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Entrevista

El increíble mundo de Antonio Lorente, el ilustrador español que revive los clásicos entre la fantasía y el impacto

Antonio Lorente nació en Almería, en 1987, y su obra se destaca por un realismo impregnado de rasgos del arte pop.

Agustina Larrea

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La historia fue escrita en 1820, pero vuelve ahora con unos ojos grises y misteriosos que se destacan en la tapa, en las gigantografías publicitarias, en las alturas de uno de los stands más imponentes de la Feria del Libro de Buenos Aires. La edición más reciente de La leyenda de Sleepy Hollow (Edelvives, 2024) recupera la clásica creación del escritor estadounidense Washington Irving y lo hace con un condimento único: los dibujos magnéticos del ilustrador español Antonio Lorente.

Con una capacidad especial para capturar miradas y encontrar en la desmesura un estilo muy particular, el dibujante acompaña con su trabajo la historia de Ichabod Crane, un humilde maestro que es destinado al misterioso poblado de Sleepy Hollow. Entre la fantasía, el terror y más de una escena escalofriante, el hombre sueña con conquistar a Katrina van Tassel, la hija de un hombre adinerado del lugar. 

Con el surrealismo pop y el llamado arte lowbrow nacidos en los ‘80 en California como referencias ineludibles, el artista español parece encontrarle una nueva vida a distintos relatos clásicos y a sus personajes, de gestos penetrantes y caras angulosas. Entre otros y otras, ilustró nuevas versiones de Peter Pan, de Las aventuras de Tom Sawyer y de Mujercitas. Pero sin dudas la gran repercusión global de su obra llegó con las ilustraciones que hizo para las ediciones de Ana la de Tejas Verdes, la recordada historia de una niña huérfana llena de imaginación.

Más cercano al género fantástico y al terror, Lorente ahora se animó con La leyenda de Sleepy Hollow para mostrar, de alguna manera, que era capaz de trabajar con las historias luminosas y también moverse en un registro más tenebroso.

“Necesitaba mostrar algo de oscuridad, el yin y el yang, lo lúgubre, lo malo. Al final también lo piensas y es una oscuridad con mucha luz la de esta historia. Porque también hay belleza”, reflexiona ante elDiarioAR el ilustrador, que estuvo de paso por Argentina para participar de la Feria del Libro, de distintos encuentros con el público que lo recibió con fervor y de una charla que tuvo lugar en el Museo de Arte Latinoamericano de Buenos Aires (Malba).

– ¿De niño cuál era tu vínculo con los libros? ¿Te interesaban los clásicos especialmente?

– En mi casa siempre ha habido libros. Era una casa con libros. Y siempre se ha leído mucho y también nos han contado cuentos, así que sí que he tenido cierto vínculo. Pero no todo fueron clásicos. Más adelante, algunos los conocí en el colegio y otros me los he leído desde cero de más grande. Por ejemplo, Tom Sawyer. Conocía la historia, la filmografía, la iconografía, me sabía un poco, pero me lo encontré con el tiempo. Me ha pasado eso con los clásicos: con muchos de ellos me he vuelto a encontrar y he vuelto a leer y a verlos con otra visión, porque también según cuándo te leas un libro te va a llegar de una manera u otra. 

– Te metiste con varios clásicos en lo que va de tu carrera, ¿te interesa pensar más allá de esas historias?

– Sí, sí, sí. Y de hecho tengo ya varios años firmados con proyectos diferentes. Incluso de muchas cosas, porque no me gusta tampoco encasillarme como en el autor de los clásicos. Creo que es bueno también mostrar cosas diferentes. Incluso proyectos propios, por qué no. O proyectos con autores que estén vivos que siempre tienen algo que no tienen los muertos (risas).

– Siempre podés charlar con ellos. Con los clásicos no podés saber si les gusta o si tienen quejas de lo que hiciste.

–Claro, si les gusta o no no lo sabré nunca, ¿no? (risas). Pero siempre lo hago desde el máximo respeto. Intento ser muy fiel al texto y de variar lo mínimo posible.

– Cuando te ponés a trabajar en estos clásicos o en historias que se conocen mucho, ¿en qué público pensás? ¿De qué manera te planteás tu trabajo que resulta después tan sorprendente?

– No me planteo tanto, realmente me dejo llevar. Es una relación natural con mi arte y con mi manera de dibujar y de  ver el mundo. Y, luego, pues al final poniendo amor y haciendo las cosas con gusto. Pero no estoy tan pendiente ni pensando cómo quiero transmitirlo, cómo quiero que a la gente le llegue o le guste. No. Me sale de una manera más fácil, más natural. Sin pensar demasiado. Aunque mi trabajo no es para niños usualmente porque es para todos los públicos, si me toca hacer algo para ellos no me gusta tratarlos como si tuviesen problemas de entendimiento. No me gusta tratar a los niños como si fuesen tontitos. Es bueno que el niño vea más allá, que piense, que le cueste y pregunte, ¿no? Yo creo que eso es interesante. No darle todo con piruletas, y colores y sabores.

– ¿Cuándo detectaste que tenías este talento para el dibujo?

– Desde siempre dibujo. Desde que tengo uso de razón recuerdo dibujar y dibujar. Dibujar en las paredes, en los armarios, en todo sitio. Siempre estaba dibujando. No tengo un momento concreto de decir “empecé”. Supongo que surgió de una manera innata. 

– Hasta que en algún momento lo sistematizaste. ¿Cómo fueron tus estudios, qué decidiste hacer?

– Claro, con el tiempo tuve algunos profesores. Muy buenos maestros, algunos que se dieron cuenta cuando era un niño que dibujaba muy bien y hablaron con mi padre. Siempre agradezco a esos buenos profesores que captan pronto las aptitudes de los niños. También recuerdo ser yo muy pequeño y que mi madre dijera: “Tú vas a estudiar Bellas Artes”. ¡Y yo ni sabía lo que era! Pero cuando me preguntaban repetía: “Yo voy a estudiar Bellas Artes” (risas). Creo que es muy bueno que los padres te orienten un poco a lo que ya vas a ser cuando tienes una aptitud tan marcada, como yo con el dibujo. Luego me licencié en Bellas Artes en la Politécnica de Valencia. A partir de ahí viene todo un poco rodado solo. Sí es verdad que me tomó tiempo encontrar mi lugar, porque sentía que no tenía cabida en ningún sitio. Luego me fui a Londres cinco años, estuve buscando qué podía hacer. En ese momento viene la pintura digital por obligación, era como que estaba afuera de mi país y no tenía medios. Entonces me compré una tabletita gráfica para dar color al final de los trabajos. Así es que me especializo en pintura digital, por necesidad. Pero siempre digo que yo bebo de todas las bellas artes, de todo lo clásico. Por eso, al final, mis libros son un compendio de todo. Hay veces que tengo una ilustración 100 por ciento artesanal al óleo, otras que luego digitalizo. Hago de todo sin ningún sistema claro, soy caótico.

– Pero en ese caos, encontraste un estilo.

– Sí, al final dentro de toda esa vorágine, de toda esa locura de estilos, encuentro mi estilo pero también lo encuentro de una manera muy natural y casual, no forzando buscar un estilo. En algún punto me empiezo a enamorar del surrealismo pop. Me empiezo a enamorar de todo el lowbrow americano, de Margaret King, de Mark Ryden, de toda esta gente que hace este tipo de desproporciones. O de Tim Burton, también. Quiero decir que entonces todo lo que me gusta, me rodea y me apasiona crea mi estilo al final. 

– ¿Es cierto que cada vez que comenzás con un dibujo lo hacés por los ojos?

– La verdad es que es algo que me he dado cuenta hace poco tiempo. Pero no era consciente tampoco 100%. Una persona me lo preguntó en una entrevista y me di cuenta de que era verdad. No quiere decir que absolutamente todos los empiece por los ojos, pero sí tiendo a empezar prácticamente todo allí. En otra charla que he tenido también me he dado cuenta de que mis primeros dibujos del imaginario, echando la vista atrás, empezaron copiando lo que me rodeaba. Cuando eres niño son tus dibujitos animados, por ejemplo, Los Simpson. Yo recuerdo copiarlos. Luego empieza tu creatividad, cuando ya no tienes nada que copiar. O cuando me iba a la casa del pueblo y no tenía tele. Entonces ahí empiezas a hacer tu propio imaginario. Ahí empiezas a esforzarte. Y recuerdo hacer muchos ojos en ese tiempo también. Recuerdo ojos. 

– Encima los ojos de tus ilustraciones son bien impactantes.  

– Es que la mirada es así, los ojos son el espejo del alma. Y al final, tomar esto como parte de mi esencia y mi estilo y mi trabajo no es muy diferente al día a día. Porque tú hablas con una persona y está sonriendo, pero quizá sus ojos me cuentan otra cosa. Al final, entonces, los ojos comunican. Y es lo que hago con mi trabajo, comunicar, tener una doble lectura, que la gente no se quede en la superficie del texto sino que profundice y que entre a través de la mirada de mis personajes. 

– Otra cosa que se destaca en general en tu trabajo es que hay muchas mujeres. ¿Siempre te dedicaste a observarlas o cómo surgió esto?

– Sí. Yo tengo mi lado femenino muy, muy desarrollado. Estoy muy unido a la mujer en general, crecí en una casa muy matriarcal, con mi abuela, mi tía, mi prima. Tengo un montón de amigas y siempre he estado muy unido a ellas. Y supongo que eso con mi trabajo va igual. Es donde verdaderamente me siento cómodo. No sé por qué, es una cosa extraña. Pero también mi conversación de todos los días por lo general con una mujer va a ir más fluida que con un chico. Y, al mismo tiempo, me siento cómodo retratando a la mujer. Luego si te fijas en mis libros ilustrados hay personajes de todo tipo, pero en mi trabajo más personal o más de galería sí que suelo hacer más retratos femeninos.

– ¿Qué le dirías a alguien que quiere dedicarse a la ilustración? ¿Dirías que hay que formarse en la universidad, que es mejor ser autodidacta, que hay que ir perfeccionándose?

– Yo siempre hablo desde mi experiencia, yo me he formado como licenciado en bellas artes. Creo que esa formación es muy buena porque te da una base tremenda para desarrollarla. Pero como todo en la vida, igual hay gente que tiene otras experiencias. Tengo amigos que son verdaderamente genios y se han formado a través de tutoriales. Así que yo creo que la formación es necesaria igual que leer, igual que ir al cine, igual que viajar, igual que salir, igual que conversar con amigos. Hacer vida, ¿no? Yo creo que eso es lo que hace que esté todo en movimiento y te hace cambiar tu forma de ver la vida.

– ¿Cómo pensás la cuestión de la tecnología y tu trabajo? ¿Te da miedo, te gusta? ¿Cómo lo vivís, por ejemplo, con todo el avance de la inteligencia artificial?

– Creo que ha venido para quedarse. Miedo no me da. No he sentido miedo en ningún momento. Mi posición es más en plan “bueno, que pase lo que tenga que pasar y se irá viendo y seguramente nos aprovecharemos de los beneficios, de la parte buena, como todo en la vida”. Porque yo soy así, muy positivo. He entrado en contacto brevemente con la IA porque un día recibí un mensaje de personas que me decía “ay, qué fuerte, han creado un prompt con un estilo”. Y ahí digo “¿qué es un prompt?”. Sabía de la inteligencia artificial pero no entendía bien. Empiezo a investigar y veo que han metido como toda mi base de datos, de imágenes, y la gente puede decir “dame una ilustración de no sé qué y no sé cuánto al estilo de Antonio Lorente”. Lo veía como un juego al principio, como una diversión. Digo “quiero verlo ya, ver qué se cuece aquí”. Hasta que lo vi realmente como la comida prefabricada. Tiene todos los ingredientes: tiene la patata, tiene los huevos, tiene la leche, tiene todo, pero la tortilla de patatas no te va a salir jamás haciendo todo eso con el mejor aceite de oliva como la de tu abuela. Era como decir “sí, está ahí, me rio, me hace gracia, pero realmente está desalmado”. No tiene alma. No tiene ese factor humano que creo que una máquina nunca lo va a hacer.  Quizás en unos años te digo “mira, olvida todo lo que dije porque me he quedado en paro, sin trabajo” (risas). Pero hoy no me preocupa lo más mínimo. Creo que a lo mejor todo este tipo de cosas nos van a hacer regresar un poco a los inicios, volver a los comienzos. A veces creo que también está bien hacer un reseteo. Y, en todo caso, aprovechar lo bueno que te da la herramienta, porque luego hay cosas muy buenas como la detección del cáncer tempranísimo por no sé qué base de datos. 

– Hablando de tecnología y pensando en las redes sociales, ¿cómo es tu vínculo con el público, con los lectores que siguen tu trabajo desde distintos países?

– Pues súper, porque yo mismo llevo mis redes sociales. Intento contestar siempre a todo el mundo. A veces se me hace muy difícil también, pero lo intento siempre. Luego mi trabajo es 50 por ciento ermitaño, 50 social y público, entonces eso también tengo que manejarlo bien. Porque o estoy sin hablar y todo el día creando o estoy siendo prácticamente popular como en los viajes o en las firmas. Entonces eso es lo que más me cuesta: el cambio de una cosa a la otra.

– ¿Muy extremo, no?

— Es muy extremo. Puedo estar creando un año entero un libro metido en mi mundo y luego una vez que das a luz a ese libro es como “boom, ahora tienes que enseñarlo, tienes que justificarlo, hablar de él, firmarlo”. Esa es un poco la parte que más me trastoca pero a la vez es necesaria y es muy emocionante.

– En algún momento se pensó a la ilustración como algo menor o para chicos, a veces un poco de manera despectiva. De un momento a esta parte algo cambió, de hecho vos mismo presentás tus obras o hablás de tu trabajo en museos, por ejemplo. ¿Hay una especie de revaloración de la actividad de los ilustradores?

– Tal cual, es así. Y no fue hace tanto tiempo. Yo me alegro de estar ahora en este momento porque hasta no mucho, el ilustrador no tenía un peso de nada, eran los que hacían los dibujitos que acompañaban las historias. Pero ahora los ilustradores, no sé muy bien explicar por qué, empezamos a ser coleccionables. La gente sigue tu trabajo, empieza a coleccionarlo y así. Es verdad que las redes sociales han hecho que nos acerquemos mucho más a los procesos de los artistas y que nos acerquemos mucho más a cómo se elabora una ilustración. Y todo eso, afortunadamente, creo que es lo que ha hecho esta fiebre o este fenómeno casi de rockstar, que viven los ilustradores en algunos casos. 

AL/MG

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