China, la superación de la pobreza
La ciudad de Nyingchi
Apenas la comitiva aterrizó desde Beijing, fue recibida por agentes formadas al final de la pista y vestidas con las brillantes y colorido ropas de fiesta de la etnia tibetana, para luego entrar a un recinto donde se formalizaba la ceremonia de colocar a cada visitante una chalina blanca ritual para dar la bienvenida. Todos los anfitriones vestían de modo impecable y en cada momento mantuvieron una formación disciplinada y una actitud de alegría, demostrando beneplácito por el arribo de los extranjeros. Los hombres vestían trajes cepillados, las chicas estaban maquilladas minuciosamente.
Esta conducta se repitió cuando la comitiva llegó al hotel, y se habría de repetir en cada lugar al que llegara. Cada vez que salieron o llegaron los once vehículos en que los trasladan, los empleados los saludaron formados.
La comitiva se aloja en la ciudad de Nyingchi, en el sudeste de la Región Autónoma del Tibet, fronteriza con India, en un enclave de gran belleza natural, caracterizado por grandes bosques, lagos y montañas. El rigor con que se comportan los trabajadores que tratan a los visitantes se observa también en la manera en que están plantados los pinos en las veredas, la simetría y el orden en que están dispuestos todos los nuevos edificios en la ciudad, que hace pensar en una precisa maqueta. Todo ha sido diseñado con cuadriculatura, al milímetro, marcialmente.
Del mismo modo, en los campos desiertos entre el aeropuerto y la ciudad observamos cientos de hectáreas de terreno irregular, hasta donde llega la vista, cubiertas por una red geométrica trazada en el suelo, compuesta por nuevos pinos.
Derecho a la vivienda
Tibet es todo entero zona de frontera. Es en las fronteras donde la Patria se enciende.
Nyingchi ha sido reconstruida desde los cimientos. Aunque aún está en plena construcción, ya su capacidad habitacional excede las necesidades de la población. La mayoría de sus habitantes vivía en las montañas, en construcciones extremadamente humildes o en carpas, y ahora vive en amplios departamentos edificados con buenos materiales y las mejores técnicas.
Nyingchi parece una demostración cabal de que la decisión del Gobierno de garantizar el derecho a una vivienda es indeclinable. Las viviendas no se regalan, pero están a disposición de las familias en condiciones tales que nadie se quede sin casa.
El componente étnico
Hay un fuerte componente étnico en la historia política, el desarrollo económico y el alivio de la pobreza en Tibet. La etnia tibetana es, de modo macizo, budista. El Gobierno socialista apeló a la población como habitantes de China antes como feligreses, y los sectores que se opusieron recibieron un tratamiento rígido en los años de la Revolución Cultural. Sin embargo, desde la Reforma y Apertura del fin de los años 70, fue aplicándose a todas las etnias una política que sintonizó la tendencia mundial regida por la tolerancia, y esto le cupo también a los tibetanos.
En la década de 1990, esa posición se profundizó, cuando el Gobierno decidió que las poblaciones étnicas salieran de la pobreza que caracterizaba a muchas de ellas, y fue adoptando como táctica la de promover económicamente sus actividades tradicionales, aquellas que podían desarrollar con relativa facilidad y baja inversión, y resultaran redituables.
El recurso del turismo
Una de las nuevas actividades es el turismo.
La mejora en el ingreso de la gente de las ciudades lanzó a una cantidad creciente de personas a visitar destinos turísticos, entre los cuales estaban las antiguas aldeas y parajes que encerraban las pintorescas culturas de las naciones étnicas: vistosas, exóticas, pacíficas, limpias, viviendo en armonía con la naturaleza, ancestrales. El Gobierno captó en esa demanda una veta económica y promovió y estableció la actual industria turística étnica.
La gente de las etnias no tenía más que hacer de sí misma. Ponerse los trajes de sus abuelos, bailar y cantar las canciones tradicionales, representar los antiguos ritos, ofrecer las comidas inmemoriales. Abrir las puertas de sus pueblos, sus casas, sus familias, sus antepasados.
El gobierno ha ido reconstruyendo antiguas villas con los patrones arquitectónicos que se hundían en los siglos, construyendo rutas hasta las aldeas más recónditas, llevando energía, creando cada lugar como un centro turístico. Se encargó de la publicidad y de la vasta tarea de la capacitación. Incluso le fue otorgando créditos a las familias y otros grupos emprendedores para que abrieran sus casas como lugares de alojamiento.
Esa etapa es la presente. Algunos de sus resultados serían exhibidos a la comitiva extranjera, que en dos días habría de visitar tres casas que pertenecían a aldeas agrícolas y fueron convertidas en lugares de alojamiento para recibir visitantes de las grandes ciudades.
La pujanza
La modernidad de China impone la pujanza.
A los chinos, en general, la pujanza moderna le impone progresar, mientras a los chinos pobres, le impone salir de la pobreza.
La modernidad china espolea a quienes quieren permanecer siempre igual, estancarse en un modo de vida, conformarse con la vida que tuvieron sus padres, abuelos y los ancestros que se hunden en la noche de los tiempos.
Si unas personas argumentan que su deseo es vivir como se vivió en la eternidad, en la tradición, repitiendo una y otra vez el mismo año, los mismos trabajos, las mismas ropas, los mismos ritos, los mismos nombres, los mismos dioses, la misma forma de familia, las mismas casas, las mismas comidas, la modernidad de China se apropia de esa eternidad, la reconvierte, le da otra forma.
Por ejemplo, toma la cultura del budismo tibetano y lo transforma en un atractivo turístico. A las familias le da todo lo que necesitan para arrancar y luego sigue acompañando para que despeguen y así salgan de pobres.
Hay quienes no aceptan esta tendencia mandada, porque desean seguir con su eternidad y no admiten que factores externos decidan por ellos; mientras la mayoría sí, porque quieren vivir mejor y porque quieren que sus hijos tengan un futuro mejor, e incluso porque piensan que de todos modos su cultura siempre cambió en alguna medida, y este cambio en parte la respeta y pueden sentirse orgullosos de ser budistas tibetanos.
Y porque la modernidad empuja mucho, encarnada en el Gobierno central, el Gobierno regional y en las condiciones de existencia que va creando la modernidad.
Un ejemplo de esta encrucijada es el palacio de Potala —adonde también es invitada la comitiva internacional.
El templo está asentado sobre una montaña alrededor de la cual se extiende Lhasa y es el edificio central del budismo, residencia de los dalái lama desde que fue fundado en el siglo XVII. Su tamaño es tan descomunal como su importancia espiritual: es una de las mayores obras de la fabulosa arquitectura tibetana y fue declarado Patrimonio de la Humanidad en 1994.
En la visita, puede comprobarse que el estado del Potala, interior y exterior, es asombrosamente impecable. Para el mantenimiento convergen en parte compitiendo, en parte cooperando, la religión budista y los gobiernos comunistas —municipal, regional y nacional. Si la organización religiosa tiene el objetivo de mantener viva la fe, los gobiernos encuentran en la puesta en valor de los templos y sitios religiosos un recurso turístico.
La comitiva ingresa en el compacto río de turistas que atravesaba el interior del templo por pasadizos señalizados con rigor. El edificio tiene 130.000 metros cuadrados; los turistas eran miles. Cada turista había pagado una entrada, cuyo precio no era módico, y toda esa recaudación, sumada a todos los ingresos recaudados por alojamiento, transporte, compras, restaurantes y asistencia a otras atracciones, se distribuía con mecanismos socialistas dentro de la Región Autónoma de Tibet. El Gobierno transformó, de esta manera, la creación de la teocracia budista, en un entorno de recursos que significan un aporte importante a la lucha contra la pobreza.
Casas de alojamiento
Las tres casas que visitamos para comprobar los beneficios del turismo para la economía de las familias locales eran de budistas tibetanos. Los budistas tibetanos son más del 90% de la población de la Región Autónoma, que apenas supera las tres millones de personas y que representa la densidad de población más baja de toda China (dos personas por kilómetro cuadrado).
En las tres casas, la actividad principal de las familias dueñas que las atendían era la producción agrícola. La temporada turística es reducida, de modo que se trata de una actividad complementaria.
En la aldea de Xiga Monba visitamos un centro de recepción diseñado con un concepto museístico muy actual, con un desborde de estética que realzaba lo que se exhibía en una plataforma muy diferente del entorno. En diferentes salas estaban presentes los productos de las principales actividades económicas de la aldea: el incienso, un papel artesanal, reliquias y productos medicinales. La estrategia de que cada región o etnia base su desarrollo sobre sus principales productos es uno de los pilares del combate a la pobreza.
En la primera casa turística en la que entramos nos atendió un matrimonio envuelto en las ropas de su etnia, vistosas, impecables. También usaba un estridente traje tradicional la hijita de los dueños de casa, de tres años. Era una muñeca encantadora y los visitantes la acribillaron a fotos todo el tiempo que duró la visita.
La decoración de la casa remedaba los trajes. Entramos en un salón de té y nos dejó perplejos una decoración abigarrada de formas geométricas multicolor. Todo era un relieve multitudinario, pintado al milímetro de rojo, verde, negro y dorado. Producía una sensación de maravilla, de vértigo ante una realidad que no puede llegar a acordarse.
Como parte de las paredes, había grandes huecos que contenían vasijas gigantes, de una elaboración tan hermosa que no se suponía que eran depósitos de agua.
Todo estaba limpio hasta el lustre. La mesa estaba servida con galletas, nueces, frutas secas y también botellas de agua y cervezas del Tibet.
El servicio que se brindaba al turismo era sólo la casa de té. El hombre, un muchacho de unos 35 años, nos sirvió, de una pava gigante, té negro con manteca. Era sabroso, pesado, y salado.
Las casas de la aldea tenían la estética de la arquitectura budista. Toda obra humana en el Tibet parece estar fundada sobre la estética del budismo, amasada siglo tras siglo.
Las construcciones tenían el estilo opulento que se usa para los templos y monasterios, y para casas importantes.
La aldea de Xiga Monba es una de una veintena asentada en las orillas del río que forma la comarca de Minlin. Los turistas pueden alquilar un auto en el aeropuerto y recorrer la comarca, deteniéndose en cada aldea.
En la villa de Trashingar, a 75 kilómetros de Nyingchi, visitamos la casa de la familia Nima, que sumaba a su casa de té un servicio de alojamiento con 21 camas.
En el pueblo de Lulang, distrito de Bayi, la villa de poco más de 300 habitantes había recibido 75.000 turistas en 2018. Medio centenar de casas con sus 1.200 camas alojaban a los turistas.
Muy cerca de la casa criaban yaks y cerdos en el campo, y también tienen gallinas y caballos. Más allá de los corrales estaban los bosques, donde vivían zorros y osos.
El matrimonio Nima era típicamente tibetano; el señor, rudo como un cosaco; la señora, fibrosa y delgada. Los dos tenían la piel muy oscura que los protege del sol incruento de los 3.000 metros de altura (aunque ella se ha blanqueado la cara parejamente con crema). Tenían las manos grandes y curtidas de quien se ha ocupado de las tareas agrícolas desde la primera infancia. Ambos vestían los magníficos trajes que siempre parecen de estreno.
Habían contratado a un artista para que pintara íntegramente paredes, vigas y columnas de madera con coloridos motivos budistas: los ciervos, el caracol, la rueda del karma, el pájaro sobre el conejo sobre el mono sobre el elefante, el caballo blanco del viento, el pavo real, y demás.
Las habitaciones donde alojan a los turistas eran rústicas y simples, y tenían todo lo necesario para cumplir con un estándar turístico que el Gobierno ha establecido de modo marcial.
El comedor estaba en el mismo pequeño ambiente donde se cocinaba, con una cocina a leña, de las antiguas de hierro fundido. Al modo tibetano, no había mesas ni sillas, sino una mesita baja con un largo asiento de un solo lado.
La cocinera era una hermana de la dueña. Todos los emprendimientos personales en China parecían crecer bajo la atenta mirada de la parentela, lista para dar una mano.
Cerca de la casa había un campo de cebada, con varios campesinos labrándolo.
En la tercera casa que visitamos el pasado rural había quedado más lejos. Estaba ubicada dentro del ejido urbano de Nyingchi.
Su casa de té no tenía la decoración sobrecargada, ni la rusticidad tradicional de las anteriores. No abundaban las pinturas y todo era de madera brillante. Parecía recién construida y los muebles recién traídos.
El dato primordial de esta casa era su dueño. Dos mujeres con los trajes típicos y un hombre joven nos guiaron al interior y nos sentamos en largos bancos contra las paredes y frente a mesas bajas en la que se habían dispuesto cuencos para té, agua en botellas de plástico, latas de cerveza, una especie de piedras blancuzcas comestibles y masas fritas. Sólo cuando nos acomodamos el dueño hizo su aparición. Era un señor que con 72 años exultaba la energía de un veinteañero. Llevaba pantalones de vestir y saco oscuro, polera marrón chocolate, sombrero y anteojos negros. Tenía la piel muy oscura, del color de la polera.
Aunque no hablaba ningún idioma en común con los visitantes, inmediatamente atrajo sobre sí toda la atención. Nos hablaba en tibetano como si todos entendiéramos. El guía del grupo tradujo lo que decía: “Tiene varias máquinas. Tiene un tractor, un bulldozer, una camioneta… Una hija suya está estudiando en la universidad… y un hijo tenía un comercio. Cuando era joven era extremadamente pobre, pero ha progresado y ha hecho progresar a su familia”.
Mientras el guía traduce, el hombre le ordenó algo a una de las mujeres de traje étnico y poco después ella trajo pequeños vasos para todos. Él fue sirviéndoles cerveza a todos, orgulloso de la cerveza del Tibet, para que brindáramos.
Antes de irnos, el viejo se apresuró a traernos una foto en un portarretrato: se lo veía dándole la mano al presidente Xi Jinping. Luego nos guió a otra habitación repleta de adornos para mostrarnos otra foto en la que se ve una multitud; nos señala a alguien con su dedo, dice “yo” en chino mandarín, y luego señala a otra persona y dice “Hu Jintao”, el presidente que precedió a Xi Jinping. Alguien le señaló las placas del Partido Comunista chino y le preguntó si era miembro del partido. El hombre hizo una pausa, sacando pecho como un soldado, y dijo ceremoniosamente que sí. Habló con el guía y el guía tradujo: “él y todos en su familia eran siervos. Mao los liberó”.
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