El esperado triunfo oficialista en las legislativas del domingo pondría fin a 30 años de extenuante bipartidismo en El Salvador
El hartazgo puede ser resorte para el cambio más eficaz que un ideario de gobierno o una esperanza social. No es antipolítica, es cansancio. Las elecciones legislativas y municipales pueden confirmar la ruptura de tres décadas de polarizado bipartidismo en El Salvador, abierta en las elecciones presidenciales de febrero de 2019 con la victoria del partido NI (Nuevas Ideas) y su candidato Nayib Bukele. Habían sido 20 años de la derechista ARENA (Alianza Republicana Nacionalista) y diez del izquierdista FMLN (Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional).
En esta conjetura confluyen los medios y ya la había hecho el analista Roberto Cañas en declaraciones que recogió CNN. En lo que no ha habido ni habrá ruptura es en la continuidad de las demandas de la sociedad. Los más de cinco millones de electores que el domingo están convocados a las urnas tienen en claro qué quieren, es decir, qué es lo que nunca consiguieron en los 30 años que nos separan del fin de la guerra civil rubricado en los acuerdos de Chapultepec de 1992. Endurecer la mano de las fuerzas policiales para ganar seguridad, crear empleos, aumentar los salarios, mejorar el acceso a la educación y la calidad de la salud es lo que prometen todos los candidatos que se disputan el voto ciudadano para ganar 84 bancas de diputados en la Asamblea Nacional y los 252 municipios del país más densamente poblado de América.
En un clima de violencia, dos militantes del FMLN fueron asesinados. Apenas conocida la noticia, el presidente Bukele la interpretó como un ajuste de cuentas de un partido menos democrático y más violento que los de gobierno. El FMLN es, finalmente, el brazo político nacido en 1992, heredero del organismo de coordinación de cinco organizaciones guerrilleras de extrema izquierda que con el mismo nombre había sido creado en 1980, al cual Bukele perteneció y bajo cuyo amparo ganó la alcaldía de la capital San Salvador en 2015. En 2016, el alcalde había cumplido con 200 proyectos que a la vez promocionaba como carta de presentación política y auditaba fiscalmente en su web unaobraxdia.com, donde puede leerse que para ese entonces la inversión acumulada superaba los 9 millones de dólares. Sus iniciativas, y la energía puesta para que los hechos nunca desmintieran o deterioraran a sus anuncios, estaban dirigidas a ampliar su base electoral futura.
Hacia la izquierda, combatiendo en la planta urbana la autoglorificación monumental de ARENA, el partido dominante en los 30 años de paz últimos. Así, una de sus primeras medidas fue restituir el nombre histórico de San Antonio Abad a la calle rebautizada por la administración municipal anterior, presidida por Norman Quijano, como calle “Mayor Roberto d'Aubuisson” en honor al fundador de ARENA, un ex militar que destacó más como paramilitar líder de los escuadrones de la muerte y como autor intelectual del asesinato en la catedral de San Salvador del arzobispo Óscar Arnulfo Romero, canonizado y elevado a los altares en 2018 por el papa Francisco.
Hacia la derecha, buscando ser visto como un campeón humano pero sobre todo diestro en el combate contra la inseguridad, tanto por el fortalecimiento material (recursos) y moral (shock de confianza) aportado a las fuerzas policiales como en la dotación de nuevos equipamientos para la iluminación nocturna de la capital con el programa San Salvador Iluminado, que sustituyó por lámparas LED las antiguas luminarias de gas de mercurio. El Plan Control Territorial logró en un plazo reducido, reducir dramáticamente la tasa de homicidios. El elegir la máxima de tolerancia cero como guía de la acción represiva en el terreno, la ofensiva beligerante contra maras y pandillas, el endurecimiento de los regímenes carcelarios y del cumplimiento en prisión de las penas privativas de la libertad, no evadieron las denuncias por autoritarismo corrosivo de la vida democrática y por desprecio de la defensa en juicio y de las normas del debido proceso que le formularon organismos internacionales de DDHH.
Las obras capitalinas bajo la alcaldía que ganó en 2015 asentaron la base mayor desde la cual Bukele saltó a la candidatura presidencial con la que buscó ganar –y ganó- la presidencia en 2015. El 10 de octubre, Bukele había sido expulsado de un FMLN de cuyos lastres e idearios daba pruebas diarias al público de distancia; el 25 de octubre anunciaba en vivo y en directo por las redes sociales que fundaba el partido Nuevas Ideas, cuyo acrónimo NI aludía a esa tercera vía, ese gran espacio político central que nunca antes había existido en la historia nacional, y que él buscaba cercar, arar, sembrar y cosechar. Sin embargo, para las autoridades electorales los plazos eran más breves de lo que debían ser para inscribir al nuevo partido, por lo cual anuncia nuevamente por las redes que se presenta a las internas del partido Gran Alianza Nacional (GANA), y triunfa en ellas el 29 de julio con el 91,14% de los votos.
En las presidenciales del 3 de febrero de 2019 en las que el hartazgo fue la pasión política más viva y movilizadora para liberarse de la fatiga de décadas de ultra polarización bipartidista entre rojo y negro, El Salvador votó NI. Bukele ganó la presidencia en primera vuelta con el 53,1% de los votos. La presidencia, pero no el poder. Porque no contaba, ni cuenta, con mayorías ni apoyos en el Legislativo salvadoreño que le permitieran llevar adelante en la nación su plan de acción y de obras con esa progresión afirmativa que se deslizaba hacia delante sin trabas ni obstáculos que gustó desplegar al frente del municipio capitalino.
Si las elecciones de 2019 fueron para ganar la presidencia, estas son para ganar el poder. En una campaña sin gran debate o discusión de ideas, antiguas o novedosas, ni candidaturas que atraigan o disuadan por las figuras que las encarnan, la sola campaña de Bukele consiste en pedirle a la ciudadanía que en esta cita dé el sí a los partidos oficialistas, sintetizó el economista salvadoreño César Villalona. Que son tres: el partido GANA, donde milita el presidente, que ya tiene diez diputados; el partido NI, que dirigen el presidente y su familia, y un aliado menor el partido Centro Democrático (CD), que ya tiene un diputado. Los sondeos indican que los votos sumados que obtendrían GANA y NI superarían el 70%. De ser así, el oficialismo construiría una mayoría suficiente en la Asamblea Legislativa para que el Ejecutivo pueda descontar el apoyo para sus políticas y decisiones. Bukele ha tenido un éxito notable, que admira a propios y ajenos, en convencer a la ciudadanía de que todo fracaso de lo últimos dos años se debe al terco obstruccionismo parlamentario de dos partidos sangrientamente antagónicos, que sin embargo se unen para aniquilar o anular al tercero que les arrancó la deportiva serenidad de su alternancia binaria en el poder. Los presidentes llegaban a la primera magistratura por la victoria de sus partidos: si fracasaron en responder a las expectativas de los salvadoreños, fue por una responsabilidad e inepcia que compartían líder y organización política; los fracasos de este presidente número 46 de El Salvador, explicó y persuadió Bukele, son sola culpa del boicot de legisladores hostiles a todo recambio de las élites en el que atisben una desaceleración del regreso de su propio turno.
El boicot es tanto más criminal porque en el último año los desentendimientos entre los poderes del Estado hicieron sufrir aún más a un país herido por la pandemia. No se registraron treguas a la litigiosidad de la Asamblea ante disposiciones y normativas presidenciales que concernían la limitación o prolongación de la cuarentena, la asignación de recursos y fondos para la Salud Pública, la construcción de un hospital de campaña para enfermos e infectados por el coronavirus.
En este contexto, además, el partido NI dice no descartar la posibilidad de que se esté gestando un fraude. Que perpetrarían las viejas fuerzas del bipartidismo enquistado en las estructuras y burocracia del Estado. Una estafa que, sin embargo, la ciudadanía puede derrotar con el expeditivo recurso de concurrir a votar y votar masivamente por los partidos de Bukele.
Las desconfianzas ante un proceso electoral cuando el gobierno dice dudar de si está totalmente en sus manos o si sus opositores no podrían operar decisivamente en él, no son sólo de NI. También las expresa la izquierda del FMLN, y la prevención se extiende más allá, hasta algunos remedios, que encuentra venenosos, propuestos para curar en salud la transparencia de la jornada. “Esta decisión de (el excanciller uruguayo, hoy secretario general de la OEA, Luis) Almagro de designar como veedora de la transparencia en las elecciones del próximo domingo en nuestro país de la señora María Eugenia Vidal demuestra que la OEA, una vez más avalará el fraude y la corrupción en nuestra América. Los antecedentes por violación de las leyes electorales de la señora Vidal en Argentina no son garantía para que sea la jefa de la Misión de Observadores de la OEA”, dice la abogada Daniela Genovez, integrante del Consejo Nacional del FMLN y candidata a diputada.
Daniela Genovez señala que “a través de investigaciones periodísticas nos enteramos que la señora Vidal enviada por Almagro, en 2017 cuando era gobernadora de Buenos Aires, en el afán de ocultar a los verdaderos donantes y la procedencia de fondos para la campaña de Cambiemos, presentó listados de personas beneficiarias de asistencia social como falsos donantes”. Según el diputado Jorge Schafik Hándal, hijo del líder del FMLN Schafik Hándal muerto en 2006, “no era de extrañar que Luis Almagro designaría a veedores cuestionados como la señora Vidal. No me desilusionó. Nunca iba a enviar a nadie imparcial. Fue Almagro quién recibió a Bukele en su viaje fracasado a Washington para darle su incondicional apoyo en estas elecciones y en los planes de mantenimiento de su gobierno derechista”.
La invitación a El Salvador que la OEA hizo a la argentina Vidal no es desaprovechada por Hándal como oportunidad para el símil político. Así, caracteriza al presidente centroamericano con términos de comparación sudamericanos: Bukele, dice, es como “un Mauricio Macri salvadoreño con rasgos de Carlos Menem. Como Menem, porque surgió de un partido popular con propuestas para la clase trabajadora pero después hizo un vuelco hacia el neoliberalismo. Como Macri, porque su camarilla de cómplices está llena de oportunistas, corruptos y asesinos que integran un grupo de poder económico emergente dentro del círculo de poder real de El Salvador; son hijos de la vieja derecha oligárquica salvadoreña que han puesto al Estado al servicio de ellos”. Añade, en reconocimiento al adversario legítimo, “que ya no respetan ni los formalismos, como hacía ARENA”. Entre tanto, y como quería Bukele, la vacunación anti-COVID llegó puntual, es decir, con prudente anterioridad a la elección. La enfermera Mirna Esmeralda Moreno, de 53 años, fue la primera en vacunarse. La suya fue la primera dosis aplicada de un lote de 20.000 de la vacuna del laboratorio AstraZeneca, cuya autorización de urgencia había sido concedida, con la necesaria anterioridad, por las autoridades sanitarias.
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