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Dios Punk: la historia de un suicidio y de cuando el escrache reemplaza a la Justicia

Dios Punk en las calles de Rosario.

Gustavo Molina

Córdoba —

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 La tarde del domingo 10 de noviembre de 2019, Javier Messina, un músico callejero de Rosario de 37 años fue a tomar unos mates con su hermana menor, que vivía en el piso 14 de una torre de departamentos, en pleno centro de la ciudad. Esa mañana; el muchacho, un personaje urbano conocido por su apodo de Dios Punk había desayunado con sus padres en la casa de su mamá, donde se recuperaba de una herida en una pierna que se había hecho él mismo. A la tarde, ya de visita en lo de su hermana, aprovechó el descuido de la chica y saltó al vacío: “Vio el agujero y ahí se tiró. Mirá, yo tengo una hipótesis sobre esto, que no me parece nada irreal. Yo no sé que entiende una persona cuando se suicida, si hay razonamiento o no lo hay, no lo sé. Yo creo que él estaba escapando de quienes lo perseguían. Realmente es un acto fallido”, reconstruyó su papá Alfredo Messina, un abogado que hizo lo imposible por salvar a su hijo, tras haber sido escrachado durante largos 13 meses como un delincuente que no fue.

El principio del fin de Dios Punk comenzó a media mañana del viernes 12 de octubre de 2018 a plena luz del día, cuando desde la Guardia del Hospital de Emergencias Clemente Alvarez de Rosario -conocido por su sigla HECA-; una chica de 18 años le mandó un audio a una amiga escrachándolo:  “Ahora ya estoy bien, estoy en el HECA, me están pasando suero, pero fue un chabón que supuestamente vendía revistas de una banda, así, era alto, de 30 a 40 años que estaba esperando en la parada conmigo y otra gente. Me subo al colectivo y le agarro la revista para leerla, así de buena onda y después me invitó a que yo escuche su música con los auriculares, claramente le dije que no. Me arranqué a sentir mal, o sea como que me iba; y le dije a la señora que estaba conmigo, que justo era médica, que me sentía mal, que me habían drogado, que claramente fue ese chabón. Fue, le avisó al colectivero y el chabón se bajó rápido. La médica me trajo acá al HECA. Fue en la parada de Pellegrini y Alem, cerca de la Facultad, hablé con la Policía ya y me dijeron que estaba cazando así chicas y que avise, así que difundan si quieren este mensaje, para cuidarnos entre todas, y que tengan cuidado, más vos Pau que vas a la Siberia”. En la jerga rosarina, la Ciudad Universitaria es conocida como “La Siberia”.

El audio se viralizó a través de WhatsApp y menos de una hora después, el imaginario colectivo construyó y le puso nombre al delincuente que drogó a su víctima a plena luz del día y frente a decenas de personas: Dios Punk, el apodo de Javier Messina, el músico que molestaba a los comerciantes de la peatonal Córdoba con sus canciones. Un rato más tarde, los mensajes ya mostraron su rostro y además, lo acusaron de secuestrador con una leyenda: 30/40 años. “Ofrece revistas de su banda de música”. Secuestrador. No las toques. Te droga. ¡Difundir!

“Lo agarraron”

Unas cuadras después de bajarse del colectivo, Javier comenzó a ser víctima de la mal llamada justicia por mano propia. Su cara y su nombre se habían multiplicado miles de veces y cuando lo reconocieron en la calle, comenzaron a acosarlo y a agredirlo. Dos horas después, a pedido de su propio padre, el abogado Alfredo Messina, Javier fue detenido: “Era muy sensible la cuestión. Me apersoné en la Comisaría 2ª y dije que lo detuvieran, realmente lo iban a matar. Era más peligrosa la calle que cualquier cosa en ese momento. Creo que no me equivoqué”. La fiscal Gisela Paolicelli le formó causa por lesiones leves y le dio la libertad apenas una hora y media después. 

La foto con los policías y la leyenda “Lo agarraron” volvió a inundar los teléfonos móviles y las computadoras de las y los rosarinos. Los portales y medios de la principal ciudad de Santa Fe titularon “El Dios Punk acusado de secuestrar a una chica”. Sin pruebas. Sin chequear. 

“Javier fue víctima de un escrache, de una cancelación que buscó como chivo expiatorio a un candidato ideal: un músico callejero, un personaje urbano muy conocido, con algún padecimiento mental que lo hacía especial; era bastante inocentón, y eso queda expuesto en las letras de sus canciones. El Dios Punk era una persona sin excesos, no consumía drogas, casi no tomaba alcohol, no tenía obra social y consumía remedios naturales. Vivía en una pensión, no quería la ayuda de sus padres, era un antisistema. Y las redes lo devoraron”, explica Nicolás Maggi, periodista de Rosario que reconstruyó el último año de vida de Javier Messina en La segunda muerte del Dios Punk, una miniserie de podcast que se puede escuchar en Spotify y Youtube. 

El caso de Dios Punk nada tiene que ver con las denuncias de acoso y abuso sexual contra el productor de cine Harvey Weinstein que provocaron un terremoto en la industria de cine de EE.UU.; ni con las denuncias contra los actores argentinos Juan Darthés y Fabian Gianolla; el músico Cristian Aldana o el bloguero Lucas Carrasco; donde hay abundante prueba. 

En el capítulo final de la serie, el periodista Nicolás Maggi destaca que “Javier tenía un cuadro preexistente, pero no hay dudas que hay una conexión fuerte entre el escarnio público que sufrió y su trágica decisión. Su alma sensible, algo aniñada, que se angustiaba hasta cuando un comerciante le decía que cantaba mal, no soportó quedar injustamente habitando en ese lugar de estigma sin saber si algún día el maltrato se iba a detener. La picadora de carne de las redes sociales que muchas veces acaba con carreras de artistas o figuras públicas, que no conoce límites en torno a la venganza y se erige como jurado sin credenciales, había deliberado que no podía seguir con su frágil circuito de vida que lo mantenía todavía atado a este mundo con una fina cuerda. Y eso fue demasiado para él”.

En 2007, Javier Messina había llegado a los medios locales y tuvo sus 15 minutos de fama con su banda Sueños Punk Rock. Ese mismo año, los comerciantes del centro habían juntado firmas para prohibirle actuar en la peatonal. “Tocaba con su banda en el circuito de bares de la ciudad, pero por su espíritu libre, siempre volvía a tocar a la gorra en la peatonal, o en los colectivos. Editaba su fanzine, Javier era un poeta, sus canciones lo mostraban como alguien sensible, algo aniñado. Y tras el audio que se hizo viral, salieron a cazarlo, ya empezaron a decir ”todos sabemos“ quién es Dios Punk, era el chivo expiatorio perfecto. En esos días, el diario La Capital publicó que los análisis toxicológicos practicados en el HECA a la supuesta víctima dieran negativos y que lo más probable fuera que sufrió un ataque de pánico o estuviera sugestionada; pero a la gente no le importó. Siguieron estigmatizando y persiguiendo al Dios Punk, hasta tal punto que le quemaron sus pertenencias en la pensión donde vivía y otra vez fueron a prender fuego un lugar donde iba a tocar. Lo acusaron de secuestrador sin pruebas durante un año, lo hostigaron sin descanso, y Javier estaba muy expuesto, solo y sin red. La Justicia también lo dejó solo, porque nunca cerró la causa en su contra, hasta después de muerto. Y pese a que no había ninguna prueba en su contra”, señaló Maggi a elDiarioAR.

Ese mismo viernes 12 de octubre de 2018, la presunta víctima de Dios Punk declaró ante la Justicia lo que le había sucedido en el colectivo, sospechosamente no lo hizo sola como habitualmente se toman las declaraciones a víctimas y testigos. Durante su testimonio, la acompañó Cintia, la médica que la socorrió en el coche; la misma mujer que le avisó al chofer del colectivo que la joven había sido drogada y la que la acompañó en taxi hasta la Guardia del Hospital de Emergencias Clemente Alvarez. Pese a que los médicos de Guardia entrevistados en sede judicial ratificaron que la presunta víctima no había sido drogada y que podría haber tenido una baja de tensión por los momentos vividos -un susto por la situación con el músico desconocido y acababa de salir de rendir un parcial de la carrera de Ingeniería-; la fiscal Paolicelli siguió con atención los dichos de Cintia, la médica que socorrió a la joven que denunció a Javier Messina.

Un policía, que casualmente viajaba en el mismo colectivo del incidente, palpó al sospechoso y no encontró nada. Y al revisar su mochila sólo encontró unas semillas de chía. También olió y tocó las revistas que ofreció el muchacho a otros pasajeros a los que no les había pasado nada. Ese agente declaró ante la fiscal Gisela Paolicelli, exculpando al Dios Punk de toda sospecha. 

El escrache 

A diferencia del agente que revisó a Messina en el colectivo, dos policías del destacamento que funciona en el HECA acusaron a Dios Punk sin pruebas: “Hablé con la Policía ya y me dijeron que estaba cazando así chicas y que avise, así que difundan si quieren este mensaje, para cuidarnos entre todas, y que tengan cuidado”, la frase de la presunta víctima del músico callejero en el audio viralizado desnudó la construcción de un relato por parte de la Policía.

En La segunda muerte del Dios Punk, se desgrana cómo fue el escrache contra el músico, más allá de la viralización del primer audio: desde fotos en Instagram con la cara de Messina, las portadas de su fanzine e insultos; hasta posteos en Twitter acusándolo de llevar burundanga en su mochila, que había querido subir a la chica a una camioneta y que era violador. Todo falso: “La generación que llevó adelante los primeros escraches, que era la organización HIJOS, escracha a genocidas que no tenían ninguna condena; ahí donde el Estado decidió retroceder, sobre todo con las leyes de Obediencia Debida y Punto Final; HIJOS es una organización que se produce contra el olvido y el silencio, y eso son dos palabras que hay que mantener: olvido y silencio del Estado, en relación a que el Estado haga justicia con esas causas. Una vez que el Estado aparece, HIJOS para con los escraches. Cuando el Estado está presente, no veo ninguna justificación para hacer ningún escrache. En los últimos años fue cobrando distintas modalidades, distintas intensidades, hubo un pico de escraches en los colegios secundarios alrededor de 2017, 2018, que básicamente eran denuncias en las redes sociales acerca de cuestiones que algunas personas habían sentido como abusivas. Tampoco se diferenciaba, y eso se empezó a hacer después, acoso, de abuso, de violación, de daño, de delito; estaba todo empastado. Bastaba que alguien se hubiera sentido mal ante una situación con un par varón, para que eso fuera denunciado en las redes sociales y expuesto de una manera nefasta. Eso produjo muchísimas consecuencias en los jóvenes, también eso paró en algún momento”, así, Alexandra Kohan se refirió en uno de los capítulos de la miniserie al fenómeno de los escraches.

En su participación en La segunda muerte del Dios Punk, Kohan avanza en la idea: “Los escraches tienden a eludir la acción de la Justicia, o actuar en nombre de la Justicia, o sustituir el sistema judicial, porque la que escracha no acude en primera instancia a la Justicia y como la Justicia no le da bolilla, entonces apela al escrache. El sistema judicial es un desastre, pero esa es otra discusión; no se puede responder a la ineficacia del sistema judicial con una práctica extrajudicial, porque las consecuencias son enormes, nefastas y además el escrache termina siendo un procedimiento ineficaz para hacer lo que dice que quiere hacer que es visibilizar supuestamente a una persona violenta. Es totalmente ineficaz y ese es el primer problema”.  

Un laburante de la música

“Javier había estudiado profesorado de Educación Física en el ISEF Nº 11, se recibió a los 21 años, pero trabajó poco tiempo como docente y se dedicó a la música. Un periodista de rock que lo solía invitar a su programa me habló de él como ”un chico bueno que sólo quería tocar“; y un amigo y compañero de banda, Juan Manuel Mura Morales  lo recuerda como ”un soñador, una persona de 10, un laburante que le gustaba la música y quería vivir de la música; él vendía remeras, vendía sus libritos y con eso se las rebuscaba también“. Cuando no tocaba sus canciones en el centro de Rosario, Javier repartía su revista fotocopiada en el parque España, en las zonas de las facultades y en el centro. Para muchos rosarinos, era un personaje conocido, un personaje de la fauna urbana. Y era, como dicen el periodista y Juan Manuel, eso, algo aniñado, inocente, un soñador; nada que ver con la imagen oscura que crearon de él en sólo dos horas y alimentaron hasta su muerte”, refiere Nicolás Maggi.

Luego de que lo liberaron, Dios Punk en una espiral de persecución, paranoia y agresiones que se retroalimentaba en un constante loop. “Unos años antes del escrache, le habían otorgado un certificado de discapacidad, realizó un tratamiento que luego abandonó y lo reemplazó por remedios naturistas. Después de la detención, lo llevaron al Centro Regional de Salud Mental Agudo Avila, donde le dijeron que no era necesaria su internación, porque no había peligro para él, ni para terceros. Y lo liberaron. Su papá siempre intentó ayudarlo y Javier rechazaba esa ayuda, era un antisistema. La familia siempre entendió que la fiscal tuvo que ver con el final trágico de Javier, porque no cerró la causa. Además, lo abordaron desde un costado delictual, en vez de ver que estaban ante un claro caso de salud mental. ¿Cómo se aborda un caso así? ¿Por qué a una persona como Javier el Estado lo dejó sin la contención en salud mental? Y a eso hay que agregarle el escrache y la cancelación que siguió en el tiempo; que terminó de desestabilizarlo emocionalmente”, explica el autor de La segunda muerte del Dios Punk.

La investigación de la muerte y los últimos meses de vida de Javier Messina fue la tesis de Nicolás Maggi para terminar su carrera de Comunicación Social; pero en el medio tomó forma de podcast y nació la miniserie La segunda muerte del Dios Punk: “Alfredo, el papá de Javier me contó que estaba contento con este trabajo, que de alguna manera había cobrado sentido la muerte de su hijo para concientizar”, señaló el periodista.

La fiscal Paolicelli defendió su trabajo al señalar que en Rosario no había reactivos para determinar si la chica denunciante había sido agredida con un químico y que los estudios debieron enviarse a laboratorios de Buenos Aires, Córdoba y Mar del Plata: “Yo estaba esperando esa evidencia. Un año en una investigación, realmente no es demasiado tiempo. Vos vas a Toxicología, conocés la realidad de Toxicología, y te explican la cantidad de gente que tiene, los recursos que tiene y decís,” claro“. La muestra anduvo por todo el país, lo que se hizo se hizo bien y diligentemente”. Los resultados oficiales de los análisis que solicitó la fiscal llegaron apenas unos días antes de que Dios Punk decidiera acabar él mismo con la tortura que lo persiguió durante 13 meses. Nunca se enteró oficialmente de su inocencia que defendió hasta ese domingo de noviembre. Y la Justicia cerró la causa post mortem.

GM

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