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La nostalgia como refugio Análisis
De Rosalía a Pérez Siquier o cómo la cultura es siempre vieja y nueva a la vez

'Marbella, 1974', una de las fotografías más icónicas de Pérez Siquier

Clara Nuño

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La figura de una sevillana encima del televisor, un tapete de ganchillo, verano azul, fachadas blancas cubiertas de maceteros con flores. Con apenas estos cuatro elementos se bosqueja en la mente de cualquier español un universo entero. Si se invoca a los camiones con siluetas de chicas desnudas sobre las faldillas antibarro, bloques de pisos baratos con toldos verdes u hoteles en primera línea de costa, se perfila otra arista, algo más sórdida, de ese mismo imaginario. Es la España cañí, una de las representaciones más potentes del inconsciente colectivo que ha sido utilizada tanto en su faceta idílica como en su cara oscura por todo tipo de artistas patrios.

El perfecto ejemplo actual es Rosalía. La catalana aúna tradición y modernidad, adaptando a su estilo las ideas que pueblan este paradigma, puesto que es algo que atraviesa la cultura popular; desde la fotografía hasta la música, pasando por el cine. “En España tenemos cierta tendencia a las películas quinquis, al realismo de los barrios bajos con su dosis de crítica social”, explica Jorge Latorre, profesor titular de Historia del Arte en la Universidad Rey Juan Carlos de Madrid (URJC), para señalar que ella, con su último single, Despechá, lo que ha hecho es salir del componente crítico para montar un videoclip con esos temas. “Es un reportaje realista de una playa popular”, asegura.

A ojos de Latorre eso es lo inesperado y novedoso en el universo de Rosalía. “En Despechá, con una letra como la que tiene, se esperaba un vídeo exagerado, de poses y moteros y camiones —como ya hizo con Malamente— y, sin embargo, nos encontramos con un vídeo familiar, natural, que nos retrotrae a la corriente del realismo”, observa el académico.

Se trata de una corriente que, a lo largo de distintas épocas, ha tenido mucho éxito en el panorama nacional, como demuestra el rastro dejado por el grupo Afal: un movimiento fotográfico nacido en Almería que inició un proceso de renovación fotográfica a mediados del siglo pasado. A ellos perteneció Carlos Pérez Siquier (1930-2021), considerado uno de los pioneros de la vanguardia en España y del que, asegura el profesor, hay una palpable influencia en lo último de Rosalía.

Siquier fue uno de los primeros en abandonar el blanco y negro y adoptar el color para retratar, en una de sus series más famosas, la playa y el turismo en la costa mediterránea. Una playa como la mallorquina que protagoniza el baile de una Rosalía en bikini, acompañada de mujeres grandes que juegan a las cartas y al parchís u hombres orondos que se dan crema para el sol. “Ella es, sin duda, Pérez Siquier o incluso Antonio López”, insiste Latorre, “Es alguien que sale a la realidad y la pinta y nos redescubre. Lo que está haciendo no se va de la gente”, subraya. Al leer los comentarios del vídeo en YouTube, predomina la nostalgia: muchos escriben que les recuerda a las vacaciones en familia o de su infancia.

Para Mariano Urraco, doctor en sociología en la Universidad a distancia de Madrid (UDIMA), todo lo que rodea al trabajo de Rosalía puede ser mucho más sencillo ya que, a su juicio, no tienes por qué conocer una corriente para estar influenciado por ella. “Ella puede que conozca a Siquier o a Antonio López, o puede que no, pero eso no importa, porque está haciendo uso de un arquetipo común que todos conocemos, aunque no sepamos ponerle nombre”, comenta el sociólogo para señalar que “los individuos, durante nuestra socialización, hemos ido recibiendo una serie de influencias que nos calan de manera tanto consciente como inconsciente”.

Una de las tesis más famosas del filósofo y antropólogo Paul Ricoeur es la que se refiere a la paradoja del relato a la vida: las historias se narran, la vida se vive y ambas confluyen, por lo que la identidad narrativa “nos construye”. Esto quiere decir que no dejamos de reinterpretar la identidad narrativa que nos constituye a la luz de los relatos que nuestra cultura nos propone. No somos originales, en la creación artística todos los tiempos y lugares se repiten y entremezclan con las vivencias del presente dando lugar así a obras que, siendo fruto de ese legado anterior, son capaces de generar uno relativamente nuevo.

Hay cuestiones que son colectivas, generales, que todo el mundo que pertenece a una determinada sociedad conoce en mayor o menor profundidad. Aquí sucede lo mismo, “pensamos en cañí y asociamos una serie de imágenes y, dentro de esas imágenes, vemos los elementos que, después, los distintos artistas van a poder apropiarse o reciclar para conectar con el imaginario del publico”, desarrolla Urraco. Luego está el marketing.

De este modo, siguiendo los preceptos de la teoría comunicativa; un mensaje tiene tanto o más éxito cuanto más cercano esté al mundo del propio receptor. “Si tú le hablas a la gente en unos términos que no entiende o con unas imágenes que no están dentro de su universo general, vas a tener menos éxito comunicativo que si manejas referencias que son compartidas masivamente. Y este es un buen ejemplo de ello”, completa Urraco. Despechá entró directamente en el Top 7 de Spotify Gobal cuando fue lanzada a fines de julio.

La vuelta de los chuleta a la gran pantalla

Pantalones ajustados con el talle hasta la cintura, coches robados, droga, atracos y una chica guapa, pandillera y de barrio por la que un niño bien deja de ser bueno. De fondo, Derby Motoreta Burrito Cachimba cantando que, si les das a elegir entre tú y sus ideas, a pesar de sin ellas ser hombres perdidos, se quedan contigo. Los Chunguitos han vuelto, convertidos en banda sonora en Las leyes de la frontera (Daniel Monzón, 2021), el filme —basado en la novela homónima de Javier Cercas— que se estrenó en Netflix el pasado octubre como una oda al legado de Eloy de la Iglesia o José Antonio de la Loma; al Pirri o al Vaquilla, clásicos del cine español.

No fueron solo los Motoreta quienes han devuelto el foco al himno de Los Chunguitos. Ese mismo tema, Me quedó contigo, también lo versionó la propia Rosalía en su actuación en los Goya de 2019. Sin embargo, la proliferación de lo cañí la trasciende, va mucho más allá. Y tiene una presencia especialmente acusada en el cine y lo musical. Desde El madrileño de C. Tangana —que toca los mismos temas que Motomami, pero en su ángulo del espectro— hasta la aclamada Treinta monedas de Álex de la Iglesia, que aprovecha la mitología cristiana para crear su propio mundo sin salirse de los lugares comunes que cuentan con el reconocimiento del púbico objetivo.

Cabe recordar, también, la obra de Gonzalo García-Pelayo, figura clave de la contracultura. El cineasta y productor musical, que ha reivindicado durante toda su carrera “lo andaluz” y ahora estrena, el próximo 9 de septiembre, en la Cineteca de Madrid, un experimento de cine contemporáneo: El año de las 10+1 películas, un trabajo en común con Gervasio Iglesias que consiste en la grabación de un viaje por el globo en el que han rodado siete películas —y ocho making of de este proceso— que giran en torno al hecho de vivir.

Pocas cosas son azarosas; el confluir de las obras de los artistas mencionados parte de un mismo punto de arranque: la morriña latente de una época. “Aquí tendríamos que hacernos la pregunta del millón, ¿qué fue antes, el huevo o la gallina?”, bromea Urraco. “Hay un inventario de posibilidades y, al final, por temporadas, se va volviendo sobre ello”, argumenta el sociólogo para señalar que el marketing tiene un papel muy importante a la hora de detectar e impulsar ciertas predisposiciones. “Esto no quiere decir que nos vayamos a quedar sentados en lo cañí, a lo mejor la siguiente sensibilidad nos lleva al futuro o de vuelta a los dinosaurios”, concluye.

Nostalgia como material creativo

En la actualidad, vivimos una época de marcada nostalgia por las últimas décadas del siglo pasado, los años 80 y 90. Solo hay que echar un vistazo a las carteleras de cine llenas de remakes o series que apelan a una sensibilidad estética concreta, como Stranger Things. “Rosalía se sube a esa ola de nostalgia y vincula las vacaciones con esa fotografía costumbrista y con cierta reivindicación de la vida sencilla de los años 80”, explica Urraco.

Para el sociólogo no es una cuestión de millennials o nostálgicos “que se ven un poco fuera de lugar en el momento actual”, y buscan refugio en lo futurístico con sabor a pasado, como el metaverso —que recuerda a los salones vintage de la comunidad virtual Habbo—, si no a algo que está bastante arraigado en nuestro imaginario: la idea de que los 80 fueron una edad dorada. “Por supuesto”, manifiesta Urraco, “todo ello está cubierto por una pátina de deliberada ingenuidad que busca crear un producto aprovechando la sensibilidad preexistente del público objetivo”.

Desde distintas expresiones del mundo del arte se refrenda la pulsión. Farrandemora, artista visual que lleva trabajando lo cañí desde sus inicios a principios de los 2000, señala que esas tendencias “nacen y se mantienen en el underground” y que saltan a la actualidad cuando las popularizan actores que mueven a las masas. “Todo esto no es nuevo, hace mil años que artistas como Costus, Gonzalo García-Pelayo o Bigas Luna tocaban ya estos temas”, explica David Farrandemora.

También los toca él, claro, que prepara una nueva exposición -en la Toby Gallery de Lavapiés- en la que pretende “adentrarse en las cloacas de la cultura pop española” recuperando la figura de Ruiz Mateos y la estafa de Nueva Rumasa en una pieza de videoarte en la que, a juicio del artista, “ Rumasa deja de ser la empresa paternalista de los 70, con empleados serviles donde el dueño era más un padre o un gurú que un director, para convertirse en un fenómeno que crea una estética propia y muy potente, casi sectaria”, según Farrandemora.

En su obra, todo ese escenario está salpicado con un trasfondo de miseria humana que él define como “impresionante, donde religión (Opus Dei), delincuencia, familia, pillaje, tramas oscuras, celos, envidias y sobre todo política crearon un monstruo pop”. Todo ello con una estética brutalista concebida como si fuera un videojuego. Un pastiche.

Lo cañí está de moda, siempre lo ha estado de una forma latente en la cultura popular española. Sin embargo, atendiendo al signo de los tiempos, en la actualidad ha cobrado especial protagonismo. Como harán después otras tendencias, como volverá a hacer esta con variaciones. Una y otra vez.

CN

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