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“Hay mucha hipocresía en la Iglesia”: la historia de dos exmonjas que se enamoraron mientras buscaban justicia por un abuso

Sandra Migliore y Valentina Rojas ex monjas que fueron abusadas cuando eran novicias en un convento

María Alicia Alvado

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“Caminemos, Valentina” era la invitación que la exmonja Sandra Migliore solía hacerle a su colega y amiga, Valentina Rojas, cuando necesitaban conversar tranquilas lejos del convento. Más de 15 años después es también la frase que da nombre a la película sobre sus vidas, una historia marcada a fuego por las agresiones sexuales de una formadora pero también por la cooperación en la denuncia, la valentía, la resiliencia y el amor que nació entre ellas.

Actualmente las exmonjas Sandra (57) y Valentina (52) llevan casadas más de una década y viven en la pequeña localidad cordobesa de Justiniano Posse, desde donde viajaron para promocionar la cinta dirigida por Alberto Lecchi y protagonizada por Paula Sartor, Roxana Naranjo Robles, Jacinta Torres Molina, Sara Margot y Gabriela Robledo Azócar que se estrenó este jueves en 17 salas, incluyendo el espacio Gaumont.

Pese a que habían compartido algún tiempo de noviciado, no fue hasta 2008 cuando se reencontraron como compañeras de trabajo en un colegio religioso de Lanús, que se hicieron amigas sin saber, al principio, que la otra también había sido abusada en la adolescencia por la misma monja en el convento que la Congregación de las Hermanas Educacionistas Franciscanas de Cristo Rey tiene en la ciudad santafesina de San Lorenzo.

Requerida por las autoridades de la congregación para dar explicaciones sobre las denuncias, la monja acusada por Sandra y Valentina pero también por una docena de monjas y exmonjas, Bibiana F., desapareció en 2012 del monasterio montevideano a donde había sido trasladada y una investigación periodística del diario La voz del Interior la ubicó en 2019 en un hogar de adultos mayores de Caracas, Venezuela.

“Recuerdo que yo le decía ‘bueno, Valen, caminemos y hablemos porque acá no podemos’ y entonces, después del horario escolar, nos hacíamos unas 30 cuadras de ida y de vuelta mientras hablábamos sobre cómo íbamos a enfrentar la vida de ahí en más”, cuenta a elDiarioAR Sandra Migliore.

Es que para entonces, allá por 2011, ambas habían decidido denunciar ante el Arzobispado los abusos que habían sufrido casi tres décadas antes, animadas por una cadena de mails anónimos que señalaban a Bibiana como una pederasta reincidente que durante décadas abusó de muchas alumnas con total impunidad.

Pero además Valentina, que todavía era monja, “ya había decidido abandonar la vida religiosa” y necesitaba acompañamiento.

“Yo padecí los manoseos y los abusos de Bibiana durante varios años: empezaron cuando no había cumplido los 17 años y duraron hasta que a ella la trasladan a Lanús”, cuenta Rojas sobre sus primeros años de noviciado.

“Antes de irse recuerdo que yo estaba sola en el patio y ahí aprovechó para decirme que ella se iba, pero que a mí me faltaban años de formación todavía y que si quería ser religiosa me tenía que callar bien la boca, que nadie me iba a creer, que hay cosas que había que guardarlas para uno y que gran parte de todo lo que había pasado era culpa mía”, agregó.

“Yo era una nena totalmente inocente, vulnerable, que estaba en un convento lejos de la familia y sin los medios de comunicación ni la conciencia que hay ahora sobre los derechos. Pasábamos muchas horas en silencio, sin que nos permitieran hablar ni compartir y eso favorecía este tipo de cosas”, agregó.

Recién ocho años después, una vez despejada la vergüenza y la culpa que acompañó el recuerdo de esa experiencia, Valentina le contó lo sucedido a su director espiritual “y esa fue la primera vez que alguien me dice ‘esto no fue culpa tuya’ y me pide que hable con mis superiores porque ‘esto se tiene que saber’”,

“Como yo lo vi alarmado, hablé con mi superiora, pero ella me volvió a decir que me callara la boca, que de esto no había que hablar, que cómo me atrevía a volver a traer estas cuestiones de tan atrás y que algo habré hecho para que me hiciera eso. Esa charla me hizo muy mal, así que nunca más lo mencioné”, contó.

En el caso de Sandra, el abuso se produjo una sola vez a sus 16 años. “Yo logro sacármela de encima con un empujón y diciéndole que le iba a contar a la monja que me había llevado al convento”, recordó. “Ella me amenazó, me dijo que nunca iba a llegar a ser religiosa, que nadie me iba a querer, que era una mocosa impertinente y que me calle la boca porque nos convenía a las dos”. “Yo en ese momento pensé que me había sucedido a mí nada más y lo mismo pensábamos todas, nadie se imaginaba que era masivo”, agregó.

Si bien ambas estuvieron unos meses como novicias en el mismo convento durante 1985, en esa etapa solo se conocían de vista y ese año Migliore fue trasladada al convento de la localidad bonaerense de Lanús que tiene a su cargo el Instituto San Francisco de Asís de educación inicial, primaria y secundaria.

Seis años después, la noticia de que la hermana Bibiana sería destinada al mismo convento de la localidad bonaerense, llevó a Sandra a tomar la decisión de dejar los hábitos. No obstante, siguió vinculada a la institución como empleada administrativa laica, protegida por la madre superiora, Odilia.

Pero en 2009 –ya fallecida Odilia y con Bibiana trasladada a Montevideo— también Valentina fue enviada a Lanús para ocupar un cargo que suponía ser la jefa de Sandra, en virtud de lo cual hasta le encargaron la tarea de descubrir algún error en su desempeño que pudiera justificar su despido.

“En ese momento de adentro del convento surge una movida de las mismas monjas que ponen a circular mails anónimos denunciando con nombre y apellido las situaciones que se habían vivido en los años 80. En realidad era una medida política para destituir a la superiora provincial poniendo en evidencia de que había sido una de las encubridoras de Bibiana”, contó Sandra.

“Yo me quedé helada y vino una de las superiores a preguntarme si estaba al tanto y qué opinaba. Yo le dije: ‘yo no opino, yo sé que es verdad porque lo viví en carne propia’”, agregó.

Los mails fue motivo de conversación obligada entre Sandra y Valentina, que abordaran el tema ya con toda la confianza de las amigas que eran. “Ella me preguntó si yo conocí a Bibiana y si me había pasado algo, y yo le confié que sí. Ella también me confía lo mismo, me cuenta que va hacer la denuncia al obispado y me anima para que yo haga lo misma lo mismo”, agregó Sandra.

Después de las denuncias y del intento frustrado de la madre generala –la máxima autoridad global de la congregación— de entrevistarse con Bibiana en Montevideo, la versión oficial de la Iglesia es que nadie más supo de ella aunque La Voz del interior confirmó por diferentes fuentes que se encuentra en Venezuela donde sigue siendo monja.

Ya en pareja con Valentina y en uso de una licencia, Sandra plasmó la traumática experiencia de su adolescencia en un libro al que tituló “Raza de víboras. Memorias de una novicia”. Estaba en proceso de publicarlo cuando, al querer retomar su trabajo, fue despedida del Instituto sin causa pero tampoco sin indemnización, situación que la llevó a demandar laboralmente al centro educativo.

“Tuvimos una conciliación en el ámbito civil pero nunca llegamos a hacer la denuncia penal por los abusos porque ya está todo prescrito y a mí tampoco me interesa demasiado porque ya le correspondería, en el caso de que se pudiera hacer algo, una prisión domiciliaria porque es una persona mayor”, dijo Valentina.

“Hacer la denuncia penal implicaría además seguir involucradas en un proceso judicial que nos va a llevar la vida porque yo ya tengo 57”, agregó Sandra.

Ambas están muy contentas y agradecidas con el producto final conseguido por el director Alberto Lecchi en “Caminemos Valentina”, a la que consideran “una hermosa película hecha con mucho respeto, sin golpes bajos, sin morbosidad, sin mostrar más de lo que es necesario para pintar la situación horrible que tuvimos que vivir en nuestra adolescencia”.

El film es una coproducción de Zarlek Producciones S.A. (Argentina) y Andrea Films Internacional (Chile), en asociación con Luis Schenone, Diego Turdera y Pablo Topet.

Valentina cuenta que fueron muy movilizadores los dos meses de trabajo conjunto con las dos actrices que la representan en la película, “compartiendo con ellas lo que habíamos vivido”.

“Yo les agradecí mucho todas esas charlas, todas esas emociones y llantos compartidos porque para mí fue la oportunidad de ponerle palabras a muchos sentimientos y de reconciliarme o de darle una mano a esta niña que fui y con la que todavía tenía un cierto enojo porque no se supo defender”, dijo.

Sobre el juicio a las monjas Kumiko Kosaca (46) y Asunción Martínez (53) que se desarrolla en Mendoza como corolario de la causa Provolo II dicen que no lo están siguiendo por el gran malestar que les provoca toda noticia al respecto. “Yo no lo puedo ni escuchar”, dice Sandra; “a mí me pone la piel de gallina”, remata Valentina.

Ambas están de acuerdo también que las agresiones sexuales en la infancia deberían ser considerados delitos imprescriptibles como los de lesa humanidad, y ambas tienen una opinión favorable respecto a la posibilidad de instalar una comisión de la verdad conformada por expertos independientes, con la misión de hacer un informe sobre la problemática en Argentina.

En su visita a Buenos Aires para promocionar la película y participar del estreno de esta coproducción Argentina-chilena, las ex monjas junto a la productora organizaron proyecciones especiales a las que invitaron a referentes de diferentes organizaciones LGBTIQ+. “Nos sentimos partícipes de estas minorías, queremos que nos conozcan, que sepan que estamos y levantar con ellos bandera de los derechos de la diversidad”, dijo Sandra.

Cuando se les propone el ejercicio de pensar cuál habría sido su futuro dentro de la congregación si no se hubieran topado con Bibiana pero igualmente se hubieran encontrado,  las dos coinciden en que “la iglesia no nos hubiera permitido vivir ese vínculo de ninguna manera” de manera abierta y honesta como actualmente lo viven.

“Creo que hubiéramos dejado la vida religiosa igual y hubiéramos ido a construir nuestra familia -como de hecho lo hicimos- cortando con todo. Hay mucha hipocresía en la Iglesia; si sos gay o lesbiana o defendés el matrimonio igualitario te echan, pero si alguien tiene un montón de denuncias de abuso con la misma mecánica, ‘ah, no capaz, que estás mintiendo, capaz que viste mal’”, remató Sandra.

El año pasado, una encuesta realizada por la Comisión de Atención y Protección a la Niñez, Adolescencia y Adultos Vulnerables de la Confederación Latinoamericana de Religiosos y Religiosas (CLAR) reveló que una de cada dos monjas sufrieron abusos de poder en América Latina y el 20% reconoció además que los ataques fueron sexuales, aunque la mayoría de los agresores fueron sacerdotes.

En Argentina, de los 128 casos de curas o religiosos denunciados por abuso sexual infantil con posterioridad al caso Grassi y relevados por una investigación especial de elDiarioAR, solo 6 son mujeres (monjas), lo que representa el 4,6 por ciento de los casos.

Hasta el momento, la justicia Argentina condenó a una sola monja, Luisa Ester Toledo en 2019, pero por privación ilegítima de la libertad agravada bajo la utilización de violencia y amenazas contra otras dos monjas de inferior rango en Paraná. Agotadas las instancias de apelación, la mujer cumple desde 2021 con tres años de prisión efectiva

En cambio, todavía ninguna fue encontrada penalmente responsable de abuso sexual, un delito que a nivel mundial afecta a 1 de cada 5 mujeres y 1 de cada 13 varones, según datos de la OMS, y que tiene lugar preferentemente en el interior de los hogares pero también en las instituciones de los que las niñas y niños participan. Kumiko y Martínez podrían ser las primeras.

MAA/JJD

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