Jugar con fuego, amor al enchastre

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Todo el amor que tenés para dar/¿a quién irá a estallar? - G-13 - Victoria Mil

No soy original (¿quién podría? y, todavía más: ¿para qué?). Por estas horas, como muchos, hago repasos. De lo que me falta hacer antes de que termine 2021, de lo que sí hice, de lo que escribí, de la gente que conocí o a la que las circunstancias me fueron acercando más (que quede entre nosotros: me gusta armar una especie de tapa de revista mental con mis personajes del año: amigos, amigos de amigos –gente que llamo “del segundo cordón de la amistad”–, familiares, personajes de series o libros, escritores, personas con las que me cruzo por mi barrio, vecinos). También de lo que me interesó, de lo que leí, de lo que vi, de lo que escuché. 

Un poco víctima de una inercia fallida, busco algún hilo que junte todo eso –no me quiten la ilusión de querer encontrar algo de orden en el desvarío–, saco conclusiones apresuradas. La primera es una que ni siquiera termino de definir aunque intento nombrar (escribir, para mí, tiene que ver con ese gesto siempre torpe de querer salvar palabras o imágenes, con recuperar, con rescatar y que algo circule más que con una idea de sanación; me espanta pensar la escritura como algún tipo de catarsis o limpieza, bienvenido el enchastre). Dije que no era original y cumplo: en el último tiempo me enganché mucho con historias relacionadas con el fuego (de la antorcha olímpica a la llamita de Instagram: una avenida enorme), con estallidos (una de las películas argentinas que más me impactó fue Esquirlas, por acá entrevisté a su directora) y con volcanes (seguí con una atención tal vez desmesurada todo lo que ocurrió y sigue ocurriendo en España y el volcán de La Palma). 

Por citar un ejemplo rápido, los resúmenes con “lo que más escuchaste” en Spotify me llevaron a una canción que tiene más de quince años y se ve que hice sonar mucho este año. Es G-13, de Victoria Mil, una banda indie que conocí a comienzos de los 2000, en esos momentos de la juventud en los que todo es fogonazo: descubrir personas y mundos y fascinarse (en mi caso un chico que me gustaba por esos tiempos, fan de esa y varias bandas encantadoras; un ábrete sésamo a las puertas de un planeta musical). El tema cuenta, a su modo, la sutil explosiónen palabras de Jorge Serrano y Los Auténticos Decadentes en Luna radiante, otro de mis favoritos de éste y todos los años– que se da cuando dos personas empiezan a conocerse, los temores, las vueltas. Una erupción en cuotas: estoy sembrando en tu corazón/ecos de una vibración.

Por qué las mujeres nos quemamos con el horno

La marquita roja la tenemos todas.

Acá en la mano izquierda, con la que escribo

está también mi quemadura de horno.

Si la miro muy fijo, sobre el radio

se me despliega en tres:

se me tridimensiona la muñeca

y entrecerrando los ojos pueden verse

la muñeca de mi madre, la de mi abuela

y, en un tirón hacia delante, la de mi hija

picada de mosquitos, pulida y ya dispuesta.

a la marca de la rejilla ardiente.

El poema es de Laura Wittneren la entrega pasada justo hablamos de su reciente y bellísimo libro Se vive y se traduce– y me encanta. Sin saber que lo había escrito ella, este año lo vi pasar varias veces por las redes y retuve por meses las imágenes, como hipnotizada mirando un fogón: la repetición, el ardor, el rojo en la piel, lo chamuscado, la sucesión de mujeres quemadas. De hecho, pensando que lo había compartido ella en Twitter, le mandé un mensaje a la escritora Magalí Etchebarne (de paso: si todavía no leyeron su libro de cuentos Los mejores días, vayan por él, en Argentina salió por Tenemos las Máquinas, va por su octava edición y es de lo mejor del rubro de los últimos años). No había sido exactamente así, pero Magalí, a quien también le gusta mucho el poema, me orientó hasta dar con lo que estaba buscando.

Un sofoco puede ser varias cosas. El diccionario dice que es un efecto (el de sofocar), una sensación de calor “muchas veces acompañada de sudor y enrojecimiento de la piel, como la que suelen sufrir las mujeres en la época de la menopausia” (ay, RAE: ¿ese ejemplo vas a poner?). O “un grave disgusto que se da o se recibe”.

Sofocar puede ser varias cosas, también: ahogar, apagar, oprimir, dominar, extinguir algo, acosar, abochornar, poner colorado a alguien.

Sofoco (Concreto, 2021) es el título de un libro maravilloso de relatos de la escritora colombiana Laura Ortiz Gómez y que leí esta semana con mucho placer (abajo les cuento más, quédense). A lo largo de los nueve relatos hay pequeños y grandes llamaradas que ahogan a los protagonistas. Me impresionó cómo, por la destreza de la autora a la hora de describir, cada uno de ellos, aunque en contextos, épocas y situaciones muy diversas, se mueve como si escapara de algún tipo de incendio.

Cuando estoy por terminar estas líneas, abro un libro que acaba de llegar a casa. Se llama Parajes, su autora es la escritora y docente argentina Cristina Iglesia y acaba de salir por la editorial cordobesa Nudista. Creer o creer: arranca con un relato precioso que se llama Fuegos. La narradora, en medio del campo, ve algo rojo en el horizonte, cree que se trata del tono del atardecer al que está acostumbrada hasta que se sorprende con lo inesperado: algo se incendia a lo lejos. 

“Nada es seguro en el campo: el origen del fuego puede ser intencional o fortuito y hasta puede cambiar de causa varias veces en el transcurso de una charla. El fuego también puede desaparecer de la vista durante el día y volver a brillar a la noche con toda su potencia para esfumarse definitivamente sin que hubiera llovido: así la quemazón quedará suspendida en la cápsula del campo como un tema, como un juego de palabras, como un temor que no se dice en voz alta, como un temor que imanta otros temores”.

Los dejo con esa imagen. Y con una nueva edición de Mil lianas, que se prende y se apaga al mismo tiempo. Como un volcán o un destello.

1. Sofoco, de Laura Ortiz Gómez. Sofoco es un ejercicio que, desde la imaginación, busca un diálogo con el territorio colombiano. Con las vidas que pujan en los márgenes y que están inundadas de ternura. En medio de la horrible noche, de la atrocidad y la deshumanización, los personajes me enseñaron a transitar la selva y el río, con la fisura en el corazón como única brújula. Ficcionalizar a Colombia para entender cómo, aún a pesar de todo, alumbra lo humano en medio de tanta mierda”, señala la escritora Laura Ortiz Gómez en una suerte de manifiesto para definir su libro. 

Hay mucho de eso: los nueve cuentos que integran Sofoco irradian esa pulsión, esa llama vital en medio de la hostilidad, ese deseo incandescente. Y eso sucede porque la autora propone en cada relato descripciones profundas y tiernas a la vez, sin ponerse protocolar ante la muerte o lo trágico, sin subirse a un banquito. Como si fuera agarrando y soltando lianas –saben que la imagen me gusta mucho– en un escenario donde conviven la violencia política con los ídolos populares como el Pibe Valderrama, los amores fugaces y ardientes con los ríos desbocados, las ilusiones futuras con los duelos permanentes.

Laura Ortiz Gómez nació en Bogotá, en 1986. Estudió literatura en la Pontificia Universidad Javeriana de Colombia y es magíster en Escritura Creativa por la Untref, de la Argentina. Sofoco es su primer libro de cuentos y en 2020 ganó el Premio Nacional de Narrativa Elisa Mújica de Colombia.

Sofoco, de Laura Ortiz Gómez, acaba de ser editado en la Argentina por Concreto editorial.

2. Los llanos, de Federico Falco. En Mil lianas hicimos periodismo de anticipación (ojalá tuviéramos ese superpoder para acertar los números de Quini 6, pero por ahora sólo nos dio para esto) y en una de las primeras ediciones dijimos que Los llanos, del escritor argentino Federico Falco, era uno de esos libros de los que se iba a seguir hablando por mucho tiempo. No nos equivocamos: esta semana Los llanos y su autor ganaron el prestigioso Premio de Novela Fundación Medifé-Filba.

Si todavía no la leyeron, es un buen momento para hacerlo. Tal como dijimos aquella vez, es una novela con una prosa diáfana, llena de imágenes mínimas en las que el paisaje se va superponiendo con las palabras del narrador (¿qué fue primero, el lenguaje o cada uno de esos llanos? ¿el dolor o la forma en que se cuenta?), un escritor que decide irse a vivir una temporada al campo.

Lo notable de Los llanos es que, con pocos elementos, Falco combina una minuciosidad alucinante para describir (pájaros, plantas, hierbas, olores y todo lo que ocurre en estos días de huerta y soledad, que obligan a seguir los ciclos de la naturaleza) con un combo de lecturas y citas sobre la tarea de la escritura. En el medio, un viaje al pasado familiar del narrador –en rigurosa y necesaria primera persona– y a ese presente que lo muestra atravesando un duelo por una relación amorosa que llegó a su fin.

Si se engancharon con esto que les cuento (¡espero que sí, es uno de esos libros indelebles!), este año Malena Rey entrevistó al autor en el ciclo de entrevistas con escritores que organiza el Malba y reúne desde que comenzó a las voces más interesantes de las letras contemporáneas. Hablan de Los llanos y también hacen un repaso por sus libros anteriores de Federico.

Los llanos, de Federico Falco, fue editado por Anagrama.

3. Bonus track: Mil lianas 50. Con Alexis Moyano nos conocimos hace más de diez años en un lugar gris de punta a punta (mesas, alfombras, paredes, personas; todo teñido por ese filtro uniforme). Como dijimos por acá alguna vez, para un tímido no hay nada mejor que otro tímido: no tardamos mucho en intercambiar guiños, canciones, silencios en medio del espanto. La complicidad es una chispa muda –aunque hagamos que no y en general les tengamos demasiada fe, las palabras sobran casi siempre–; ese estallido íntimo de la risa compartida.

Alexis es una de las personas más talentosas, entrañables y graciosas que conozco. Esta semana me acompañó en el festejo deforme que armamos para celebrar las primeras 50 entregas de este espacio y me hizo muy feliz. Si se lo perdieron en vivo, quedó grabado en el canal de YouTube del diario. ¡Gracias siempre, Alexis! Y también gracias a todas las personas que nos vieron, mandaron saludos por el aniversario y comentaron.

¡Hasta la próxima!

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