Entrevista

Liniers: “Hay días en los que estoy a las puteadas con el universo”

Dice que no es especialmente “numerólogo” y que tampoco suele hacer muchos balances. Pero las viñetas de Macanudo, una de sus creaciones más célebres, cumplen veinte años por estos días: a mediados de 2002, con un mundo tambaleante y un país que tenía sobre su espalda el estallido social de 2001, el humorista gráfico y dibujante Liniers llegó al diario La Nación con esa tira que reúne monstruos un poco torpes, una nena híper lectora como Enriqueta, pingüinos, conejos y otros seres fantásticos. A veces irónicos, a veces tiernos, todos ellos parecen estar frente a un abismo y tratan de surfear en el desconcierto con lo que tienen a mano. Pero incluso ante la incertidumbre, entre colores y trazos amables, a veces hay espacio para una esperanza moderada, algo ñoña.

De aquellos primeros dibujos hasta ahora, la carrera de Liniers tuvo un ascenso impactante: sus creaciones son editadas en varios idiomas por todo el mundo, llegó a la tapa de la revista New Yorker en siete ocasiones (la última fue en 2021, con un dibujo esperanzador ante el levantamiento de algunas restricciones impuestas por la pandemia), se animó a subirse a varios escenarios en vivo con el músico Kevin Johansen, tiene un podcast que se llama La vida es increíble junto al dibujante Alberto Montt, abrió Editorial Común, su propio sello de historietas, se mudó a Vermont, en los Estados Unidos, donde vive con su familia cerca de un bosque.

Liniers (o Ricardo Siri, tal como figura en su documento) acaba de llegar a Buenos Aires para participar de la Feria del Libro: un reencuentro con lectores y con una ciudad que no pisaba desde hacía más de dos años. También, la excusa para presentar formalmente la edición 15 de Macanudo, editada por Penguin Random House en un libro que a la vez es una despedida porque a partir de los próximos optará por renovar su formato. “¡Me despido de los cuadrados! Son quince para los completistas que quieran tener toda la colección, ¡los medio obse como yo!”, comenta ante elDiarioAR entre risas.

Dos décadas después de su nacimiento, ¿pensás que Macanudo es inagotable?

Mirá, ahora estoy cayendo justo en el 20. El número que siempre tuve en la cabeza era el 10, porque Mafalda duró 10 años, Calvin and Hobbes también, hasta los Beatles. Todos mis héroes duraron diez años. Entonces le tenía miedo al 10, pensaba “mirá si llegás a 10 años y se te acaba esto”. Y en un momento fue “bueno, sigo”. También apareció este nuevo rediseño de los domingos en el diario y me aparecieron personajes nuevos. Como dos brujas que estoy dibujando últimamente y de las que estoy como muy enamorado. Es eso, hubo como un re enamoramiento. No sé cuánto más va a durar Macanudo, y a la vez es algo que disfruto tanto hacer que no lo puedo hacer si no lo disfruto. Creo que el día que se vuelva aburrido va a ser el día que digo “ah ok”.

 

Varias veces contaste que la historieta nació en un momento muy oscuro del país, había pasado la crisis de 2001.

Sí, ahora ya arreglamos todo por suerte, el país está mucho mejor y ahora todo es flores y luz (risas). Yo creo que es por la historieta que apareció en ese momento y era lo que este país necesitaba para salir adelante y ahora estamos, lo logramos, bien todos nosotros (más risas).

¿Qué tipo de macanudez se estaba necesitando en ese momento?

Estábamos con que habían caído las Torres gemelas, y Bush invadía países de onda, ¡y estaba todo tan oscuro! El diario también, lógicamente, porque la noticia siempre es lo que anda mal, lo que anda bien no tiene por qué ser noticia. Entonces yo creía que había un espacio para intentar un optimismo que era a contrapelo de todo lo que estábamos sintiendo todos en ese momento. Entonces toda la historia de Macanudo soy yo haciendo un esfuerzo por ser optimista frente a noticias y cosas que uno dice “uf”. Y a veces el Macanudo por ahí queda medio sarcástico o medio irónico porque, ¿tan macanudo es Macanudo? ¿Es macanudo en serio? (risas). Pero trato eso. Yo creo que los diarios que no publican historietas y humor son diarios sádicos. ¿Ustedes publican historietas?

No todavía.

Bueno, pensémoslo entonces. Porque las noticias nos pegan muy fuerte y es a la mañana. Y ponés una historieta por ahí, no hace falta mucho, es algo chiquito. Porque lo grande es terrible. Por eso es importante lo chiquito, como cuando conocés a alguien o vas con tu amigo y te tomás un vino y decís “wow”. Lo chiquito sigue funcionando, sigue siendo lindo. Es la razón por la que aguantamos acá en el planeta.

Te estás reencontrando con la Argentina, después de un tiempo de no venir. Me preguntaba si es una especie de lugar común la de preguntarle al que vive afuera cómo ve al país o si el que vive afuera, como es tu caso, siente la necesidad de contar qué es lo que ve. ¿Qué te pasa con esto?

Creo que hay cosas que son globales. Porque nosotros pensamos “uy, estamos todos enojados en Argentina”. Pero en realidad está todo el mundo enojado en todos lados, hay un nivel de irritación constante debajo de la piel. Yo creo que un poco las redes sociales pueden llegar a tener que ver con esta especie de sensación de vacío o de indignación o de “me están cagando por todos lados”. Porque lo veo en todos lados, no es puramente argentino este nivel de enojo. Por otra parte siento que, como persona muy democrática que soy, la democracia ayuda a los derechos personales, ayuda a la libertad de expresión, ayuda a un montón de aspectos que sin democracia no tendríamos. Pero ahora, en este país nos la deben todavía en el ámbito de la política.

¿Te decepcionó la política?

Uno piensa que la política o los políticos son doctores y el país es el paciente. Y la enfermedad es la pobreza, entonces con todos los doctores que tuvimos salimos más enfermos que como entramos. Siento eso, que los pacientes salimos siempre más enfermos, por izquierda, por derecha. O que  todas las veces salimos con un poquito más de fiebre. A mí me decepcionaron por todos lados en la política. La cultura en este país me genera admiración, la ciencia en este país me genera admiración, la gente de a una me genera admiración. Pero hay algo que no estamos pudiendo manejar bien y no sé exactamente sé si hay una raíz cultural de base de cómo somos los argentinos o alguna cosa que hace que dinamitemos lo que conseguimos. Fuimos el país que declaró el matrimonio igualitario antes que todos, qué sé yo. Tenemos cosas en las que somos Gardel y otras en las que somos Justin Bieber (risas).

Con todo el cariño a Justin. 

Saludos a Justin, obvio. ¡Pero Gardel no sos, campeón!

¿Cómo se mete todo ese enojo o esa percepción en una actividad como la tuya, que parece un poco solitaria o aislada? De hecho vivís en un lugar rodeado de naturaleza, con un bosque cerca.

Sí, a veces te da la sensación de que por ahí es mejor ver las cosas de lejos. Como con una pintura impresionista que si estás al lado no entendés nada y te vas a lo lejos y decís “ah mirá, un girasol, quién lo hubiese dicho”. Y otras veces te da la sensación de “ay, estoy tan lejos que no puedo ver”. El microscopio es el otro lado. Pero si hay algo que no tengo son respuestas. Yo soy dibujante de historietas. A mí una vez un entrevistador me dice “qué opinás del nuevo Código Civil”. Entonces le digo “vos estás mal de la cabeza, te pensás que me levanté y digo a ver el Código Civil anterior y a ver el nuevo”. ¡Qué puta idea tengo yo del Código Civil! (risas). La verdad es que no sé cómo se arregla y yo no tengo soluciones. El trabajo del periodista siento que es como el del curioso de lo gigante y quiere ver por qué las cosas andan mal y va la guerra en Ucrania. Este es el momento en que más necesitamos el periodismo: si desaparece el periodismo nos queda Twitter para informarnos y ya vimos cómo nos informa Twitter ¿no? Te dice: “Hay extraterrestres en las vacunas”. Entonces claro, lo necesitamos. Pero mi trabajo es distinto. Siento que soy como un periodista de lo chiquito y que lo que yo estoy buscando es esa sensación de cuando le sacás punta al lápiz, olés eso y es rico. Ese es mi trabajo, no mucho más. Y de paso te hace acordar a cuando eras niño.

Es curioso eso, una actividad sumamente analógica en un mundo que va a contramano. 

¡Soy un punk de la primera hora! (risas). Una vez creo que fue la periodista Canela, que me dijo: “Vos transgredís desde la ternura”. Y me quedo con eso, porque transgredir desde la patada es un poco no transgredir, es medio obvio, es ser igual que todos los que transgredieron con la patada en la cabeza.

Una de las citas de Macanudo 15 es un textual de Quino que dice “De un lapicito sale lo que se te dé la gana”. ¿Por qué elegiste esta frase, cómo te representó a lo largo de tu carrera?

Es una tira de Mafalda que amo profundamente, creo que está Guille con el lápiz y dice: “Uy, todas las cosas que caben en un lápiz”. Después encontré esa frase en alguna entrevista de Quino y me parece que están como hermanadas esas dos cosas. Hay algo en esa frase que tiene que ver con la libertad: sale lo que te dé la gana, el espacio es infinito. Cuando entrás a un formato como la tira del diario, hay mucha gente que piensa que se tiene que hacer como se venía haciendo siempre. Y muchas veces son los editores que piensan “yo quiero que me hagas un Fontanarrosa”. Y eso va a ser un Fontanarrosa horrible, porque el único buen Fontanarrosa que hay es Fontanarrosa y ya está. Cuando entrás a algo que ya está estructurado a veces cuesta entender que lo lindo del arte es la parte en la que te portás mal. Cuando estás portándote bien y siguiendo toda la cadena y todo lo que aprendiste, y todo lo que estudiaste en la historia, es importantísimo porque entendés tu rama. Pero el segundo en el que se vuelve interesante es cuando hiciste algo que no venía siendo así. 

La trasgresión de Canela.

¡La trasgresión de Canela! Y pasa cuando te portaste mal, cuando dibujaste en la pared. Con mi primo una vez hicimos unos barquitos de papel, los armamos y los pusimos en la bañadera. Todo eso es artesanía, no es arte todavía. Hasta que en un momento dijimos: “¿y si los prendemos fuego?”. Y ahí empezaba a ser más interesante. Y después mi primo dijo: “¿y si les tiramos alcohol?”. Y ahí explotó, salió fuego por todos lados, y ahí era arte. Ahí era arte. Ahí era como las jirafas en llamas de Dalí. De repente éramos creadores de una nueva realidad, de algo que no se supone que existía (risas). Ver el mundo desde otro lado. 

Y en ese proceso de querer contar algo, ¿hay un método? ¿Cada día es distinto?

Cada día  es distinto porque somos distintos todo el tiempo. Yo el único laburo que sé que no puedo tener es el de Marcelo Tinelli. O sea, no puedo estar de buen humor de tal hora a tal hora de lunes a viernes. Decirme “A las 21 horas yo voy a estar de buen humor” y gritar “¡Holaaaaa!”. A los dos años me pego un corchazo. No podría. Yo me despierto un día y soy así, otro día soy asá, otro día me peleé con mi mujer, otro día me amigué con mi amigo, otro día se murió alguien que quería. Entonces la historieta sale así. Hay días que sale de una manera, de un Ricardo, y otro día sale del otro Ricardo. Por eso cambia tanto también, ¿no? Porque no me puedo forzar a hacer una versión de mí. 

¿Tus personajes hablan por vos?

No sé, soy todos estos bichos raros. Vos después juntalo, mezclá todo y por ahí al final como lector te volvés loco. Pero no soy una sola versión. Por eso no pude hacer solo Enriqueta: hay días en los que estoy a las puteadas con el universo. Entonces, ¿qué voy a hacer con una chiquita que esté leyendo un libro? Y al otro día no puedo hacer a alguien tan enojado porque vengo de estar con mis hijas y me acordé de cuando yo era chiquito y veía La familia Ingalls.

Mencionabas a Enriqueta y en tiempos donde hay mujeres en las calles intentando plantear otras cosas, a veces surgen debates sobre el rol de los varones en este sentido. ¿Cómo es para vos pensar un personaje femenino? ¿Sentiste que algo cambió en ese terreno?

Yo siempre tomé a Enriqueta como mi costado femenino de alguna manera. Yo nunca fui el pibe que jugaba al fútbol o el que decía “vamos a agarrarnos a piñas”. Mi costado más bien fue “¿y si no nos agarramos a piñas?” (risas). Entonces, cuando empecé a dibujar a Enriqueta, fue como tratar de acordarme cómo era yo de niño. Y era un chico tímido, me gustaba leer metido en la cama. Entonces usé a Enriqueta para eso. No sé por qué no salió un pibito, la verdad que podría haber hecho y hubiese tenido cierta lógica. Porque era difícil dibujar una historieta en un diario en un mundo donde existe Mafalda y no intentar nada ni relativamente cerca. Por eso también la saqué a Enriqueta del mundo de Mafalda: el mundo de Mafalda es un mundo adulto diseñado por niños, son chiquitos grandes. Entonces yo dije “no voy a hacer a a una nena y sus amigos para que hablen de las noticias de la guerra, porque a los chicos les chupa un huevo la guerra” (risas). Entonces ella está viviendo su infancia. Está ahí con su gato y con sus libros y déjenla en paz.

¿Y no pensaste en términos de género?

En eso no entro tanto, en esta nueva visión de que el arte tiene que ser autobiografía ¿no? De que el actor argentino solamente puede actuar si hace de argentino. Me parece que están cerrando los jardines. El arte es libertad absoluta. Entonces no creo que para hacer de cuadripléjico el actor tenga que ser cuadripléjico. Me parece que si encontrás un Robert de Niro cuadripléjico, vamos con esa, claro. Pero hay una especie de confusión de qué es la cultura. Y me parece que es porque dejamos que Twitter e Instagram nos diseñen qué es la cultura y cómo funciona la cultura. Y rápido te dicen “no, tal cosa es la apropiación cultural”. ¡Es un oxímoron la apropiación cultural, es una estupidez! Es una frase que no funciona. Si algo es de la cultura es del ser humano, no es de alguien. Lo lamento en el alma, yo sé que hay gente que se ofende con los dreadlocks. Para el caso hay dreadlocks en estatuas griegas. Entonces, si las únicas que pueden usar dreadlocks son las hermanas Xipolitakis yo me suicido ¿entendés? (risas). Que se ponga dreadlocks el que quiera. El que toque reggae y el que se le cante el orto. Yo no soy más dueño del tango por ser argentino que los japoneses que bailan tango toda su vida y que ganan un premio. Pero dejamos que diseñen esta nueva versión de qué es la cultura y cómo se mueve los que están en Twitter, que son pibitos que tienen 20 años, 30 años, y que todavía no aportaron a la cultura. Nos metieron esto de que hay cosas no se tienen que tocar como las milanesas con el puré. Como los chiquitos malcriados. La comida, el tango, la música judía, el candombe. Todo está mezclado y así sale una cosa nueva. Ahora, si estamos todos separando cosas, o pensando “que esto no se toque con esto” nos quedamos en un apartheid cultural. Y es horrible. (Hace una pausa). Solito me meto en problemas yo. (risas).

¿Te criticaron alguna vez por Enriqueta?

Me pasó que hubo alguno que decía “eh, típico de hombre dibujar a las mujeres con un osito”. Bueno, qué sé yo, el personaje vive con un osito. Todas mis hijas tuvieron un osito, ¡yo tenía un osito cuando era chiquito también! ¡El osito es algo bueno en la vida! (risas). Por suerte hubo muy poquito de eso, pero la verdad es que vos hacés un dibujo en tu casa y se va de viaje. Y la cultura también es eso: vos entregás lo que hacés, deja de ser tuyo al segundo que lo publicás. No sé qué efecto tiene algo que yo hice sobre la vida de otra persona y no tengo derecho tampoco a decir qué efecto tiene que tener o sobre quién tiene que tener efecto lo que yo hice. Los derechos de autor sí son míos, pero si yo hago una canción no puedo decir “esta canción es solamente para la gente que yo decido que sea la canción, no, es de todos”. El que quiera agarrarla la agarra, la que se quiere hacer un tatuaje se hace un tatuaje, y el que quiere ponerlo en una bandera que lo haga. 

¿Qué te pasó cuando viste a Enriqueta convertida en un símbolo de la marcha y de los reclamos de Ni Una Menos en Argentina y también en el exterior?

Tengo una relación compleja con eso. Porque la idea del dibujo era que se hiciera más visible la marcha y lo que yo pensé es “bueno, los que leen Macanudo van a ver esto y se van a enterar de la marcha” y van a ir a una marcha con la que estoy de acuerdo. Ahora, una vez que se va de ahí se transformó en otra cosa, se transformó en algo que yo no pensé que iba a rebotar tan fuerte. La función que yo quería que cumpliera fue mucho más fuerte. Porque el dibujo está referenciando algo que es increíble que siga existiendo, que es que un pibe que le dijo a alguien que la quiere y después la mata. Para peor, vi fotos de chicas que terminaron asesinadas, con el dibujo. Una es Micaela, que tenía la remera puesta y después la mataron. Entonces es un dibujo que cada vez que veo no digo “uh, qué fenómeno, cómo la pegó”. Es un dibujo que veo y de alguna manera me da como rabia que exista. 

Muchas veces en el podcast hacen bromas alrededor de la idea de la cancelación. ¿Es un miedo real? ¿Qué te pasa con todo eso?

Yo creo que la cancelación es como las hadas de Peter Pan, si creés en las hadas están y si no crees no pasa nada. Entonces tenés a tipos como Ricky Gervais o como Quentin Tarantino que hacen lo que se les canta el orto y todo el tiempo que hacen algo les comentan “pero mirá lo que dijo”. Y esperan dos semanas y se acaba eso. Y tenés tipo como Matt Damon o como Lin-Manuel Miranda, y lo digo porque estoy ahí en Estados Unidos y es lo que veo, que son tipos que realmente son buenos y entonces están todo el tiempo queriendo mejorar. Y Lin-Manuel Miranda, que le abrió la puerta a todo el mundo, pero tiene que estar pidiendo perdón porque no es 100% perfecto todas las veces. Y eso es enfermante. Si es un tipo que está de tu lado y te está ayudando y está promoviendo tu mensaje no le busques algo para pegar. Eligen eso en vez de ir a pegarle al facho de Donald Trump y todo su entorno, Fox News y todos esos pibes que son abiertamente nazis.

¿En tu propia producción, en tu propio trabajo tenés ese tipo de fantasmas?

Es que si hiciste siete mil tiras, con el peine que vayas, vas a encontrar lo que quieras. Si vos querés ver tiras donde querés ver oscuridad, si querés ver satanismo, podés ver cualquier cosa. Un señor me escribió una vez, un reverendo no sé cuánto, para decir que Macanudo era satánica (risas) y que todo era negativo. Pero bueno: con el peine que vos uses vas a rastrear lo que quieras para encontrar cosas. Porque el arte es un montón de gente haciendo un montón de experimentos. Muchas veces no sabés qué es lo que estás diciendo, estás tirándolo ahí a ver qué pasa y qué es

¿Pierde el humor con todo esto?

Bueno, pasó que al principio a la comedia se la llevaron toda puesta, y empezaron con todos los comediantes. Que Woody Allen esto, que Louis C. K lo otro. Porque al comediante lo que la sociedad le pide es que vaya a la frontera de lo que se puede hacer y decir. “Después volvé de ahí, hacenos reír con eso y te damos guita!”. Y así funciona la comedia. Ahora, la sociedad hace eso en 2002 y todos nos reímos. Pero después la sociedad se mueve, todos nos movemos, todos aprendemos. Hasta que aparece alguien que va para atrás y dice “qué hijo de puta, mira lo que dijo éste en el 2008”. Y hay que ser muy jodido para hacer eso, una versión muy siniestra de alguien. 

Te describías como un chico tímido que leía abajo de las sábanas y después de destacarte muchos años con tus historietas en los últimos tiempos diste una vuelta más pública: hacés stand-up, trabajaste en shows en vivo con Kevin Johansen, tenés tu podcast. ¿Cómo se dio esto?

La gente que me conoce desde la adolescencia, mis amigos del colegio, mi familia, mis primos, no lo pueden entender. Creo que la razón por la que pude hacerlo es por la historieta. Con la historieta siento que construí un puente hacia la gente. Porque la timidez, en mi caso, tenía que ver con algo del ego viste, con eso de “qué van a pensar”. Cuando empecé a publicar los libros lo que sentía es que todo ese preámbulo de decir quién soy estaba en el propio libro. Como es tan personal la historieta los que la siguen saben más o menos cómo soy, quién soy. Entonces toda esa tensión de cómo hago para presentarme, desaparece. Es como si ya fuera amigo de antes y podemos empezar a charlar. Con la historieta como puente me di cuenta de que podía matar a la timidez. ¡Y cuando maté a la timidez mi vida se puso espectacular! Terminé bailando en el Luna Park, agarré una guitarra y canté. Yo, que no sé cantar y no sé tocar la guitarra, en un lugar en el que cantó Frank Sinatra. ¿Por qué? Porque la timidez estaba ahí, muerta. Me hubiese encantado viajar en el tiempo y decirme a mí mismo “no seas boludo, no pierdas más el tiempo, la vas a pasar mucho mejor si no te hacés tanta mala sangre”. 

Mencionabas a Charly García y más de una vez dijiste que una de las cosas que le faltarían a tu carrera sería ilustrar algo de él.

— Ay, ¡quiero tanto a ese hombre!. Me lo crucé dos o tres veces y siempre me dio miedo. Me lo presentó una amiga, Renata Schussheim, le dice “Charly vení, te quiero presentar a alguien”. (imitando la voz de García): “¿Quién es?”, pregunta. “Liniers”, dije yo aterrorizado. “Quién es Liniers”, vuelve a preguntar. “Dibuja historietas en La Nación”. “Ah, yo leo Clarín” (risas). Esa fue toda mi charla con Charly. Pero, nada, es un tipo que cuando no era fácil decir cosas decía cosas. No sé de otro artista, ni siquiera dentro del mundo de la música, con una seguidilla de discos como los de él entre el ‘75 y 1990. Es increíble el viaje entre Sui Generis, La máquina de hacer pájaros, Serú Girán y su laburo solista. Amor infinito por este hombre.

¿Qué dibujarías para él?

¡Lo que quiera! ¿Sabés qué? ¡Yo le pinto la puerta del baño! Charly: para lo que quieras estoy. No sé, también le puedo arreglar el cuerito de la canilla. Ni siquiera necesito hacer algo muy importante.

AL

La actualidad de la historieta

En general se asocia a la historieta como algo de la adolescencia o de un momento de formación. ¿Esto sigue así? ¿Cambió con el tiempo?

Yo creo que si decís eso en Francia o en España, en Estados Unidos, la gente te dice Q¡¿qué?!“. Es como que digas que las series de televisión son de adolescentes. Es verdad que durante 80 años de su vida la historieta fue eso: fueron aventuras y chistes dibujados por hombres para lectores hombres. Si vos ponés cualquier grupo de historietistas juntos en cualquier convención pre 2008 ves todos pibes. Y ahora eso cambió. Eso se abrió. Y también cambió que ya no es para aventuras, después de Maus se puede contar lo que quieras. Ese libro habilitó a que la historieta, si se puede contar el Holocausto listo, podés contar la vida de Napoleón, podés hacer una historieta sobre tu familia, podés hacer lo que quieras. Y entonces para mí ahora la historieta está en su mejor momento lejos. 

Uno de tus roles más nuevos es el de editor, con la Editorial Común, que tienen con Angie del Campo, tu esposa. ¿Por qué decidiste hacerlo?

En Argentina se cuidó muy, muy bien el producto cultural de la historieta desde el punto de vista del humor gráfico. Por Quino, Caloi y Fontanarrosa todas las editoriales, particularmente De la Flor pero también las editoriales grandes, siempre estuvieron detrás de ver qué pasaba. Era “uy, a ver, vamos a publicar el libro de Maitena, vamos a publicar los libros de Tute, de Rep”. Todos los que estamos en el diario teníamos hacia dónde ir. Pero Argentina, sobre todo a partir de los ‘50, tiene los mejores historietistas y muchos de ellos no habían sido editados acá. Vas a Europa y tenés tres horas de cola para llegar a un libro de Cacho Mandrafina y acá hablas de Cacho Mandrafina y estoy seguro de que tenés que googlearlo. O José Muñoz, que ganó el premio más importante que existe en el mundo de la historieta, el Gran Premio de Angulema. Y el tipo que más influyó a gente como Frank Miller, el tipo que relanzó Batman, y a Maus. Sentía que estábamos perdiéndonos de algo: no hay infinitas cosas increíbles que hace este país y estos tipos son increíbles. Y entonces la idea de la editorial era “hagamos una editorial en donde estos dibujantes tengan su lugar”. Y también “hagamos una editorial donde traigamos cosas de afuera que también demuestren que la historieta está abierta, que hay espacio para mucha más experimentación que la que veníamos haciendo hasta hace no tanto”. Después he charlado con Angie y dijimos “no nos olvidemos de los primeros lectores”. Entonces empezamos a publicar libros apuntados a chicos de 9, 10, 11, 12 años. El fantasma del faro, que hicimos juntos, es un ejemplo. 

¿Cómo fue la experiencia de trabajar con tu esposa en ese libro, pandemia mediante, con toda la familia en casa?

Son esas cosas que decís “bueno, ¿jugamos toda la plata a rojo?”. Esto puede ser rojo o negro eh. Pusimos toda la plata ahí, acá quizás detonamos la familia. La pelotita, piripi, piripi. ¡Rojo 16! ¡Podemos seguir trabajando juntos! (risas). Por suerte nos llevamos muy bien. Si hay algo para lo que sí sirvió el encierro del Covid es para decir “uy, a ver si realmente quiero a esta gente” (risas). La verdad es que soy fan de todas ellas, así que fue terrible, pero también pude ver eso: ¡me encerraron con gente de la que soy fan!

AL