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Messiánico. El arco del triunfo: Argentina – Barcelona – PSG. La historia del mejor

Tapa de Messiánico

Sebastián Fest/Alexandre Juillard

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CAPÍTULO 27 - Nada es imposible

“¿El técnico? Estaba peleado con todos. Y no entendí ese invento del ‘falso nueve’, que no existe... Lo más increíble es que si Sampaoli ponía dos líneas de cuatro cuando estábamos 2-1 arriba contra Francia aguantábamos y estábamos en la final”.

El que habla no es Messi, pero es casi como si lo fuera. Lo conoce y lo entiende como pocos. Habla después de Rusia 2018, un Mundial que fue una locura para Argentina. Jorge Sampaoli, su entrenador, perdió poder e imagen aceleradamente ante los jugadores, que terminaron autogestionándose.

Sampaoli había llevado a Chile al título de la Copa América tras una exitosa carrera como técnico en la Liga de ese país. Aquel histórico título chileno implicó derrotar a la Argentina de Messi en una final por penales en 2015. Llegó al cargo con la imagen de amante del buen fútbol y hombre criterioso, pero al poco tiempo se vio que a Sampaoli se lo habían devorado su propia ambición y su inseguridad.

Autoerigido en representante de un difuso progresismo que no era tal, comenzó a hablar de muchos temas, no necesariamente sobre fútbol, y cuando el tema era el fútbol, la impresión que dejaba era la de un hombre que hablaba demasiado, que hablaba de más. Argentina no fue para él lo mismo que Chile, y es un misterio qué pesó más en un inicio, si sus inseguridades y sus ansias de impresionar como un hombre profundo, o la sospecha y desconfianza de sus jugadores.

Mauricio Macri, por entonces presidente argentino, lo recibió en audiencia y dejó este comentario a sus íntimos: “Hablamos de fútbol, pero la primera parte de la charla consistió en instrucciones de su parte acerca de cómo debía gobernar”. Curioso, porque Sampaoli no se gobernó a sí mismo, y mucho menos a la selección.

Tres meses antes del Mundial, Sampaoli publicó un libro de título ciertamente pretencioso: Mis latidos. Idea sobre la cultura del juego. El libro terminó siendo un bumerán. En él, el técnico se extendía en su alergia a la planificación y el sopor que le genera leer o escribir: “Yo no planifico nada. Todo surge en mi cabeza cuando tiene que surgir. Brota naturalmente en el momento oportuno. Odio la planificación. Si planifico, me pongo en el lugar de un oficinista”.

Otro ejemplo: “Tal vez mis charlas suenan a las de un tipo súper estudioso. Nunca fui estudioso. Ni en el colegio, ni en la facultad, ni en el curso de entrenador. Yo no puedo leer un libro; veo dos hojas y ya me aburro. Escribo tres cosas en un papel y me cansé”.

El poco crédito con que Sampaoli llegó al Mundial se derrumbó cuando el árbitro marcó el final del partido en el que Croacia goleó 3-0 a Argentina, en el segundo partido de la fase inicial. En algunas librerías de Buenos Aires apareció su libro con un cartelito mordaz: “Antes, 275 pesos, ahora, tres”.

El final para Argentina llegó en los octavos de final tras un adrenalínico y agónico triunfo sobre Nigeria que le permitió acceder a esa instancia. Francia ganó aquellos octavos de final por 4-3 tras ir en desventaja de 2-1 en un partido extrañísimo, pero atractivo por sus vaivenes y goles espectaculares.

Tras el partido, Didier Deschamps se apartó del eufórico festejo de sus jóvenes jugadores para acercarse a un futbolista que parecía petrificado. Llegó desde atrás, por eso Messi no sabía quién lo estaba consolando. No podía ser Sampaoli, que apenas terminó el partido se fue al vestuario. El abrazo del técnico francés fue genuino, un gesto noble de alguien que en 1998 fue campeón mundial, ese objetivo que volvía a escapársele al argentino.

Rusia 2018 entró en la historia como el Mundial más incomprensible en la carrera del crack del Barcelona, y no sólo por el adiós en octavos de final. Consuelo de tontos: si pasaron veinte años y nadie sabe a ciencia cierta qué le sucedió a Ronaldo en la final de Francia 98, bien pueden pasar años hasta tener claro qué le pasó a Messi en la peor Copa del Mundo de su carrera. Las tres semanas en Rusia abollaron de forma importante su imagen de mejor jugador del planeta. Que Cristiano Ronaldo siguiera su camino un par de horas después sólo habla de lo competitivo que es el fútbol de hoy.

Brasil 2014, un Mundial de siete partidos para la Argentina, mostró a un Messi que fue de mayor a menor. Sin él no se hubiera superado la fase de grupos, pero con él no se pudo imponer una ventaja decisiva en la final. Rusia, en cambio, fue otra cosa, un casi permanente querer y no poder. O peor: la impresión de que por momentos lo abrumaba la certeza de que el asunto no tenía solución.

Es bien cierto que la selección de Sampaoli fue caótica y cayó como pocas en el pecado habitual con Messi, el de no saber qué hacer con él, el de no hacerle llegar la pelota en el momento y el lugar adecuados. Pero a esa altura de los tiempos, con casi 13 años en la selección, Messi debía tener cierta idea concreta de cuál es el problema. Lo llamativo, entonces, fue que no le encontrara al menos algo que se acercara a una solución. El “10” sólo brilló ante Nigeria, con un gol y un enorme despliegue de fútbol cuando el equipo estaba contra las cuerdas. Tuvo de aliado a Ever Banega, algo que no sucedió ayer ante Francia.

Lo más llamativo, sin embargo, fue lo sucedido tras lanzar mal un penal en el debut ante Islandia. Messi entró en días de silencio e introspección, que se profundizaron con la derrota por goleada ante Croacia. Todo un enigma.

Pero Messi es mucho Messi, como dio a entender Paul Pogba en aquellos días rusos: “Hace 15 años que lo veo jugar a Messi. Aprendo de él y me hace amar al fútbol. Siempre va a ser mi ídolo”.

A diferencia de Sudáfrica y Brasil, cuando su entonces novia fue una visita y una presencia frecuentes, Lionel Messi vivió Rusia 2018 lejos de Antonela Roccuzzo. Su esposa y sus tres hijos recién lo visitaron al final tras no haber estado ni en los tres primeros partidos, ni en su cumpleaños. La familia Messi alegó una gripe y resfrío de un par de los más chicos para demorar el viaje desde Rosario, primero, y desde Barcelona, después.

Antes de que comenzara el Mundial se filtró un video en el que Messi bromeaba con su compañero y amigo Sergio “Kun” Agüero. ¿Influyeron realmente en su ánimo todas las especulaciones que se desataron a partir de las “cositas lindas” de las que ahí se hablaba, y que nadie puede afirmar categóricamente en qué consisten? Otra pregunta que nunca tuvo respuesta.

Tres años más tarde, Ángel Di María aclaró algunas cosas, y apuntó a la mala relación entre el entrenador y su mano derecha, Sebastián Beccacece.

“Lo que pasó es que a veces Sampaoli decía una cosa y Beccacece otra. Entre ellos no tenían buena comunicación. Por momentos parecía que estaban peleados entre ellos porque uno comía antes que el otro”.

“Hubo muchas cosas ahí en el medio que fueron pasando y que a uno, como jugador que está ahí, las ves y te afecta un poco todo. Parece que no, pero te afecta bastante. Por eso fue un Mundial en el que sinceramente me fui desilusionando por todo lo que pasó”.

Tras la derrota por goleada ante Croacia, que incluyó un error inaudito del arquero Guillermo Caballero, el equipo le lanzó un ultimátum a Sampaoli, admitió Di María.

“Hablamos con él para que las cosas estén claras. A partir de ahí las cosas salieron mejor pero ya no venían bien y, cuando no vienen bien, es imposible que salga de la mejor manera. Son cosas del fútbol, ya pasó”.

Sí, Rusia pasó, como pasó también la Copa América 2019 en Brasil, en la que Argentina llegó hasta las semifinales para perder 2-0 ante el local un partido que controló en su inicio.

Ese equipo era dirigido por Lionel Scaloni, un ex jugador de larga carrera en el Deportivo La Coruña que estaba interinamente al frente de la selección argentina.

De 41 años en aquel torneo, Scaloni era un hombre al que muchos comenzaron despreciando, pero que tenía cosas de las que sus antecesores en el puesto no podían jactarse: no solo jugó en Newell’s, el equipo de los sueños de Messi, en su época de futbolista. Eso, al fin y al cabo, era algo que también había hecho, y con infinita mayor notoriedad y peso, Gerardo Martino. No: Scaloni, además, había compartido la selección con Messi y un Mundial, el de Alemania 2006.

El tiempo fue pasando y el técnico interino se convirtió en definitivo, para asombro de muchos. La Asociación del Fútbol Argentino (AFA) le puso por encima a César Luis Menotti, campeón mundial dirigiendo a Argentina en 1978, como director de las selecciones nacionales, pero poco y nada se supo de los aportes del veterano entrenador.

Scaloni se consolidó sobre la base de algo insólito: era el primer técnico en mucho, pero mucho tiempo que contaba con el respaldo genuino de los jugadores. Eso le sirvió para quedarse con el puesto ya en forma definitiva. Un gran logro para él, ya que llegó a la cima sin pasar por la base: no había dirigido nunca a un equipo.

De eso también se valió la Asociación del Fútbol Argentino (AFA) para cerrar con él un contrato por 500.000 dólares anuales. Otro argentino, Ricardo Gareca, cobra 3,8 millones por dirigir a Perú.

Con históricos de la selección que comenzaron a retirarse, desde Gonzalo Higuaín a Javier Mascherano, se fue consolidando un grupo de jugadores más jóvenes que no cargaban con la mochila de escalar hasta finales para luego perderlas. Y entonces sucedieron dos cosas.

El mundo se paralizó, y con él el fútbol, con la pandemia del covid-19 en marzo de 2020. Y el mundo se paralizó con la muerte de Diego Maradona en noviembre de ese mismo año. El mundo, no el fútbol. Maradona había sido demasiado grande como para limitarlo al fútbol. Tenía 60 años. Cuando murió, su corazón tenía el doble de peso y tamaño de un órgano sano.

(...)

Messi no pudo despedirse de Maradona. En una entrevista con el periodista español Jordi Évole contó cómo fue que se enteró de la noticia. “Estaba acá en mi casa, me llegó un mensaje de mi papá y enseguida puse la tele, empecé a ver cosas y me enteré de todo”.

“Es una locura, la verdad que no lo podía creer. Si bien todos sabíamos que Diego no estaba bien, nadie imaginaba que iba a pasar eso que pasó y nadie lo esperaba, nadie puede creer hasta el día de hoy que Maradona esté muerto, que Diego no esté más y que haya pasado de verdad. Fue algo terrible y en ese momento una locura”.

Entonces Évole lanzó una pregunta que hizo temblar por dentro a Messi. “Se los ha comparado mucho a ti y a Diego. ¿Tú te imaginas un funeral como el de Maradona?” “No, la verdad que no lo imagino, ni quiero pensarlo”.

Hay algo que Maradona nunca pudo hacer: ganar la Copa América, que es el torneo de selecciones más antiguo del mundo. Tampoco lo pudo hacer Pelé. Messi llevaba perdidas tres finales en el torneo: 2007, 2015 y 2016.

Le costó, sufrió, llegó incluso a decir que se retiraba de la selección y pareció que nunca lo iba a lograr. Pero un día sucedió, y el escenario fue el mejor posible: ganó la Copa América en Río de Janeiro y ante Brasil.

Siete años después llegaba la esperada revancha del Maracaná.

Una revancha que nunca debió ser en ese estadio ni en 2021, porque el plan original era que aquella Copa América se celebrara en 2020 y en una doble sede: partido inaugural en Buenos Aires y la final en Barranquilla.

Pero la pandemia y un ambiente social muy caldeado llevaron primero a la renuncia de Colombia y luego a la de Argentina.

Dos semanas antes del torneo, la Conmebol se había quedado sin sede. Y entonces apareció Brasil. En un momento especialmente grave de la pandemia, el gobierno de Jair Bolsonaro impulsó el torneo. La Conmebol

le debe un favor eterno.

Y quizás Messi también, porque el torneo le llegó en el momento justo. Hacía rato que era un hombre: casado y con tres hijos, había intentado irse del Barcelona y ni había podido, había intentado ganar el Mundial y ese momento no había llegado, aunque tan cerca había estado.

Y tras una Copa América en la que el debut marcó un empate con Chile, el verdugo en las finales por penales de 2015 y 2016, victorias ante Uruguay, Paraguay, Bolivia y Ecuador, así como un triunfo por penales ante Colombia en las semis, la historia volvía a llevarlo al Maracaná.

El 13 de julio de 2014 no había podido superar a Alemania.

El 10 de julio de 2021 el desafío se llamaba Brasil.

En frente, aquel jugador que había generado tensiones al llegar en el 2013 al Barcelona y ocho años después era uno de sus mejores amigos: Neymar.

Pero la amistad se congela durante una final. Messi no podía volver a perder una, y sus compañeros no querían verlo perder otra más.

Antes de salir al campo de juego, Messi hizo lo que unos pocos años antes odiaba hacer: hablar, pararse frente a sus compañeros y arengarlos antes de un gran partido. “No voy a decir exactamente qué dijo, pero realmente uno quería salir a comerse la cancha. Da gusto estar en esta selección, escucharlo, verlo jugar es muy lindo”, confesó el defensa Lisandro Martínez, por esos días jugador del Ajax, en una entrevista con TNT Sports.

Alejandro “Papu” Gómez, jugador del Sevilla en aquellas semanas de la inolvidable Copa América, se extendió en el comportamiento de Messi durante una entrevista con “La Nación”. “Lleva el apellido Messi y muchos creerán que se comporta de manera diferente. No. Ahora, ojo, es un líder absoluto, es un capitán con todas las letras. Porque lo demuestra, porque da el ejemplo. Siempre lo quieren comparar con Diego, quieren que grite y que se pelee, y Leo no es así. Pero si lo tiene que hacer puertas adentro, lo hace. Lo que pasa es que Leo no lo va a sacar a la luz nunca y no va a vender humo. Cuando se tiene que enojar y te tiene que decir algo, te lo dice entre cuatro paredes. Está en una edad distinta, y muy linda, de madurez total, y quizás sabiendo que son sus últimos años, es un Leo más abierto, que interactúa muchísimo más con todos. Y esa madurez la disfrutan los más chicos, y la disfrutamos todos”.

Es otro Messi. Pero hay más, está el detalle de qué dijo Messi antes de salir a buscar la victoria y el título ante Brasil en el Maracaná.

“Empezó a hablar y... la verdad, las palabras justas no me las acuerdo, porque enseguida, yo ya estaba llorando. Dijo algo de los esfuerzos, de las familias... y se me caían las lágrimas como a un nene... Estábamos todos esperando esa final, los días y las horas previas no se nos pasaban más, teníamos la adrenalina a full, y Leo se puso a hablar, Fideo (Di María) también..., y hoy no puedo reconstruir qué dijeron, solo me acuerdo que yo no paraba de llorar”.

Así, llorando, felices y energizados, los jugadores argentinos pisaron el Maracaná. Así, el gol de Ángel Di María a los 22 minutos de juego suena perfectamente lógico: energía, velocidad, belleza y precisión en una jugada. El pase de Rodrigo De Paul y la definición de Di María es una de esas jugadas y goles para ver una y cien veces.

“Fue un pase de Rodri. Antes del partido le había dicho que el lateral (Renan Lodi) se dormía un poco a veces en la marca. Fue un pase perfecto, la controlé, me quedó de sobrepique y terminó como contra Nigeria en los Juegos Olímpicos”, explicaría Di María después. Ausente en la final de 2014 por lesión, nadie puede aventurar qué hubiera pasado de haber sido parte ente Alemania. O sí, quizás se pueda: Argentina hubiera estado mucho más cerca (sí, más cerca aun) de alzar la Copa del Mundo, porque Di María había sido un jugador fundamental durante todo el torneo.

Messi lo tenía bien presente, y como capitán encontró el momento y las palabras justas para motivar a su compañero y amigo: “(Leo) me dijo que la iba a tener, que esta era mi revancha, la que no pude jugar, la de Chile, la de Estados Unidos, el Mundial acá (Brasil 2014). Se dio, estuve. Qué hubiera pasado si hubiera estado en las otras finales. El fútbol es así, las revanchas son así y se ve que tenía que ser hoy”.

Tenía que ser ese día, tenía que ser ahí. Tenía que quebrarse Messi, arrodillado sobre el césped para convertirse en el eje de los festejos: sus compañeros estaban felices por haber ganado el primer título de la selección en 28 años, pero estaban eufóricos por haber contribuido a dárselo a Messi. La alegría por el logro del capitán superaba a la propia, porque ayudar a Messi a ganar ese trofeo no se comparaba con nada.

¿O no, Messi?

“Confiaba mucho en este grupo, que se hizo fuerte desde la Copa América pasada. Es un grupo de personas muy buenas, que siempre tiró para adelante, nunca se quejó de nada. Estuvimos un montón de días encerrados,

sin poder ver a la familia, a nadie“, recordó el capitán con la copa ya en sus manos.

“Soñé muchísimas veces con este momento. Necesitaba sacarme la espina de poder ganar algo con la selección después de haber estado tan cerca durante años. Sabía que en algún momento se iba a dar y creo que no hubo uno mejor que este. Soy un agradecido a Dios por regalarme este momento, en Brasil, ganándole a Brasil. Pensé mucho en mi familia, en mis viejos, mis hermanos, a quienes muchas veces les tocó sufrir, igual que yo o peor. Muchas veces nos tocó irnos de vacaciones después de una derrota y los primeros días eran tristes, sin ganas de nada. Esta vez será diferente”.

“Siempre que se gana hay que aprovechar el envión. Es más fácil cuando acompañan los resultados, hay que aprovecharlo. Sobre todo a esta camada de jugadores. Cuando terminó la Copa América pasada, yo les dije que ellos eran el futuro de la selección. Y no me equivoqué, me lo demostraron ganando esta copa”.

Messi no se olvidó de Scaloni, el héroe inesperado del fútbol argentino.

“Esto es mérito de él, todo lo que hizo y constru yó. Su proceso de tres años siempre fue en crecimiento. Supo armar un grupo espectacular, ganador. Hace tiempo que la Argentina no era campeona de América. Y hoy lo consiguió de la mano de él”.

El “10” volvería a Brasil menos de dos meses después para un partido por las eliminatorias. A los cinco minutos de iniciado el partido en São Paulo, cuatro funcionarios de la Agencia Nacional de Vigilancia Sanitaria (Anvisa) detuvieron el juego por la presencia de cuatro argentinos que se desempeñan en la Premier League del fútbol inglés. Un momento insólito, pero en el que los brasileños estaban amparados por las leyes.

El fútbol, sin embargo, siempre da revancha. A la semana siguiente, en el estadio Monumental en Buenos Aires, Messi marcó tres goles para el 3-0 sobre Bolivia.

Terminó el partido, un periodista de la televisión local le hizo una pregunta inofensiva y el capitán de la selección se largó a llorar. Lloró, lloró y lloró.

Lloraba de alegría, porque el estadio estaba rendido a sus pies y el país entero había dejado de discutir a Messi.

Lloraba de alegría, porque diez años antes, en el estadio de Colón de Santa Fe, se había despedido de la Copa América en casa rodeado de la hostilidad general de sus compatriotas, de sus coprovincianos.

Lloraba porque sumaba ya 79 goles con la selección, una cifra nunca antes alcanzada en una selección sudamericana.

Lloraba porque acababa de quebrar el récord de 77 de Pelé.

Lloraba porque en esa noche de septiembre en Buenos Aires, semanas después de haber dejado su casa de más de media vida, Barcelona y el Barcelona, sentía que la casa que siempre lo obsesionó, el lugar que siempre buscó era finalmente suyo.

Lloraba, en definitiva, porque se daba cuenta de que las cosas volvían a ser como en aquella infancia en la que le daban un alfajor por cada gol que convirtiera. Volvía a descubrir que, si uno se llama Lionel Andrés Messi, nada es imposible.

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