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PANORAMA DE LAS AMÉRICAS

Tempestad en los Andes

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Cusqueño por adopción, figura polifacética en el panorama cultural peruano del siglo XX, indigenista lector de intuicionistas europeos (Croce, Bergson), el abogado, historiador, artista, pedagogo y profeta Luis Valcárcel (1891-1897) escribió en su clásico Tempestad en los Andes, de 1927: “Quién sabe de qué grupo de labriegos silenciosos, de torvos pastores, surgirá el Espartaco andino. Quién sabe si ya vive, perdido aun en el páramo puneño, en los roquedales del Cuzco. La dictadura indígena busca su Lenin”. Apologético y apocalíptico, este libro, decía en su prólogo el marxista limeño José Carlos Mariátegui, marcaba “el advenimiento de un mundo”. No puede ser, por consiguiente, “una crítica objetiva, un análisis neutral; tiene que ser una apasionada afirmación, una exaltada protesta”. Es lo que han sido, también, a su retobado modo, las elecciones generales peruanas del domingo.

Se había constatado y reiterado, en lo que no era más que cacofonía y eco redundante de la evidencia, la fragmentación de las fórmulas presidenciales, en número de 18, y de las opciones partidarias legislativas, en número de 20 (o más, o apenas menos, según se contaran). Que se vio reflejada en la dispersión de los sufragios, que favorecieron con el 19,099% a la candidatura más votada, repartiéndose después en fracciones de 10% o menos entre las sucesivas. Y que reflejaba a su vez la atomización y el divisionismo de la propia sociedad y ciudadanía peruanas, y la pulverización de su clase política. Todo esto es cierto, nada de esto es desconcertante, porque poco de esto es nuevo.

En el paisaje de tal orografía política irregular resultante, menos se ha señalado otra ladera. La de carácter de pasión, afirmación, exaltación y protesta de estas elecciones peruanas últimas. En las que no triunfaron los indígenas ni encontró el electorado un buscado Lenin (Vladimir Ulianov, siempre ausente con aviso el día que todos pasan lista), pero sí Pedro Castillo. Docente, gremialista docente, izquierdista, serrano, provinciano, de 51 años, con un pasado cuyos vínculos (o pura y simple simpatía, o humana e informada comprensión) por la antigua militancia de Sendero Luminoso pueden exagerarse o minimizarse hasta borrarlos y hacerlos desaparecer. El abierto, o cerrado, negacionismo, en cambio, parece inútil, y en suma pernicioso para sus propias posibilidades de imponerse en el balotaje del 6 de junio. Porque nadie que tenga 51 años como el candidato de Perú Libre y que sea docente, gremialista docente, izquierdista, serrano, provinciano, dejó de sentir en la década de 1990 afinidades electivas, que no siempre tuvieron que ser relaciones peligrosas, con la guerrilla marxista, leninista, maoísta cuyo lema rezaba “Por el sendero luminoso de Mariátegui”.

Al combate militar de Sendero Luminoso, y su represión pura y simple, sin ahorrarse las ventajas de las que para el terrorismo dispone todo Estado, se dedicó Alberto Fujimori en los diez años de su presidencia (1990-2000). Al temprano buen éxito en esta empresa, es decir, a la bastante definitiva aniquilación de la guerrilla, una vez capturado y recluido en 1992 el fundador del senderismo Abimael Guzmán en la Base Naval de El Callao, debió su popularidad el Fujimorato, y su mano dura el que esa sociedad peruana que hoy luce tan fragmentada se uniera para dejarlo con las manos libres para el ‘auto-golpe’ y la reforma constitucional. Hoy el Militarizado Partido Comunista del Perú (MPCP) es el sucesor pero no heredero del senderismo (el ‘camarada Gonzalo’ -nombre de guerra de Guzmán- no lo reconoce), y es lo que se ha dado en llamar una narco guerrilla.

La República del Perú de hoy se rige por una Constitución Política sancionada en 1993. Esta Carta Magna fue redactada en 1992 por un Congreso Constituyente Democrático convocado por el presidente Fujimori después de haber disuelto el Congreso por la fuerza (el así llamado  ‘auto-golpe’).  La sombra perdurable de Fujimori sigue organizando la articulación de las fuerzas políticas peruanas. Los candidatos que tienen más probabilidades de rivalizar en la segunda vuelta de las presidenciales se contraponen según un antagonismo que tiene por mayor eje el posicionamiento respecto a la década en que Perú vivió en Fujicracia.

Porque el 6 de junio, la rival del Castillo será la propia hija de Fujimori. La hija de Alberto, Keiko Fujimori, era en las encuestas de las últimas semanas la candidata presidencial favorita para la primera vuelta del domingo. Hoy es la favorita para ganar el balotaje, el ‘mal menor’ que saldrá preferido, por resignación cuando no por convicción, para gobernar el Perú en el próximo quinquenio.

The Come-Back Girl

De la rivalidad con Castillo ganará Keiko Fujimori una avalancha de votos del Perú ‘sano’ que le agradece a su padre el haberle puesto secante fin al terrorismo. En la elección de 2011, había sido vencida en el balotaje, con más de medio millón de votos, por el político nacionalista y ex militar Ollanta Humala, quien era entonces el candidato estratégico de Hugo Chávez y del ‘socialismo del siglo XXI’, y quien también fue candidato presidencial en la elección del domingo por su Partido Nacionalista Peruano (PNP). En la última elección, de 2016, Keiko perdió finalmente en el balotaje contra Pedro Pablo Kuczynski. Fue por una diferencia de sólo 40 mil votos.

En 2016, la mayor ventaja de la candidata Keiko era el odio de las clases medias por el presidente en funciones, el nacionalista Humala y  la desconfianza popular por su rival el empresario conservador Kuczynski. Y su mayor desventaja era apellidarse Fujimori. Hoy la situación es igual, o mejor, para ella. Porque ya no hay PPK. Ya no existe Peruanos por Kambio, con la K del apellido del candidato vencedor. Ahora la única K es la de Keiko. Una K blanca sobre fondo naranja, que es el logo de su partido Perú Posible. Cinco años atrás era Keiko la contracara regional de la destituida Dilma Rousseff. Hoy sigue siéndolo.

Las clases medias blancas peruanas tienen sentimientos ambiguos respecto a los diez años fujimoristas, en los que además de vencer a Sendero también se había derrotado a la inflación de la moneda con un régimen estricto de neoliberalismo y represión. “Cuánto quisiera que mis hijas, si llego a los setenta y dos años, me quieran como Keiko Fujimori quiere a su padre ahora en prisión”, escribió en 2016 desde Miami Beach el gran novelista peruano Jaime Bayly, que había votado por Keiko en primera vuelta. Este amor filial ha tenido la cualidad de despertar el odio de sus opositores, que prefieren desestimar el mensaje de reconciliación nacional que ha sido núcleo y eje de la campaña de esta mujer nacida en 1975, casada con un ingeniero de sistemas norteamericano y madre de dos niñas.

Keiko nunca abjuró en su campaña del dúplice éxito del régimen de su padre: derrota a la guerrilla y derrota a la inflación. Es firme, pero a la vez distante, cuando toca diferenciarse de los excesos paternales, como los vinculados con la represión y el ex “monje negro” y jefe de inteligencia Vladimiro Montesinos. Nunca dejó de insistir, sobre su padre Alberto, que una pena de 26 años de prisión por 25 asesinatos le parece excesivamente dura. Ahora su padre enfrenta un juicio por las esterilizaciones forzadas de campesinas donde las víctimas se cuentan por decenas de miles.

“Keiko está muy gorda y el pueblo tiene hambre”, fue una consigna que en 2000, cuando cayó la Fujicracia, se vitoreaba en Lima. Keiko era por entonces, como en la Argentina de Carlos Menem lo fue Zulemita, una oficiosa primera dama al lado de un padre que se había distanciado de su esposa por diferencias conyugales. Entre estas no faltaron, por parte de Susana Higuchi, madre de Keiko, las acusaciones a Alberto de tortura e intento de homicidio calificado, y la de haber condonado las esterilizaciones forzosas de decenas de miles de campesinas peruanas, que finalmente este año cuajó en el proceso actualmente en curso.  

En 2006, la hoy tres veces candidata presidencial, graduada en Nueva York (se dijo que sus estudios fueron pagados con dinero del Estado), llegó al Congreso unicameral peruano. A su primer desempeño en un cargo electivo faltó brillo pero no liderazgo. Quedó claro que si el fujimorismo existía políticamente en Perú, ella sería siempre la candidata. Ahora descuenta que será la heredera del poder.

El estilo oriental de gobernar

El estilo de Fujimori hija se parece al de Fujimori padre. Es un estilo que estereotípicamente se podría llamar oriental. Hablar poco, y no salirse del guión nunca. Cuando habla, parece una alumna aplicada, siempre sonriente, siempre suave, dura sólo en sus deberes filiales: cuando de defender a su padre se trata. El coro que la aclama a Keiko ya no es “Chino, Chino, Chino”. Lo que para muchos confirmaba quién era el verdadero jefe, aunque anciano y  en prisión, del fujimorismo. Evocar el recuerdo ayudaba con el núcleo duro, pero cerraba las puertas a otros sectores. Las clases altas votarán en masa -en su reducida masa- por Fujimori. Pero la estructura económica y social del Perú tiene forma de pirámide y el apoyo de esos sectores servirá poco, más allá del despliegue propagandístico que puedan hacer sonar, y en el Perú aún suena bien alto, gracias a su potencia económica.

La lucha se definirá en las clases medias. Ganará, entre ellas, quien pueda limpiar mejor su imagen, manchada a los ojos de sus opositores, y quien logre convencer a los que dudan. Los pobres y los enfermos, entre tanto, en nombre de quienes todos los candidatos han hecho campaña en tiempos de pandemia, dudan tanto como las clases medias. Pero sus odios son más moderados, y sus necesidades más urgentes. El populismo llega más rápido que la revolución. Todo parece indicar que votarán por Keiko Fujimori.

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