El dilema del régimen iraní: responder o sobrevivir

El presidente Trump llegó a la Casa Blanca con un programa basado en hacer grande a América de nuevo, lo que implicaba concentrarse en la agenda doméstica y renunciar a su intervencionismo en Oriente Medio. No ha tardado ni tan siquiera cinco meses en traicionar sus promesas y lanzar un ataque contra Irán de consecuencias imprevisibles. El bombardeo de las centrales nucleares iraníes constituye una flagrante violación del derecho internacional al haberse realizado de manera unilateral y sin la luz verde del Consejo de Seguridad. Tal y como ocurrió con la invasión de Irak y Afganistán, la nueva aventura bélica estadounidense no contribuirá a asentar la paz y la seguridad, sino que desestabilizará aún más la región extendiendo al caos y la violencia.
El ataque norteamericano contra territorio iraní, además, pone de manifiesto el absoluto desprecio de Trump por la legalidad internacional y el multilateralismo. En 2003, la ONU se negó a dar vía libre a George W. Bush para que invadiera Irak al considerar que no existían pruebas fehacientes de que estuviera desarrollando un programa nuclear. Ante este precedente, Trump ha optado por evitar el engorroso trámite del Consejo de Seguridad, donde a buen seguro se toparía con el veto frontal por parte de China y Rusia. Al proceder de manera unilateral, el presidente estadounidense intenta defender, con uñas y dientes, la perpetuación del orden unipolar impuesto tras el final de la Guerra Fría y evitar, a toda costa, el advenimiento de un orden multipolar en el que la hegemonía estadounidense sea puesta en tela de juicio.
El inquilino de la Casa Blanca ha optado, además, por ningunear al propio Congreso estadounidense, en una prueba más de que pretende dinamitar el sistema desde dentro para acabar con la separación de poderes. Según la Constitución, el presidente es el comandante en jefe del Ejército, pero el Congreso es el único capacitado para declarar la guerra. El texto constitucional señala con rotundidad que “ningún estado podrá, sin el consentimiento del Congreso, entrar en guerra, a menos que de hecho haya sido invadido o se vea en un peligro tan inminente que su defensa no admita demora”, supuesto que no concurre en este caso puesto que Irán ni ha invadido ni atacado el territorio estadounidense.
Por lo tanto, Trump habría adoptado, a sabiendas, una decisión que viola la propia Constitución estadounidense, lo que es un paso más de su deriva autoritaria y un claro intento de torpedear los “frenos y contrapesos” fijados precisamente para hacer frente a la arbitrariedad presidencial. Todo ello crea un peligroso precedente de cara al futuro al acentuar las tendencias cesaristas de Trump, quien considera que los poderes judicial y legislativo no son más que un obstáculo para su intento de gobernar en solitario y perpetuarse en el poder.
Al dar luz verde a los bombardeos contra Irán, Trump parece haber caído en la tela de araña laboriosamente urdida por el primer ministro israelí. Durante años, Benjamin Netanyahu ha intentado sin éxito empujar a los presidentes norteamericanos a una confrontación total con su principal enemigo regional: Irán. La retórica belicista de los ayatolás y el avance del programa nuclear iraní no fueron capaces por sí solos de convencer a los inquilinos de la Casa Blanca para que se implicaran en una nueva guerra en Oriente Medio de inciertos resultados. El cambio en el balance de fuerzas entre Israel e Irán tras los ataques del 7 de octubre de 2023 podría haber convencido a Trump de que ahora apuesta por el caballo ganador.
Debe recordarse que Netanyahu goza de un amplio respaldo tanto en las filas del Partido Republicano como del Partido Demócrata, tal y como demostró su intervención del 24 de julio del 2024 ante el Congreso estadounidense, donde fue ovacionado en repetidas ocasiones. Buena parte de su discurso lo dedicó a cargar contra el régimen iraní al que acusó de ser “responsable de todo el terrorismo, de toda la agitación, de todo el caos y de todas las matanzas... Cuando Israel actúa para impedir que Irán desarrolle armas nucleares, armas nucleares que podrían destruir Israel y amenazar a todas las ciudades estadounidenses, a todas las ciudades de las que ustedes provienen, no solo nos estamos protegiendo a nosotros mismos, sino a ustedes”. Finalmente, señaló: “Nuestros enemigos son vuestros enemigos, nuestra lucha es vuestra lucha y nuestra victoria será vuestra victoria”. A juzgar por lo acontecido en el último año, no nos queda más remedio que concluir Netanyahu dispone de un respaldo incondicional de EEUU para imponer la hegemonía israelí en el conjunto de Oriente Medio.
Todavía queda por saber cuál será la respuesta de un régimen iraní cada vez más débil y, por lo tanto, más imprevisible, dado que interpreta que lo que está en juego es su propia supervivencia. La Guardia Revolucionaria, la columna vertebral del régimen, ha sido humillada y no tiene más remedio que responder con la máxima contundencia en el menor tiempo posible si quiere recuperar la iniciativa y restaurar su capacidad de disuasión. No obstante, se enfrenta a un dilema existencial: apostar por una escalada de inciertos resultados o, por el contrario, inclinarse por una desescalada, que sería interpretada como una nueva señal de debilidad o, peor aún, como una derrota. Ambas opciones son peligrosas, porque entrañan riesgos claros para el régimen iraní.
Si bien es cierto que el régimen iraní no puede quedarse con los brazos cruzados, también lo es que deberá calibrar con cuidado su respuesta. La Guardia Revolucionaria ha advertido que “el número de bases estadounidenses en la región no es una fortaleza, sino una vulnerabilidad”, ya que albergan a 40.000 efectivos. Si decide golpearlas, EEUU podría optar por una oleada de ataques a gran escala que tuviesen como objetivo no sólo el programa nuclear, sino también las principales bases militares del país. Por otra parte, si Irán bombardea las infraestructuras petrolíferas de Emiratos Árabes Unidos o Bahréin, países que ha normalizado sus relaciones con Israel por medio de los Acuerdos de Abraham, podría en riesgo las relaciones con el conjunto del Consejo de Cooperación del Golfo. Un ataque directo contra las refinerías de Arabia Saudí, a su vez, se traduciría en la ruptura de relaciones entre ambos países, lo que acentuaría aún más el aislamiento de un Irán que parece haber sido abandonado a su suerte por China y Rusia.
Consciente de sus escasas posibilidades de éxito en un choque frontal con EEUU, el régimen iraní podría apostar por una guerra asimétrica en la que intentaría movilizar a sus aliados regionales. Durante décadas, Irán ha financiado de manera generosa a una amplia plétora de actores no gubernamentales integrados en el Eje de la Resistencia, con la esperanza de activarlos cuando la situación lo requiriese. No obstante, la mayor parte de ellos han sido golpeados sin tregua por Israel en el curso de los últimos veinte meses, lo que ha degradado prácticamente por completo sus capacidades militares.
Una vez descartados el Hamás palestino y el Hizbulá libanés, todas las miradas están puestas en las milicias chiíes iraquíes y yemeníes. No obstante, las primeras no parecen excesivamente interesadas en asumir el elevado coste que tendría atacar las bases americanas en suelo iraquí. De hecho, el influyente clérigo chií Muqtada al-Sadr ha hecho un llamamiento para que “Irak se mantenga al margen de esta guerra, ya que Irak y su pueblo no necesitan nuevas guerras”. Así las cosas, el único actor que podría acudir al rescate de Teherán serían las milicias hutíes en Yemen, que en el pasado han amenazado la libre navegación en el estrecho de Bab al-Mandeb. No obstante, es muy dudoso que dicho grupo apueste por esta vía sin que, previamente, la Guardia Revolucionaria iraní intente colapsar el tráfico de petroleros en el estrecho de Ormuz a través del cual se exporta buena parte del petróleo que se produce en la región.
El régimen iraní parece atrapado en el dilema de responder a la agresión contra su soberanía o apostar por unas negociaciones condenadas de antemano al fracaso. Sea cual sea la respuesta de las autoridades iraníes, no conseguirán contrarrestar la aplastante superioridad militar de Israel ni tampoco hacer recapacitar al primer ministro israelí, que ha dejado claro que no sólo pretende destruir el programa nuclear, sino también provocar la caída del régimen instaurado tras la Revolución de 1979. Una vez destruido su programa nuclear, la prioridad absoluta del mandatario israelí será convencer al presidente Trump de que la misión no se completará hasta la eliminación del guía supremo Ali Jamenei y el derrocamiento del régimen islámico. Está por ver si, una vez más, consigue imponer su agenda belicista basada en “cuanto peor para Oriente Medio, mejor para Israel”.
Ignacio Álvarez-Ossorio es catedrático de Estudios Árabes e Islámicos de la Universidad Complutense de Madrid y coeditor del libro La península arábiga e Irán ante la cuestión palestina (Ediciones de la Universidad de Granada, 2025)
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