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Sobre este blog

Atención flotante es el correo mensual de nuestra columnista Alexandra Kohan que se propone formular preguntas donde solo había respuestas.

“Son lecturas posibles a partir de cosas, nimiedades que están dando vueltas en el aire y que en apariencia no tienen ninguna importancia. Detenerse y subrayar algo que no había advertido antes. Formular preguntas donde sólo hay respuestas. No tengo todo pensado”, advierte la autora.

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Notas sobre el humor

Maitena

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La risa tiene algo de inexplicable, tan inexplicable como el mal, tan inexplicable como la intemperie, la estupidez o la genialidad (...). La risa es una reacción inexplicable ante lo inexplicable

Juan B. Ritvo

I. Me gusta muchísimo el podcast de Adrián Lakerman, Comedia. Me gusta porque pone a los humoristas a pensar qué hacen cuando hacen reír. Y porque la diversidad de invitados al ciclo da cuenta, no sólo de la diversidad del humor, sino también de la imposibilidad de definirlo. Como señala Terry Eagleton: “las teorías sobre el humor pueden resultar tan útiles como las teorías sobre la poligamia o la paranoia, siempre que se caractericen por cierta humildad intelectual. Como cualquier hipótesis fructífera, tienen que reconocer sus propios límites (...). Sólo un teórico muy insensato podría intentar comprimir todo eso en una fórmula. En cualquier caso, el humor no es más enigmático de lo que es la poesía”. Y si hay algo que habla de los límites a lo total, a lo absoluto, a lo universal, a lo general, eso es el humor. En esas entrevistas de Lakerman se puede escuchar cómo el humor pone en escena los límites sobre los cuales se lo hace. No habría humor si no existiera la conciencia de la muerte, acaso por eso los animales no hacen humor, acaso por eso no ríen. La última pregunta que les hace Adrián Lakerman a los invitados me resulta fundamental. La pregunta es: “¿Para qué sirve el humor?”. No escuché todos los episodios, pero de los que escuché la mayoría responde, como primera respuesta, “para vivir”. Y luego despliegan un poco más. Tute y Santiago Korovsky coinciden en que es un mecanismo de defensa, en que es una manera de subrayar ciertos aspectos de la realidad, y en que sirve para explicar un poco el mundo. Por su parte, Pilar Gamboa y Marina Bellati hablan del milagro de hacer reír y de poder reírse con otro de una misma cosa. Me gusta cuando Pilar Gamboa dice que la parodia es humor sin riesgo y que, en cambio, no detestar al personaje detestable que se está haciendo implica un riesgo. Está hablando particularmente de Carli, el personaje que hace, con un talento impresionante, en Petróleo -pueden leer la entrevista que le hizo Agustina Larrea acá-. La última frase de Marina Bellati acaso sea la más freudiana, dice “el humor sirve para colar verdades bien coladas”. Si hay una verdad en el chiste, no se encuentra en lo que se dice, sino en la enunciación. Y es ahí, en esa enunciación, que una verdad pasa. Pasa como pasa por una aduana algo de contrabando; una verdad traficada, colada, sorteando la censura, fisurándola un poco. Es la chispa creadora que hace pasar lo que hasta ahí era inadmisible. Se produce un resquicio en la lengua por donde pasa un sentido nuevo, un sentido verdadero, un sentido que toca lo singular, que lo rasga con el filo de la agudeza y produce, sorpresivamente, una verdad que acontece y que no puede existir sino de manera fragmentaria. Por eso Lacan utiliza el término à côté, que en francés no sólo quiere decir al lado, sino además un poco chanfleado, errado, erradamente, como el inconsciente. “Se entiende por qué siempre será entonces necesario introducirse en la investigación de las formaciones del inconsciente a través del Witz”, dice Oscar Masotta.

II. La palabra alemana Witz  no se corresponde con la palabra española “chiste”, sino que en alemán incluye la idea de gracia, de ingenio, de agudeza, de ocurrencia. Ha sido insistentemente problematizado por el Romanticismo alemán, especialmente por Friedrich Schlegel. “Comparte su raíz con el término inglés wit, que significa inteligencia o agudeza; se refiere a la capacidad de producir un efecto placentero al combinar y contrastar inesperadamente ideas o expresiones, previamente inconexas”. No es posible, sin embargo, definirlo de manera unívoca. Esta imposibilidad radica en la esencia misma del Witz, ahí donde se trata de una chispa, un instante, un salto, una ocurrencia, algo que “lo invade a uno”. Este es, quizás, uno de los rasgos fundamentales que aparecerá en lo que a la relación del inconsciente y el Witz se refiere. Porque muestra, de entrada, el modo en que no se trata de algo voluntario, de algo consciente, de algo que pueda ser premeditado. Se trata de un hallazgo, algo que acontece, que no estaba, que ocurre, es el “colorido montón de ocurrencias” que se suspenden, por un instante, en lo que Freud llamó (siguiendo sus lecturas) “desconcierto e iluminación”. En el romanticismo se subraya su potencia creadora, su carácter sorpresivo, su poder de sintetizar pensamientos. Es efímero, es momentáneo. Lo momentáneo alude al devenir constante; el Witz nombra ese devenir y en ese devenir, resulta imposible atraparlo de manera puramente conceptual. En el Witz algo se produce para inmediatamente perderse de nuevo; hay algo divino, un instante místico. El Witz es, antes que nada, ocurrencia: “por lo cual el hallazgo es menos hallado que recibido”, según dicen Lacoue-Labarthe y Nancy. El Witz es así la marca de lo ineluctable, de lo ineludible; es lo que rebasa cualquier intención del individuo. El Witz es liberador en el sentido en el que los románticos alemanes señalaban: “explosión de espíritu contenido”, “desestabilización del espíritu”, “genialidad fragmentaria”. Contra la masa agobiante y total de la solemnidad, el respiro de lo fragmentario y de lo efímero.      

III. “La poesía no sirve para nada”, dice Mirta Rosenberg; “Porque el amor no sirve para nada”, dice Jacques Lacan. Pero el humor, sí -Bimbo quiso ensayar que por suerte no servía para nada, pero terminó diciendo que sirve para sobrevivir-. Y es que sirve, no en el sentido de lo utilitario y de lo mercantil, sino como resistencia a eso mismo. Anne Dufourmantelle dice: “reír es un riesgo. Soñar también. Se puede soñar y reír de todo, y esto también es lo escandaloso del asunto: el humor no es un camino autorizado, y cuando es prohibido es en nombre de todas aquellas buenas razones que se pueden encontrar para instalar censuras cada vez más sutiles”. Acaso por eso Roland Barthes nos recuerda que, para Georges Bataille, lo opuesto al pudor no es la libertad sexual, sino la risa. Esa risa que viene a testimoniar la caída de lo que se nos viene encima. Contemporáneamente a Freud, Karl Kraus también había reparado en el paralelismo existente entre erotismo y chiste, diciendo que ambos nacen de una inhibición que actúa como un dique. En definitiva: la risa hace que la solemnidad del cuerpo inhibido fracase un poco, se tropiece y salga del pudor y del poder, al menos por un rato. Se trata entonces de hacer del cuerpo algo susceptible de ser agujereado, como el tiempo, como el saber. Sin risas solo nos quedan el terror y el poder, sin la posibilidad de resistir. Si el poder, como dice Dufourmantelle, “necesita solemnidad para ejercerse”, la risa -no buscada, sino hallada- es su contrapoder.

IV. Maitena también fue invitada al ciclo Comedia y reparó en la diferencia entre el humor de otros tiempos y lo que muchas veces se hace ahora: la bajada de línea. Y su respuesta a la pregunta de para qué sirve el humor fue la siguiente: “Queneau decía que el humor es una tentativa de limpiar de estupideces a los grandes sentimientos”. Y entonces pienso en el tiempo dedicado por Lacan a una historieta que le contó Queneau y que está en el Seminario 5 dedicado, sobre todo, al chiste. Y pienso en la época en la que leía esa historia y no me causaba gracia. Como se dice, “no caía”. Quizás porque era una época de demasiada inhibición y yo no estaba entonces demasiado dispuesta a que cayera algo de la imagen- supongo, no sé. Un día, súbitamente, me empecé a reír a carcajadas. Y esa carcajada fue el testimonio de que la que había caído, ahora, era la inhibición. Además me encontré con que me sigue dando risa incluso sabiendo cómo termina. Puedo leerla miles de veces y las miles de veces reír.

V. Diego Capusotto, en el mismo ciclo, dice que se hace humor también para desmantelar las certezas que uno mismo tiene. Incluso como reacción, por miedo a la finitud, a la enfermedad, a la muerte, a eso que uno sabe que termina mal (la vida misma). Y agrega que con el humor se le da la espalda a la tragedia. No hay humor, sino con el fondo de la muerte y de la repetición como cosas ineluctables. Por eso es tan perfecto uno de los epígrafes -el de Romain Gary- con el que Delphine Horvilleur comienza su libro Vivir con nuestros muertos, editado por Libros del Asteroide, que dice: “En el fondo, si no existiera la muerte, la vida perdería su carácter cómico”. Es lo que de alguna manera subraya Jean Allouch: que si lo cómico es superior a lo trágico, es porque en lo cómico queda disuelta la eficacia del terror. En definitiva, el registro cómico hace caer el valor trágico. No es voluntario, como tampoco son voluntarias las risas. Por eso la ilusión de que podemos controlar y definir de qué nos podemos reír y de qué no nos podemos reír es solamente parte de una moral.

VI. Y un día me encontré pensando que mi libro preferido de todo el psicoanálisis es El chiste y su relación con lo inconsciente, de Sigmund Freud. El libro combina perfectamente las consideraciones teóricas acerca del chiste, de lo cómico y del humor -que no son estrictamente lo mismo-, con muchísimos chistes en general y chistes judíos en particular -quizás habría que decir que “chiste judío” es una especie de pleonasmo-. De modo tal que en la lectura no faltan las carcajadas. En ese sentido, el libro es absolutamente placentero y así resulta también un libro performático: hace lo que dice; como el chiste, produce una ganancia de placer. Porque de lo que se ocupa Freud es de mostrar cómo el chiste, que es un fenómeno social -que incluye la ironía, la ocurrencia, la agudeza, el ingenio, etc.-, produce la disolución de las inhibiciones, la caída de esa autoridad del otro que aplasta y oprime; de cómo implica una resistencia al poder -he ahí su dimensión política-; de cómo con el chiste se puede hacer tope a la crueldad, esa crueldad ineluctable que emerge y circula, sin pudor y sin temblor, por todos lados (empezando por la crueldad del Superyo). En definitiva: la risa es la cifra del placer que se obtiene por el “gasto de inhibición ahorrado”. Y a la vez, se trata de “la recuperada risa infantil perdida”. Esa risa infantil que fue reprimida por la cultura y la educación. La risa: ese cateterismo que destapa todos los canales obturados por el deber ser, la civilidad y las buenas costumbres. El libro de Freud sobre el chiste es, antes que nada, un tratado sobre las inhibiciones implícitas y explícitas de la vida social, pero, además, sobre el ingenio como recurso del que dispone el lenguaje para ir más allá de ellas. La risa opera sobre ese entramado de inhibiciones y opresiones. El procedimiento de la comedia muta el displacer en placer y “figura una revuelta contra la autoridad, un liberarse de la presión que ella ejerce”, como dice Freud. Las consecuencias, claro, se producen en el cuerpo, porque el tropiezo en la lengua hace tropezar un cuerpo, lo hace caer; el cuerpo sostenido en una identificación agobiante es tocado. Por eso me gusta tanto la indicación de Lacan a los psicoanalistas: “sería conveniente que dedicaran un poco de tiempo a meter la nariz en Aristófanes”.

VII. Parece que Freud mismo había considerado su libro sobre el chiste en un “lugar aparte” respecto de los demás escritos. Dijo: “me distrajo un poco de mi camino”, “fue una digresión”, etc. Desde la Poética de Aristóteles sabemos que la comedia siempre habita en los márgenes, en la periferia; lo cómico escribe ese margen sin el cual no podría leerse ni escribirse nada. Hace falta ese margen, ese desvío, esa digresión, para poder seguir en el camino. Quizás el humor sirva para vivir y no querer morir en el intento.

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AK

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