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ENTREVISTA

El riesgo no es el enemigo: una psicóloga infantil explica por qué los chicos necesitan asumir desafíos

Brussoni nació en Uruguay y se mudó con su familia a Canadá a los cinco años.

Karina Niebla

27 de febrero de 2025 09:33 h

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“Hay riesgos que son interesantes para los chicos. Pueden terminar en algo positivo o negativo. Pueden hacerles decir, ‘¡Qué lindo que es treparme al árbol!’, o bien, ‘¡Ah! Me caí y me rompí el brazo’. Y así es el mundo”. La autora de la frase no es una adolescente intrépida ni un nene en busca de emociones. Es la psicóloga canadiense del desarrollo Mariana Brussoni, que está de visita esta semana en Buenos Aires. 

La premiada investigadora trabaja sobre el juego infantil libre y al aire libre, con la lupa puesta tanto en la forma en que los adultos percibimos los riesgos, como en el diseño de entornos propicios para jugar. Es profesora en la Universidad de Columbia Británica, directora del centro Human Early Learning Partnership (HELP) y fundadora del Outside Play Lab, un espacio de innovación sobre estos temas. 

El riesgo suele ser visto con malos ojos porque se lo confunde con el peligro, según esta autora. El segundo es una amenaza seria que los chicos no pueden reconocer ni mucho menos gestionar, como juegos de plaza rotos. El primero, en cambio, es un desafío que ellos pueden evaluar, como trepar árboles. Esta distinción ayuda a limitar los peligros sin erradicar los riesgos: propone en cambio gestionar estos últimos para que los chicos participen y se desafíen.

Nacida en Uruguay, Brussoni se mudó con su familia a Canadá a los cinco años, pero mantiene su español intacto. Hoy vuelve a Sudamérica después de no pisar suelo porteño por 15 años. El motivo es el Encuentro Internacional “Ciudades y sociedades sostenibles” este jueves y viernes en la Legislatura. Una oportunidad para escucharla hablar sobre el juego al aire libre y cómo este fomenta la creatividad, la resiliencia y la capacidad para resolver problemas, habilidades difíciles de adquirir si se está todo el día encerrado con el celular.

El lado positivo del riesgo

En una entrevista, hay un/a periodista que pregunta, y un entrevistado o entrevistada que contesta. En esta charla con Brussoni, los roles empiezan dados vuelta. Es ella quien primero consulta: “¿Cuál es tu recuerdo favorito de cuando jugabas de chica?”.

–Treparme a los árboles en la plaza.

–Todos me responden cosas así: jugar al aire libre, con otros niños y sin padres alrededor. Sin que nadie les esté diciendo que se calmen o se callen. Asumiendo riesgos. Las cosas que hacen los chicos cuando juegan al aire libre son muy importantes para su desarrollo. Están más activos físicamente, no usan teléfonos y se mueven más, de una forma imposible de lograr si estuvieran adentro. Incorporan lo que en inglés llamamos “Physical literacy”, la habilidad de entender cómo mover el cuerpo en el espacio.

–Sería como un autoconocimiento físico.

–Sí, entender el cuerpo en movimiento, por ejemplo cómo tirar una pelota o patear. Cosas muy básicas pero que no podés aprender sentada leyendo un libro. También te ayuda a entenderte. Cuando te trepabas al árbol de chica, estabas descubriendo qué te gustaba y cuán lejos podías ir, si era muy alto o te parecía inseguro. En otras palabras, aprendías a gestionar el riesgo. Necesitas esas habilidades para situaciones que son más peligrosas, como cruzar una calle, manejar un auto o decidir si tomar drogas o no. Los chicos están sobreprotegidos y no saben tomar riesgos. Cuando empiezan la universidad o un trabajo, no tienen las habilidades para tomar decisiones sobre los riesgos que encuentran.

–Entiendo entonces que usted no ve el riesgo como algo negativo…

–Exacto. Empecé mi carrera trabajando en prevención de heridas, donde la visión oficial era que los riesgos eran malos. Pero después entendí, como psicóloga del desarrollo, que hay riesgos que son interesantes para los chicos. Pueden terminar en algo positivo o negativo. Pueden hacerles decir, ‘¡Qué lindo que es treparme al árbol!’, o bien, ‘¡Ah! Me caí y me rompí el brazo’. Y así es el mundo. Pasamos de una perspectiva de mantener a los niños tan seguros como sea posible y prevenir todas las heridas, a mantenerlos tan seguros como sea necesario. Sólo las heridas más serias son permanentes y, en general, son muy raras. Tenemos miedo y nos protegemos de algo que estadísticamente no pasa seguido.

Por estas pampas

En la Argentina y otros países, existe la creencia de que los chicos van a ser asaltados o secuestrados si están solos o con sus pares. Para muchos padres y madres es difícil abrirse a la idea del juego sin adultos al lado. “En parte se cree eso porque escuchamos noticias horribles que nos hacen pensar que hay que estar pendiente todo el tiempo de los chicos, cuando en realidad no es así”, destaca Brussoni. Y cuenta que, según las estadísticas, los secuestros por parte de extraños son muy raros: en general son perpetrados por gente que conoce a los niños. “Estamos limitando sus movimientos por algo muy poco probable, y sin darnos cuenta hacemos algo que los daña 100%”, lamenta. 

–Como psicóloga, ¿de dónde cree que surge esta necesidad de control y sobreprotección?

–A fines de los ochenta la idea de buen padre o buena madre empezó a cambiar, en parte porque había más diferencia entre pobres y ricos. Los padres que habían conseguido un buen trabajo ni bien se graduaron o se habían comprado una casa, se dieron cuenta de que sus hijos necesitaban más educación para tener un estilo de vida equivalente o peor. Entonces nació la idea de que un buen padre es aquel que prepara a su niño para el éxito, en términos competitivos: lo manda al mejor colegio y a la mejor universidad, hace que el chico consiga el mejor trabajo. En ese “camino al éxito”, el juego empezó a ser visto como una pérdida de tiempo. Hay que mandar al chico a clases de inglés, piano, fútbol, lo que sea. Así también se gestó la idea que un buen padre no deja que le pase nada malo a su hijo, entonces tiene que estar alrededor todo el tiempo, por las dudas. Se empieza a ver a los niños como incapaces. 

–¿Qué diferencia hay entre la crianza de otros tiempos, a la que ya no se puede volver, y lo que usted propone con el juego libre?

–Hoy todos tenemos celulares, incluidos los niños. Si salen a la calle a jugar, no hay otros chicos para jugar con ellos, porque están todos adentro con sus teléfonos. Pueden encontrar a sus amigos en el celular, pero no afuera. La idea no es volver a un pasado ideal, pero tampoco seguir así. Necesitamos más tiempo en persona, social, independiente. Que los niños puedan gastar su tiempo sin importar lo que hagan. Pueden inventar algo en el momento. Los que están terminando el jardín de infantes tenían dos o tres años durante la pandemia. En ese momento no podían ver a otros niños y, cuando salían, tenían que usar tapabocas, así que no podían ver la expresión de los demás. Entonces no están acostumbrados a estar en un aula, concentrarse y pasar tiempo con otros chicos. Por eso el juego al aire libre es tan importante: les permite entender cómo es juntarse con otros y compartir con ellos.

–¿Cómo influyen las diferencias culturales entre el hemisferio norte y el sur en la crianza y el juego libre de los niños?

–Estoy un poco decepcionada de ver que acá está pasando lo mismo que allá. Esa idea en particular de lo que es ser un buen padre se originó en los Estados Unidos y se esparció por todo el mundo. Ustedes tenían la siesta, una cosa tan divina. Que eso se esté perdiendo me pone muy triste, porque la siesta representa la idea de que necesitas tiempo para relajar, para sólo estar y charlar, tomar mate con otros, hacer nada. Y este modelo de ser padres toma mucho tiempo y trabajo. Si miras los datos de uso de tiempo de las mujeres en los sesenta y setenta, ves que estaban muchas más horas en casa pero menos horas maternando que ahora.

–En estos días los adolescentes que se gradúan celebran su “último primer día” de la escuela secundaria (UPD). En ese marco, los padres llegan a contratar ambulancias por si los chicos toman mucho alcohol. ¿Qué opina de esto?

–Vemos que los niños han estado tan controlados que después, cuando tienen chance de tomar sus propias decisiones, no tienen las habilidades para hacerlo. Van a la universidad y no hay padres alrededor, entonces beben en exceso, consumen drogas peligrosas. Y ahora las drogas son más letales. Todo esto también genera mucha depresión y ansiedad. Es como los americanos que vienen acá y ven que pueden beber, entonces se vuelven locos. Si tienes oportunidades escalonadas para gestionar riesgos, tomas mejores decisiones. 

–¿Este panorama también afecta a los chicos en el mundo laboral o el académico?

–Sí, lo veo con mis alumnos. Paso mucho más tiempo que antes llevándolos de la mano para enseñarles a tomar riesgos intelectuales. Como docente me siento más madre que nunca. No saben cómo cometer errores o fracasar. Siempre quieren que les den la solución, la respuesta. 

A futuro

En el camino a la libertad del juego, hay un obstáculo que siempre emerge: los autos. “Desde la Segunda Guerra Mundial, los pusimos por encima de la gente. Tenemos que recuperar todo ese espacio que les dimos”, propone Brussoni. Y pone a Suecia, Noruega y Finlandia como ejemplos: “Montaron ciclovías, separan los peatones de los autos, tienen muchos lugares donde los niños pueden jugar sin que necesariamente sea un patio de juegos”. 

Es que, aunque a veces nos olvidemos, los chicos son parte de la sociedad. No se trata entonces de que jueguen sólo en lugares pensados para eso, sino también de ver hacia dónde se dirigen e imaginar cómo hacer ese camino más “juguetón” e interesante. “Se pueden poner pequeñas rampas, bancos o cosas sueltas, como arena, agua, hojas o palos –propone Brussoni–. Tener cosas para que los niños se sientan bienvenidos en ese espacio y puedan hacerlo propio. Necesitas los lugares y luego las condiciones sociales para que la gente los use”.

–¿Qué condiciones sociales le parecen más importantes?

–Para los niños es clave tener tiempo, espacio, libertad y otros chicos. Los padres necesitan baños. Los viejos, sombra y lugares donde sentarse. En Canadá tenemos la iniciativa School Streets: alrededor del colegio se cierran las calles al tránsito de autos cuando entran y salen los niños. Así ellos se sienten más seguros para ir a pie hasta ahí y, cuando llegan, los padres se quedan charlando con otros. Eso crea comunidad. También está el concepto de Play Streets, que es lo mismo pero en barrios: cierras la calle una vez por semana por dos o tres horas y eso hace que la gente se sienta más segura para salir y charlar. 

–¿Cuál es el mayor aprendizaje que tuvieron hasta ahora en Outside Play Lab?

–Que gente que trabaja o investiga desde diferentes ángulos termina en el mismo lugar: todos quieren que los chicos salgan. Los profesionales de la salud, para que los niños puedan correr y ser más físicamente activos. Los de la educación, para que tengan creatividad y flexibilidad. Los expertos en cambio climático, para que se conecten con el terreno y entiendan por qué es importante salvar el mundo. Los oftalmólogos, para que no tengan miopía. Los psicólogos, para que gestionen mejor su depresión y ansiedad. Gente como yo, para que los chicos aprendan a manejar el riesgo y por razones de desarrollo infantil. No importa de qué escriba cada uno: todos queremos que los chicos salgan a jugar.

El Encuentro Internacional “Ciudades y sociedades sostenibles” tiene lugar este jueves y viernes en la Legislatura. Está organizado por esta última junto al Instituto de Desafíos Urbanos Futuros (IDUF), ONU-Hábitat y el Banco de Desarrollo de América Latina y el Caribe (CAF). Brussoni participará del panel “Jugar y crecer en las ciudades: hábitos, cuidados y espacios urbanos” este jueves, así como de uno de los laboratorios “Iniciativas que transforman” el viernes, con la presentación de su caso “La experiencia de Outside Play y pautas para el diseño de políticas urbanas que promuevan el juego libre”.

KN/DTC

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