Has elegido la edición de . Verás las noticias de esta portada en el módulo de ediciones locales de la home de elDiario.es.
Opinión - Economías

Correr el telón

El desplome de ingresos populares y de la demanda acompaña el aumento desmesurado de rentabilidades sectoriales

0

Digámoslo sin vueltas. En las últimas décadas todo el aumento de la población igualó al crecimiento de la pobreza. Pobreza de larga duración, más intensa, más infantil y más femenina. Pobreza que toca a los que tienen ingresos salariales formales y aplasta a los informales y a los no asalariados o que reciben transferencias. Desde la perspectiva de esta columna, no es la sucesión de ajustes (que como los fantasmas, los hay) sino algo más profundo y sustantivo: una regresión social que se consolida. Es doloroso reconocerlo, pero necio y reaccionario desconocerlo.

Las élites de distinto signo pueden lanzar su “guerra de períodos” virtuosos (el mío o el tuyo y tirarse por la cabeza pobres y desempleados), pero lo cierto es que las mayorías viven peor y sin esperanzas. A esta crisis de lo que denominamos Régimen de Desigualdades se le asoció la pandemia y ahí estamos. 

Más allá de violentos neoliberales y piadosos conservadores populares el espectáculo resulta abrumador. En un quinquenio caen un 25% los salarios de 10 millones de trabajadores registrados y caen mucho más los de los otros 10 millones de informales, se pierden empleos y salarios que implican menos poder de negociación de ellos  y de nuevos puestos de trabajo y remuneraciones. 

Pierden contra los precios en general y contra las canastas específicas las jubilaciones, las transferencias estatales. A la vez que desaparecen empresas. La inflación, como violencia concentrada, genera ganancias “nuevas” con salarios “viejos” de trabajadores y consumidores.

Entretanto, el desplome de ingresos populares y de la demanda acompaña el aumento desmesurado de rentabilidades sectoriales, la concentración de capitales y la inversión no reproductiva (inmuebles) ni asociada al cambio tecnológico y la matriz productiva.

Hasta aquí, nada nuevo para una crisis capitalista con una economía históricamente inflacionaria. Pero hay algo detrás que muchos se empeñan en ocultar.

 El primer hallazgo/intuición, precario, es que en el largo plazo la vieja teoría del “empate hegemónico” entre capital y trabajo no se sostiene. Vienen perdiendo demasiado, por demasiado tiempo, los mismos. El capital secuestró al arquero contrario. Esta forma de producir riqueza no se sostiene, no genera prosperidad y ni siquiera se retiene en el territorio.

El segundo hallazgo es que, tantas décadas de regresión están reconfigurando y empobreciendo la canasta de reproducción de la sociedad. Mas allá de algún nicho dinámico, los bienes, servicios y capacidades que tuvieron los trabajadores tendrán, como mucho, la solidez de la nostalgia.

Peores vidas, más baratas, más desiguales, más frágiles y menos protegidas son los insumos de la Argentina 2030. La discusión no es quién se apropia de las ganancias de productividad sino cuanta bestialización se tolera.

El tercer hallazgo es que el ejercicio de pulverización intertemporal del trabajo, la descomposición y heterogeneidad violenta de los trabajadores, implica renunciar a la teoría de un modelo de crecimiento liderado por los salarios y a los regímenes de protección social amplificada.

Para esta lógica de reproducción social la expansión está asociada al incremento de los beneficios, la aparición de ganancias extraordinarias puntuales (asociadas o no a cadenas de valor) y a la financierización y dolarización del excedente.

El cuarto hallazgo, quizás el más incómodo, es que las elites políticas, sindicales y empresariales han instalado dos grandes fetiches: la sociedad del 20% (los dos deciles mas ricos) y la sociedad de los mínimos. Sobre la supervivencia de ambos se abocan todas las energías porque, en el fondo, desfondarlos es arrebatarle todo sentido a este presente.

La “sociedad del 20%” es el resumen del imaginario colectivo en materia de ingresos, estabilidad, provisión de educación, salud , vivienda, ambiente, reconocimiento e inserción social. Allí quieren estar todos. Mantener vivo ese imaginario frente a capas medias que se desangran y descomponen cotidianamente es el piso de legitimidad que este orden no puede ceder.

No es solo que ese 20% capture más del 45% del ingreso frente al 60% que apenas araña el 32%, sino es que cuando se piensan las políticas de tarifas, de impuestos a los salarios y al consumo, los precios regulados, las inversiones públicas y subsidios, ese imaginario debe salir indemne aunque esa misma gente quede golpeada. ¿Populismo para derrumbados y sobrevivientes? ¿El futuro es el pasado de clase media?

La “sociedad de los mínimos” requiere más disfraces y títulos ingeniosos: Salario mínimo, Jubilación mínima, Alimentar, Potenciar trabajo. Contrariamente a sus nombres amables, que implican reconocimiento capacidades alimentarias, de vivienda educación, esparcimiento, protección y reconocimiento, no son instancias de diálogo y distribución de recursos. Son sólo artificios estatales de disciplinamiento de los más débiles porque no se puede disputar con los poderosos.

Midamos sino la relación  del salario, la jubilación o las transferencias contra la canasta básica total, contra la canasta alimentaria, contra la de los jubilados para descubrir su carácter ficcional. Son los mínimos de unas vidas mínimas. ¿Podemos sostener esa ficción sin vergüenza definitiva?

El quinto hallazgo es que no se puede derrotar a las desigualdades sin retomar un sendero de desarrollo colectivo. Sin nueva prosperidad no habrá más igualdades. Con estas desigualdades no se crea riqueza. Sucede que para recomponer un escenario que se aleje de la crueldad debemos asumir que es la búsqueda de las igualdades la que genera la movilidad social y de ninguna forma al revés. Una guerra de todos contra todos no deja ganadores, deja muertos. Crecer menos desiguales convergiendo al ingreso medio con más y mejores bienes públicos.

¿Sirven para algo estos hallazgos? Seguramente para sincerar los términos de un imprescindible debate colectivo. Las reformas implican consensos y luchas (nadie querrá ceder privilegios sostenidos por décadas), pero comienzan a ganarse cuando edifican el sentido común.

A los que no quieran enfrentar hoy a las desigualdades, con la excusa que a las capas medias se las seduce y atemoriza y a los pobres se los disciplina, a los apóstoles de las sociedad del 20% y de las vidas mínimas, les queda aterrorizarse mañana si avanzan autoritarismos de todo tipo y neofascismos de entrecasa. Las desigualdades se toleraban cuando había futuro.

MH

Etiquetas
stats