de las labores cotidianamente llevadas a cabo por esta cooperativa.

Luego de mapearlas artesanalmente, las cuidadoras -como se autodenominan-, brindaron información sobre dependencias del Estado en el barrio para la realización de trámites administrativos, cuando no ayudaron a su concreción. Protocolos mediante, visitaron regularmente a las personas mayores para controlar sus signos vitales (presión, oxígeno en sangre y temperatura). Esto permitía la detección de casos (no solo por Covid-19) que requirieran de intervención médica. Estas acciones que pueden denominarse de salud comunitaria orientadas específicamente al cuidado de personas mayores conllevan disposiciones que componen lo que las propias trabajadoras consideran como un “buen cuidado”: la “empatía”, la “paciencia” y sobre todo la “escucha”, que habrían permitido sortear la desconfianza inicial de las personas asistidas. Ejercicio y aprendizaje de una escucha atenta que, al decir de las mismas, es valorado por los/las mayores del barrio, en momentos de repliegue en el espacio doméstico.

Sin ánimos de cerrar la discusión en este universo heterogéneo de prácticas que suele denominarse cuidado comunitario, la situación de emergencia permitió, no obstante, visibilizar toda una producción de valores por parte de organizaciones sociales. De su acción puede decirse que dieron lugar a formas notables de valor político-organizante, valor contención y valor salud comunitaria. Dimensiones de un trabajo valorizable que, como lo han señalado diversas contribuciones teóricas y políticas, son la parte sistémicamente ocultada y/o desvalorizada de la producción de economía y de sociedad en el orden capitalista (véase, por ejemplo, Fraser 2016: Las contradicciones del capital y los cuidados. New Left Review).

Un informe del Registro Nacional de Trabajadores y Trabajadoras de la Economía Popular ofrece una aproximación numérica a este sector, hasta ahora desconocido por los modos oficiales de registrar. De las 2.093.850 personas inscriptas hasta febrero 2021, 28,6% declaran desempeñarse en servicios socio comunitarios, de las cuales 63,2% son mujeres, con una fuerte predominancia de la actividad en comedores y merenderos. Se trata de una economía, al momento, mayormente feminizada que obliga a actualizar el debate acerca de la tensión entre el reconocimiento de la vida social y su transformación. El desfasaje entre una “esencialidad” burocráticamente establecida que concedía permiso para circular libremente, y sus valencias en términos de reconocimiento político, social y económico, es señalado por múltiples voces, bajo el grito “somos esenciales” como deuda pendiente. En la distinción temporal que se abre, se desliza otra tensión irresuelta -objeto de vivos debates- entre la forma salarial y la forma designada “social” como modos de remuneración laboral, así como sus derechos asociados. Derrotero en el cual, como lo aprendimos de la sociología feminista, se pone en juego el reconocimiento y la economía del cuidado comunitariamente organizada, a la vez que el horizonte de una asignación igualitaria de responsabilidades que implican dichas tareas. 

A pesar de diversas acciones público-estatales emprendidas, el tiempo presente apremia y renueva la posibilidad de tratar el cuidado como una categoría política, donde, visibilidad, habla y escucha públicas pone dramáticamente en pugna el sentido del trabajo y del valor. 

Esta nota recupera y adapta algunos elementos de un trabajo de mi autoría: Roig, A. (2020). Enlazar cuidados en tiempos de pandemia. Organizar vida en barrios populares del AMBA. En Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL), Cuidados y mujeres en tiempos de COVID-19: la experiencia en la Argentina, Documentos de Proyectos (LC/TS.2020/153). Santiago: Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL), 67-99.

AR

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