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Un trabajo extraordinario: historias e ideas sobre maternidad y paternidad en Argentina es una exploración de lo que nos une y de lo que nos separa a los padres y madres que hoy, en un territorio tan vasto y desigual como el nuestro, contribuimos a la tarea titánica de criar a una persona. Un mapa de temas y problemas, un retrato de un estado de situación, un testimonio de las muchas formas en las que las personas atraviesan y se organizan para atender al desarrollo humano de los niños y las niñas.

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Por Natalí Schejtman

Maternidad y trabajo creativo: ¿Asuntos separados?

La relación entre maternidad y trabajo creativo es compleja

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Este texto fue enviado el miércoles pasado como la entrega número tres del newsletter Un Trabajo Extraordinario, en el que Natalí Schejtman explora historias, ideas y temas alrededor de la maternidad, paternidad, crianza y cuidados. Para recibirlo miércoles por medio, suscribite acá:

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Historias e ideas sobre maternidad y paternidad en Argentina, por Natali Schejtman.

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Ya conté que tengo un hijo de cuatro años y un bebé de seis meses. Él está haciendo que regresen algunas prácticas corporales a mi vida de las que me había olvidado. Concretamente, hay muchos momentos del día en los que tengo las manos ocupadas y no puedo hacer nada más que pensar: mecer y pensar, amamantar y pensar, dar palmaditas y pensar. Como me dedico al mundo de las palabras escritas, muchas veces en ese tiempo redacto cosas que quiero o que tengo que escribir en algún momento y pruebo reglas mnemotécnicas para acordármelas una vez que pueda poner mis manos en posición tentáculo y teclear: cómo empezaba el primer párrafo, el segundo, y así. El imperativo de la productividad no descansa, pero cuando el bebé se duerma es probable que yo me desplome en la almohada y que todas esas palabritas se dispersen nuevamente en mi cabeza. Me pasó con mi primer hijo y me pasa ahora: en esos momentos de absoluta oscuridad, con mis hijos desvelados o en la teta, en silencio, mi cabeza va rapidísimo. Pero después no puedo hacer nada con eso. Se esfuma, me lo olvido, no está más.

En un texto canónico que se llama El narrador, Walter Benjamin hablaba de una paradoja respecto de la experiencia: los soldados volvían de la Primera Guerra Mundial enmudecidos. Habían vivido la experiencia más rotunda y dramática de su vida, pero no podían ponerla en palabras. Salvando el océano de distancias, podría decir que las madres de bebés vivimos en un campo de batalla cotidiano, pero estamos demasiado cansadas para traducirlos en palabras en el momento. 

La directora Ana Katz lo puso de un modo genial en una entrevista que le hicieron cuando estrenó Mi amiga del parque, una especie de thriller, drama y comedia brillante sobre puerperio y maternidad que ella escribió y dirige y en la que también actúa. Empezó a pensarla cuando tuvo a su segundo hijo: “Con mi segundo hijo apareció ya una posibilidad de mirar que con la primera no estaba. Es como si la actriz hubiera surgido con mi primera hija y la directora con mi segundo hijo”.

Esa brecha entre experiencia y escritura hoy se salda en parte con las redes sociales, aliadas naturales de las mamás que quieren hablar sobre la maternidad: lenguaje impresionista, componente visual atractivo –los bebés–, pocos caracteres. 

Pero no voy a dedicarme específicamente a los relatos sobre maternidad –esto lo dejo para otro día–. Quiero escribir sobre lo que viene antes de escribir: las condiciones de posibilidad de esa escritura. O cómo las madres recientes que se dedican a ese conglomerado de actividades llamado industrias culturales (que representa un 2,6% del PBI, por cierto, a pesar de la bruma culposa que todavía persiste en algunos y algunas cuando dicen que se dedican al arte) puede reinsertarse o no en sus actividades laborales después de ser mamás y cuáles son las decisiones propias y las trabas ajenas y lo difícil que es a veces discernir una cosa de la otra. 

A pesar de que quiero poner el foco en cómo las mujeres de la cultura vuelven a sus trabajos informales y tan flexibles que hay quienes lo ven como un “no trabajo”, se me ocurrió escribir sobre esto escuchando a un varón. En el episodio del podcast Comedia en el que Adrián Lakerman entrevistó a Alfredo Casero, hablaron de arte-trabajo-vida y de si Cha Cha Cha había sido su “gran obra” en el sentido de lo que Casero había definido: “la gran obra es un tiempo en la vida”. El humorista se explayó:

–La obra a la que le pusiste toda la testosterona, toda tu progesterona, toda la libido está puesta ahí, en un momento en tu vida. Después pasa algo, vienen los hijos, te casás, tenés mujer, tenés separaciones, todo lo que pasa en la vida normal de la gente. Y ese tiempo que se pierde no lo recuperas más. Entonces ya llega por otro lado, tu libido va por otro lado, los hijos te descargan otra energía por otro lado. Entonces quedás ahí. Fíjate los grandes directores, que siempre hicieron dos, cuanto mucho tres películas importantes y el resto de las películas que hicieron después ya era el cansancio…

Una parte de su comentario me resultó, justamente, familiar. 

Hay algunos trabajos que son como un gas, lo ocupan todo, y que cuando aparecen los hijos tienen que coexistir con esa otra expansión huracanada, con esa otra tarea omnipresente. El trabajo artístico es, muchas veces, así. Y aunque el que habló era Casero –y recomiendo toda la entrevista, graciosa e interesante–, es claro que esta reconfiguración del tiempo que viene con los hijos impacta más en las mujeres artistas que en los varones. Como en el resto de las profesiones, son ellas las que se vuelven, digamos, más caseras.

Por eso me interesó hablar con la escritora israelí Tehila Hakimi, que está pasando dos meses en una residencia para escritores organizada por el MALBA pero que no vino sola sino con su pareja y su hijo de poco más de 1 año. Ella misma, que está por cumplir 40, había notado en una residencia previa en Estados Unidos en 2018, cuando todavía su hijo estaba lejos en los planes, que en la cohorte de escritores había muchos padres varones y sólo dos madres. Una de ellas de un chico ya mayor de edad. Era visible que las mujeres madres con responsabilidades intensas de cuidado faltaban en determinados espacios. 

Tehila tenía miedo de venir a la Argentina, porque era el primer viaje que hacían juntos con el bebé. Pero está contenta de haberlo hecho y agradece estar en una residencia en la que pueda hacer base en un departamento con cocina y comodidades acordes con sus necesidades familiares. Si no, sencillamente, no podría haberlo hecho. 

Es un tema en el que reflexiona mucho: los tiempos del trabajo, los tiempos de la maternidad. En hebreo, me cuenta, la palabra que se usa para “residencia” es shehut y su significado se relaciona, justamente, con algo así como “hacerse el tiempo para vivir el momento”. Y eso se volvió más complejo desde que nació su hijo: “El trabajo creativo a veces es sobre escribir realmente y otras veces es sobre tener tiempo para para pensar. La escritura necesita tiempo, no solo para escribir o investigar o leer sino para pensar. Y cuando sos madre tenés tantas cosas que hacer... alimentar al bebé, enseñarle, y necesitás ese tiempo exacto y específico con el bebé... Porque también con el bebé es un hecho creativo hermoso y todo el tiempo pasa algo, a veces es sólo mirarlo, moviéndose, haciendo algo nuevo, cómo mueve la mano, cómo le cambia la cara, si dice algo. Y es muy difícil hacer las dos cosas porque además todo sucede en la casa. Tantas cosas que hacer y de repente el tiempo de la escritura se reduce. Por otro lado, creo que la maternidad es una experiencia física y emocional tan fuerte que cambia muchas cosas de la escritura en sí misma”. 

En lo operativo, la diferencia se hace más evidente cuando recuerda que en la residencia de tres meses en Iowa escribió una novela: “Todos los días me levantaba, me compraba un café e iba a la biblioteca”, dice, y lanza una carcajada, en referencia implícita a lo difícil que le resultaría ahora empaquetar así su rutina. “Los chicos realmente cambian el trabajo: ahora tenés que ser mucho más efectiva. Antes si tenía dos horas nunca me sentaba a escribir, ahora cada minuto vale”.

Su literatura y poesía viene rondando el tema de la mujer y el trabajo. Su libro de poemas Trabajaremos mañana (2014) recibió el premio para poetas emergentes del Ministerio de Cultura de Israel y el premio Bernstein de Literatura 2015. Company, su primer libro en prosa (originalmente Hevrá en hebreo) se aboca al mundo del trabajo entre lo cotidiano y las preguntas por el mundo corporativo, el acoso laboral y el hogar.

Después de la maternidad, dice, empezaron a aparecer mucho más bebés en lo que escribía: mujeres embarazadas, mujeres madres, mujeres que piensan en el tema y deciden no ser madres. Es más, en una novela de ciencia ficción postcapitalista que estuvo escribiendo, un personaje decide tener un bebé que crece afuera del vientre. En la residencia del MALBA, por caso, se presentó con un proyecto llamado Entonces, ¿cómo te ganás la vida?, sobre una mujer en un entorno laboral inestable y desigual con una alta rotación de “trabajos de mierda”. 

Y es importante comentarlo: Tehila no es solamente escritora. También es ingeniera y si bien unos años antes de la pandemia renunció a su trabajo de Program Manager de una compañía y se dedicó a escribir, su otra carrera sigue ahí. 

Su reflexión sobre maternidad, escritura y condiciones laborales la está conduciendo nuevamente a su trabajo original: “No es suficiente con la escritura. No puedo seguir teniendo este sueño. Ahora tengo un bebé y quiero darle todo y no quiero estar estresada todo el tiempo con la plata. Estoy buscando trabajo y me gustaría volver a la ingeniería. En Israel es casi imposible vivir de la escritura –nunca es solo la escritura, además–, tenés que estar todo el tiempo corriendo, agarrando otro trabajo más chico y otro y otro, recordándole a la gente que te pague porque sos freelance y te pagan en dos o tres meses. Es agotador”.

La ingeniería finalmente parece un trabajo más controlado para compatibilizar con la maternidad. Y, bueno, más redituable.

La llamé a Romina Paula, una escritora, dramaturga y actriz, autora de novelas como Agosto y Acá todavía, directora de El tiempo todo entero y Cimarrón, entre muchas otras obras, y mamá de un nene de 7, para saber cómo había sido adaptar su trabajo a su maternidad. Cuando le pregunté, se quedó pensando. 

–Hay cosas que doy por sentado que yo elijo ya no hacer porque significa estar lejos de mi hijo o verlo menos horas. Lo tomo como algo natural y a favor. Por ejemplo, cuando me llega alguna convocatoria para una residencia en el exterior de seis meses, la descarto enseguida. Cuando es más chiquito quizás te lo podés llevar, pero a partir de que está escolarizado no. ¿Por qué me lo voy a llevar? O me voy sola, si es poco tiempo, o me quedo cerca de su escuela donde él ya tiene sus amigos, su rutina.

El trabajo en el teatro es, encima, muy nocturno, de funciones todas las noches, ensayos vespertinos. Me cuenta que una vez, cuando su hijo tenía 2 años, se fue a montar una obra suya a Francia con su mamá, que se ocupó de él. Salvo esta excepción, es en general ella la que se adaptó a él y no al revés. “También me pasa que ahora mi hijo va a la escuela todo el día entonces me planteo si hacer una obra de teatro: ¿justo que no lo veo todo el día no voy a estar cuatro noches por semana? Hago lo posible para que mi tiempo productivo se superponga con el de él. Trato de que todo mi trabajo esté concentrado en el tiempo”.

Romina se separó del papá de su hijo, así que hay algunas noches que no está con él. Su ex pareja también es artista, por lo que comparten una forma de trabajo irregular y a la vez intensiva, interrumpida por la pandemia: “Diría que sí quizás ese primer año en que nació mi hijo yo ‘resigné’ más –él tuvo una gira de un mes y después viajamos los tres a otra gira suya–, pero lo había decidido así. Pero en 2019 viajé un montón por la película –De nuevo otra vez, estrenada ese año– y ahí se quedaba siempre con el papá y no se discutía. Está en el aire que si a alguno de los dos le surge algo así el otro se va a ocupar más. Pero a los dos nos pasó de evaluar más qué queremos hacer y si queremos estar tanto tiempo separados de nuestro hijo”.

En línea con lo que contaba Tehila, la necesidad de acotar el tiempo creativo en las cajitas libres que le deja la maternidad a Romina le potenció cierta eficiencia: “Fui mamá de grande y tenia re ganas de dedicar gran parte de mi tiempo y vida a eso, a la vez que no sé por qué pero para mi fue re organizador de mi tiempo. Como que dije ‘voy a aprovechar’. Como que ese lujo de poder tirar tiempo y otro tipo de neurosis de dar vueltas, ser madre me los quitó bastante. Cuando estoy con él trato de estar con él, cuando estoy trabajando trato de estar trabajando, aprovecharlo, estar más focalizada en cada cosa. Trato de trabajar todo el tiempo que él no está y estar con él cuando él está, lo cual quizás no me deja mucho tiempo para la mujer”. 

Pero además, hay algunas tretas que hizo como mujer, madre y artista para que le rinda mejor el tiempo: “Escribí una película que voy a filmar el año que viene y le escribí un personaje a él, por ejemplo. Son estrategias que hago de juntar a mi hijo con mi trabajo, como que él participa no porque me está acompañando sino porque tiene una tarea específica”.

A veces se pregunta si eso que ella reconstruye como decisiones lo fueron realmente o estuvieron motivadas por la inexistencia de herramientas concretas para que quienes tengan responsabilidades de cuidado en el informal mundo de la cultura puedan compatibilizar trabajo y crianza: “En Argentina lo veo a años luz: ensayos con guarderías sería espectacular, me hubiese venido bien con mi hijo más chiquito, pero no veo que sea una opción para las que trabajamos en esto. Como que está sobrevolando siempre esa idea de que no es un trabajo ‘necesario’ o ‘de vida o muerte’, como que podría no existir.”

Viva la PIPA. En Argentina, las agrupaciones de mujeres feministas en las artes tuvieron una expansión reciente en relación, sobre todo, a denuncias de violencia estructural y abusos en el sector. También, alrededor de acciones para equilibrar la distribución de contenidos. Pero la agenda de género avanza en otras direcciones también, todavía muy tímidas. Por ejemplo, a fines de 2018, el Cervantes inauguró un lactario con heladera y sillón para que las mujeres madres tuvieran un espacio para extraerse leche y acopiarla de manera segura para dejarles a sus hijos cuando no están (es el único Teatro Nacional que lo tiene). Recientemente, el Colectivo de Técnicas de Cine y Publicidad fue fundamental para conseguir que las personas gestantes que no están en relación de dependencia afiliadas al SICA (Sindicato de la Industria Cinematográfica Argentina) puedan contar con una asignación sindical que lleva el nombre de Fondo de Maternidad. 

En otras partes del mundo hay ejemplos interesantes de cómo este ámbito incorpora una perspectiva amigable con madres y padres que cuidan. Esto se vuelve fundamental teniendo en cuenta lo difícil que se les hace a estas personas estar en igualdad de condiciones respecto de quienes no tienen estas responsabilidades en muy diversas situaciones laborales: desde los horarios de las reuniones hasta becas internacionales en las que no se contempla económicamente que si hay menores a cargo ellos probablemente deberán viajar también y alguien deberá hacerse cargo. Elijo contarles sobre PIPA y dejo otras para futuras entregas. PIPA es el acrónimo de Parents and carers In Performing Arts, una especie de asociación civil de padres, madres y cuidadores que trabajan en teatro. Nació en 2015 después de una reunión en la que asistieron 400 personas para discutir cómo las responsabilidades de cuidado impactaban en el desarrollo de las carreras. Sus fundadoras fueron la actriz Cassie Raine y la directora Anna Ehnold-Danailov y se trata de una campaña que permanentemente acerca a los teatros e instituciones vinculadas información y guías con mejores prácticas para incluir a esta población en sus políticas de empleo: “Nuestros informes basados en evidencia demuestran que los padres y cuidadores que trabajan en las artes escénicas están desproporcionadamente en desventaja debido a los horarios irregulares, las largas horas, el trabajo nocturno y los fines de semana regulares, los cambios de última hora, el trabajo fuera del hogar y la inestabilidad financiera. Esto se ve agravado por la falta de cuidados asequibles y flexibles para los niños, los discapacitados o los familiares mayores. A medida que salimos de la austeridad y una pandemia, las familias vulnerables corren más riesgo que nunca. Las mujeres, las familias monoparentales y las personas sin capital social se han visto especialmente afectadas. PiPA aboga por la inclusión que beneficia tanto a los empleadores como a quienes tienen responsabilidades de cuidado”, dicen en su web. La experiencia es novedosa y de a poco está llevando a que algunos teatros y compañías incorporen esta perspectiva de inclusión a la hora de formar equipos y organizar el trabajo.

Por hoy los y las dejo. Y les repito que espero sus comentarios, propuestas y, por qué no, sus experiencias como personas con responsabilidades de cuidado en la industria cultural en nschejtman@eldiarioar.com.

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Por Natalí Schejtman

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