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Opinión

Jorge Cumbo y Agustín Gómez, dos pérdidas irreparables para nuestra música popular

Agustín Gómez y Jorge Cumbo

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La última semana fue trágica para nuestra música popular de raíz folklórica pues partieron con pocos días de diferencia el vientista Jorge Cumbo y Agustín Gómez, el guitarrista y hacedor del sonido inconfundible de Los Andariegos. Lamentablemente, sus muertes pasaron desapercibidas en los medios y eso es doloroso porque revela el nivel de desaprensión al que se ha llegado en referencia a nuestros grandes creadores.

Jorge Cumbo fue un músico nacido en La Plata con una muy sólida formación que se destacó en la quena y los aerófonos aunque también fue un gran director de orquesta y ejecutante de casi todos los instrumentos.

En una larga conversación a comienzos de los ochenta, Cumbo me contó que cuando se formó el Quinteto Tiempo bajo su dirección, el Chango Nieto quiso sumarse pero él le dijo que lo suyo estaba por el lado de la actividad solista. Y vaya si tuvo razón. Con los años, el Chango se transformó en uno de los solistas más taquilleros de la escena folklórica. En aquella larga reunión en la casa de la calle Aizpurua, Jorge me mostró sus primeros experimentos con los aerófonos y computadoras, algo ultramoderno en aquél tiempo, en que la computación era algo reducido a muy pocas actividades.

Luego editó, en Epsa Music, Cañas y computadoras, que era la concreción de aquella búsqueda de comienzos de los ochenta. En ese disco hay joyas como “Vieja York”, un vuelo imaginario que supone un sobrevuelo sobre la gran city con instrumentos andinos como metáfora del sueño de liberación de los pueblos oprimidos del sur.

A Cumbo se lo puede rastrear en su trabajo con Manolo Juárez en Melopea allá por 1989, con Leo Maslíah en 1987 y con Lito Vitale y Lucho González en ese trío que tanto éxito cosechó allá por 1984. Pero Jorge también participó en el grupo Los Incas, también conocido como Urubamba, que fue creado por Jorge Milchberg en Francia y que tuvo gran desarrollo en los sesenta. Fue en 1965 que, actuando junto a Simon & Garfunkel, Paul Simon queda deslumbrado por “El Cóndor pasa”. Luego invitó a los Urubamba a compartir giras por Europa, Japón y Estados Unidos.

Según la mayoría de los grandes guitarristas argentinos, el “Negro” Agustín Gómez, cordobés, fue uno de los principales referentes del instrumento. Logró darle un sonido inconfundible a Los Andariegos, aquél mítico conjunto vocal pero también muy adelantado en lo instrumental. El sonido vocal del grupo estuvo caracterizado porque Gómez era un bajo más bien tirando a barítono y llevó a Angel “Cacho” Ritro a ir muy arriba con el falsete de manera que el Negro pudiera moverse con cierta soltura como bajo. Ahí radica una de las características del sonido inconfundible de Los Anadriegos.

Agustín era de Río Cuarto, un lugar con fuerte presencia de lo que se conoce como la guitarra cuyana y que tuvo en Tito Francia a su referente mayor. Escuchar a Agustín Gómez remite automáticamente al sonido cuyano y casualmente Los Andariegos son en origen mendocinos.

Según Ritro, fundador del conjunto, Agustín fue el mejor guitarrista que dio nuestra música folklórica y no sólo por su digitación sino por la habilidad que tenía para resolver sobre el pucho problemas que se aparecen habitualmente en lo musical.

Cuando Ritro y Mercado debieron exiliarse Agustín siguió armando distintas formaciones tratando siempre de mantener presente el sonido “andariego”. En este archivo de solos se pueden apreciar las virtudes de este guitarrista infernal que se nos ha ido días atrás a los 80 años.

Cumbo y Gómez, dos apellidos, dos músicos maravillosos que se mueren en un país que no se da por enterado. Estas muertes silenciosas curiosamente hacen mucho ruido porque son el testimonio cruel de un sistema de medios que directamente apila a sus grandes creadores musicales en un rincón al que sólo llega un minoritario grupo de fanáticos y seguidores.

No es que se trate de compararlos o contraponerlos a otras figuras sino que el gran desafío que tenemos por delante es hallar canales de difusión lo suficientemente potentes y entradores para que nuestra hermosa música popular de raíz folklórica tenga el espacio que se merece. Y que Argentina misma merece. No hay país que pueda desarrollarse dignamente si previamente no le ofrenda un lugar preferencial a sus artistas.

Todavía nos quedan figuras de la talla de Dino Saluzzi, Hilda Herrera, Eduardo Spinassi, Juan Falú, Lilián Saba, Roberto Calvo, Verónica Condomí, Lito Vitale, Marián Farías Gómez, José Luis Castinheira de Dios y Néstor Marconi, por citar solo algunos que se vienen de sopetón a la memoria. Estamos a tiempo.

GF

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