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Sobre este blog

Un trabajo extraordinario: historias e ideas sobre maternidad y paternidad en Argentina es una exploración de lo que nos une y de lo que nos separa a los padres y madres que hoy, en un territorio tan vasto y desigual como el nuestro, contribuimos a la tarea titánica de criar a una persona. Un mapa de temas y problemas, un retrato de un estado de situación, un testimonio de las muchas formas en las que las personas atraviesan y se organizan para atender al desarrollo humano de los niños y las niñas.

Invitamos a los lectores y las lectoras a suscribirse a este newsletter y sumarse a esta exploración de los dilemas, las alegrías y las dificultades que convergen en el trabajo extraordinario que supone cuidar y criar hoy en Argentina.

Por Natalí Schejtman

Es papá adolescente junto a su novia, trabaja de día y retomó el secundario a la noche: “Lo que necesito es más tiempo”

Lucas fue papá a los 17 años

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Sábado a la mañana, una dietética de las que cambiaron la venta a granel por el abuso de plástico para permitirse cobrar el triple la bolsita de semillas de lino es el escenario de una catarsis. La dietética chic tiene una barra en una esquinita de su negocio, donde te podés sentar a tomar y comer algo, atendida por una chica joven que está dele que te dele con la máquina de café, abre y cierra el hornito que templa los croissants y hace espumita con un arcoiris de leches vegetales. La mujer le habla a dos clientes mientras les prepara un tostado apto celíaco con furia, agotamiento y verborragia.

–No los aguanto más. Ayer una me hizo un berrinche de media hora a los gritos antes de ir a bañarse. Anteayer mi hijo se sentó en el medio del supermercado y no quería moverse. 

Los clientes asienten con pena y tiran interpretaciones y anécdotas personales que denotan alguna bibliografía sobre psicología infantil o consumo al día del ítem crianza en la góndola de las redes sociales. Yo trato de no escuchar: me fui de mi casa a tomar un café en un acto liberador después de haberme despertado unas 6 veces durante la noche, cortesía de mi bebé de diez meses. Tengo un libro bastante atrapante en mis manos y una energía inesperada para leerlo. Quería tiempo sin sintonizar el tópico hijos, pero es muy difícil apagar los oídos.

La escena funcionaba como contracara diurna de la típica situada en un bar lúgubre y humeante, donde borrachos solitarios a las tres de la mañana le cuentan sus penas al barman. Acá eran las 9 de la mañana, en un negocio de comidas saludable y algunas mamis ojerosas también compartían sus penas desde una barra con café en mano. Su relato acongojado pero muy enérgico me llevó a hacerme, otra vez, la pregunta: ¿Es que todo el mundo está hablando sobre la maternidad y quejándose de sus hijos o el tema me está persiguiendo a mi que estoy preactivada para escucharlo, incluso aunque crea que no quiera? 

Me atrae, confieso lo obvio, esto de posar el ojo en la mirilla, conocer las historias, las logísticas y las dinámicas tan tremendamente variadas, diversas y privadas detrás de cada vínculo entre madres y padres con sus hijos. Los formatos que se forjan puertas adentro o que se comparten en pequeños grupos, a los que accedemos de casualidad, casi como un fisgoneo, como con la chica de la dietética que explota de rabia en su trabajo. O como la historia de Lucas, Daniela y Tomás, que se esconde detrás de esta cortina comercial por la que se entra a un predio inmenso e insospechado en pleno Villa Crespo. 

Estamos ahora con Lucas sentados adentro en dos sillas que él separó para conversar de un grupito de doce sillas que estaban ordenadas en filas prolijas mirando hacia una tarima improvisada. No me había dado cuenta, pero lo que hay ahí es una iglesia en miniatura, un espacio que los fines de semana puede recibir a un pastor y a sus feligreses y revestirse de espiritualidad. Ese es solo uno de los ambientes de este gran predio que se abre detrás de la persiana. Con esta iglesia conviven un kiosco, un minimercado, un gran salón que tiene una pelopincho cubierta para soportar el verano puertas adentro y una vivienda: una cama doble con una cuna y una cocina dentro del salón y lindante con la iglesia. 

Lucas me advirtió que no tiene mucho tiempo: en breve tiene que salir a buscar a su hijo al jardín, traerlo a su casa y de ahí correr a la escuela técnica nocturna hasta las once de la noche, donde está terminando el secundario a los 19 años. Antes, tiene que ocuparse de algunos detalles del festejo de cumpleaños de su suegra, la responsable del alquiler del predio, la que los invitó a vivir ahí y la que le da trabajo a su hija en el kiosco.

–No nos gusta que nos estén manteniendo, pagamos algo de alquiler, de electricidad, lo que podemos.

Lucas fue papá a los 17 años con quien era su novia desde hacía 5, que entonces tenía 19. Son lo que se conoce como padres adolescentes, una categoría que en argentina es exuberante aunque está en descenso: según las últimas estadísticas, en 2020 alrededor de 53.000 adolescentes tuvieron un hijo. Pero Lucas y Daniela, cuyo nombre es de fantasía, forman parte de una minoría, porque solo 3 de cada 10 embarazos adolescentes son intencionales y buscados, como el de ellos. (El no intencional, que representa al 70%, está en la agenda de trabajo de diversas organizaciones dedicadas a los derechos de las mujeres y las infancias. Recientemente, de hecho, hubo una campaña organizada por algunas organizaciones como FEIM y Unicef al respecto.) 

En los intervalos del kiosco, entre un cliente que pide una petaca y otro que pregunta por las figuritas del Mundial, Daniela se retrotrae a un momento de oscuridad en su vida cuando decidió que quería ser madre:

–Yo estuve en un mal momento y pensaba qué cosas me podría hacer salir adelante con mi vida. Empecé a soñar que era mamá. Soñaba que tenía un hijo y me veía feliz. Y lo hablé con él. 

Lucas es el encargado de contar el resto de esta historia. Daniela es muy tímida y apenas aparece mientras conversamos:

–Yo también quería ser padre. Al principio me costó. Yo pensé que iba a ser más fácil. No es lo mismo un hermano que un hijo. Cuando nació, yo pensé que iba a ser como un hermanito chiquito. Conforme pasan los días me doy cuenta de que el sentimiento es muy diferente: se siente que querés estar todo el tiempo cerca de él, todo el tiempo vigilando que esté bien, que sea feliz. Capaz que un hermano lo querés ver feliz también pero no estás pendiente todo el tiempo. 

La comparación no es casual. Lucas tiene siete hermanos. Su papá murió cuando él era muy chiquito y hubo un tiempo en que su mamá los abandonó y vivieron con sus tíos. En ese período, su hermano mayor lo cuidaba. Cuando su mamá se reunió nuevamente con sus hijos, y con una nueva pareja, tuvo tres hijos más. Lucas muchas veces los cuidó cuando también él era un niño. 

–La pareja de mi mamá me enseñó que no puedo dejar la casa sucia, que tengo que ayudar a mi mamá. Antes de que se juntara con él, mi mamá nos llevaba al colegio, se iba a trabajar, nosotros volvíamos con mi hermano, desordenamos; mi mamá llegaba y se tenía que poner a limpiar y cocinar, una rutina bastante pesada. Y de a poco se empezó a dar cuenta y no le gustó y nos empezó a mandar a que limpiemos. Al principio no nos gustaba porque éramos nenes. 

 Si bien la suegra a veces cuida al nene, en general son Lucas y Daniela los que se encargan de él cuando no está en el jardín. No solamente por necesidad. Lucas, repite, no confía en demasiada gente para que estén con su hijo y lo cuiden bien. Hoy cuenta con orgullo que se encarga de limpiar, lavar la ropa y también construyó la casa dentro de la casa en la que viven. Él se mudó varias veces en su vida: nació en San Fernando, pasó por Guernica y un tiempo vivieron con Daniela en Glew, donde se ubica un terrenito que su suegra les regaló: 

–No lo terminamos, porque lleva mucha plata construir. Lo tenemos ahí para terminar. Tenemos lo que es el techo, la escalera, piso, contrapiso, electricidad, agua. Aparte es lejos, se nos complica ir para allá y esperar a que el albañil vaya, construya, es un día perdido que no hacemos nada. 

Estar en Villa Crespo les permite acortar mucho el tiempo de viajes para poder organizarse con Tomás, que ya tiene dos años. Él asiste todos los días a Jakairá, que es entre otras cosas un jardín maternal gratuito dirigido a niños y niñas que tienen padres y madres adolescentes, del que le contaron en su colegio. Fundado hace dos décadas como un acuerdo de colaboración entre la Fundación Kaleidos y Children’s Action de Suiza, el establecimiento tiene una sede en Chacarita y otra en Traslasierra, Córdoba. La propuesta del programa es acompañar a las familias de esos bebés y niños pequeños con actividades específicas, grupos de crianza y conversación y acompañamientos personalizados en caso de ser necesarios. En un inicio, estaba dedicado especialmente a mujeres adolescentes madres y con el tiempo se fue ampliando para incluir, convocar y también salir a buscar a los padres. “En la mayoría de los casos, la principal problemática que atendemos tiene que ver con el aislamiento de las mamás y la vulneración de derechos: adolescentes que están muy solas y en esos casos tratamos de fortalecer la red. Criar solas es muy difícil, y a los 16 y 17 años genera mucha vulneración de derechos: no pueden estudiar ni trabajar, por ejemplo. También hay una gran vulneración de derechos por casos de violencia, partiendo de que el 90 por ciento de la familias no tuvieron embarazos intencionales”, explica Alejandra Scialabba, directora de Kaleidos. Desde que forma parte de la fundación, hace seis años, observa dos fenómenos: uno, el mayor involucramiento de los padres, aunque no estén en pareja con las mamás. En parte, porque los van a buscar. El otro tiene que ver con la pandemia: “Reforzó el aislamiento, la falta de red y las problemáticas de violencia y vulneración de derechos. Todavía estamos trabajando en volver a convocar a los y las adolescentes, que se replegaron mucho”.

En el caso de Lucas y Daniela, no solamente fue un embarazo buscado, sino que Lucas está en pareja con su mamá y es un papá presente en la vida de su hijo. 

Lucas dejó el colegio cuando fue papá durante la pandemia. Le gustaba mucho ir y ahora está decidido a terminarlo. Le entusiasman los talleres vinculados a la electrónica –en especial uno que va a dar Samsung para arreglar celulares y en el que equipan a los estudiantes con el kit necesario para hacerlo– y se imagina estudiando ingeniería electrónica una vez que logre terminar la secundaria. Daniela terminó la secundaria antes de ser mamá, pero por el momento no piensa en seguir estudiando: entre el kiosco y su hijo –a veces superpuestos– el día se le escurre de las manos.

A Lucas le gusta asistir a un jardín en el que van familias con padres y madres adolescentes como ellos. Cree que hay cosas que les cuestan más porque son muy jóvenes, como ponerle límites a su hijo, y también observa que en algunos ámbitos los miran distinto: “Capaz que te ven en la calle y te dicen ‘mirá que jóvenes’, o a veces pasa que hay una nena que tiene 2 años y medio y usa pañal y a nosotros nos cuesta sacarle el pañal y por ejemplo los padres que tuvieron a sus hijos a una edad común te dicen que es fácil y quizás no nos entienden que nosotros no somos expertos o no somos lo bastante maduros como para tratar de explicarle a nuestro hijo cómo dejar los pañales. A los padres adolescentes justamente les pasa lo mismo que a nosotros y también tienen problemas con los estudios porque se les complica, estudio, trabajo y el nene”.

De esa combinación difícil Lucas sabe mucho. Después de dejar a su hijo en el jardín, trabaja con el flete, hace cosas en la casa o busca más trabajo. Y después de llevarlo a su casa sale apurado para el colegio. 

Si tuviera que pedir algo, pediría tiempo.

Más tiempo para hacer todo lo que quiero hacer, para poder estudiar, para poder estar con mi hijo, trabajar, hacer lo que tengo que hacer acá. Cuando trabajaba en la juguetería no podía ni buscarlo ni traerlo; volvía a la noche de estudiar y ni lo veía a mi hijo.

Cuando le pregunto a Daniela por las dificultades de ser una mamá tan joven, me cuenta que dejó de salir con sus primas y amigas y que hasta le resulta complicado ir a un restaurante con una amiga llevando a su hijo por el lío que hace. Ella, como en esos sueños que tenía, y aunque cambió mucho su forma de vida y sus relaciones, ve en su hijo una fuente inagotable de mirada al futuro:

–Él me dio mucha más alegría. Verlo crecer es algo muy emocionante.

Acá termina la entrega de hoy. Quiero aprovechar para contarles algo más. En octubre salió Desmadres, el nuevo libro de la escritora y periodista Violeta Gorodischer. Es un libro que combina géneros y colores: la crónica personal, el ensayo y múltiples voces y situaciones alrededor de distintos tópicos de la maternidad contemporánea, como las tribus de crianza, la lactancia, el duelo perinatal –uno de los capítulos más conmovedores–, la decisión de no ser madre, entre otros. Ya nos vamos a dedicar más en profundidad porque vale mucho la pena, pero por lo pronto los invito a su presentación, el 28 de octubre a las 18 en Casa de la Lectura, Lavalleja 924. Allí estaré hablando del entusiasmo que me generó su lectura junto con la investigadora Karina Felitti y, por supuesto, la autora.

NS

 

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Un trabajo extraordinario: historias e ideas sobre maternidad y paternidad en Argentina es una exploración de lo que nos une y de lo que nos separa a los padres y madres que hoy, en un territorio tan vasto y desigual como el nuestro, contribuimos a la tarea titánica de criar a una persona. Un mapa de temas y problemas, un retrato de un estado de situación, un testimonio de las muchas formas en las que las personas atraviesan y se organizan para atender al desarrollo humano de los niños y las niñas.

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