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El secreto del primer trimestre: ¿por qué ocultamos el embarazo hasta que es ‘más seguro’?

Una mujer mira una ecografía de su embarazo

Lucía M. Quiroga

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Ana, Elise y Lidia compartieron la buena noticia con su familia y amigos muy pronto, poco después de ver el positivo en el test. Laura y Amelia decidieron esperar al menos a los tres meses por razones diferentes. Alba, Clara y María fueron cambiando de postura a lo largo de los años: unas veces lo contaron rápidamente y otras veces esperaron. Todas ellas compartían la misma situación: estaban embarazadas. Y se pararon a reflexionar si era mejor contar la buena noticia a su entorno o esperar a que pase el primer trimestre cuando el riesgo de aborto disminuye.

Según la Sociedad Española de Ginecología y Obstetricia (SEGO), entre el 10 y el 20% de los embarazos terminan en aborto espontáneo. El 85% de esas pérdidas ocurren antes de la semana 12, es decir, en el primer trimestre de embarazo. Y el riesgo de aborto aumenta proporcionalmente con la edad de la madre, así como con el número de pérdidas previas. Estas cifras podrían ser mucho mayores, ya que contabilizan solamente aquellos casos en los que el embarazo fue confirmado en consulta médica.

La doctora Anna Suy, jefa de Obstetricia del Hospital Vall d'Hebron y portavoz de la SEGO, apunta que la cifra de abortos espontáneos podría ser mucho mayor, “del 30% o más según varios estudios”, explica. Suy sitúa la cifra de abortos espontáneos en un 15%, y confirma que su incidencia aumenta en función de la edad de la madre. Citando un reciente estudio realizado en Noruega, explica que el riesgo se dispara a partir de los 40 años, superando ese 30%, y a partir de los 45 alcanza el 53% de incidencia. Es decir, que a partir de esa edad más de la mitad de los embarazos no llegan a término.

Después del primer trimestre, el riesgo de aborto disminuye, y es por eso que muchas mujeres deciden mantener el secreto hasta que tienen más asegurado que el embarazo sigue adelante. Por la consulta de la psicóloga perinatal Sabina del Río pasan a diario mujeres con este dilema. Ella es directora en el centro 'Calma', donde trabajan de manera multidisciplinar el embarazo, parto y posparto. Con las cifras en la mano, esta experta entiende que algunas mujeres prefieran no hablar. “La mayor parte de los abortos se producen en el primer trimestre, cada vez las mujeres se quedan embarazadas más tarde, y además con reproducción asistida, lo que va aumentando el riesgo. Todas tenemos amigas, hermanas, familiares que han tenido un aborto, así que podemos pensar que es mejor no contarlo por prudencia y por evitar una situación desagradable”, asegura.

Naturalizar el dolor

Después de consultarlo con sus amigas más cercanas, Laura A., de 37 años y a mitad de su embarazo, decidió esperar para contarlo. “Dos amigas muy cercanas lo supieron desde el minuto uno, al enterarnos. A mi familia y a la de mi marido esperamos a verlos en persona, porque todos viven fuera, lo supieron sobre las 10 semanas. A los amigos menos cercanos se lo contamos sobre los tres meses, y en el trabajo esperé más, hasta los cuatro”, detalla. Ella decidió hacerlo así por varios motivos: “Guardar el secreto fue bastante difícil, pero lo hice por prudencia. Volvería a hacerlo así, porque fui dando la noticia a quien a mí me apetecía y cuando me apetecía. Me ayudó a hacerme a la idea y a disfrutar del proceso los primeros meses, además de afianzarlo”, explica.

Amelia tiene 42 años y un hijo de tres. Está embarazada de ocho semanas y lo mantiene en secreto. Pero confiesa que está deseando traspasar la barrera de las 12 semanas “para contárselo a todo el mundo y publicarlo en redes sociales”. El motivo, para ella, es cómo gestionarlo con su hijo mayor. “Me da miedo tener un aborto y no saber cómo explicárselo, es muy pequeño y quiero ahorrarle el sufrimiento. Si le creo la expectativa de que va a tener un hermanito y no se cumple, no sabría cómo gestionarlo”, cuenta.

La psicóloga Sabina del Río explica que parece haberse establecido un “protocolo” para contar un embarazo, e invita a reflexionar sobre él. “Primero se le cuenta a los padres –los futuros abuelos– y a partir de ahí, en círculos concéntricos al entorno más cercano”, dice. En su consulta, ella anima a sus pacientes a hacerlo pronto: “Mi recomendación como psicóloga siempre es que se diga en cuanto la mujer se sienta cómoda, porque vivimos en una realidad en la que nadie quiere escuchar malas noticias. Pero en la vida pasan cosas malas, e igual que compartes las buenas noticias, también es importante compartir las malas para que te puedan acompañar”, concluye.

Otras mujeres prefieren contarlo antes, con la idea de que quien comparte la alegría, también puede acompañar en la pena. Así lo vivió Ana Moreno, una enfermera de 38 años. Por los riesgos asociados a su puesto de trabajo, lo contó desde el primer momento, y en su círculo personal decidió hacer lo mismo. “Mi primer embarazo lo conté en cuanto me salió positivo el test, y el segundo prácticamente igual. Pero a las 6 semanas empecé a sangrar y fue un aborto en la semana 8. Mucha gente minimizó mi dolor porque ya tenía un niño y tenía que estar contenta. Fue complicado llorar esa pérdida”, cuenta. Para ella, es importante visibilizar el aborto espontáneo: “Vivimos en una sociedad donde no está naturalizado el dolor por la pérdida de un embarazo dentro del primer trimestre, y por eso escondemos algo que es bueno durante varios meses”, reflexiona.

Elise y Lidia también lo contaron pronto. En el caso de la primera, porque le apetecía: “Se lo dije a mi familia el mismo día que me enteré, estaba muy contenta de compartir la información con ellos. Además, mi hermana estaba a punto de parir y me hizo mucho ilusión estar embarazada a la vez que ella, aunque solo un par de días. Y luego a mis amigos, porque siempre pensé que si luego tenía un aborto, esa misma gente a quien le había dicho que estaba embarazada también sabría que había tenido un aborto, no me molestaba contárselo”, cuenta. Para Lidia, fue inevitable, pero reconoce haber sentido miedo al contarlo: “Estábamos haciendo la mudanza, y los amigos que nos ayudaron vieron que yo no cargaba cajas. Y como tenía bastante panza pronto, decidí contarlo yo a la semana 8 de embarazo. Eso sí, con todos los miedos del mundo, pero salió bien”, recuerda.

Para quienes tuvieron experiencias previas de abortos o embarazos complicados, la manera y el momento de contarlo fueron cambiando. Algo que se acentúa especialmente en el caso de tener que recurrir a procesos de fertilidad. Tras varios años de tratamientos, Clara cambió su visión sobre el tema: “Tuve tres procesos de implantación de embrión, de fecundación in vitro. En el primero, que no salió, no se lo dije a nadie. En el segundo, fue el de mi hija, lo dije tarde. El tercero, que tampoco salió, se lo dije a bastante gente y lo pasé muy mal. Así que si volvemos a pasar por eso no creo que lo diga. Porque al final es difícil no sentir que estás decepcionando a la gente, como si fuera culpa tuya”, asegura. María, que también sufrió varios abortos, fue cambiando también de postura. “Con el primero me aventuré mucho a contarlo, pero a las 10 semanas tuve un aborto. Luego me volví a quedar y ahí ya no dije nada, pero también fue fallido, esta vez con 6 semanas. Y cuando por fin fue adelante, en el embarazo de mi hijo no dijimos nada hasta después de la ecografía de las 12 semanas y de saber que estaba todo más que bien”, recuerda.

Alba, que está ahora esperando su segunda hija, tuvo un primer embarazo marcado por las pruebas debido a una malformación en la bebé. En aquella ocasión lo contó muy rápido, pero en este embarazo decidió esperar: “Con mi primera hija lo conté rapidísimo a mucha gente, antes del tercer mes. En este segundo me dio más miedo y tardé más, pensando que igual había más riesgo de aborto. Lo viví con más miedo, aunque ahora ya lo conté”, explica.

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