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Opinión

El síntoma (Milei) fue aislado pero la Argentina sigue ahí

Javier y Karina Milei.

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Muchos estamos más aliviados por el resultado de la primera vuelta y las perspectivas (no las certezas) de lo que suceda en la segunda vuelta. Pero el papel de la crítica social no es acurrucarse en el alivio ni emborracharse de euforia ni autosatisfacerse con certezas. Es la crítica en el marco del diálogo social la que mantiene viva a la democracia.

Para decirlo claramente, la experiencia de violencia de mercado que parece haberse detenido el domingo es apenas un síntoma (incluso minoritario), aunque resulte difícil de asumir, del orden del desprecio que impera en nuestra sociedad.

Como síntoma pone a la vista lo que, diaria y silenciosamente en la conversación pública, este orden silencia y reprime. 

Este orden del desprecio que junta decadencia con crueldad es el que hace que tengamos un PBI per cápita menor que el de 1974, que hayamos duplicado la población pero tambien multiplicado la pobreza por 20 y la deuda por 100.

Es tentador, si no fuera contrario a la ética, revisar los números de chicos pobres, trabajadores informales, precarios, intermitentes, formales pobres, desertores escolares, víctimas de delitos contra la vida o la propiedad, maltratados por los sistemas institucionales, prisioneros de desigualdades en el trabajo, el territorio, la salud, la educación o el ambiente, para marcar las líneas de crueldad de nuestra sociedad.

Sobre esos números se ha desarrollado una verdadera pornografía estadística que monta el espectáculo de la enunciación sin ocupación. “Somos lo que decimos que nos preocupa”.

La política juega con esos números no importa lo que piensan, sienten, sueñan, temen o sufren esos millones. Basta con contarlos, asignarles una categoría de análisis o de trato y utilizarlos como patio de maniobras. La política creía (¿cree?) que conoce mejor que ellos mismos su idioma secreto y la asamblea de sus pensamientos.

Desde afuera no se ven las marcas de la inseguridad vital, el sentimiento de abandono, el refugio hacia lo inmediato, propio y primario. Existir ya es un riesgo y vivir es esquivar la desgracia.

La política rompió las reglas de la democracia, esas que la violencia de mercado quiere pulverizar en lugar de ,como corresponde, reconstruir y mejorar.

Se le ha producido a la sociedad un bestial agravio moral (enunciado tantas veces por Moore, Gilly, Thompson y Honneth), es la política quien rompió las reglas, violó los acuerdos, traicionó las promesas, habló de una vida para todos pero, arregló para sí la propia, e hizo que en la vida cotidiana, real y concreta, el trato, los bienes públicos, el trabajo, la justicia, el ambiente fuesen cada vez peores, injustos, segmentados y de asignación caprichosa acorde a las cercanías con los distintos poderes establecidos.

Ese agravio moral no fue experimentado por colectivos (clases, sectores, organizaciones) sino que pegó de lleno en cada integridad personal, en cada subjetividad individual.

Este orden social, entonces, fue el principal enemigo de lo común, lo colectivo y lo público aunque haya estado caminando y vociferando entre las ruinas , las resistencias y las intenciones de una sociedad que se pretendía inclusiva, aunque no igualitaria.

Lo que vemos al derrotar electoralmente a la violencia de mercado de Milei es que la ultraderecha no resulta la productora sino el emergente minoritario y desarticulado de una cultura mucho mas extendida y que, si la democracia acierta, puede detener su expansión.

Llamamos a esa cultura la del resentimiento y a su producto el  individualismo autoritario. ¿Perdió las elecciones esa cultura? ¿ Esos individuos son solo votantes de Milei y alguna otra derecha extraviada?.

A una cultura, a un individualismo que se encuentra en disputa con todo lo que afecte “a la mía”, que teme o desprecia “al de al lado”, que solo ve sus “méritos” y que está resentido con todos los que discuten, intervienen y perturban su microdictadura, no le interesa entender sino juzgar, no quiere aproximarse sino repudiar.

Lo público y lo común no son ajenos, son hostiles.

Enunciar Igualdad, Ley, Estado, Derechos permitía, como en un fogón colectivo, reunirse en la sociedad que ya no existe (que nunca existió así) pero que sin dudas ya no existirá. Hoy son vividos, porque la vida es la condición material y la institución subjetiva e imaginaria, como el alimento de una ofensa permanente.

Ciertamente no es en la lucha electoral donde se juega ese resultado. Pero tampoco resulta menor e irrelevante el resultado electoral.

Una explicación somera de la primera vuelta y sus efectos cataclísmicos sobre el sistema político sirve para ilustrar.

El triunfo de Massa es la conjunción de dos elementos muy heterogéneos. El miedo real a una regresión política, social, moral sin precedentes que demuestra que el nervio democrático de la sociedad, aunque lastimado, todavía tensiona. Por el otro lado la tradicional estrategia populista de corto plazo de aplicar la fuerza de las remanentes del Estado y la moneda a jugar en todos los planos nacional, provincial y municipal.

“Nada mejor que un buen susto para refrescar a un mamado” suele decirse. Pero sacarse una curda no es hacerse lúcido, ni romper una adicción. De modo caricaturesco podría decirse que el resultado del domingo es doblemente conservador, porque se fundamenta en conservar lo valioso y se hace con métodos estrictamente conservadores.

La cuestión es que para derrotar a la cultura del resentimiento  y construir una alternativa al individualismo autoritario no solo no basta ni sirve con insistir con lo conocido ni tampoco con innovaciones cosméticas.

Por eso, la segunda vuelta debe servir para expresar la pluralidad y masividad y el rechazo categórico a la violencia de mercado, sin que signifique apoyar al proyecto político de Massa, aunque se vote su candidatura.Hay que ejercer una reivindicación innegociable y responsable de los escenarios institucionales y simbólicos de las luchas que vendrán. Porque está claro que nos enfrentaremos a un intento de reconversión capitalista global y prepotente .

Muchos de nosotros dijimos hace décadas que la democracia era la vida, seguimos pensando, con errores, fracasos y derrotas, que se sigue tratando de lo mismo.

La Argentina esta ahí con 60% de pibes pobres, mayoría de trabajadores informales, 40% de pobreza, inflación galopante, desequilibrio fiscal, paupérrima tasa de inversión reproductiva y su pérdida de relevancia en el comercio mundial.

Hay tres tareas en las que no podemos fracasar sino queremos revolcarnos en el resentimiento, la violencia y el autoritarismo mucho mas allá de Milei y esta elección. Son tareas urgentes e inmediatas pero que llevaran décadas: Construir lo Común. Producir sociedad. Parir Amabilidad.

La opción es la crueldad de hoy o la amabilidad. Pero para ser amables hay que ser desobedientes.

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