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Estados Unidos

Trump asistirá a la final del Mundial de Clubes: la política como show y negocio privado

Trump, en su doble rol de jefe de Estado y anfitrión empresarial: la FIFA instala su sede en su propio edificio.

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Donald Trump volverá este domingo a lo que más disfruta fuera del Salón Oval: un estadio lleno, las cámaras apuntando y el juego como escenografía. El Presidente de Estados Unidos asistirá a la final del Mundial de Clubes entre el París Saint-Germain y el Chelsea en el MetLife Stadium de Nueva Jersey, una presencia que no se explica solo por su pasión deportiva. Trump convierte cada evento en una oportunidad de autopromoción y esta no será la excepción.

El partido coronará al campeón del nuevo formato ampliado del Mundial de Clubes, que por primera vez se juega en Estados Unidos y que, con sus 32 equipos participantes, funciona también como anticipo logístico del Mundial de selecciones que el país organizará en 2026 junto a México y Canadá. La FIFA eligió el MetLife —con capacidad para 82.500 espectadores— como escenario tanto para esta final de clubes como para la final del Mundial del año próximo. Pero además, eligió otra locación simbólica para plantar bandera: la Torre Trump de Nueva York.

Allí, en el corazón del imperio inmobiliario del republicano, la FIFA inauguró su nueva sede en la ciudad, a pesar de ya contar con oficinas en Miami y Toronto. Lo hizo con una ceremonia encabezada por su presidente Gianni Infantino, el exjugador brasileño Ronaldo Nazario y Eric Trump, hijo del mandatario. En paralelo, se montó una exposición con la copa del Mundial de Clubes en uno de los salones del rascacielos de la Quinta Avenida.

“Recibimos un gran apoyo del Gobierno y del presidente con el grupo de trabajo de la Casa Blanca para la Copa Mundial de Clubes y para la Copa Mundial del año que viene”, declaró Infantino, en una declaración que confirma el respaldo institucional a la FIFA desde la Casa Blanca. Pero también deja ver hasta qué punto Trump mezcla lo público con lo privado: el organismo rector del fútbol mundial se instala literalmente en uno de sus bienes personales.

Infantino no ocultó el pragmatismo detrás de la decisión: “La FIFA es una organización global y para ser global hay que ser local. Tenemos que estar en Nueva York”. Lo que no dijo es que estar en Nueva York no es lo mismo que estar en la Trump Tower, un edificio que, además de pertenecerle, es símbolo de su marca política y empresarial.

No es la primera vez que Trump usa el deporte como herramienta de marketing político. Este mismo año asistió a la final del Super Bowl, donde se atribuyó que sus seguidores abuchearon a la cantante Taylor Swift, figura emblemática de la oposición cultural a su figura. “La única que tuvo una noche peor que los Kansas City Chiefs fue Taylor Swift. Salió del estadio abucheada. ¡MAGA no perdona!”, escribió en su red social Truth Social.

También es visitante frecuente de las veladas de UFC, un mundo que lo recibe con ovaciones y selfies. La última fue hace apenas semanas, y ya proyecta un evento de lucha en la mismísima Casa Blanca, pensado para el 4 de julio de 2026, cuando se cumpla el 250° aniversario de la independencia estadounidense. Una postal que combinaría espectáculo, nacionalismo y testosterona, como casi todo en su discurso público.

Trump no oculta su concepción del poder: es performativa, personalista y centrada en la imagen. En esa lógica, la FIFA aparece como un aliado ideal: un actor global, acostumbrado a negociar con regímenes autoritarios y encantado de compartir cartel con líderes carismáticos. El desembarco de su sede en la Torre Trump no es apenas una mudanza, sino una señal de alineamiento con un modelo de liderazgo que, más allá del balón, juega en la cancha de la concentración de poder, los intereses privados y el culto a la personalidad.

El Presidente estadounidense no sólo irá a ver una final. Irá a confirmar que el deporte también es territorio de conquista.

JJD, con información de EFE.

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