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Entrevista

Mercedes D’Alessandro: “La rosca está muy cerrada y son los varones los que se sientan y arman y desarman”

Mercedes D’Alessandro, directora Nacional de Economía, Igualdad y Género

Delfina Torres Cabreros

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“Hay muchas cosas que nosotras podemos hacer fácilmente y después llega un momento en el que hay que hablar de dinero y ahí la discusión se vuelve más áspera”. La que habla es Mercedes D’Alessandro, que encabeza la Dirección Nacional de Economía, Igualdad y Género, un área dentro del Ministerio de Economía que nació en simultáneo con su nombramiento y debió abrirse un lugar dentro de una estructura con burocracias ya arraigadas, presupuestos repartidos y siglos de historia. D’Alessandro, que es doctora en Economía y creadora del sitio Economia Femini(s)ta, dice que esa tarea implica “evangelizar” y, además, aprender a lidiar con la frustración. 

La funcionaria dialoga con elDiarioAR mientras viaja en un auto que la lleva al municipio de San Martín, a la presentación de un plan de “gestión menstrual”. Uno de los tantos temas de la agenda de los feminismos que suelen ser subestimados; temas a los que no se les encuentra vínculo con la realidad urgente. Ella dice, en cambio, que lo que hay detrás es la posibilidad de las mujeres de trabajar y aumentar su participación en la economía, lo mismo que subyace a la discusión por las tareas domésticas y de cuidado. D’Alessandro insiste con que la agenda de género no puede ser un “adorno”, una “nota al pie”. Considera que debe permear la recuperación pospandemia, el presupuesto, la negociación con el FMI, la estrategia de desarrollo del país. “Las políticas de género le hacen bien a la macroeconomía”, asegura. 

En el último tiempo escuchamos que “la pandemia impactó más a las mujeres”. ¿Qué significa concretamente eso? 

La pandemia impactó muy fuerte en todas las desigualdades: de ingreso, de acceso al trabajo formal, del acceso a la tecnología, infraestructura y, cuando sumas las brechas de género, esas desigualdades se amplifican. Las mujeres tienen peores ingresos, mayores obstáculos para conseguir un empleo formal y están sobrerrepresentadas en la pobreza. A eso, que es un diagnóstico previo, se suma que en la pandemia las estrategias de cuidado que llevan adelante las familias se ven recortadas. Las mujeres ya tenían el 76% de las tareas a su cargo y el pedido hecho a la población de “quedarse en casa” implicó más tareas domésticas y mayor tiempo de cuidado para niños, adultos y personas con discapacidad que dejaron de contar con sus espacios de cuidado y socialización. Tampoco se pudo contar con la ayuda de otros familiares, ni había transporte para transitar de un lugar a otro. Esa sobrecarga de trabajo doméstico compite siempre con el trabajo pago. Hizo que muchas mujeres estén sobrepasadas, cansadas y no puedan lidiar con trabajar de manera remunerada, lo que se ve en el mercado laboral. Vemos una caída de la participación económica de las mujeres, sobre todo en el momento de más cierre. 

¿Cuánto se retrocedió en el camino de inserción de las mujeres en el mundo laboral? 

Si comparamos el primer semestre de 2020 con el segundo, vemos una caída que lleva a las mujeres a los niveles de 2002. Esto se recuperó un poco después, pero no volvimos a los niveles prepandemia. En los varones, sí. 

¿Cómo punto positivo podemos pensar que la pandemia dejó de manifiesto que las tareas de cuidado tienen valor y sostienen la economía? 

La pandemia fue una clase magistral de la importancia de los cuidados. No solo en las familias, sino que también el Estado lo aprendió y lo internalizó en las prioridades de la política pública.

¿De qué manera?

Cuando se tuvo que reacomodar los ingresos porque no teníamos más IFE lo prioritario fue la Asignación Universal por Hijo y la tarjeta Alimentar, porque entendemos que los hogares con niños son los más afectados por la situación de pérdida de ingresos. Se está trabajando en la estructura de los cuidados: hay un proyecto de ley integral en camino y el Ministerio de Obras Públicas le dedica 9% de su presupuesto a la construcción de centros de desarrollo infantil, espacios de contención para violencia de género y también a espacios de cuidado. En el Ministerio de Desarrollo Social hay una línea del programa Potenciar Trabajo que es de “cuidado sociocomunitario” y remunera tareas que en otro momento hubiesen sido consideradas voluntarias. Las mujeres que trabajan en comedores, merenderos o haciendo promoción de actividades de género en los barrios en otro momento hubiesen sido militantes y hoy son trabajadoras. 

¿De cuánto es la contribución que hacen las tareas domésticas y de cuidado al PBI?

El año pasado medimos las horas de trabajo no pagas que realizan varones y mujeres y vimos que la masa que se produce en torno a esa actividad es de 15,9 puntos del PBI. Le gana a la industria, al comercio, a otros sectores que consideramos productivos versus a este que aparece como “reproductivo”. Sin estas tareas no podemos pensar un tejido productivo que funcione. Hoy una familia trabajadora que tiene que armar una logística para llevar a los chicos a la escuela con burbujas, siguiendo todas las medidas de cuidado, reasigna tiempos que muchas veces son incompatibles con el sostenimiento de la actividad laboral. Esto permite entender por qué los proyectos de recuperación económica están siendo más lentos en todo el mundo. En Estados Unidos, por ejemplo, se está debatiendo mucho que la recuperación económica no está teniendo el ritmo previsto y que gran parte de esto es la escasísima oferta que hay de espacios de cuidado y lo costosos que son. Este proceso de reacomodamiento de las estrategias de cuidado de las familias está teniendo un costo económico sobre todo sobre las mujeres, pero también sobre la economía en su conjunto. Porque si una mujer deja de poder ir a trabajar, es un hogar que se vuelve más pobre y una sociedad que pierde una inversión que ha hecho en capacidades.

¿La recuperación frente a esta crisis en particular, entonces, tiene que incorporar estos elementos?  

Estamos trabajando mucho con ese foco. Además de todo el tema de cuidado lo que vemos es que en general en los procesos de recuperación económica los sectores que en la Argentina funcionan como motores están masculinizados. Las mujeres no participan en la primera línea, aunque por supuesto son arrastradas cuando la economía se enciende. Son minoría en la construcción, en la tecnología, en la industria, en la energía, en las exportaciones; en todos esos sectores que son los que consideramos relevantes y estratégicos para generar empleo y elevar los niveles de producción.

Al momento de la creación de la Dirección se decidió que interviniera de manera transversal de la agenda del Ministerio de Economía, que hoy tiene como un eje importante la negociación del FMI. ¿Cómo se integra ahí la agenda de género? 

El gobierno nacional tiene un compromiso con la agenda de género en lo concreto, no en lo discursivo. Entonces necesariamente el programa que estamos discutiendo con el FMI tiene que reflejar eso, como lo reflejó el presupuesto para 2021. Como dice Cecilia Todesca, las políticas de género le hacen bien a la macroeconomía, no es algo que va por el costado. Hoy hay mujeres que tienen un rol central en la discusión con el FMI, y va más allá de superar el chiste que le hizo [la exdirectora del FMI] Christine Lagarde al equipo de Macri, que le dijo que estaba “corto de mujeres”. No queremos que sea un adorno. El macrismo hizo un acuerdo con el FMI por temas de equidad de género y en dos años no cumplió ninguno. Comprometieron reformas tributarias; nosotras este año todas las que hicimos tuvieron perspectiva de género. Se comprometieron con elaborar políticas para cerrar brechas de ingresos y presentaron un proyecto por mesa de entrada que perdió estado parlamentario y no movieron nada más. No se cumplió ningún compromiso en dos años, mientras que en este gobierno ya sobrecumplimos las metas.

La dirección que encabezás convive con estructuras históricas, que ya tienen ganada su importancia, asignados sus recursos. ¿Cómo es este abrirse camino al interior del propio gobierno? ¿Hay que justificar la centralidad, hay que evangelizar…?

Hay que evangelizar un montón. El Estado tiene una estructura, burocracia y mecanismos que funcionan hace mucho tiempo, que hay que transformar. Por ejemplo, tuvimos que transformar la metodología del presupuesto para que se pueda tener perspectiva de género. Lo que hay a favor es que hay mucha gente comprometida de verdad con esta agenda, eso te lo hace más fácil. Después, por supuesto, cuando tenemos que hacer cambios profundos y afectar a la distribución de los recursos esas son pujas importantes. Hay muchas cosas que nosotras podemos hacer fácilmente y después llega un momento en el que hay que hablar de dinero y ahí la discusión se vuelve más áspera. No es fácil, pero también el hecho de que haya tantas mujeres en el gobierno con un agenda feminista clara y definida —porque no es lo mismo tener muchas mujeres que muchas mujeres feministas— hace que podamos coordinar acciones y avanzar a pesar de las resistencias lógicas. 

¿Hay que lidiar, también, con la frustración? De vez en cuando vemos fotos o mesas de discusión del Gobierno en las que no parece haberse tomado registro.

Sí, obvio. Cada vez que sale una de esas fotos sin mujeres yo personalmente le mando mensajes a los funcionarios que conozco y les digo “cómo vas a hacer una reunión así”, y todas hacemos un poco lo mismo. Esa es la batalla, porque la rosca está muy cerrada: son los varones los que se sientan y empiezan a armar y desarmar. Yo creo que también es una cuestión de tiempo, porque lo cierto es que un día se van a dar vuelta y van a estar rodeados (se ríe). Obviamente que frustra porque muchas veces ves esas fotos y sabés muy bien que atrás hay un montón de mujeres que están trabajando fuerte y que la foto no está ni siquiera mostrando lo que sucede. Estamos ejerciendo el poder y a veces no se nota. También es algo que todas estamos aprendiendo; cómo comunicar lo que hacemos, cómo pararnos, cómo salir en esas fotos de una manera que llegue a mostrar lo que queremos que se vea; no ser un florero. 

Hace algunas semanas Emilio Pérsico, secretario de Economía Social, cuestionó las políticas sociales enfocadas en las mujeres. Dijo que alteran la matriz social, desplazan a los varones de su rol en un hogar y los impulsan incluso a delinquir. ¿Qué opinás?

Creo que hay muchos errores en lo que dijo, pero me parece interesante para pensar el efecto de los estereotipos. Pareciera que el varón lo único que puede hacer es ser el sustento de un hogar y es cierto que muchos varones, cuando pierden esa posibilidad, se vuelven más violentos, se desesperan, empiezan a tener conflicto con su masculinidad. Esos roles es algo que nos falta todavía trabajar. Por otro lado, cuando miramos la distribución del ingreso de los deciles más bajos encontramos que la mayor parte de los ingresos que obtienen las mujeres es de protección social, no laboral. 8 de cada 10 hogares a cargo de una sola persona está a cargo de una mujer y durante la pandemia la pobreza en esos hogares alcanzó a 7 de cada 10. Es decir, esos hogares son el núcleo duro de la pobreza y hay que llegar con políticas como la AUH, la asignación por embarazo, la tarjeta Alimentar. 

En la primera mitad del año hubo una reducción del gasto social respecto de 2020 y el ministro Guzmán va camino a sobrecumplir la meta de déficit. ¿Crees que fue una decisión correcta discontinuar el IFE, considerando que es muy difícil llegar a la misma población con otras políticas? 

Soy una gran defensora del IFE; llegó a 9 millones de personas y además implicó un proceso enorme de bancarización, porque gran parte de esas personas no tenían una cuenta a donde transferir el dinero. Además nos ayudó a hacer un mapa muy preciso de quiénes lo recibieron, que fueron en su mayoría mujeres jóvenes. Pero el IFE tuvo un costo fiscal muy elevado; las tres rondas son casi 1 punto del PBI. Se dio en un momento en el cual la economía estaba cerrada absolutamente y, cuando se empezó a abrir, cambió la dinámica de acompañamiento. Se amplió la cobertura de la Tarjeta Alimentar, la AUH, se continuó el Repro, se destinó parte del impuesto a las grandes fortunas a las becas Progresar, a la urbanización. No llegamos a todos, seguro. Seguro no alcanza, seguro nos quedan muchos baches, pero no es que el Estado abandonó eso, sino que se empezó a mejorar las políticas que ya teníamos y a reformular objetivos. 

En el último tiempo, y con disparadores bastante puntuales como la minería o el cultivo de salmones en el sur, se puso sobre la mesa una tensión entre el desarrollo y el ambientalismo. La pregunta sobre si es posible impulsar la economía sin agravar la crisis ambiental. ¿Cómo lo pensás?

En el Ministerio tenemos una una mesa de finanzas sostenible que apunta a estimular e intentar orientar la inversión hacia producciones que sean sostenibles ambientales, lo que es una forma de contribuir en esa agenda. Las desigualdades que existen se cruzan con los debates ambientales porque la crisis ambiental también tiene un impacto más fuerte sobre los sectores más vulnerables. Todas las desigualdades impactan siempre en el sector más pobre, y el cambio climático también. Por lo tanto, si queremos un desarrollo económico sostenible tiene que ser con perspectiva de género y con perspectiva ambiental.

DTC

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