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La mirada homoerótica en el cine antes de los tiempos de Instagram y Onlyfans

The Rocky Horror Picture Show, clásico de culto homoerótico.

Javier Zurro

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Una de las clásicas preguntas del quesito rosa del Trivial es qué película ganó el primer Oscar de la historia. Cualquier cinéfilo respondería rápidamente que Alas, la película de William A. Wellman sobre dos jóvenes que comparten interés romántico por la misma chica y que acabarán alistados juntos para convertirse en pilotos de combate. Lo que no suele preguntar el Trivial y muchos no saben es que Alas, estrenada en 1927, ya incluía el que se considera el primer beso gay de la historia del cine. Esos dos hombres, rivales por el amor de una mujer, acababan compartiendo una amistad que con el paso de los años ha sido estudiada como una de las primeras representaciones homosexuales en pantalla. 

Al final del filme, con uno de los jóvenes a punto de morir, el otro le besará en la boca mientras le acaricia el pelo consolándole en sus últimos instantes. No es un beso pasional, y muchos consideran que ahí solo hay una amistad, pero en un momento en el que la representación del amor y la pasión entre personas del mismo sexo estaba oculta o prohibida, aquella escena se convirtió en algo liberador y erótico para muchos hombres que veían su propia fantasía plasmada en una sala de cine. ¿Hay algo homoerótico en aquella escena? ¿Puede alguien sentir deseo al ver aquel beso que hoy nos parece inocente?

Hollywood siempre ha usado a la mujer como reclamo erótico, como mercancía para vender fantasías sexuales y fetichistas a los consumidores y fruto de la mente de los directores. El cine crea un lenguaje que está basado en esas fantasías. La mirada de arriba a abajo, el plano corto de las piernas… También narrativamente. Pero en algún momento, el deseo homoerótico entra en juego. Ya no son solo ellas las que se convierten en objetos mirados, sino que son ellos los que lo son. Un deseo homoerótico que también avanza con el paso del tiempo y que se va despojando de ataduras según se consiguen derechos para la comunidad LGTBI. Aquel beso de 1927 hoy no se rodaría así. Hoy el deseo homoerótico puede estallar en pantalla en obras como El poder del perro o incluso en una escena aparentemente nimia como el juego de vóley playa en Top Gun y su secuela o en películas que son clásicos entre el público heterosexual como Le llaman Bodhi.

Visto ahora, aquella escena es timorata. En una época donde todo se mira y se vende es difícil construir un deseo basado en el misterio, en el suspense cinematográfico. ¿Qué es deseable en tiempos de mostrar el culo en Instagram? ¿Qué hay de misterioso cuando todos los cuerpos adolescentes salen sin camiseta en cualquier serie en prime time? ¿Qué puede excitar las bajas pasiones cuando el cuerpo es algo que se observa en Onlyfans pagando un módico precio? Todas esas preguntas son las que se hace Alberto Mira en su ensayo Entre la cámara y la carne. El cine homoerótico en 25 películas (Editorial Egales).

Lo erótico nos posiciona

No es solo un compendio de películas con escenas homoeróticas, sino un ensayo concienzudo y minucioso sobre la evolución en la construcción del deseo homoerótico a través de la historia del cine y si ese concepto tiene algún sentido en el momento actual. Lo hace, primero, preguntándose qué es el erotismo y dejando claro que todo depende de la mirada y que toda mirada está “invadida de ideología”. “Aunque el deseo es personal y fluido, la ideología hace que se prefieran ciertas manifestaciones y actualmente la ideología que determina las formas del deseo en el arte comercial occidental es capitalista. Otras tradiciones eróticas en torno al hombre implican otras preferencias. Lo erótico siempre nos posiciona. Están quienes contemplan y está lo contemplado. El espectador es el vértice de un triángulo; los otros dos son la cámara y el cuerpo representado”, dice el autor en su libro.

La evolución del cuerpo masculino deseado también es clara. Poco tienen que ver Paul Newman o Robert Redford con aquellos años 80 donde el cuerpo culturista de Arnold Schwarzenegger o Sylvester Stallone era el que se ponía como centro de la mirada homoerótica. Y nada tienen que ver ellos con el gusto por la figura griega y cercana a los efebos que se ve en series como Élite o en el éxito de actores como Timothée Chalamet, aunque la tónica dominante siempre responde a la belleza grecolatina que hemos visto desde tiempos inmemoriales en cuadros y esculturas.

25 películas que van desde aquella Alas que dio comienzo a todo a Beachrats, la más reciente, pero pasando por ejemplos capitales como el cine de Almodóvar, The Rocky Horror Picture Show, Pasolini o Eloy de la Iglesia. Un trabajo que es la condensación de décadas de lectura sobre “representaciones del cuerpo masculino como objeto erótico”. De esas lecturas salió una idea que provocó este libro. “Todos estos libros sobre cine gay, incluyendo los míos, muestran que el deseo, nuestras obsesiones eróticas, muchas veces en lugar de liberarnos nos esclavizan”, asegura el autor, que cree que hablar sobre “la cuestión erótica como fantasía” era algo que no había sido tan transitado. Especialmente en el cine.

“Esto en parte es porque durante mucho tiempo no se podía representar el cuerpo masculino como objeto erótico en el cine. Tú podías ver objetos eróticos, podías ir al cine y ver a William Holden, o quien fuera, como algo erótico, pero la cámara no hacía nada al respecto. Me interesaba mucho ver cómo, en realidad, aunque no se hacía mucho, sí que había un montón de directores que fueron buscando esto y a veces hay algunos casos muy sorprendentes. Por ejemplo, me di cuenta de que quien hace esto mucho es Andy Warhol, que tenía una gran fama de ser alguien como muy distante, de ser alguien que no hablaba mucho de carne, y sin embargo realmente fue de los primeros que miró el cuerpo masculino erótico de una manera explícita, era el objeto de la mirada”. 

La mirada del director

Ese deseo homoerótico no tiene que ver con la trama, ni con la imagen positiva o negativa de la homosexualidad, sino que tiene que ver con cómo el director rueda y transmite el cuerpo masculino al espectador y qué provoca en ellos. “El cine sí que establece miradas, y estas miradas pueden ser miradas de placer que no siempre son liberadoras y no siempre son políticamente correctas”, apunta Alberto Mira, que cuenta cómo cuando inició su investigación y compartía sus dudas en Facebook muchos acusaban al cine de erotizar “siempre a los mismos cuerpos”. Algo que “es verdad” y que une al cine con las esculturas griegas, donde también hay siempre “el mismo tipo de cuerpo”. “El mismo que está en las pinturas del Renacimiento, el mismo que hay en los anuncios de Calvin Klein, el mismo tipo de cuerpo en el cine. El cuerpo erotizado masculino tiene unas determinadas características. Entonces me interesaba mucho cómo la cámara lo captaba, qué aporta el cine a esto”.

Cuando se habla de la ‘mirada’ en el cine siempre se menciona a Laura Mulvey, la teórica que mostró cómo siempre responde a una mirada masculina y machista. ¿Ocurre lo mismo cuando esa cámara patriarcal trata a otro hombre como objeto de deseo? Para Alberto Mira, el simple hecho de que sea un hombre quien es mirado ya supone “un cambio” y “un gesto radical”. “Esta sería mi respuesta personal. Que sí, que tiene algo radical, que va a contracorriente, que va un poco a contrapelo. Ahora bien, al dedicarnos a ensalzar la figura del hombre como como objeto de deseo, en realidad estamos dando más poder al hombre”.

En Entre la cámara y la carne, el autor esboza en su introducción y conclusión los cambios en el homoerotismo en la actualidad, donde en las series “los hombres son bellos y tienen más protagonismo en series como Élite” donde “suelen ser hombres cis que, generalmente, tienen unos cuerpos privilegiados”. Pide tiempo para valorar si lo que está pasando es bueno o malo, y serán otros los que lo juzguen, pero para él tiene una parte positiva que “de repente haya cuerpos a los que se puede mirar sin tener que pedir permiso y sin tener que pagar consecuencias”. Pero también piensa en la parte negativa. “Tener ahora 20 años tiene que ser muy, muy complicado, porque hay un énfasis en el cuerpo que en mi época no estaba. En mi época se nos decía aquello de ‘el hombre y el oso, cuanto más feo, más hermoso’. No teníamos ninguna obligación de ser guapos y ahora para hacer cine y televisión hay que serlo, y eso tiene que generar una competitividad muy grande dentro de los chavales”.

Casi todos los artistas homosexuales eran burgueses que utilizaban cuerpos proletarios para sus fantasías porque al proletario se le podía pagar

Alberto Mira Escritor

Esa liberalización del erotismo ha hecho que también pierda parte de su atractivo y su misterio el hecho de mirar desde la butaca del cine. Un momento en el que “sin ningún tipo de fantasía, todo se exhibe y no tiene nada que ver con el lugar donde tú estás” como espectador. Antes era como “mirar a través del ojo de la cerradura”. “Esto sería una cuestión para sociólogos, pero es verdad que ha habido un cambio y que estos nuevos fenómenos, como Onlyfans, son una cosa muy distinta a la elaboración de la fantasía por parte del espectador. Antes había una mirada de la cámara sobre el cuerpo de los actores. Ahora, de repente, lo que tienes es que los propios chavales se miran al espejo y hacen sus propios vídeos sobre su propio cuerpo. Esto es una dinámica totalmente nueva y totalmente distinta a la del libro”. 

“En el libro hablamos de películas donde alguien mira un cuerpo y lo introduce en una narrativa. Ahora es alguien que exhibe un cuerpo y lo emite por todas partes. Estamos en un nuevo periodo, pero yo creo que esto sí que sería otro libro, porque este nuevo periodo no tiene narrativas. Para mí es muy importante que la mirada conduzca hacia una narrativa. Ahora no hay ningún obstáculo, y por lo tanto toda la teoría que yo tengo de que había que vencer ciertos obstáculos para ejercer una mirada democrática, toda esa teoría se va a pique con el momento actual”, subraya.

Cuerpos fascistas y proletarios

Entre los 25 ejemplos, algunos rompen con lo establecido. Alberto Mira cuestiona también esa fascinación por el cuerpo obrero que muchos artistas burgueses han tenido a lo largo de la historia. La que tenía Gil de Biedma y la que tenía Eloy de la Iglesia cuando captaba con su cámara el erotismo del cuerpo de José Luis Manzano en películas como Navajeros o Colegas. Un capítulo donde el autor muestra “que el deseo a veces no tiene corrección política en absoluto”. “Casi todos los artistas homosexuales eran burgueses que utilizaban cuerpos proletarios para sus fantasías porque al proletario se le podía pagar. Y entonces había un tema que era y es incómodo, pero me gusta entrar en terrenos incómodos y Eloy de la Iglesia lo es. Me parece que es un gran cineasta y me parece que no es incompatible el hecho de que sea alguien radical, el hecho de que sea alguien claramente de izquierdas en sus películas, y que al mismo tiempo estuviera ejerciendo un tipo de mirada que el activismo contemporáneo lo ve problemático, porque es problemático”.

También dedica un artículo a 300, donde califica lo que hace Zack Snyder como “fascismo corporal”. Aquí se demuestra que “cierto tipo de películas, a pesar de nuestra fascinación, están hechas desde una ideología que es muy reaccionaria y muy conservadora”. “En esta película, la frase clave que creo que está citada en el artículo es cuando el director dijo que puso este tipo de cuerpos porque esta película era para adolescentes y a un adolescente nada le da más pánico que que alguien le penetre. Quería que estuviera toda la fantasía de la penetración para un adolescente y que esto le diera terror o que se tratase de imponer a esto. Entonces sí que es verdad que esa película para mí ideológicamente es muy problemática. Otra cosa es que cuando la veo estéticamente me parece muy interesante”, zanja. 25 formas de mirar el cuerpo masculino que sirven para entender cómo una cámara puede provocar los deseos más salvajes en el espectador.

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