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Manchas en la piel, erupciones, brotes: vecinos del valle de Río Negro advierten que sus hijos enferman con los pozos de gas

Micaela Domínguez con su hijo.

Alejandro Rebossio

Allen, Río Negro —
15 de mayo de 2021 01:44 h

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No es que nunca antes hubiese habido explotación de gas en Allen, localidad de Río Negro a 23 kilómetros de la ciudad de Neuquén, pero desde hace nueve años se multiplicaron las talas de los tradicionales árboles de peras y manzanas para instalar locaciones (de un kilómetro cuadrado) para extraerlo a través de la técnica del fracking. Hace un año y medio, YPF, que concentra la actividad en la zona, dejó de perforar y fracturar pozos por aquí por efecto del ajuste que impuso el gobierno de Mauricio Macri al plan de subsidios a la producción gasífera, pero en noviembre pasado la administración de Alberto Fernández puso en marcha otro programa de subvenciones, el Gas.Ar, y al mes siguiente la petrolera estatal comenzó las reparaciones y el acondicionamiento de las instalaciones en Allen. En 2021 invertirá en la capital nacional de la pera US$ 20 millones, que se suman a los 1.000 millones que ya desembolsó aquí desde 2014. Pero con las inversiones también volvieron las protestas de los vecinos y las quejas de madres cuyos hijos sufren alergias en la piel cada vez que los pozos ventean el combustible.

En medio de las chacras de Allen hay un barrio de casas precarias que se llama Calle Ciega 10, a 8 kilómetros del centro. No son más de 15 familias, la mayoría de peones rurales. En una localidad cuyo Concejo Deliberante prohibió el fracking en 2013 pero que siguió fracturando por un fallo de ese mismo año del Superior Tribunal de Río Negro, los cimbronazos para quebrar las arenas compactas que hay en el subsuelo y extraer así el gas comenzaron en Calle Ciega 10 en 2014. A los vecinos les molestó el ruido, pero lo soportaron hasta que meses después empezaron a advertir que sus viviendas presentaban grietas. Llegaron armar un piquete en 2015 para evitar que pusieran pozos en las puertas de sus casas. Dos años después presentaron un recurso de amparo colectivo y hace un mes 11 de ellos estaban citados por la Justicia para una pericia médica, pero faltó el profesional.

Pero no son sólo 11 los vecinos que denuncian enfermedades. Algunas jóvenes madres cuentan que sus pequeños hijos también sufren dolencias, esos mismos que lloran porque es la hora de la teta o correr, juegan, se zampan un alfajor y tiran el envoltorio a la calle de tierra. Una de ellas es Analía Saldías, de 21 años, madre dos niños, una de seis meses y otro de dos años, que comenzó a reaccionar cuando se reactivaron los pozos emplazados a unas pocas cuadras de allí. “Empezó a tener manchas en la piel, en los brazos y en las piernas”, comenta Analía, que consultó a varios médicos. Una profesional le preguntó si vivían cerca de un pozo: “Me dijo que cuando el mechero estaba bajo, si él lo aspiraba, podía ser eso, del aire. Y si no, que podía ser del agua. Pero a los días que empiezan a hacer el venteo, que empiezan a trabajar, los chicos se enferman. Y anteriormente están bien, están sanos”. Analía se refiere a su hijo, pero también a los niños de otros vecinos.  

Micaela Domínguez tiene 24 años, está embarazada y tiene un niño de cinco años que también sufre una alergia en la piel, en los brazos y la barriga. “Siempre cuando está en actividad el pozo, a los días mi hijo se empieza a brotar. Se brota de pies a cabeza. Se empieza a lastimar, o cosas así. Ahora que estoy embarazada, se ve que tengo las defensas bajas y también me broto”, relata Micaela, pero los médicos no le confirman a ciencia cierta la razón de la alergia. Su madre, Roxana Valverde, fue de las primeras en denunciar que el fracking le había rajado su casa y encabeza a los vecinos que han presentado el amparo. Otra vecina, Nélida Aranda, también sufrió grietas en su vivienda y asegura que empeora su enfermedad pulmonar obstructiva crónica (EPOC) cuando los pozos ventean gas. 

Un peón de Calle Ciega 10, Adrián Jaramillo, recuerda que cuando su hija de tres años era una beba de meses también sufrió la misma alergia: “Se le ponía la piel de rana”. Y a la mayor le ponía música a la noche para que tapara el estruendo de los camiones que inyectan agua en los pozos para su fractura. También su casa se rajó. A él y a los demás vecinos, YPF les ofreció en un principio un arreglo económico pero ellos prefirieron la vía judicial. “Está el recurso de amparo, pero hasta el día de la fecha no tenemos ni noticias ni nada. Nadie se acerca a decirnos cómo va la situación, cómo está la causa, nada. Estamos igual que como el día en que empezamos”, se refiere Adrián a la causa iniciada hace cuatro años. 

En otra zona rural de Allen pero a sólo 4 kilómetros del centro, en diciembre pasado fueron algunos productores agropecuarios quienes armaron un piquete para bloquear un pozo que estaba reactivando la petrolera estatal. Contaron con el apoyo de la Asamblea Permanente del Comahue por el Agua, que viene batallando contra el fracking desde que apareció por la región. El corte de ruta duró cinco horas hasta que apareció una escribana en representación de YPF. “Paramos, le hicimos un piquete y nos mandaron una escribana a amenazarnos”, recuerda Luis Hernández, que produce peras para la exportación. Su vecino, Ricardo Peña, cría caballos, cerdos, cabras y conejos y produce sustratos con su estiércol: “Antes, habíamos presentado notas a la empresa. YPF siempre nos pide que no hagamos denuncias judiciales, que nos manejemos con ellos. Pero, como no pasaba nada, cortamos y vino una escribana y dijo: 'Ustedes tienen que pagar 40.000 dólares por día por interrupción de las operaciones’”. Entonces levantaron el piquete. 

La actividad en los pozos continúa, pero YPF ha comenzado a tomar más recaudos para armar y desarmar las torres con más celeridad y reducir la iluminación en las tareas nocturnas. “Lo vi como un poco menos invasivo. Pero no es que esté a favor. Igual quiero que se vayan a la miércoles”, advierte Peña. Se queja de que el ruido y la luz a la noche no dejan dormir a su familia e intranquilizan a los animales, lo que afecta su reproducción. Hernández agrega que la iluminación atrae una plaga que daña las frutas, la carpocapsa. También señala que cuando fracturaban se rajó la vivienda de su chacra y hubo un derrame -YPF le dijo que era de gasoil- que secó algunas de sus plantas. Varios de sus colegas han alquilado o vendido sus campos a petroleras para que extrajeran gas, pero Hernández comenta que no están tan contentos con el negocio que hicieron. Hace ocho años, cuando los concejales votaron la prohibición del fracking, la cámara de fruticultores de Allen encabezó las protestas, pero después quedaron pocos como Hernández en la cruzada: “En un momento nos habíamos juntado bastante, se peleó un poquito, pero después se va diluyendo. Aunque todavía hay mucha gente que está en contra”. 

Pero el gobierno provincial, en manos de Arabela Carreras, de Juntos Somos Río Negro, apoya la actividad tanto como el de Fernández o el de Macri en su momento. En Allen también gobierna Juntos Somos Río Negro. Su director de Ambiente Sustentable, Sergio Voglino, considera que es posible la convivencia entre la actividad gasífera, la vida cotidiana de los vecinos y la fruticultura: “Es necesario llevar adelante los controles que sean acordes a cada una de las problemáticas. Estamos también en continuo contacto con el hospital para ver, por ejemplo, estudios en base a problemas de salud que sean correlacionables con efectos de la actividad hidrocarburífera, que muchas veces parece pero no siempre lo son”. 

En la petrolera YPF se defienden: “Por su entorno, compuesto mayormente de chacras frutícolas, la empresa creó un modelo para reducir el impacto de la operación. El mismo contempla un diseño especial de locaciones con medidas de seguridad extra para evitar afectaciones a otros predios, así como una política de reducción de ruidos e impacto lumínico, entre otros efectos. La actividad es monitoreada de forma permanente por las autoridades de aplicación de Río Negro”. Hace pocas semanas, YPF inauguró aquí un complejo operativo “dotado de centros de monitoreos con la última tecnología utilizada en el control de campo”. También recuerdan que, con esta operación, Allen “provee del recurso energético para miles de familias en el país”. 

Queda expuesta la contradicción de que nadie quiere vivir al lado de un pozo de gas, pero todos quieren bañarse con agua caliente. Ya le sucedió al ex presidente del gigante petrolero estadounidense Exxon Mobil y ex secretario de Estado norteamericano, Rex Tillerson, según cuenta el libro ‘Vaca Muerta’ (Editorial Planeta), escrito por Alejandro Bercovich y este cronista. “Tillerson se convirtió el hazmerreír de la industria petrolera cuando en febrero de 2014 se sumó con su esposa Renda a una demanda colectiva contra la instalación de una torre de almacenaje de agua para fractura hidráulica cerca de su mansión con haras y campo de deportes en Bartonville, Texas. El ejecutivo saltó rápidamente a las portadas de diarios de todo el país. ‘No al fracking cerca de mi patio trasero’, tituló el USA Today. ‘El CEO de Exxon le da la bienvenida al fracking, pero lejos de su jardín’, ironizó la agencia Reuters.”.

Al menos en Texas, la cuna del fracking, las petroleras toman unos recaudos para evitar perjuicios a los vecinos que en Allen podrían imitar. Así lo cuenta el libro ‘Vaca Muerta’: “También hay unos pocos pozos en plena etapa de fractura. Para aislarlos, el condado de Tarrant obligó a las empresas a levantar unas altas paredes que funcionan como barrera de sonido. Son de madera y están cubiertas por una tela de kevlar, un material ultrarresistente que suele usarse para velas náuticas y chalecos antibalas. Al lado corren una vías de tren y una bicisenda. Encerrados por las paredes de tela de kevlar, se ven una torre con una base turquesa, camiones rojos y un ruidoso generador eléctrico a gasoil que da energía al equipo de perforación. La barrera sonora permanece las tres semanas que demora la perforación y la fractura. A 100 metros de distancia se oye un rugir de motores que es notorio pero no insoportable, como sí lo es el que se oye junto a una locación en Loma Campana (Neuquén). En la ciudad solo pueden hacer ruido de día”. En Allen trabajan de noche e instalaron paredes de cemento que sólo recubren una parte del pozo y con una altura dos tercios más bajas que las de aquel condado texano. 

Hay un debate mundial y justificado en tiempos de emergencia climática sobre fracking sí o fracking no. Pero en caso de que triunfara el sí, hay polémica sobre qué medidas y controles deberían aplicarse para reducir el impacto de la actividad en la salud y el medio ambiente. Allen es sólo un ejemplo. Cruzando el límite entre Río Negro y Neuquén hay otros. 

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