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Un paseo por las cloacas: buscadores de tesoros, caños de la época de Roca y un artista que siguió su propio excremento

Santiago Orti, es artista y consiguió una beca para hacer "un google map humano de caca". Con su bicicleta disfrazada, tiró la cadena en su casa y siguió el recorrido por las calles de la Ciudad.

Nicolás González

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Parece que tirar la cadena del baño fuera el fin y es sólo el comienzo: a partir del inodoro se abre todo un mundo del que poco sabemos y poco queremos saber. En la Ciudad Autónoma de Buenos Aires los porteños eliminan unas 400 toneladas de excremento por día, el equivalente al peso de 6 obeliscos. El transporte y tratamiento de estos desechos, junto con los del primer y segundo cordón de la provincia de Buenos Aires, involucran unos 17 mil kilómetros de cañerías. Puestos en línea recta se podría hacer en cloaca un viaje hasta China. Y un dato más: en barrios porteños como Retiro, Recoleta, San Telmo y el microcentro, los caños datan de 1890. Es decir, los baños conectan con el mismo caño que llevaba los desechos de Julio Argentino Roca.

“Cuando a la gente le explico qué pasa cuando tocan el botón, se quedan anonadados”, dice Ángela Cicero, gerenta de AySA, a cargo de la red cloacal. “Cuando vienen chicos de las escuelas y les cuento que el pelo que tiran en la bañera puede romper las bombas cloacales por su fuerza de tracción, no lo pueden creer”.

Si uno se atreve a investigar lo que sucede, cloaca adentro, puede visitar en la planta baja del Palacio de las Aguas Corrientes, en Riobamba 750, la Meca de todo estudioso del tema: la biblioteca de AYSA. Javier Fernández, a cargo del lugar, fanático de las historias secretas de las cloacas de la Ciudad, cuenta un fenómeno increíble: los buscadores de tesoro entre el excremento. ¿Buscadores de tesoros en las cloacas? Sí, Fernández, se entusiasma y trae un libro que lo ilustra. “Mirá, este es uno de los tesoros de la biblioteca”, a Fernández se le iluminan los ojos. El volumen es de un tal Enrique Germán Herz, llamado “Historia del agua en Buenos Aires”. Allí da cuenta de una cofradía de “técnicos-cirujas” de principios del siglo 20. Ellos se movían por los laberintos subterráneos como por su casa, y chapoteaban entre los desperdicios hasta llegar a puntos clave, donde hacían un pozo en el fondo de los caños para que se atascaran objetos de valor que luego iban a buscar. Esta pesca furtiva era tan rentable que, según Herz, muchos se construyeron su casa con el botín.

No eran los únicos visitantes exóticos, además las cloacas funcionaban como guarida de ladrones y hasta fueron escenario de persecuciones policiales: mucho más jugados que asaltantes del banco Río que usaron desagües pluviales para escapar.  

El artista que hizo de la cloaca un arte. 

En el 2019, un artista obsesionado con conocer el recorrido de su excremento, se propuso instalarle un GPS para ver dónde terminaba todo. “Pero fracasé con el GPS porque se salía”, dice Santiago Ortí al teléfono. “Así que decidí seguir el recorrido cloacal en bicicleta”.

En la biblioteca de AYSA todavía se acuerdan de Ortí. “¿Por qué querés los planos históricos de las cloacas de la Ciudad?”, le preguntó el bibliotecario que casi se cae al piso de la risa cuando Santiago le explicó el proyecto. “Voy a hacer un google map humano de caca: ¿Viste el pin rojo fuera de escala que marca lugares? Bueno eso mismo, pero en lugar de pin es una bicicleta con una carcasa marrón que va indicando por dónde va el excremento que sale de mi casa”.  

Los que no se rieron fueron los del Fondo Nacional de las Artes que le dieron el subsidio para hacer la obra.

A las 5 de la mañana tiró la cadena de su departamento en Paraguay y Salguero, y corrió a la calle. Unas cámaras lo seguían en auto mientras él doblaba por Godoy Cruz. La bicicleta especialmente acondicionada para la obra llamó la atención de los corredores y de los chicos que volvían de los boliches: “¿Es un troncomóvil?” preguntaban, “No, es una piedra” decían. Para despejar dudas, Santiago sacaba un desodorante de ambiente y tiraba al aire. La obra, que contiene desde un video del recorrido, pasando por planos de las primeras cloacas de la Ciudad intervenidos por él, hasta un fanzine, se expuso en una muestra que quedó congelada por la pandemia. Para poder continuar con la exposición, Santiago armó algo virtual y lo llamó “El cadenazo”: la idea era que toda la Ciudad tirara la cadena a la vez haciendo reventar las cloacas. Como no se conectó toda la Ciudad al evento, lo que antes hubiera colapsado el zoom, las calles siguieron vacías por el encierro, pero intactas.

Hablando de reventar cloacas, ¿qué es lo que evita que todos los gases generados en la descomposición de la materia orgánica haga reventar los caños?. Siguiendo el recorrido de  las cloacas máximas hay unas torres que se elevan unos 40 metros y que son clave en el traslado de los desechos. Al lado del Movistar Arena hay una más alta que el techo del estadio. Algunos vecinos creen que es la chimenea remanente de alguna fábrica que ya no funciona, pero por esta torre jamás salió humo. Lo que sí salió y sigue saliendo son los gases de azufre que las bacterias generan cuando degradan el excremento y que huelen a huevo podrido. Aunque están lo suficientemente altas, como para que no nos enloquezca ese olor a azufre.

El camino interior

“En CABA no hay tratamiento de los excrementos”, retoma la gerenta de AySA. “Sólo hay cañerías que la llevan a destino”. Tal vez esta sea la única oportunidad que tenga usted, lector, para saber a ciencia cierta el camino que le depara a eso que usted hace en la intimidad. Así que vamos rápido a conocerlo. Lo primero que hay que entender es que los caños van de arriba hacia abajo y de menor a mayor diámetro. ¿Y qué pasa cuando los caños ya no pueden seguir bajando? Una bomba los empuja para que así, recuperen altura, y  vuelvan a bajar: eso es lo que pasa en la Estación La Boca/Barracas y en la de Wilde, en provincia de Buenos Aires. Pero antes de seguir, nosotros también hagamos un parate. Entre tantos caños subterráneos hay unos que son especiales, las verdaderas autopistas por las que circula el líquido cloacal y que llegan a tener hasta 4 metros de diámetro: las cloacas máximas. El nombre nació en Roma en el año 600 AC y significa “La Alcantarilla Mayor” y es por donde los italianos eliminaban los desperdicios hacia el río Tíber. En Buenos Aires tenemos 3 de esas cloacas máximas y se hicieron entre 1890 y 1940. La primera cloaca máxima, la más antigua, atraviesa la Ciudad a la altura de las calles Paraná y Sáenz Peña (cerca del Congreso) y desde allí avanza y pasa por debajo del Riachuelo hasta llegar al Establecimiento Wilde donde se encuentra con las otras dos que vienen de la Estación de bombeo de La Boca/Barracas. En estos establecimientos, se los hace pasar por una reja para sacarles bolsas, papeles, tapitas, maderas y todas las cosas que no deberían estar en una cloaca.

Ángela, la gerenta pone voz de docente enojada: “¿Viste cuando tiran el aceite de las papas fritas al inodoro? Bueno, ese aceite también se saca en la Estación Wilde”. Y agrega un dato: “En total se retiran de las cloacas 400 toneladas de sólidos de basura por mes”.

Y ahora que estamos llegando al final del camino, porque sólo resta enviar los líquidos de Wilde a Berazategui y desde allí por el caño emisario al Río de la plata, ¿cuál es el tratamiento que se le hace a nuestros excrementos antes de ir a parar a la madre naturaleza? El río. El tratamiento lo hace el río. Es decir, no hay intervención humana en ese eslabón final. Hasta acá llega la intervención de la técnica y sólo queda que el gran volumen del Río de la Plata diluya la materia orgánica y que sus bacterias la degraden. Hay otras plantas de tratamiento, en la provincia de Buenos Aires, donde sí se procesan las aguas cloacales y hasta donde se obtiene, a partir de los desperdicios, biogás. Hablando de plantas de AySA, hay algo curioso en sus nombres: las que proveen agua potable se llaman San Martín, Rosas, Planta General Belgrano mientras que las de tratamiento se llaman como el lugar en el que están: Lanús, Fiorito, Merlo, Garín. Nadie se ha animado, hasta hoy, a relacionar un lugar donde circulan los desperdicios con el nombre de un prócer, por más enemistado que esté con su trayectoria. 

Las mangueras salvadoras

Entonces, ¿por qué no nadamos entre excrementos? ¿Por qué esos 6 obeliscos que circulan bajo nuestros pies diariamente no emergen a la superficie y nos complican la vida?

Nunca tuvieron, a causa de las bombas, un problema de desborde. Los cortes de luz, los solucionan con grupos electrógenos y los desperfectos, con bombas de reserva. Pero hay algo más peligroso que el buen funcionamiento de las bombas y así como hay bomberos que apagan incendios, hay operarios que lidian con otra clase de catástrofes naturales, algunas que se cocinan bajo el asfalto.

En los tramos donde las cañerías tienen menor pendiente, la velocidad del líquido disminuye y los sólidos que arrastra (papel, plásticos, bolsas, arenas) empiezan a sedimentar. Con el tiempo, se forma una obstrucción. “Mirá, te lo explico clarito” dice Ángela: “Tenemos dos alertas: la amarilla indica taponamiento y también está la roja” la voz de la gerenta se hace lúgubre, “esto es peligro de desborde”.

Gracias a Dios, los derrames se resuelven antes. Este cronista fue testigo de una alerta roja en Avenida de los Incas y Ávalos. “Esto es un desastre, flaco, si no resolvemos la obstrucción la calle se va a llenar de caca”, dijo uno de los operarios mientras cargaba apurado la manguera del camión cisterna. La situación fue crítica: en la calle, ya emergía  un líquido turbio y mucho olor. El trabajador levantó la tapa de la cloaca y con ayuda de su compañero, abrió una válvula. Y con una manguera, como bazuca de balas de agua, perforó la obstrucción. Final feliz: el tapón se desintegró en pedazos, arrastrado agua abajo. Situación controlada. “Ahora lo recargamos con agua potable y seguimos viaje hasta el próximo aviso”, anunció, victorioso, el operario mientras enrollaba la manguera. Luego, con su compañero trepó al camión y partió a una nueva misión. Nadie, por supuesto, se enteró del peligro. Pero ellos en pocos minutos lograron que el excremento que viaja en el mismo caño desde la época de Roca, no flotara por las calles de la Ciudad. Tal vez Marvel algún día les dé un lugar en una historieta a estos operarios cloacales como los héroes que son. Se lo merecen.

NG/MG

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