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De líder abolicionista a pionero de la teoría fotográfica: la historia del hombre más retratado de su época en EEUU

c1877. Frederick Douglass. Estereoscópica. Brady-Handy photograph collection, Library of Congress, Prints and Photographs Division.

Darío Schvarzstein

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Un 3 de diciembre de 1861, hace exactamente 160 años, Frederick Douglass brindó en una sala desbordada de público su “Conferencia sobre fotografía” (Lecture on Pictures). En el Tremont Temple de Boston, inició su discurso agradeciendo: “Tomo esta invitación como un cumplido hacia mi raza esclavizada. Habiendo convocado a muchos otros hombres provenientes de las más altas esferas de la ciencia, de la filosofía o el gobierno, ustedes también convocaron a alguien que viene de las plantaciones esclavistas”. 

Entre muchos otros puntos, la presentación rescató la “olvidada figura” de Louis Daguerre, el inventor de la primera forma de fotografía en conquistar el mundo a partir de 1839, y destacó el carácter democratizador de ese nuevo mercado de imágenes fotoquímicas: “La más humilde sirvienta puede tener hoy un retrato que la riqueza de los reyes no habría podido comprar hace 50 años”. 

La prensa exaltó su conferencia afirmando que, hasta ese momento, “nadie había logrado cristalizar con tanta claridad” la teoría y la práctica de la fotografía. El medio era relativamente nuevo, el sistema negativo-positivo que permitía la multiplicación infinita de copias estaba en pleno auge y el último estertor del aura benjaminiana subsistía aún en algunas pocas galerías daguerreanas. Así, Douglass, para entonces uno de los referentes centrales del movimiento abolicionista en los Estados Unidos, se convirtió también en un pionero de la teoría fotográfica. Dos décadas antes había comenzado a posar periódicamente ante la lente para obtener su “semejanza perfecta”. 

La Guerra de Secesión que terminaría con la esclavitud había comenzado en abril, diez meses antes de su conferencia, y él, por ser negro, no podía cargar armas ni luchar. A lo sumo aspirar a ser asistente personal de un coronel blanco. Prefirió dar charlas y conferencias. 

En 1845, con Narrativa de la vida de Frederick Douglass, un esclavo americano (1845), la primera de sus tres autobiografías, logró un éxito inmediato que lo insertó entre las voces destacadas del antiesclavismo. Nacido en una plantación de Talbot, Maryland, fue separado de su madre al nacer y solo la vio unas cinco veces antes de su muerte. Se rumoreaba que su padre blanco había sido su propio amo, Aaron Anthony. Nunca supo la fecha exacta en la que había nacido: “La gran mayoría de los esclavos -escribió- sabe tanto de su edad como los caballos de la suya, y es el deseo de muchos amos, a mi entender, mantener a sus esclavos en la ignorancia”. Sin embargo, descubrió la importancia de la instrucción cuando otro de sus amos, Hugh Auld, le prohibió a su mujer que le enseñara a leer y a escribir porque eso volvía a los esclavos “inaptos para el trabajo”. Reconocido orador, de una presencia majestuosa, combatió el racismo con la palabra y con la imagen. 

Pensaba el dispositivo fotográfico en la concepción esencialmente funcionalista que prevaleció en el siglo XIX. “Nuestra época es notable por mucho logros grandes y pequeños y sin embargo no hay otro más extraordinario que la cantidad, perfección, variedad y baratura de sus imágenes”, sentenció. 

Para él, la fotografía lograba expandir la capacidad de hacer y apreciar imágenes, facultad que distinguía a los humanos de los animales, y la cámara era una herramienta de la civilización contra la barbarie de la esclavitud. “Ha sido una queja de larga data para los reformistas sociales o los economistas políticos que siempre, en todos lados, la humanidad ha sido engañada con el fruto de su propio genio inventivo. No me voy a detener aquí a considerar si este amargo y extendido reclamo está correctamente fundamentado. Es suficiente por el momento que en el presente no se sustente contra el maravilloso descubrimiento e invención de Daguerre. Hombres de todas las condiciones sociales pueden ahora verse a si mismos como otras personas los ven”, reflexionaba Douglass. 

Sus retratos lo equiparaban con cualquier hombre blanco educado, en una época en la que la ciencia lo consideraba genéticamente inferior. Entendía la industrialización y el desarrollo tecnológico como un antídoto contra el anquilosado conservadurismo sureño. “Los pequeños sonidos del tic-tac de un telégrafo -así concluía su presentación- son como profecías de esperanza para el filántropo y señales de advertencia para los sistemas de esclavitud, superstición y opresión”. 

Prefería la foto a la pintura o a las litografías que se habían utilizado históricamente para ridiculizar despectivamente a los suyos. Jamás sonreía frente a la cámara y se presentaba empoderado, digno, prolijamente vestido. Fue un hábil gestor de su imagen pública y, en alguna medida, logró influenciar el modo en el que el hombre negro americano era representado. Simultáneamente, acompañó desde siempre la lucha feminista por el voto. Murió en 1895, poco después de llegar a su casa desde una reunión del Consejo Nacional de las Mujeres en Washington, donde había sido ovacionado. 

Se calcula que a lo largo de su vida se fotografió unas 160 veces -superando incluso a Abraham Lincoln-, a través de casi todas las técnicas existentes, hasta convertirse en la persona más retratada de su época en Estados Unidos y tal vez en el mundo. Un gesto central del antiguo esclavo que en 1838, disfrazado de marinero, logró escapar de la plantación hacia el norte y, algunos años más tarde, escribió: “Me presento esta noche ante ustedes como un ladrón. Le robé esta cabeza, estos miembros, este cuerpo a mi amo, y huí con ellos”. 

DS/CB

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