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Entrevista

Selva Almada, escritora: “Me gusta mucho poner en cuestión que todo tiene que pasar por Buenos Aires”

La escritora entrerriana Selva Almada

Natalí Schejtman

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Selva Almada recuerda un accidente de un conocido suyo en Villa Elisa, su pueblo natal, cuando era chica. El Buey Martín, así se llamaba, había chocado con su moto. A la mañana siguiente en la que el rumor de su muerte tomaba todas las conversaciones como una plaga, la frase que escuchó y le quedó fijada decía que el Buey “había barrido el asfalto con los sesos”. Tan marcada le quedó esa manera de describir y descubrir una muerte trágica que la llevó como anécdota a sus conversaciones con el director de cine Maximiliano Schonfeld cuando gestaban el guión de Jesús López. Esa descripción del accidente no solamente muestra los destellos poéticos del habla cotidiana y cierto desapego a la hora de describir la anatomía humana sino un fenómeno habitual en pueblos que crecen a la vera de las rutas: los accidentes automovilísticos, las muertes de jóvenes arriba de las motos que se destrozan contra el pavimento demasiado pronto y despiertan la tristeza y las especulaciones de los habitantes. Ese es el disparador de la película: Jesús, un joven corredor de autos con cierto liderazgo en el pueblo, muere en un accidente y su primo Abel, va de a poco tomando su lugar.

En la película confluyen los estilos y las temáticas de ambos autores, nacidos y crecidos en Entre Ríos. La ópera prima de Schonfeld, Germania, contaba el destino de una familia de una comunidad de alemanes del Volga –con “no actores” de esa comunidad como protagonistas– cuando una enfermedad de sus gallinas y la promesa de un mejor futuro de la mano de la soja los hacía abandonar su pueblo hacia una aldea más grande. En La helada negra hay una amenaza climática para la vida rural de unos hermanos y una aparición algo mística construye un relato con tintes fantásticos.

Almada, en tanto, trabaja en su obra el paisaje, la flora, la fauna y la relación del hombre con ambos. Sus historias se sitúan por fuera de las grandes capitales o en pueblos alejados de Capital Federal –donde vive hace veinte años–. Así como se sumergió en tres femicidios acontecidos en los ochenta en Entre Ríos, Chaco y Córdoba en Chicas muertas, sus últimas tres novelas –El viento que arrasa, Ladrilleros y No es un río– contaron historias situadas en Chaco y Entre Ríos en las que el entorno natural y semi rural jugaba un rol protagónico mientras diseccionaba diversas formas de vínculos humanos con un ojo particular en las masculinidades de pueblo. La autora las apodó “la trilogía de los varones”. Ahora, Jesús López retoma varios de estos temas: el destino incierto de estos pueblos periféricos de un campo que se está transformando y el lugar de los jóvenes en ese contexto, la muerte joven y su significación social –algo presente tanto en su crónica Chicas muertas como en su última ficción No es un río– y también la masculinidad en estas zonas híbridas y fronterizas, entre el campo y las ciudades. A la vez, Almada tiene un rol como gestora cultural. Su último proyecto es Salvaje Federal, una biblioteca virtual que busca difundir la literatura producida en distintas regiones del país y aspira a ser “un sitio que albergue una literatura secreta para la gran metrópoli”.

En el trabajo conjunto con Schonfeld, la escritora se encargó de ahondar en las historias de los personajes, su pasado y su futuro, y en los ambientes, más que la trama en sí: “Encontramos una dinámica que a mí me funciona y me divierte, porque escribir guiones me parece que es absolutamente aburrido y no tiene nada que ver con la literatura”.

El resultado es una película sensible y climática que tiene tanto de relato de iniciación como de alegoría mística y espiritual, y se vale de diversos géneros. El paisaje aporta el “color local” no como costumbrismo: la geografía, en un sentido visual y social, en cambio, es parte sustancial de la trama y de los personajes. 

–En Jesús López hay un registro realista o incluso documental –entender ciertas dinámicas de la vida en un pueblo– con una inmersión en lo onírico, lo fantástico. ¿Qué te parece que te aporta narrativamente esta combinación de géneros?

— Bueno, a mí cada vez más me gusta pensar la literatura como un híbrido, los relatos como híbridos, no como “esto es un cuento”, “esto es una ficción”, “esto es una no ficción”, si no como que se crucen, que se confundan, que los géneros confluyan en un relato sin estar tan pendientes de qué es o qué no es. Y me parece que eso está también en la película. También pasó que mientras trabajábamos con Maxi el guión yo estaba terminando de escribir No es un río. Entonces cuando nos juntamos a hablar y él me contó y me pasó el boceto que tenía de esta historia también hubo como enseguida ese punto de contacto. En No es un río también hay una muerte joven repentina y esta idea de los que no se terminan de ir del mundo de los vivos... Había como puntos de contacto entre las dos historias, digamos, lo que yo estaba escribiendo y lo que él había escrito. Entonces por ejemplo yo sentí que en esa última etapa mía de la novela también me resultaba muy inspirador hablar con Maxi de la película, escribir la película mientras escribía la novela.

—En esta película claramente hay una indagación en la masculinidad. ¿Dirías, en ese sentido, que también dialoga con tu obra literaria? 

— Sí, porque la peli también está muy centrada en estos dos varones, en Abel y en Jesús, que son sensibilidades también diferentes, son como dos tipos de varones diferentes. Me gusta en la película que a este muerto joven que era como un líder de su grupo de amigos y el chico de oro del pueblo después se le van viendo las costuras y se va viendo un costado violento, más en sintonía con esta idiosincrasia machista del varón provinciano. Abel es otra sensibilidad bien distinta más allá que después también es un adolescente que no está terminado de formar. La película cuenta el proceso de transformación del personaje de Abel, que empieza siendo un nenito y termina convertido en un muchacho... Son universos, por eso también trabajamos juntos con Maxi, me parece que los universos de nuestros relatos tenían mucho en común. Y también hablábamos mucho de eso cuando escribíamos el guión: cómo es ser varón, qué es ser varón en un pueblo, qué se espera, qué expectativa hay sobre eso.

—En la literatura argentina el campo y la naturaleza son temas muy abordados, entre lo idílico y lo salvaje incivilizado. Vos vas construyendo con tu obra –y en la película aparece también– otra mirada sobre los espacios rurales y semirurales, entre la sociabilidad, los códigos machistas y la amenaza de la explotación humana ¿Cómo es retratar la naturaleza desde el siglo XXI?

— Yo que trabajo mucho con el paisaje integrado a la trama como personaje más que como escenario eso aparece y es algo que está constantemente dando vueltas en los textos, en los relatos. Me parece que en la película de Maxi, por ejemplo, eso aparece mucho más central dentro de la trama: cómo estamos asistiendo al final de algo que es la vida en el campo, el trabajo en el campo como lo concebíamos hasta hace unas décadas. Cómo la soja, cómo todo, cómo la maquinaria también copó el trabajo del hombre y ya no queda espacio para hacer otra cosa que no sea sembrar soja. A mí me interesa y eso aparece siempre. Quizás mis relatos no tienen tanto que ver con el campo como lo trabaja Maxi si no con la cosa más montaraz, de esa semi ruralidad del pueblo como Ladrilleros, que no son personas que trabajan el campo sino que están viviendo ahí en la periferia, con trabajos informales. En No es un río aparece la acción depredadora del hombre sobre la naturaleza, no en el “campo argentino” tal como lo conciben otras literaturas, sino en un paisaje más agreste, pero que también es atropellado constantemente por los humanos. Quizás, como una nota de justicia poética, ahí donde los humanos atropellan hay en la novela otros humanos custodiando y tratando de que ese río y esa isla y todo lo que habita ahí siga vivo y vibrante.

–Sos una autora que cuenta historias situadas en distintas provincias que resultan muy atractivas para los lectores urbanos. También como gestora promovés literatura escrita por fuera de Buenos Aires. ¿Te queda cómodo ese rol de puente de escrituras e historias de provincias en un escenario cultural cada vez más concentrado en Buenos Aires?

— No sé si cómodo. O sea, la verdad es que en cuanto a mi escritura no me lo pregunto demasiado, es lo que aparece. Aparece contar cosas o contar historias fuera de la ciudad, historias que tienen más que ver con el lugar de donde vengo y con esos personajes y con esas creencias y con esas maneras también de decir y de hablar y de mirar el mundo. Entonces no me lo cuestiono, no me cuestiono por qué no escribo, si hace 20 años que vivo en Buenos Aires, historias que tengan más que ver con las escrituras de escritores que han nacido y se han criado aquí. Y sí, me interesan los proyectos que tienen que ver justamente con descentralizar un poco. Eso es algo que con Carne argentina, que es un ciclo que hacemos con Julián Lopéz y Alejandra Zina hace 15 años, siempre intentamos: traer escritores de provincia a leer a la escena porteña. Y ahora en realidad con la librería lo que queremos hacer es al revés. Las tres socias –Raquel Tejerina, Natalia Peroni y yo– vivimos en Buenos Aires pero la idea ahora es ir, porque también “traer” a los escritores de provincia a leer a Buenos Aires es seguir dándole Buenos Aires el lugar de la concentración, el lugar de la consagración. No. En la librería hay un precio único para cualquier punto del país, sale lo mismo el envío, y de hecho ahora tenemos un mecenazgo que justamente se trata de juntar escritores de distintos puntos del país pero no traerlos a Buenos Aires sino juntarlos en alguna otra ciudad de provincia. Bueno, son pequeños movimientos para hacer que circule en el territorio, entre regiones. Me gusta mucho eso de pensar cosas para difundir la literatura que se hace fuera de Buenos Aires y poner en cuestión eso de que todo tiene que pasar por Buenos Aires. No sé cuánto lo lograremos porque también es cierto que desde las provincias siempre hay una mirada bastante arrobada hacia Buenos Aires ¿no? Como que parece que si no salís en la revista Ñ no existís... 

Jesús López se emite en el cine Gaumont y los sábados de febrero a las 22 en el Malba. Está también disponible en Cine.Ar Play.

NS

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