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Intentará ser un correo al que los suscriptores le den Play. Una vez cada dos semanas llegará a la bandeja de entrada algo que a Julieta Roffo, su autora, le entró por un oído y, en vez de salirle por el otro, le salió por un texto. Habrá música pero también habrá ruidos, canciones y sonidos de los que sabemos todos y, ojalá, de los que sorprendan a los lectores. A lo mejor resulta bien.

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Que tengas un Día Osvaldo

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Leer este texto te va a llevar lo mismo que te llevaría escuchar Dear Prudence, de The Beatles.

Osvaldo es mi remisero favorito. Sonríe con la boca pero también con los ojos: una alegría a prueba de barbijos que asoma en el mantra que repite cada vez que me bajo de su auto. “Que termines lindo”, dice, con una calma incompatible con la cantidad de boludos de los que nos salvó en la ruta. Hace poco, cuando nos reencontramos después de varios meses de encierro pandémico, me sacó de la vorágine del tecleo portátil en la que me vio por el espejo retrovisor con dos palabras: “Pongo Aspen”. Fue como cuando John Travolta le clava la aguja de adrenalina a Uma Thurman o cuando sos Mario, golpeás un ladrillo con la cabeza y sale un hongo verde: una vida más.

Ahora les digo “Día Osvaldo”, una idea que los de Quilmes tuvieron en 2004 para vendernos un poquito más del sabor del encuentro y que yo les robé (?) casi veinte años después para nombrar las jornadas de desintoxicación a base de 102.3. Viene en presentaciones más pequeñas: podés meter unas “Horas Osvaldo” entre Zoom y Zoom, cuando hacés las compras o cocinás, o cuando ni tu trabajo, ni el de quien viva con vos, ni las clases virtuales de los nenes requieran silencio. Arriba del bondi, del subte o del auto. Cada vez que vivís un poquito como Osvaldo sumás millas: se canjean por salud mental en el momento más extraño que nos tocó (sobre)vivir.

Es sencillo: te levantás y decidís. “Pongo Aspen”. Entonces aparece, por ejemplo, Oh l’amour de Erasure y a vos se te mete una entrada en calor en el desayuno. Metés un pianito aéreo cada vez que corresponde y coreás mientras esperás que la pava eléctrica haga lo suyo: vamos bien.

Para las 11 de la mañana ya te pareció posible permutar a tu familia, esos ruidosos que ocupan espacio en tu oficina improvisada, por tocar la guitarra como Mark Knopfler en el solo de Sultans of swing. Ya escuchaste algunas veces que es un día despejado, que va a seguir así “durante el resto de la jornada”. Los accesos a Capital están más descomprimidos que a la hora de Erasure, la ruta está cortada en Vaca Muerta y en Francia van a implementar el pasaporte viral. Nadie dice “urgente”, nadie dice “último momento”, nadie grita. Todavía no lo sabés pero esa calma junta millas.

Efeméride de un Día Osvaldo cualquiera: cumple años Peter Frampton, 71, un dato que qué carajo te importa, pero enseguida te entretienen con el cuentito de que su disco Frampton comes alive es uno de los cinco discos en vivo más vendidos de la historia -iba a poner “álbum” para no repetir pero yo no digo “álbum” y este newsletter tampoco. Suena Baby, I love your way y vos desplegás una disciplina que debería ser olímpica y que Aspen, toda en inglés, estimula: cantás por fonética absolutamente todos los versos de la canción, mandás una fruta hermosa hasta que viene ese estribillo que si te agarra en tu casa le metés aplauso y si te agarra en el auto le metés unas palmaditas al techo. El mismo deporte un rato después, con Africa de Toto.

Les dejo esta perlita, de lo más lindo que encontré para cantar por fonética: Zombie, de The Cranberries. Cuenta como “Minutos Osvaldo”.

Es media tarde y ya escuchaste tantas veces esas voces de varones elegantes que locutan Aspen que si hacés un esfuerzo podrías sentirles el perfume. Una teoría: hace un siglo todos esos señores habrían cantado tangos, engominados y con el cuello de la camisa impecable. Pero ahora están acá, diciendo que el cielo seguirá despejado, que el regreso a casa empieza a ponerse lento, que 537 personas murieron por coronavirus. No dicen “récord”.

Uno de los varones elegantes te dice que el tren Sarmiento está demorado y te dice también que se viene una hora de clásicos. En ese rato escuchás los dedos de Clapton ir y venir por la versión acústica de Layla, y a Bowie decir “insanity laughs under pressure we're breaking”, y a Madonna enumerar “Greta Garbo and Monroe, Dietrich and DiMaggio”. Aspen es como mirar la Champions a partir de Cuartos de Final: todos los partidos son buenísimos.

A esta hora, algo así como las 8 de la noche, ya sonó Barry White cantando You’re the first, the last, my everything y vos ya viste a Rial bajando las escaleras de costado, la Tauro y Pallares esperándolo, la vieja normalidad que se te aparece de formas inesperadas. Ya te levantaste varias veces con la excusa de cambiar la yerba o de ir al baño porque sonaban Beat it o Boogie Wonderland y te viste en la obligación de tirarte unos pasos, una coreo que entre en el living. Si Polino o Moria fueran tu burbuja te dirían que recorriste toda la pista.

El debut de Cuchá Cuchá me sirvió para aprender que Barry White grabó You’re the first, the last, my everything con Pavarotti. Intrusos y confusión.

Bruno Mars, Justin Bieber, Creedence y Tina Turner también comparten hora en un Día Osvaldo cualquiera. Alcanza un rato para escuchar las que sonaban cuando los jóvenes eran tus viejos, las que bailaste en un boliche cuando eras capaz de dormir un rato y reaccionar enseguida, las que vinieron en los discos que fuiste a comprar, las que te mostraron tus sobrinos o tus hijos antes de pasar a algo más novedoso. Aspen es una tabla de barrenar: el día y el tiempo.

No lo dice ningún paper pero este newsletter se la juega: un Día Osvaldo genera anticuerpos.

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