Punto de Encuentro es un espacio de Amnistía Internacional para amplificar las voces y miradas de periodistas, comunicadoras y fotógrafas que trabajan en temas relacionados con mujeres y disidencias.
En un contexto de violencia creciente contra activistas de derechos humanos y ante la reducción de estas agendas en muchos medios masivos de comunicación, Amnistía Internacional y elDiarioAR se unen para dar un espacio destacado a contenido federal e inclusivo.
El rol de periodistas feministas ha sido clave en los avances de los últimos años y el ejercicio profesional riguroso y libre es clave para garantizar esas conquistas que son para toda la sociedad.
Punto de Encuentro pretende ser precisamente un espacio de coincidencia, pero también de debate constructivo. Porque no se puede ser feminista en soledad.
Maternidad: esperar el deseo, convivir con la duda
Detrás de las alarmas por la caída en la tasa de natalidad hay un universo: por qué dudan y qué tienen en cuenta las personas que no se deciden a tener hijos, pero tampoco cierran la puerta. Economía y vínculos románticos, en crisis.
La maternidad ya no es una certeza ni un mandato: mujeres se preguntan si quieren o no tener hijos. Y si pueden. Entre las condiciones materiales y “reloj biológico”. Laura Dalto/Punto de Encuentro
Pilar entró al consultorio y le entregó los estudios a la ginecóloga. La médica comenzó a leer los papeles.
–Vos sabés que a partir de ahora, si quedaras embarazada, tu embarazo se consideraría geriátrico, ¿no? No sé si estarás pensando en tener hijos… –dijo y empezó a enumerar una serie de opciones posibles con el mismo tono de quien repite una lista de supermercado–. Podrías congelar óvulos.
Pilar Méndez –o “Pichu”, como le dicen– volvió a su casa molesta y angustiada. Tenía 33 y se había divorciado del varón con el que llevaba casada cinco años. Ya no pensaba en la maternidad como cuando era más joven y respondía con un sí rotundo. En aquel entonces, lo proyectaba hacia “más adelante”, pero el futuro ya había llegado: una nueva pareja “no heteronormada”, otra separación, un viraje laboral, la necesidad de previsión económica. Búsquedas, cambios. Y en el medio, el tiempo.
En la última década, la tasa de natalidad en Argentina cayó un 43 por ciento. Las razones van desde la falta de recursos y redes de cuidado hasta la elección consciente de una vida sin hijos. Laura Dalto/Punto de Encuentro
“El desfase entre lo que me dijo la ginecóloga y lo que yo sentía era grande. Fue muy violento. No me veía ni me veo geriátrica. Pero claro, pasaron los años y estoy en ese momento en donde inevitablemente tengo que empezar a tomar decisiones, delinear qué quiero hacer”, cuenta a Punto de Encuentroa sus 36.
“¿Qué quiero hacer?” es la pregunta de muchas mujeres y disidencias en torno a si ser o no madres, presionadas por el tic tac del “reloj biológico” y los comentarios de médicos, familiares, parejas o amigos. La respuesta no siempre es clara. Entre quienes abrazan ese proyecto y quienes eligen una vida sin hijos, hay una amplia avenida del medio. “Creo que quiero, pero lo haría en pareja y no me dan las cuentas para conocer a alguien, enamorarme y tener una familia”, “Tengo con quién, pero hoy no quiero, temo no desearlo nunca”, “En principio no quiero, me gusta como estoy así, aunque puede que me arrepienta”. Sí, pero. No, pero. Todas, dudas que se multiplican desde que se profundizó el cuestionamiento colectivo a la maternidad como único destino posible.
A los 33, a Pilar Méndez una médica le advirtió que había llegado a la edad del “embarazo geriátrico”. A los 36, sigue pensando cómo conciliar sus deseos con el paso del tiempo y la inestabilidad económica. Laura Dalto/Punto de Encuentro
La mayor reducción se dio en las adolescentes. Entre 2010 y 2020, período activo en políticas públicas como la Educación Sexual Integral y el Plan Nacional de Prevención del Embarazo no Intencional en la Adolescencia en Argentina (ENIA), la baja de nacimientos en la franja que va de los 15 a los 19 años fue del 53,3 por ciento. La contracara de ese efecto buscado y deseable es el aumento de la edad promedio de las madres. Mientras que en 2001 el 32 por ciento de los nacimientos eran de mujeres de 30 años o más, en 2016 esa proporción alcanzó al 38 por ciento de los natalicios, según CIPPEC.
Los factores que contemplan mujeres y disidencias –y también masculinidades– son variados: dificultades económicas; sobrecarga de trabajo; falta de pareja, red de contención y tiempo; afán de crecimiento profesional y de autonomía, voluntad de construir o prolongar una vida sin hijos; diferencias entre las expectativas pasadas y el devenir de los acontecimientos y, en buena parte gracias a los feminismos, interrogaciones más profundas al mandato histórico de la maternidad.
“Yo tengo una tía que en la adolescencia me hablaba del aborto y decía ‘si vos querés tener hijos, que sean los que puedas mantener sola. Porque después el tipo se borra’. Y me quedó grabado eso, la dimensión económica de la crianza, la necesidad de una estabilidad que no tengo”, ejemplifica Pilar, comunicóloga de la UBA y ex asesora parlamentaria a quien hoy, como docente en el nivel superior, no le cierran los números. El alquiler se lleva la mitad de su salario. Y el valor de la Canasta de Crianza en agosto abarcó entre 432.161 y 542.183 pesos, según la edad del niño o niña.
¿Con quién?
“No sé si voy a ser madre. No a cualquier costo”, responde Lucía Camaño, que tiene 31 años y vive en Santos Lugares, partido de Tres de Febrero de la provincia de Buenos Aires. Como abogada en una empresa multinacional de consultoría estratégica y servicios tecnológicos, sus dudas no son laborales ni económicas. Es propietaria gracias a la ayuda familiar, cobra un sueldo en sintonía con el promedio nacional de los trabajadores del sector privado, hace home office, podría acceder a una licencia extendida o trabajar medio tiempo si quisiera. El asunto es que no se embarcaría en ese proyecto sola. “Si lo imagino, es con un compañero con el que comparta valores, incluso si más tarde me separo. Por mi profesión vi muchos divorcios y cuando hay una guerra entre los padres el costo emocional para los chicos es terrible”, explica.
Para Lucía, lo central de un compañero es la contención emocional en la crianza, más allá del soporte económico. Una corresponsabilidad. Ella está soltera y tiene citas a través de aplicaciones. No es la única: Argentina se encuentra entre los tres países latinoamericanos con más usuarios en esas plataformas. Lucía considera que son una herramienta más, válida, para salir con gente. Pero encontrarse románticamente cuesta cada vez más en tiempos digitales. “Hay algo del primer encuentro que es distinto con las apps. Cuando te conocés con una persona de forma presencial podés tirar un chiste y ya tanteás el estilo del humor. Una tiende a pensar que lo digital es más inmediato, y para mí es al revés, lo más rápido para intuir si alguien te gusta es cuando lo conociste en un ámbito cercano”, matiza.
Lucía prioriza conocer varones con quien tenga “afinidad cultural”. No le importa si la paternidad está o no en sus horizontes cercanos o incluso si ya tienen hijos. En su tono, hay mucha tranquilidad. “Ya de por sí es difícil congeniar con alguien en gustos, hábitos, mirada sobre el mundo, para construir algo. Hay hombres que están muy evasivos, puede que les gustes y no saben cómo acercarse, o si te ven muy independiente, abierta y transparente, se intimidan. Entonces, veo lejano formar una familia. No es imposible, pero es un paso más”, comenta y aclara: “De todos modos, sé que nunca va a existir un escenario ideal. Voy a ser madre si algún día me gana el deseo por sobre las excusas”.
El deseo y la realidad
Carolina Schneider tiene 39 años, es prosecretaria en un colegio y profesora de Educación Física en una escuelita de fútbol por la tarde. Vive en un departamento propio en Estación Buenos Aires, en el barrio porteño de Parque Patricios, gracias a la política crediticia Procrear. Desde chica, anhelaba formar una familia al estilo “Susanita”, pero los sueños no se pueden programar. Su última separación fue por diferencias en torno a ese propósito. Dice, con frustración, que a medida que pasan los años, relacionarse es más difícil: “hay muchas posibilidades de que una persona de entre 36 y 40 y pico de años ya haya tenido una pareja e hijos y que no esté pensando en eso para una nueva relación”.
Carolina Schneider soñaba con una familia “al estilo Susanita”, pero la falta de tiempo, las separaciones y las dificultades económicas la llevaron a redefinir su deseo de maternar. Laura Dalto/Punto de Encuentro
Exploró las apps de citas, aunque no le encantan. “Siempre las consideré un catálogo por esto de ponerle un corazón a fotos de personas que no sabés ni cómo son, ni qué piensan, nada. Me hace ruido elegir a partir de imágenes. Pero hoy es casi la única opción. La mayor parte del tiempo estoy trabajando –no me gusta la idea de relacionarme con gente del ámbito laboral– y en las salidas o bares cambió mucho la onda, no está de moda encarar”, señala a este medio.
Carolina tampoco se concibe maternando sola. “Hay días que arranco a laburar a las siete de la mañana y termino a las ocho de la noche. No me entra en el calendario hacerme cargo de una personita ni alcanzaría sólo mi sueldo”, lamenta. Con ayuda de su terapeuta, trata de encarrilar su deseo hacia otros lugares: crecimiento profesional y estudio. Aunque no sin dificultades ni penas: “Me cuesta salir de lo que había armado en mi cabeza, pero eso complica que vea otras cosas lindas de mi vida”.
A futuro, si la situación cambia, Carolina no descarta la adopción. Pilar, tampoco: “Adoptar da miedo y genera un montón de prejuicios o interrogantes, como si una va a poder alojar ciertos traumas de origen o dar todo el amor que esa persona necesita. Igual, imagino más ese camino. Y una maternidad poliamorosa –dice entre risas–, en el sentido de que debe ser colectivizada, en red, que no recaiga solo en una. Aunque quizás no pase nunca y proyectaré cosas nuevas”.
En su mente la idea resuena hace tiempo. “Hablé sobre el tema en mis últimas dos relaciones. A mi ex esposo le pesaba la cuestión de la sangre. A mi última pareja no le atraía la idea de gestar. Y al conversar, empecé a pensar que capaz yo tampoco lo haría. Creo que los vínculos que se alejan de lo cisheteropatriarcal habilitan formas y charlas menos normadas, otras opciones”, reflexiona.
Que fluya
El deseo puede ser escurridizo. Entre esos vaivenes transcurrieron la vida y los vínculos de Rocío Ávila, ex trabajadora estatal y artista de 34 años que nació en Don Orione, barrio popular de Almirante Brown, conurbano sur. Hija menor de cinco hermanos, cuando era niña, jugaba a ser madre y a elegir el nombre del bebé. Una vez adulta, la idea permaneció, con menor peso, hasta casi evaporarse. Rocío temía perder la libertad de la que se apropió al mudarse sola a La Boca, CABA, a sus 22. Durante varios años, en ninguno de sus vínculos formales se habían generado las condiciones para planear tener hijos/as.
El descenso de los nacimientos adolescentes y el aumento de la edad promedio de las madres reflejan una transformación social impulsada por los feminismos y el acceso a derechos sexuales y reproductivos. Laura Dalto/Punto de Encuentro
A mediados de 2021 se mudó a Mar del Plata. Un año después de la asunción de Milei renunció a su trabajo territorial en el Ministerio de Desarrollo Social de la Nación para dedicarse a ser masajista y a “terapias alternativas vinculadas al arte”. Allí descargó Tinder en busca de vínculos sexuales casuales. Gracias a esa app, y luego de distintas citas, el año pasado conoció a su pareja actual, un joven que había visto en el gimnasio de su barrio, con quien comparte hogar desde hace dos meses. “Con él es otra cosa. Volví a pensar en la opción de una familia porque hacemos un buen equipo. Pero queremos esperar para no saltear etapas”, cuenta.
¿Cómo conviven los plazos de una pareja con la percepción del tiempo, de lo que puede un cuerpo? A Rocío le genera temor gestar a su edad. “Tengo un montón de dudas. La salud, por ejemplo, qué le pasará internamente a mis órganos, cómo va a cambiar mi cuerpo, pensar que alguien crecería dentro mío. No sé si tengo la capacidad de hacerlo, me impresiona”, confiesa. De todas maneras, dice que tiene esperanza en lo que ocurra: “Que fluya. Si tengo que ser madre lo seré, y si no tiene que venir un ser de mí a este mundo, está bien. Tal vez después me costaría aceptarlo, pero bueno, no pienso congelar óvulos tampoco”. Lucía sostiene que también trabaja mucho su “espiritualidad” y que confía “en la vida”.
Tic tac efímero
Samantha Meulén Rosales tiene 30, una pareja hace 8 años, y ningún apuro. Sabe que si algún día tiene un hijo o hija, será más cerca de los 40, como su madre. Le molesta cuando la critican por eso, con preguntas como “¿cuántos años vas a tener cuando tu pibe tenga 15?”. Es azafata de Aerolíneas Argentinas y psicóloga. Entre vuelos, pacientes, cursos sobre su profesión, yoga y pilates, sumado a las pocas horas de sueño, no hay lugar para un niño o niña ni es su prioridad.
A los 30, Samantha Meulén Rosales no tiene apuro. Piensa en la maternidad como un proyecto posible solo si llega el deseo, no por miedo a “quedarse sin fichitas”.
“Si hoy quedara embarazada, creo que no lo tendría. Para mí, la maternidad nunca fue un deseo incondicional, tiene mucho más que ver con un encuadre previo. Una pareja, un trabajo estable, toda una estructura que tiene que estar para recién ahí empezar a hablar del tema”, describe la psicóloga de Villa Urquiza, CABA. Cuando piensa en ese escenario hipotético, apuesta a una crianza cien por ciento compartida con su compañero. Rocío espera lo mismo: una distribución de tareas equitativa. No es la realidad mayoritaria. En los hogares con personas que demandan cuidados, las mujeres dedican el doble del tiempo que los varones a ese trabajo. Samantha baraja invertir en la preservación de óvulos para que no la corra el tiempo. Si un día decide ser madre, no quiere que sea porque sea apurada por el reloj biológico, lo que ella llama “quedarse sin fichitas”. Llegado el momento, podrá acceder a procedimientos de reproducción médicamente asistida amparados por la Ley 26.862. A diferencia de las generaciones pasadas, muchas mujeres se refugian en estas alternativas que provee la ciencia para transitar sus inquietudes con más calma y tomar decisiones acordes a sus condiciones de vida.
Aunque Samantha revela su miedo: “No me preocupa tanto que no pase, sino más bien el paso anterior, la posibilidad de no desearlo nunca. Que la maternidad se convierta en una habitación oscura de mi casa a la que al final no entré. Porque ahora te digo, ‘más adelante, más adelante’. Siempre después, pero ¿qué pasa si ese más adelante no existe? ¿Quién voy a ser si no soy madre?”.