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Quiénes fueron los ‘cisnes’ de Truman Capote: seis mujeres traicionadas de la 'jet set' neoyorquina

Lee Radziwill junto a Truman Capote en el baile que el escritor organizó en honor de Katharine Graham, editora de The Washington Post

Cristina Ros

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Muchos autores dicen que la literatura les salvó la vida, pero en ocasiones también puede dinamitarla. Truman Capote (Nueva Orleans, 1924 - Los Ángeles, 1984) conoció bien ambas caras. El niño que soñaba con ser escritor y volar lejos de aquella Alabama rural empobrecida logró su propósito, y tras el éxito de A sangre fría (1966), un libro que sentó las bases de lo que ahora se denomina true crime, se codeó con la flor y la nata de Manhattan. Dinero, amantes, fama, y un círculo de amistades que le abrió la puerta a fiestas, restaurantes, hoteles y yates de excepción. Sin embargo, fueron de nuevo sus palabras las que precipitaron su caída.

En noviembre de 1975, la revista Enquire publicó La Côte Basque, 1965, un capítulo de lo que acabaría siendo su obra póstuma, Plegarias atendidas (1985). Por aquel entonces el autor, sumido en las adicciones, ya sufría para completar un manuscrito. Si su obra maestra se inspiró en una nota del periódico, este texto también parte de la realidad, aunque no una ajena a él que pudiera reinterpretar a su antojo, sino la de sus amigas, a las que apodaba sus “cisnes”. Expuso sus intimidades con tan poco disimulo que se reconocieron. Ellas, y toda la gente que les importaba. El castigo no se hizo esperar: lo desterraron de su mundo para siempre, y él se degradó hasta el suicidio.

La segunda temporada de Feud, que en la primera narró la rivalidad entre Bette Davis y Joan Crawford, se centra en este episodio. Cuenta en su reparto con Naomi Watts, Chloë Sevigny, Calista Flockhart, Diane Lane y Demi Moore, además de Tom Hollander en el papel del escritor. Esta decisión de dar entidad a cada mujer puede entenderse como la voluntad de ahondar en su punto de vista, individualizarlas, conocer la naturaleza de cada una y su vínculo con Truman. Esta curiosidad también la tuvo Kelleigh Greenberg-Jephcott, autora de El canto del cisne (Lumen, 2021, con traducción de Antonia Martín), una “novela sin ficción”, fruto de 10 años de investigación y cuatro de escritura, que relata el antes y el después de la traición desde la perspectiva de ellas.

Las seis mujeres

Barbara 'Babe' Cushing (Boston, 1915 - Nueva York, 1978), hija de un neurocirujano y profesor de Oxford, se convirtió en icono de estilo tras trabajar como editora de Vogue. Se casó dos veces, primero con el heredero del petróleo Stanley Grafton Mortimer Jr. y luego con William 'Bill' Paley, presidente del gigante de la radiodifusión GBS. Fue la más querida por Truman, lo que no impidió que él aireara las infidelidades de Bill. Murió de cáncer tres años después de la publicación de Enquire; en la novela narra la impotencia de Truman al no ser invitado al entierro.

Nancy 'Slim' Keith (California, 1917 - Nueva York, 1990) no procedía de un linaje de alcurnia, pero se abrió camino gracias a su amistad (y escarceos) con estrellas de Hollywood. Se casó tres veces: con el director de cine Howard Hawks, el agente de talentos Leland Hayward y el empresario británico Kenneth Keith, barón de lo Castleacre, que le otorgó el título de lady. Fue amiga de Lauren Bacall, que también aparece en el libro, a quien hizo debutar en el cine.

Lee Radziwill, nacida Caroline Lee Bouvier (1933 - 2019), vivió a la sombra de su hermana mayor, Jacqueline Kennedy, causa de no poca frustración. Tuvo tres matrimonios: el diplomático Michael Temple Canfield, el príncipe polaco Stanislaw Albrecht 'Stash' Radzwill y el cineasta Herbert Ross. Se dedicó a la decoración de interiores e hizo de ejecutiva de relaciones públicas para Giorgio Armani. Entre sus amistades estaban los Rolling Stones; Capote y ella los acompañaron en una gira que ocupa unas páginas de la novela.

Lucy Douglas 'C. Z.' Guest (Boston, 1920 - Nueva York, 2003) entró en la alta sociedad gracias a sus nupcias con Winston Frederick Churchill Guest, primo del primer ministro británico. Diseñadora de moda, criadora de caballos, actriz de teatro ocasional y autora de un libro de jardinería, esta mujer polifacética y amante del deporte fue una de las pocas que no rompió con Truman y lo apoyó en sus horas bajas.

En el libro de Greenberg-Jephcott aparecen dos “cisnes” ausentes en la serie. La mexicana Gloria Guinness (Guadalajara, 1912 - Lausana, 1980), casada cuatro veces, la última con el magnate británico Loel Guinness. Tenían seis casas repartidas en varios países (“No es el tedio lo que lleva a los Guinness de un lado para otro, sino el deseo de burlar a Hacienda”, escribe en el libro) y, en parte por esta naturaleza errante, en parte por los rumores sobre su origen (menos favorable de lo que aseguraba), no se unió tanto a las demás. En cambio, Truman, quién sabe si porque sus raíces le inspiraron empatía, no la traicionó. Ella se indignó por igual: por las otras, pero, sobre todo, porque podía ser la siguiente.

Por último, la italiana Marella Agnelli (Florencia, 1927 - Turín, 2019), esposa del magnate, playboy y presidente de Fiat Gianni Agnelli. Amante del arte, era una aristócrata instruida cuyas conversaciones con Truman –en su villa de la Costa Azul, en una plaza de Venecia o a bordo de su yate– están aderezadas de referencias eruditas. Le contaba las infidelidades del marido mientras guardaba las apariencias de cara a la galería. Fue su cuello largo lo que motivó el apelativo de “cisne”; en una escena, Truman las reúne y Marella, que cree ser la única a la que llama así, se decepciona al comprobar que para él solo es una más.

Hubo una séptima, apodada el “cisne negro”, que de hecho no formaba parte de su círculo, aunque él cargó contra ella sin piedad. Ann Woodward (Kansas, 1915 - Nueva York, 1975), de origen humilde, trabajó en la radio y contrajo matrimonio con un joven que se convertiría en director del Hanover National Bank, William 'Bill' Woodward. Cría de caballos, caza mayor en África y una existencia opulenta mientras el país sufría los estragos de la posguerra. Una relación, sin embargo, tormentosa, con violencia, escenas públicas y tantos celos que ambos contrataron a detectives para espiarse. Terminó con la muerte de Bill, a quien ella disparó tras confundirlo con un ladrón. Fue declarada inocente, pero siempre hubo rumores que el propio Truman alentó. Ella no lo pudo soportar y se suicidó antes incluso de que el texto viera la luz.

Un coro de voces femeninas

Después de dedicarse al guion audiovisual, con el foco puesto en la adaptación de obras literarias, Kelleigh Greenberg-Jephcott pensó que para contar esta historia no bastaría una película ni una serie, pues corría el riesgo de simplificar los caracteres (el hecho de que en Feud hayan prescindido de dos “cisnes” no deja de darle la razón). Durante una residencia de escritores en la Provenza, sus colegas la animaron a intentar una novela.

Y lo hizo a lo grande, con una apuesta por la primera persona del plural de las seis mujeres y una estructura a modo de composición musical. Se abre con el “tema”, la traición, para seguir con una sucesión de “variaciones” que oscilan entre 1932 y 1985, de la niñez a la muerte del autor. En el tramo final, una “fantasía” alucinada donde Truman se reencuentra con sus fantasmas cede el paso al “réquiem”. El narrador colectivo se desdobla para profundizar en cada una, un juego que marca los puntos de unión y de distancia, otro acierto: ceder la palabra a las damnificadas no implica beatificarlas ni erigirlas en paradigma de sororidad. La envidia y la rivalidad se respiran.

La autora, criada en Texas, se inscribe en la tradición sureña, con su gusto por la oralidad y los temas sociales. Pese a la ardua documentación, la narración no resulta densa ni adolece de exceso de datos. El estudio le permitió hacer una inmersión en cada personaje, que recrea con un estilo fluido, diálogo abundante y una voz, unas voces, tan vivas como una tertulia en petit comité. La intensidad va in crescendo a lo largo de sus seiscientas páginas y no se puede sino aplaudir esta organización tan original como efectiva. El “canto del cisne”, sobra decirlo, no solo alude al último baile de Truman, sino a la ferocidad con la que se defiende este animal cuando lo atacan.

Truman Capote, ¿víctima de sí mismo?

En los capítulos de infancia se ve a un niño solitario, herido por el abandono del padre –Truman adoptó el apellido de su padrastro–, que “se evade de la aburrida ciudad gris con la lectura de las grandes historias del mundo” (escribe Greenberg-Jephcott), envía sus primeros cuentos a revistas y juega con su amiga Nelle Harper Lee (Alabama, 1926 - 2016), la única que lo alentará en su declive, “como si Nelle conociera la clave de una parte de su relato que él, enredado en mentiras, cuentos y medias verdades manipuladas, olvidó hace tiempo”.

El suicidio de la madre, que siempre anheló entrar en la jet set, hizo mella en él. En cierto modo, proyectó en sus “cisnes” la frustración materna: eran el tipo de mujeres que habían excluido a su progenitora. La traición adquiere connotaciones de venganza: desmontar la sociedad de apariencias es la reparación de un daño, la justicia de los pobres, los negros, los desarrapados. Porque, pese al desclasamiento, nunca encajó del todo. Ellas lo apreciaban porque las escuchaba, pero no lo consideraban un igual, sino una suerte de divertimento intelectual que salpimentaba sus días. Él se las ganaba hablándoles de su niñez y, ya se sabe, nada como compartir un trauma para instar al interlocutor a devolver el gesto (“Nos sedujo con palabras… y Truman conoce muy bien el poder de las suyas”).

No se retractó, no se disculpó. En los últimos años se sumió en un proceso autodestructivo, con apariciones públicas en las que desbarraba. ¿Un manipulador emocional que actuó a conciencia? ¿Un niño con carencias afectivas que no supo canalizar el dolor? ¿Valió la pena como legado literario? Y ellas, ¿fueron demasiado duras? “Solo deseaba contar vuestras historias”, se redime, “amaba las personas que erais, seres creados a sí mismos, igual que las grandes heroínas de la literatura, como Karénina y Bovary, aunque mejores. […] Porque sois reales”. Quizá ese fue el error, querer hacer de la realidad literatura. Le funcionó una vez, pero, como él mismo dijo, “la vida es una buena obra con un tercer acto mal escrito”.

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