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Lo que vino

Astor Piazzolla

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Hay una gran novela de época, Dar la cara. Había sido, originalmente, el guion de una película, dirigida por José Martínez Suárez y estrenada en 1962. David Viñas situó la historia en 1958 y construyó, a partir de allí, el gran fresco del mundo artístico e intelectual porteño durante el surgimiento del frondizismo. En el film aparecía un bebé llamado Mafalda, que inspiró la creación de Quino, y actuaban Leonardo Favio, Dora Baret y Héctor Pellegrini –el Pajarito Gómez de Rodolfo Kuhn–. El libro se editó ese mismo año y, a la manera de Los mandarines, de Simone de Beauvoir, todos sus personajes eran reales.

El único que aparecía con su nombre verdadero era León Rozitchner, compañero de Viñas en el Comité de dirección de la revista Contorno, junto con su hermano Ismael, Adelaida Gigli, Noé Jitrik y Ramón Alcalde, pero por allí andaban también, reconocibles, Beatriz Guido y Leopoldo Torre Nilsson entre muchos otros. El final era estremecedor: “No era el centro del mundo sino una ciudad inmensa y oscura. Y al final de la calle, detrás de esos edificios negros, flotaban unos resplandores. Buenos Aires bajo la noche era un vivac. Más allá empezaba el campo de batalla”.

Antes, uno de los personajes caminaba por el centro. Miraba en la confitería El Molino y no encontraba a nadie. “Entonces se detuvo frente a esa casa de discos”, detallaba Viñas. “Alli eran tres por lo menos los muchachitos que se apoyaban contra la vidriera y se dejaban hamacar al compás de la música que llegaba de dentro: uno que lucía un ancho pañuelo rojo en el bolsillo del saco se ajustaba el cinturón cada vez que lo miraba. El rubito ese, parecía enajenado con la canción de Eddie Pequenino y el otro jugueteaba abrazándose a un álbum con las manos de Piazzolla en la tapa.”

El disco era Tango en Hi-Fi, que acaba de ser subido a las plataformas por primera vez con su tapa original –esa de la que hablaba Viñas– y lo que es más importante, también por primera vez remasterizado a partir de cintas originales, gracias al convenio entre los nietos de Astor Piazzolla y el Instituto Nacional de la Música (INAMU). Pero hay un dato más. Es, sin duda, la pieza que inaugura el período modernista de Piazzolla, y consolida un antes y un después del viaje iniciático del compositor a París. Y la bisagra fue allí no tanto sus diez lecciones con Nadia Boulanger, que cimentaron su conocimiento del contrapunto escolástico, como su escucha del jazz a través de quien fue su mentor europeo, Charles Delaunay, fundador del sello Vogue e inventor de la palabra “discografía”. Ese Piazzolla recién llegado de París era solista –ya no había allí fila de bandoneones– y tocaba de pie. El tango era un alfabeto pero la gramática era la suya propia. Era, en todo caso, parte de un par en tensión: el tango con la hi-fi. O, en el título de una obra fundante que allí aparecía por primera vez, “tres minutos” –la duración de un tango– con “la realidad” –la Buenos Aires moderna del nuevo cine, la del frondizismo y Contorno–, la de los ritmos frenéticos y ese toque siempre sincopado, con algo de eléctrico –y electrizante–, que ya estaba en la firma del bandoneonista.

Además de esos “Tres minutos con la realidad” extraordinarios, donde el solo de Jaime Gosis en el piano –de resonancias bartokianas– ocupa un lugar único en la música de Buenos Aires, del violín de Elvino Vardaro en la bellísima “Melancólico Buenos Aires” o del arreglo casi iconoclasta de “La cumparsita” –Piazzolla necesitaba un fondo conocido para resaltar la figura, una lectura que iba mucho más allá de la versión– en ese disco de tesis se inaugura la llamada serie del ángel con “Tango del ángel”, que después fue utilizado en la obra de teatro con ese título, de Alberto Rodríguez Muñoz, se presenta una nueva lectura de “Inspiración” –magistrales Vardaro y Gosis–, que, con otros arreglos, habían grabado la orquesta de Aníbal Troilo en 1943 y la suya propia en 1946 y se incluyen dos temas cantados por Jorge Sobral, “Siempre París”, de los hermanos Expósito, y “Fuimos”, de Dames y Manzi. Hay también otro clásico, “Loca bohemia”, de Julio De Caro, y una composición de Osvaldo Tarantino, que más adelante, en 1973, sería pianista del noneto de Piazzolla. Y “Prepárense”, que en 1951 habían grabado Troilo, Osvaldo Fresedo y José Basso, en tres orquestaciones diferentes pensadas por Piazzolla para cada una de esas orquestas, que el bandoneonista ya había registrado en París en 1955 para el sello Festival y que volvería a grabar unos años después con su quinteto.

Esta histórica edición de uno de los discos más importantes de Piazzolla–y más ignorados, en parte por los azares del mercado que lo tuvieron ausente durante décadas– incluye también dos inéditos que, en rigor, no son tales. Se trata de unas supuestas versiones instrumentales de “Siempre París” y “Fuimos” pero la realidad es que son exactamente las mismas que las cantadas pero sin la voz –es decir sin la melodía principal en gran parte de su extensión–. INAMU, por su parte, publicó otros capítulos esenciales de la obra del bandoneonista, las grabaciones completas de la orquesta que condujo entre 1946 y 1948, y algunos de los simples y dobles que grabó en la década de 1950 para TK y que luego pasaron al catálogo de Music Hall –en litigio durante años– que fue adquirido por la institución. Allí están entre otras perlas la primera versión grabada por Piazzolla de su clásico “Lo que vendrá” –poco antes de su partida a París lo había registrado la orquesta de Enrique Mario Francini y Armando Pontier y el propio Piazzolla volvería a grabarlo varias veces, siempre con arreglos distintos–, “Dedé”, un vals con oboe solista dedicado a su mujer, y la primera aparición en disco del quinteto, con cuatro temas de la película 5to Año Nacional.

En el catálogo TK quedan todavía algunos inéditos absolutos, que ojalá INAMU no olvide, como la grabación de “Marrón y azul” realizada por el octeto para ese sello, que nunca se publicó en ningún formato, y las de “La cachila” y “Taconenado”, que fueron parte de ediciones recopilatorias en LP pero jamás se publicaron en CD. Tampoco fueron nunca editadas en ese formato las ocho canciones que Piazzolla grabó en 1950 junto a la cantante María de la Fuente.

DF/MF

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