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Economías

¿Quién dirige la batuta?

El ministro Guzmán y Kristalina Georgieva se saludan en Washington

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La economía es política concentrada. Los tironeos y las operaciones políticas, la especialidad de la casa para el Frente de Todos, explican -en parte- la incapacidad de llevar adelante una política económica consistente habiendo pasado ya más de la mitad del mandato. En este contexto es normal preguntarse si existe alguien que determine el rumbo o, dicho en criollo, quién dirige la batuta.

Los movimientos de los últimos días fueron leídos por diversos analistas como si finalmente el tan cuestionado tándem Fernández-Guzmán se hubiese decidido avanzar en algunas medidas, desoyendo las críticas del sector más ligado a la vicepresidenta. Es cierto que el aumento del mínimo no imponible de Ganancias o el aumento del salario mínimo fueron iniciativas de otros sectores, pero tienen un impacto menor tanto en materia fiscal como de alivio a la población.

El caso más emblemático es el del aumento de las tarifas. Ahí se expuso el año pasado  que el ministro de Economía no tenía la autoridad para imponer su visión ni para prescindir de un secretario que debería responderle, pero que en el loteo de cargos entre los accionistas del FdT había quedado reservado para funcionarios camporistas. Por eso el incremento de los precios en los servicios públicos que se verá a partir de este mes se insinúa como un empoderamiento relativo de Guzmán, que aparece doblegando a quienes antes lo habían desautorizado. El tema es que, a veces, las apariencias engañan.

La suba de tarifas no es ya un anhelo exclusivo del ministro formado en Columbia, sino que está contemplado en el salvavidas de plomo que tiene el Gobierno: el acuerdo con el FMI. En ese esbozo de programa económico se coloca la meta de reducción del déficit fiscal para lo que queda del mandato, al mismo tiempo que se puntualiza la reducción de los subsidios como uno de los ítems que deberían liderar ese achicamiento. Por ahora, lejos de haberse reducido, los subsidios energéticos se triplicaron como consecuencia del aumento de los precios internacionales lo cual le valió un primer tirón de orejas al alumno estrella de Kristalina Georgieva.

Para colmo, los aumentos previstos a partir de junio no dejan contentos a ninguno de los actores relevantes: las empresas reclaman un incremento mayor de las tarifas, el Fondo insiste en que a este ritmo los subsidios no permitirán que se cumpla la meta fiscal y los usuarios lo sienten como un puñal más a sus bolsillos agónicos.

Es que las nuevas boletas de servicios echarán nafta al fuego inflacionario, que ya se proyecta por encima del 70% y que nadie descarta que pueda seguir escalando hasta llegar a un descalabro aún mayor. Con paritarias cerrando a la baja por quinto año consecutivo, sufrimos un deterioro del poder de compra de los salarios inédito por su constancia y agresividad. 

El discurso de todo el Gobierno insiste en buscar un aumento del salario real, pero la realidad de estos dos años de mandato está muy lejos de eso. Aunque se tiren la pelota mutuamente, ninguno de los sectores que se enfrentan en el FdT pueden obviar su responsabilidad sobre esta cuestión tan sensible. Unos por su lugar en el Ministerio de Trabajo, otros por estar a la cabeza de algunos sindicatos que no han tomado acciones para evitar el empobrecimiento de sus representados.

Nos encontramos frente a una inflación que erosiona los ingresos y es otro terreno en el que el kirchnerismo tiró la toalla o mejor dicho, se la regaló a Alberto. La renuncia de Feletti se sustenta en datos concretos: en sus siete meses a cargo de la Secretaría de Comercio Interior los precios crecieron 35% en promedio, mientras que los de los alimentos lo hicieron en 41%. Su reemplazo por Guillermo Hang, hombre de confianza de Guzmán, marca un hito ya que es la primera vez en dos años y medio de gobierno que la renuncia de un funcionario kirchnerista no es sustituida por otro funcionario de la misma línea.

No son pocos los que consideran que este nuevo lugar conquistado por el ministro no implica conquista alguna, sino por el contrario el intento del sector alineado con Cristina de quitarse la responsabilidad frente a un barco que se hunde. La parte que omiten quienes persiguen este objetivo es que a lo largo de todo este periodo fueron una parte nodal de la administración pública y que muchos de sus funcionarios siguen ocupando lugares claves en el Gobierno. “Cuando el mundo tira para abajo es mejor no estar atado a nada” dice Charly García, una enseñanza que difícilmente se aplique a las elecciones de 2023. 

'Cuando el mundo tira para abajo es mejor no estar atado a nada' dice Charly García, una enseñanza que difícilmente se aplique a las elecciones de 2023.

Las metas que nos metieron

El acuerdo con el FMI contempla revisiones trimestrales sobre objetivos fiscales, monetarios y de acumulación de reservas. La primera revisión está concluyendo en los próximos días y se descuenta que será aprobada por el equipo técnico encargado de auditar las cuentas nacionales.

Sin embargo, todo indica que los próximos trimestres la tarea no será tan sencilla. Al contrario, es de esperar que tan pronto como en la segunda revisión se incumplan las metas acordadas entre el organismo y el Gobierno dejando a merced del FMI si decide continuar con los desembolsos (por la vía de los waivers) o exigir mayores sacrificios para acercarse a lo planteado.

En materia fiscal el resultado de los primeros cuatro meses del año muestra un deterioro respecto de lo que fue 2021, pasando del 0,2% al 0,4% del PBI. Aunque todavía esté lejos del 2,5% que tiene permitido para todo el año, el periodo que ya se cerró es el de bonanza y todo lo que viene será más cuesta arriba. Para graficar la estacionalidad alcanza con ver que el año pasado se pasó de ese 0,2% a 3% acumulado en el año.  Si bien es cierto que la altísima inflación colabora en la licuación de los gastos del estado, también lo es que el ritmo de aceleración de la actividad es menor al del año pasado y eso aminora la capacidad recaudatoria.

Al probable incumplimiento de la meta fiscal se le suman situaciones muy delicadas respecto de lo acordado en materia monetaria y de reservas. Es que para que el financiamiento del déficit no dependa del BCRA (algo impedido por el FMI), el Gobierno debía de captar mucha más deuda en pesos de la que tenía hasta ahora. La tasa de interés estuvo subiendo, acrecentando las tendencias recesivas, pero sin llegar a ganarle a la inflación como pretendían en Washington.

Lo que ocurre es que los eventuales prestamistas del Gobierno solo están dispuestos a hacerlo si se les garantiza que le ganarán a los precios y por eso el apetito está centrado en la deuda que se ajusta por CER, un índice que replica el IPC. Los datos en las últimas licitaciones no fueron auspiciosos: en abril el tesoro tomó el 90% de la deuda que tenía que pagar y en mayo un 108%, cuando el objetivo que se había trazado era de un 125%. Un problema adicional es el plazo de esa deuda, porque el fondo pretende que sea a mediano plazo, pero el 91,3% de los acreedores se volcaron a instrumentos que venzan antes de las próximas elecciones, por miedo a reperfilamientos como los que se vivieron en el macrismo. 

Por si todo esto fuera poco, aparece una situación delicada en materia cambiaria y de acumulación de divisas. Concluido el quinto mes del año el BCRA lleva comprados unos 900 millones de dólares, de los cuales 718 millones fueron durante mayo. Esta tendencia será muy difícil de sostener y preocupa especialmente si se la compara con los dos últimos años en los que en promedio se llevaba comprado más del doble para el mismo periodo. Peor aún si tenemos en cuenta que los precios de las exportaciones argentinas están en sus máximos históricos y que existe una limitación a la compra de dólares por parte de los minoristas. 

Esta combinación deja al país en una situación de vulnerabilidad total. El FMI cuenta con todos los recursos necesarios para elegir frente a cada desembolso si quiere ampararse en la situación extraordinaria a nivel mundial, apretar más las clavijas de una sociedad que no aguanta más ajuste o directamente dejar de prestar y seguir exigiendo los pagos. 

Una situación de este tipo vendría asociada a una corrida cambiaria, el default de la deuda y nos colocaría directamente frente a una hiperinflación que barrería con los magros ingresos de la mayoría y pondría en jaque a quien gobierne. La pelota está del lado del Fondo, el gran árbitro de la elección del año que viene y en definitiva, quien maneja la batuta.

CC

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