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Los países acuden a la cumbre climática con planes insuficientes para evitar el recalentamiento desastroso de la Tierra

Manifestación durante la huelga escolar por el clima en Brisbane (Australia) el 15 de octubre de 2021 / AAPIMAGE / DPA

Raúl Rejón

elDiario.es —

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El mundo prácticamente se olvidó de la crisis climática durante la fase aguda de la pandemia de Covid-19, pero la crisis climática no se ha olvidado de la Humanidad. Con un año de retraso, los países retoman la cumbre contra el cambio climático en Glasgow (la COP26) acuciados por la última alerta de la ciencia y exhibiendo unos planes insuficientes, tras revisarlos la ONU, para cumplir el Acuerdo de París: que la Tierra no se recaliente mucho más de 1,5 ºC en 2100.

Este lunes comienzan las negociaciones con una cumbre de los jefes de Estado y Gobierno. No se espera al presidente chino, Xi Jinping, líder del estado que ya emite más CO2 globalmente y que remitió su nuevo plan climático tres días antes del inicio de la COP. “Decepcionante”, fue el comentario general al verlo.

Este año -en realidad era 2020 pero se anuló por el Covid- los firmantes del Acuerdo de París tuvieron que presentar sus planificaciones actualizadas. Si se ponen todas juntas, las emisiones mundiales de gases de efecto invernadero en 2030 “crecerán un 16% respecto a 2010”. Ese aumento, “si no se corrige rápidamente” lleva a un calentamiento de 2,7ºC, según el cálculo científico del Panel Internacional IPCC.

Con ese panorama general llega la COP de Glasgow.

Objetivo número 1: salir de Escocia con el límite de 1,5 ºC todavía posible

Esta cumbre debería servir para cerrar las brechas entre lo que hay que hacer para cumplir el Acuerdo de París –que supone frenar la subida de la temperatura del planeta en márgenes razonables– y las acciones reales. De Glasgow tiene que salir el mundo con la posibilidad de que la Tierra no se recaliente más de 1,5ºC, “el margen de seguridad que estamos dispuestos a asumir”, como lo llaman en la OECC.

Pero, para eso, a la luz de lo ya indicado por la ONU, hace falta que surjan planes más ambiciosos porque, si no, no se llega. “La falta de ambición de los gobiernos está condenando al planeta a un calentamiento global con catastróficas consecuencias”, explican en Ecologistas en Acción. Su responsable, Javier Andaluz, remacha: “De no acelerarse la lucha climática, en menos de una década el tiempo para prevenir los peores impactos se habrá agotado”. Así lo certificaron los científicos de la ONU al redactar su ya célebre informe sobre la diferencia entre 1,5 y 2ºC de calor extra.  

“El problema es que hemos pasado del negacionismo climático que fue vencido en París en 2015 al cinismo climático en el que se dice que se quiere contribuir a frenar el calentamiento y alcanzar la meta, pero no se hacen las cosas necesarias”, analiza Florent Marcellesi, un veterano de muchas COP y ahora coportavoz de Verdes Equo. “Hay que presionar durante estas dos semanas para que los países suban sus recortes de emisiones”.



Un ejemplo de ese cinismo lo atestiguó la revisión de los planes energéticos de los principales países productores de combustible fósiles que amparan aumentar la producción de petróleo y gas hasta 2030 –cuando los técnicos afirmaron que, al menos, la mitad del petróleo mundial debería quedarse bajo tierra–. Australia, Canadá, Brasil, China, EEUU, India y Arabia Saudí prevén incrementar sus producciones de ambos combustibles. Rusia e India también de carbón.

“Los gobiernos no están asumiendo los recortes necesarios para hacer realidad París”, dice Tatiana Nuño de Greenpeace. La organización pide que se pongan encima de la mesa planes para reducir las emisiones de gases a la mitad en 2030, que fue el cálculo que ya realizó la ONU en noviembre de 2019 al ver el tamaño de la brecha entre el CO2 que se lanza y el que podría lanzarse hasta ese año para atajar el calentamiento.

Objetivo número 2: que los países ricos pongan el dinero que dijeron que pondrían

Está escrito y ratificado: los Estados más ricos financiarán un fondo de 100.000 millones de dólares anuales (entre 2020 y 2025) para el que, de momento, hay un déficit de 20.000 millones. Ese dinero sirve para que los países más empobrecidos (y mucho menos responsables del desastre climático en el que se ha metido la Humanidad) puedan desarrollarse sin acudir a los combustibles fósiles y, a la vez, adaptarse a los efectos ya palpables del calentamiento global. El grupo científico de la ONU explicó en agosto pasado que ya nadie ni ningún lugar del planeta está a salvo, pero las zonas más vulnerables son las que menos CO2 lanzaron a la atmósfera.

Objetivo número 3: ¿cómo sabemos dónde estamos?

Se trata de alcanzar un sistema por el que todos los países tengan una fórmula común a la hora de saber si se están cumpliendo los planes que se envían a la comunidad internacional. Y decidir cada cuántos años se va a pasar la evaluación una vez se llegue a 2030. “Se prevén discusiones intensas”, vaticinan en Ecologistas en Acción.

Hasta ahora, los planes climáticos de cada parte tienen diferentes horizontes temporales para ir alcanzando sus objetivos. Un galimatías que impide saber el estado real del problema. Los países están de acuerdo en que hace falta tener un calendario unificado, pero cuál, es otra cosa. Si se hace más corto, cada cinco años, se obliga a una acción más enérgica porque el plazo apremia. También hace más factible atajar la subida de temperatura.

Desde la Oficina de Cambio Climático explican que hacer esto bien es necesario para poder comparar a los países. Y que se haga cada cinco años. El Acuerdo de París tiene marcado 2023 como el primer momento para hacer un Inventario Global Común.

Objetivo número 4: que los mercados de carbono no sirvan de triquiñuela

El objetivo es que este mecanismo por el que desde un país rico se puedan comprar emisiones no sirva de puerta de atrás para no tomar medidas o incluso descontar emisiones en dos sitios a la vez. Regular este mercado está resultando arduo y para los grupos ecologistas es incluso bueno que no se llegue a unas reglas porque consideran que es un mecanismo engañoso.

El problema de la doble contabilidad significa que si uno de esos países con músculo económico compra emisiones mediante un programa de energía limpia en un país empobrecido, tanto el país A como el país B descuentan esas emisiones en sus balances de carbono. Un ahorro de emisiones y dos descuentos diferentes.

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