La transición en Brasil

Bolsonaro: abandono, reclusión y lágrimas

La fecha y el horario ya están marcados: será el lunes 12 a las 14 horas, cuando el presidente electo Lula da Silva y su vice Geraldo Alckmin reciban de manos de Alexandre de Moraes, el juez titular del Superior Tribunal Electoral, los diplomas que los habilitan en forma definitiva como los futuros gobernantes del país. A partir de ese momento, se torna cero la chance de cuestionar los resultados. La inminencia de esa solemnidad colocó al todavía jefe de Estado, Jair Messias Bolsonaro, en una suerte de callejón sin salida: las protestas de sus partidarios frente a los cuarteles, que fomentó desde su refugio en la residencia oficial a la voz de “intervención militar”, ya no tendrán destino. 

Recluido en el Palacio de la Alvorada después de su derrota del domingo 30 de octubre, el todavía mandatario brasileño decidió gastar el tiempo que le restaba para su salida en maniobras que supuestamente conducirían a la cancelación de los comicios y, eventualmente, a la convocatoria de un nuevo proceso electoral. Ninguno de los artilugios, ni siquiera aquel último montado a fines de noviembre por Valdemar Costa, presidente de su partido, tuvieron suerte. La expectativa de impugnación del cómputo electoral por supuestas irregularidades en 270.000 urnas electrónicas, duró tan solo 24 horas, cuando el TSE dio su veredicto negativo al reclamo y sancionó al PL con una multa multimillonaria.

En ese momento JMB entendió que se le habían cerrado los caminos para su operación de retorno al Palacio del Planalto, a partir de enero. La historia podría haber terminado sin más incidentes a no ser por la implacable sensación de fracaso que lo abrumó. El lunes decidió salir del retiro para asistir a una ceremonia militar en la academia Agulhas Negras, acompañado de su mujer Michele. Y en un momento del acto, con las cámaras que lo enfocaban, las lágrimas brotaron de sus ojos y recorrieron las mejillas. Fue el hecho más llamativo desde la derrota; entre otras cosas porque implicó reconocer que ya no podría cambiar el escenario a su favor.

Hay quienes opinan que su llanto no se debía exactamente al triunfo de su enemigo Lula, quien lo debe reemplazar a partir del 1º de enero. Lo que le produjo congoja fue percibir que carecía del apoyo militar para cuestionar la legitimidad de los comicios. Lo que más impactó a sus aliados fue la imposibilidad del presidente en ejercicio del poder, de ocultar sus sentimientos. “No es el llanto lo que esperábamos de él. Queríamos verlo a la cabeza de la oposición en el futuro gobierno lulista” admitió a la prensa brasileña uno de sus aliados. Su ministro jefe de la Casa Civil, Ciro Nogueira, no tuvo mejor idea que acentuar el desconcierto mediante un tuit que destacaba la “sensibilidad” presidencial. “Durante cuatro año, intentaron deshumanizar al presidente Bolsonaro. Intentaron retirar su sensibilidad, simplicidad y humildad. Contuvo las emociones dentro de él, pero ahora libre, Bolsonaro puede ser como él es”.

El presidente confió, desde los primeros tiempos de su administración en 2019, que contaría con el respaldo fiel de los militares para provocar tumultos que llevaran a la anulación de las elecciones. Pero estos últimos tiempos percibió que allí no podría buscar el apoyo necesario para dar vuelta ese proceso. Las Fuerzas Armadas no se mostraron dispuestas a abroquelarse detrás de los proyectos golpistas.  Nada pudo incentivar la famosa “intervención” reclamada por los bolsonaristas que acampan, aun, frente algunos cuarteles.

La soledad del mandatario fue en aumento, especialmente a medida que el mundo de los políticos se volcaba a las negociaciones con Lula. Nadie del espectro parlamentario de centro y centro derecha quedó afuera en la tramitación de esos acuerdos con las fuerzas que tienen representación en el Congreso. La mitad del propio partido de Bolsonaro ya negocia activamente con la nueva gestión.

Para completar la pantomima, los hijos del presidente no tuvieron mejor idea que correr a la embajada de Italia para gestionar la ciudadanía italiana, que según dijeron les corresponde por derecho. El senador Flavio, que confirmó la diligencia, dijo que no pensaba abandonar Brasil. A Bolsonaro le preocupa la situación legal de sus descendientes, especialmente la de Flavio, que tiene pendientes causas por delitos administrativos de cuando era concejal.

La reclusión del presidente, que lo lleva a permanecer estos días no más de un par de horas en su despacho, no impidió sin embargo que su gobierno continúe ejerciendo daños sobre la educación, la salud y el medio ambiente. Esta semana volvió a tijeretear el presupuesto para las universidades y los organismos de ciencia e investigación. En las altas casas de estudio no hay con qué pagar salarios docentes, menos aún abonar las becas estudiantiles o destinar recursos a proyectos de investigación.