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Análisis

La Argentina convertida en un Transformer marca Messi

La felicidad de Messi

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El fútbol de Argentina es una actividad inspirada en la caza salvaje. Como todo depredador, se mueve entre bloques de paciencia y destrucción. Para obtener la eficacia necesaria, digamos para poder comer rico en la sabana, es clave la relación orgánica del equipo con ese “entre”, el espacio de transición en el que la paciencia queda atrás y decide destruir. 

Son hechos instantáneos, espontáneos, en los que contra el sentido común que ha estado consolidando la idea de que Lionel Messi es hoy más jugador de equipo, ocurre el hecho crucial del poder de Argentina: es el equipo el que juega como él. En esa dirección es como se ha estado extendiendo el contagio, más que en el sentido contrario.

Desde que Messi empezó hace ya tiempo a conectar con su brigada de kamikazes idólatras que le vienen armando el contrapiso de la única gloria que le falta, el equipo tiene su misma visión periférica, su sentido de la oportunidad, su administración racional de la energía, su codicia, su timing de francotirador. Messi juega para el equipo, eso es evidente. Pero en una dimensión vinculada al poder colectivo, el hecho más importante, monstruoso y feliz consiste en que el equipo se ha convertido en un Transformer marca Messi. 

La primera media hora fue, como suele suceder cuando Argentina juega a todo o nada, un carpeteo de la situación, en el que hubo concentración y frialdad en el rombo del mediocampo. Croacia está acostumbrada a tener la pelota la mitad del tiempo, y trató de tenerla. Cuando no la tuvo, la esperó y volvió a tenerla en esa telaraña (en la que generalmente no caen moscas) urdida por Modric, Brozovic y Kovacic. La situación que se daba era la del no suceso. Apenas un tramiterío en la mesa de entradas del partido. 

Pero intuyendo el espíritu de bestia subsahariana de Argentina, todo el mundo sabía que los centrales de Croacia estaban en peligro. Como suele pasar con las presas, ellos no lo supieron hasta que experimentaron en carne propia sus efectos. Evidentemente, Julián Alvarez no era un adorno cordobés en el Lusail. Era el asaltante de vanguardia. 

La primera pelota redonda que le llegó de Enzo Fernández al punto ciego de los centrales terminó en penal y gol. Y la segunda, que contó con la bendición de dos rebotes a favor, le debe todo a una corrida nuclear contra el naufragio en soledad de Juranovic y el regreso tardío de medio Croacia. El toquecito displicente con el empeine era lo menos que merecía haber tomado la decisión de llevar la pelota a lo largo de media cancha, sosteniendo aun en la suciedad de la jugada la idea de que si un delantero entra al área el problema es de los otros.

Con dos goles en contra, Croacia salió a hacer lo que más le cuesta, que es profundizar sin elegir el momento para hacerlo. Mientras, Argentina tomaba posesión de su asiento de comensal del partido haciendo lo que le cuesta menos, que es el sometimiento del rival con la pelota una vez que se obtiene la ventaja. En esos momentos da un poco de miedo ver cómo quiebra mentalmente a sus rivales.

Para acercar un poco más la final que ya estaba en un puño, apareció Messi, el triturador, con esa jugada que da para un estudio profundo de la sagacidad humana y de qué cosas se pueden ganar mientras se pierden otras. Con diez años menos, habría arrastrado al enmascarado Gvardiol a seguirlo jadeando en un sprint. En su versión senior, frenó tres veces y tres veces arrancó hacia horizontes cambiantes (el viejo sprint en tres etapas, como en un rally), destruyéndole las piernas y la cabeza y hasta la máscara antes de darle la asistencia a Julián con una superioridad que hiela la sangre.

Es asombrosa la facilidad con que Argentina se sacó de encima el pegote de una semifinal del mundo sin una gota de zozobra. No da ni para hablar del plan imaginado. La ejecución fue tan limpia que borra todas las dificultades que la realidad se encarga de sembrar para impedirla. Por lo que no hay más remedio que hablar de los ejecutores, de los que sin duda Scaloni deduce su estrategia. Ellos son el verdadero Plan Maestro: su salvajismo y su deseo de conquista.  

Sacando al indescriptible Messi, que ya a esta altura es como describir un paisaje imponente que hace quedar como un idiota al pintor y al poeta, el resto de los autores de este sexto pasaje a una final del mundo fue implacable. Busqué palabras alternativas, pero esta es la única de prestación hiperrealista. Pero, curiosamente, se hace difícil individualizarlos en la memoria. Son individuos en un estado de conexión tan intenso entre sí, que no hay individuos. 

Más bien habría que decir que fueron “una cosa” compacta, penetrante e impenetrable, que le da a lo que llamamos equipo de fútbol el estatus de materia, o sea (esto es un aporte para los chicos que se están llevando física) algo que tiene masa y volumen, más la energía enigmática que la mueve. Cambiando de tema: acaba de empezar el final. Emociones no nos van a faltar.  

JJB           

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